Del cuento del lobo al chiste de las decisiones. – El editorial verano 2025.

Van un neerlandés, una finesa y un español y se encuentran en un bosque en Carelia del Norte. Dice la finlandesa: “en mi país, tras unos años de moratoria, parece que van a volver a cazar grandes depredadores”. Y el holandés añade: “en mi país han regresado los lobos después de 150 años de ausencia y ya quieren matarlos”. Y dice el español: “en mi país hay una ley que dice que no se pueden matar lobos y los gobiernos autonómicos han autorizado la matanza”.
Esta introducción demuestra dos asuntos. El primero es que las cosas importantes siguen permaneciendo como tales, aunque a través de un discurso ajeno a la problemática los disfraces de otra cosa. Desde luego que para convertir la muerte en un chiste hace falta mucho más que una idea chispeante con la que comenzar un artículo, aunque sin duda habrá genios del humor que lo logren. Sin embargo, pese a que en la barra de un oscuro chigre en la montaña asturiana media docena de paisanos -convenientemente adobados- se desternillen con la ocurrencia de un contertulio, la decisión de matar a una especie nunca será un chiste.
Igual que no es una decisión de broma tampoco es una decisión política. Ni lo es económica o social. Tampoco responde a cuestiones éticas, empáticas o espirituales. Y mucho menos ideológicas. Pero sobre todo no es política.
Incluir o no a una especie en las listas cinegéticas debería ser un asunto puramente científico. Todo lo demás debería quedar reducido al espectro de “opinión de expertos” y que sean consideradas y tenidas en cuenta por los que realmente saben del tema, que no son otros que los científicos. Ni cazadores, ni animalistas, ni ganaderos, ni observadores de fauna, ni, por supuesto, políticos.
Podría parecer muy radical, pero basta echar un vistazo a lo que ha ocurrido con el lobo en Europa en los últimos años. Es breve. Dado el estado de conservación de extrema gravedad en que se encontraba el lobo en Europa, en 1982 se le incluyó en el Apéndice 2 del Convenio de Berna como especie estrictamente protegida, lo que implicaba limitaciones y restricciones en su caza. En 2023, un lobo mata al pony de la presidenta de la Unión, Ursula von der Layer, y pide públicamente que se dé caza al cánido. Al lobo lo degradan en la escala de protección y tres ciudadanos europeos se pueden juntar muy lejos de sus casas para comentar que vuelve a haber plomo para el lobo en sus países de origen.
La segunda cosa que se puede extraer de la introducción del artículo apareció en los siguientes minutos de la conversación, cuando nos cuestionamos los motivos que se esgrimían para sacar los rifles a relucir. ¿Cuál es la verdadera razón por la que se pide la cabeza del lobo?
En España la presión lobera sobre el ganado que anda suelto por el monte parece ser el argumento más firme de todos. Es cierto que no son pocos los ataques y que, por bien que se pague -que se paga muy bien-, siempre está el factor de lucro cesante de la ternera que, por lo visto en todas las ocasiones, tenía un gran porvenir como madre de magníficas vacas y que iban a ser el embrión de toda una estirpe de ganado que sacaría al concejo de la pobreza. Pero también es cierto que muchos ganaderos tienen sus chanchullos y se arreglan las navidades con vacas que nunca mueren, ni de viejas ni por enfermedades.
En Países Bajos, donde estamos hablando de solo 100 lobos situados en un par de zonas protegidas bien delimitadas, las quejas de los ganaderos son las mismas, aunque las bajas sean mínimas y las medidas preventivas establecidas muchas, por lo que no son un verdadero factor de presión. Sin embargo, un lobo causó heridas, menores, pero heridas, a una niña y “un animal de grandes dimensiones compatible con cánido” tiró al suelo a un niño en una huida. Ambos eventos tomados en cuenta han servido para sembrar el miedo y el deseo de muerte.
En Carelia, a falta de ganado, que no lo hay en extensivo pues es puro bosque, la petición de caza se produce amparada en el miedo a tener un encuentro cercano cuando alguien va a recoger bayas o setas. Basta que en una zona un recolector dé el aviso de un avistamiento para que, por lo visto, la gente se organice para reclamar la eliminación de semejante peligro.
Si los lobos no generan un perjuicio económico determinante, ni un peligro real, y no impiden las actividades en el monte si se toman las medidas preventivas adecuadas, ¿por qué generan tanta animadversión? ¿Por qué, sea el país que sea, hay tanta gente dispuesta a acabar con ellos?
Hoy en día, en Europa, en donde no llegan los sistemas preventivos llegan las medidas compensatorias, el cuento del miedo atávico hace mucho que se acabó.
Ahora es el deseo de victoria total y aplastante del llamado mundo rural y el mundo urbano sobre el poco nombrado mundo natural. Ahora, ya sin máscaras, es el deseo de imponer la voluntad del individuo de hacer lo que le plazca más allá del asfalto. Quiero dejar mi ganado suelto, quiero que mi hija juegue despreocupada y quiero ir a setas sin prestar atención ni respeto al territorio en el que me adentro ni la vida que alberga. Y el lobo simboliza el pie en pared de la naturaleza. Y también simboliza el profundo desconocimiento de ganaderos, padres y seteros actuales. ¡Qué equivocados están! Si pensasen un poco, mirasen estadísticas y/o echasen números, caerían en la cuenta de que las interacciones no deseadas con víboras, insectos, vacas o perros generan un número inmensamente mayor de accidentes. Accidentes que, al contrario de lo que ocurre con los grandes depredadores europeos, son mortales en muchos casos. Solo la garrapata y su enfermedad de Lyme se han llevado a más europeos en el último año que el oso y el lobo juntos en el último siglo.
Y luego está el deseo de sangre por parte de los cazadores. Ellos también quieren adentrarse en el bosque en sus Toyotas, o a pie, sabiendo que son el animal más poderoso que campea por la zona. El puto amo con su flamante 7mm Remington a cuestas. Aunque también cometen el error de menospreciar a su peor enemigo, que los cazadores muertos por arma de fuego se cuentan por cientos en Europa, mientras que por garra y colmillo no constan en el último siglo. Ellos y su deseo de abatir poderosos carnívoros, sin tener que pagar una pasta en África, son la gasolina del incendio antilobo.
Y todos aquellos que visitan lo natural, ya vengan del rural o del urbano, y ya sean ganaderos, runners, cazadores, esparragueros, campistas furtivos, amantes de la naturaleza de postal, instagramers o lo que quiera que sean y que se adentran en el monte o el bosque sin aceptar que son invitados -no necesariamente bien recibidos- votan. Por eso el político jamás debería decidir sobre estos temas.
Me temo, somos minoría.
Desde estas páginas, LOBO VIVO, LOBO PROTEGIDO.
Javier Marquerie 28/06/2025.
Esta estación la ilustra María Álvarez Orgaz.

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