EXPERIENCIAS

Del ayer y del hoy. Cosas de grajas

A ti, Graja

Tanto vistes en tus patas como te desnudas en tu boca,
esa que abres oscura y ronca con voz sabia, como de meiga.

Graja, feminista y negra.
Indecorosa, elegante, intensa.
Todo sucede en tu garganta,
para guardar el misterio de lo que no cantas.

Dos versiones de ti se dibujan en mi mirada.
La del aire; certera, perfilada y ligera.
La otra; sentada, vulnerable y entrañable.

Tu voz grave rasga el aire y entrega poder al que sabe escucharte.

Enseña la casa y mantén tu pasado.
Estás a salvo, lo dicen tus genes.
Aquellos que habitan inmutables el tiempo que tú no pierdes.

Hoy me encuentro con el ayer y a los dos tiempos los miro, los siento y les pongo palabras. Hoy escribo sobre grajas, esos córvidos que eran desconocidos hasta hace poco para mí, pero que conectan con algo muy antiguo, profundo, como si hubieran estado a la espera para decirme: “aquí estamos, aquí estás”. “Esto es lo que fuimos, esto es lo que fuiste mientras tanto”. Volver a León para veros, para encontrarme con lugares desconocidos y conocidos, apela a la urgencia de reflexionar y de compartir, pero, sobre todo, de echarlo hacia fuera como un graznido.

No he olvidado el huerto donde comía manzanas y ciruelas verdes. En mi infancia no recuerdo ver maíz en León, siempre he pensado que León es tierra de legumbres o de secano. Ese huerto producía lechugas, pimientos, tomates y mucha escarola, de lo que viene a mi memoria… la mejor escarola se plantó ahí. Mis orígenes paternos están justo en ese huerto. Antes había una casa y un huerto. Después hubo una casa abandonada y un huerto más pequeño con higuera, manzanos y ciruelos. Yo miraba aquellos muros y podía ver los azulejos del suelo de la cocina, no había casi paredes y eran muros de adobe, pero había imaginación y preguntas para completar aquella casa. Ahora queda una parcela de tierra silvestre y poca imaginación… ¿Pero, maíz? No, de eso nunca hubo.

León era para mí aquellos domingos atravesando la tierra de secano para comernos los bocadillos de nocilla después del baño en la piscina del tío Fernandín, el sabor de los chorizos rojos y secos y el cocido que hacía mi abuela, la cecina que colgaba en la trastienda y el caño donde bebíamos y lavábamos la ropa. Hoy cogimos agua de ese caño, pero ya no había jabón. Recuerdo el zumbido de las cigarras en verano al sol del mediodía, las bolsas de agua caliente que usábamos para calentar los pies en invierno, dentro de aquellas camas con colchones de lana, la facilidad para cazar saltamontes con las manos y el ruido de los coches que circulaban por la nacional 120. Hoy el sonido es otro, otro en el que nunca me había fijado: el batir de las hojas de los álamos. Con el aire en primavera, ese sonido se hace casi ensordecedor.

Es, en esos árboles ruidosos, cómo no, donde habitan la mayoría de las grajas. Esos córvidos chillones y traviesos. Ahora me entran dudas y pienso que igual son los árboles que las fuerzan a gritar por encima de los palmeos de sus hojas. ¿Será que alzan la voz para entenderse? Su árbol, su casa, su alter ego.

La primera vez que vi las colonias de graja me vino a la cabeza aquella historieta de Francisco Ibáñez que podías ver en la última página de los tebeos de la colección Olé. Sí, exacto; 13, Rue del Percebe. Como aquella comunidad de vecinos, ésta se extiende en diversas alturas y en cada nido y cada rama suceden escenas vecinales. Algunas se roban, como Ceferino Raffles, el famoso ladrón del tercero. Otras observan expectantes, como aquella portera cotilla.  Otras no paran de hacerse travesuras, como aquellos hermanos que traían loca a su madre. En muchas ocasiones los nidos, desgraciadamente, se parecen al ascensor de 13, Rue del Percebe, que para hacerlo funcionar se ponían hasta cartuchos de TNT, aquí los llenan de nuestra basura. Otras hablan, otras se besan, dan de comer o se gritan. El vocerío que generan las colonias es muy nuestro, muy español, como el tebeo. Así que nos hacen ese tributo, nos regalan sus graznidos a ver si por casualidad suenan más alto que todo el ruido que nosotros generamos, pero va a ser que no, que ni aun así.

Cada colonia tiene una energía particular, una presencia única, en definitiva, un carácter, aunque a veces se confunden todas las capas que pone la mirada que posamos sobre ellas, con lo que ellas son en realidad. Creo que en ese diálogo está la verdad o al menos la poesía, que también tiene mucho de verdad. Algunas son tristes, pobres, sucias, estresadas, otras son más serenas, un poco más acomodadas, más peleonas o más pobladas. Pero todas están en una situación peligrosa; son muy pocas colonias y al estar muy pobladas el riesgo de descenso en su número de individuos es muy elevado, además de otros factores que ya quedaron comentados en una publicación anterior. Y esto, desgraciadamente, no es poesía.

Una imagen que me enternece es cuando se posan sobre las ramas y se sientan escondiendo los pies, de manera que sus plumas rebosan y forman casi una bola, en ese instante, parecen más etéreas que nunca. Me gusta su silueta cuando planean de esa forma tan personal. Es tan bonito verlas en el jolgorio de su comunidad de vecinos, como negociando tiempo con el viento. Se protegen criando en alturas inaccesibles rodeadas de sus congéneres y comen en el suelo burlando al peligro con ingenio. Son sociables y protectoras, parlanchinas y traviesas, divertidas e inteligentes. A mí me recuerdan a otra especie…

A unos kilómetros de una de esas colonias, existe una pequeña laguna con una portería de fútbol. En el ayer, mi padre jugaba al fútbol allí y cazaba ranas. Hoy esa portería se mantiene en pie y con ella el recuerdo vivo de aquellos juegos de los chavales del pueblo. Mirar aquella charca y ese trozo de tierra que pertenece a aquellos niños me hace pensar que hoy el partido está más cerca de que lo ganemos todos. Y si no, dará igual, ya vendrá Doña Señora Madre Naturaleza a ponernos orden. Me reconforta ese pensamiento, me reconforta la idea de formar parte de ese paisaje. Los insectos revolotean cerca del agua mientras los aviones se los comen y las ranas, libres ya, cantan. Desde fuera, yo los observo, como un voyeur y pienso en aquella historieta de Ibañez. Cuando era pequeña me encantaba, no solo leerla, sobre todo me encantaba mirarla. Mirar su forma de casa, las relaciones internas de los vecinos, las cosas que siempre estaban allí construyendo y manteniendo esas cuatro paredes. Hoy, esa idea de “casa” podría ser esta escena, esta laguna con sus aviones y su portería. Hoy, esta idea de casa, formada en el ayer, podría ser la de todos. En la mía me enseñaron a dejar las cosas mejor de lo que estaban, a aportar algo al otro, a ser generoso. Podríamos construir una casa en la que el respeto y la empatía que fomentan los conocimientos nos proporcionen las bases para hacer un futuro mejor.

A vosotras queridas grajas, que vuestras generaciones nos enseñen a cuidar el ayer, ese que vosotras transmitís en vuestros genes de 18.000 años. Que vuestro “hoy” se transforme en un mejor y certero futuro. Que podamos ayudaros a que eso se cumpla y con ello ganemos todos. Que comprendamos que nuestra casa es la vuestra.

Montamos en el coche y encendemos la radio justo en los últimos minutos… Hoy el partido lo ha ganado el Atleti.

Nieve de chopo y álamo acompañado a las grajas en su vuelo y en su vida.