IMBÉCILES NEGACIONISTAS.
OTRA CONSPIRANOIA QUE PUEDE COMPLICAR MÁS LAS COSAS.
Javier Marquerie
Opinión 21/11/25
Vaya por delante que, si llegase a darse el caso, El Vuelo del Grajo activaría un piquete de reclutamiento para recabar voluntarios que se alistasen en el primer batallón que fuese a la guerra para defender, granada en mano y a bayoneta calada, la libertad del imbécil negacionista para poder decir sus imbecilidades. No será desde esta redacción desde donde se manifiesten ideas contrarias a la libertad de expresión.

Pero lo anteriormente dicho no es óbice para que, a pesar de defender la libertad del individuo para expresar su opinión como acto muy respetable, nosotros -o al menos yo, el que escribe- en el caso del imbécil negacionista no respetemos el fruto de su expresión.
¿Pero, qué es el imbécil negacionista? Básicamente se trata de un sujeto aquejado por uno de los males más extendidos en la actualidad y que se esparce por el mundo como una autentica plaga: la negación del conocimiento y la ciencia básica demostrada. En este punto hay que enfatizar la palabra “demostrada”. El o la imbécil negacionista no es escéptico o escéptica, aunque en ocasiones pretenda autodenominarse así. Ellos y ellas basan todo su desarrollo del pensamiento en uno -ocasionalmente más- de los cinco sentidos y excluyendo, como premisa fundamental, cualquier estudio científico anterior que no confirme su creencia. Por tanto, el imbécil negacionista jamás construirá creencias absurdas y simplistas contrarias a asuntos tratados únicamente en el plano teórico, ya que eso requeriría aceptar enunciados y premisas elaboradas con anterioridad y prescindir al mismo tiempo de sus capacidades sensoriales. Así pues, jamás elaborarán un manifiesto que contradiga la hipotética existencia de túneles a través del espacio-tiempo capaces de unir dos puntos que actúen como atajos. Un imbécil negacionista trabajará más en demostrar que la línea recta es siempre la distancia más corta -porque la tierra es plana, obviamente- que en la teoría del agujero de gusano.
Por naturaleza, esta imbecilidad es eminentemente transversal, no escapando ninguna capa social a su implementación. Es más, al ser la justificación y solución de sus preocupaciones una retahíla de imbecilidades fruto del tiempo libre y darse, principalmente, en sociedades con un desarrollo económico mínimamente elevado, es posible que pudiésemos encontrar su origen en la sociedad del bienestar y sus famosos problemas del primer mundo.
Si anteriormente el imbécil que abrazaba las creencias -que no teorías- negacionistas se encontraba en sectores de la población que eran tachados de alternativos, alejados de las esferas de poder y ajenos a los canales de comunicación, hoy en día no es así. Animados por bulos y conspiranoias, que son los ingredientes de todo buen movimiento negacionista, en la actualidad el imbécil negacionista puede ser encontrado en cualquier posición de la pirámide social y utilizando cualquier canal de comunicación al que le sea posible acceder. Así, un cardenal arzobispo aseguró desde su púlpito que las vacunas contra el coronavirus se fabricaban con “fetos abortados” un europarlamentario, Ramón Tremosa de PdeCat, preguntó formalmente en la sede parlamentaria europea sobre las chemtrails y un concejal valenciano negaba el cambio climático tras la DANA del 29 de octubre en una conferencia. Por no extenderse a imbéciles negacionistas internacionales muy influyentes, como los presidentes Trump y Milei, o mequetrefes influencers buscando seguidores al precio que sea en las redes sociales. Todos ellos demostrando la horizontalidad del fenómeno, argumentando codo con codo, imbéciles negacionistas de todo calado: desde millonarios reconvertidos en políticos peligrosos a mecánicos y exinstructores deportivos.
Aunque sea un asunto tentador, este artículo de opinión no se adentrará en la apropiación de las teorías negacionistas que está haciendo la derecha populista a nivel mundial.
¿El imbécil negacionista nace o se hace?
No es difícil imaginar a cualquier padre de las diversas imbecilidades presentes en la actualidad (“terraplanismo”, “plandemismo”, “cheimtrailismo”, etc) tratando de ocupar el habitual tiempo libre de sus neuronas pensando en cosas sobre las que jamás ha recapacitado y sufriendo una epifanía poco tiempo después. Pienso, por ejemplo, en un sujeto observando, así sin más, el cielo (quizá sea más correcto emplear “mirar”). Pienso en un sujeto mirando el cielo un día nublado. Y al día siguiente, el mismo ejemplar, viendo estelas de vulgares aviones comerciales sin ninguna nube que las oculte o que indique unas condiciones meteorológicas no aptas para su formación. Si en ese momento de felicidad se le realiza al individuo un escáner cerebral para medir los niveles de satisfacción personal y dopamina, imagino en la sala del hospital un castillo de fuegos artificiales y más leds encendidos que en Vigo desde hace unos días, reflejando su plenitud por haber descubierto la razón de que llueva o no. A ver quién le convence de que todo ese auto placer onanístico es fruto de una falsedad. Y para él ya no habría marcha atrás. De hecho, es tan sencillo y básico que es más que posible que varios miles de personas hiciesen el mismo descubrimiento en un periodo asombrosamente breve y en diferentes partes del mundo. Si el Homo sapiens fue capaz de desarrollar de manera más o menos simultanea el lenguaje escrito en China, Mesopotamia y Egipto, es también perfectamente capaz de crear imbecilidades prodigiosas en la misma semana en cincuenta países diferentes.
Las ideas y conceptos que manejan afectan a temas eminentemente científicos, pero están elaboradas con parámetros no científicos. Esto hace, como ocurre con las religiones, que se construyan castillos elaborados con creencias basadas, a su vez, en actos de fe. Y, al igual que ocurre con las personas religiosas, tratar de explicar a un imbécil negacionista algo contrario a sus creencias en términos científicos se convierta en un acto absolutamente inútil. Para ser “cheimtrailista” y estar seguro de que desde la Moncloa se ordena fumigar Marruecos para que llueva y así tener que comprar los espárragos en ese país y hacer la puñeta, por lo que sea, a los agricultores de aquí -que es un plan complejo y absurdo, pero viable- antes tienes que creer a ojos cerrados que hay miles de aviones volando por el mundo, de múltiples nacionalidades -o de una organización creada a imagen y semejanza de la Bondiana Spektra- soltando químicos super dañinos e involucrando a decenas de miles de trabajadores malvados y que ninguno de ellos se haya ido de la boca ligando borracho en un bar entre vuelo y vuelo. Eso, creer en la discreción de miles de personas, sí que es un acto de fe.
Pero al contrario de lo que ocurre con las religiones, que se ocupan de temas espirituales y cuyos asuntos finales escapan del conocimiento físico y científico y profundizan en temas de carácter más próximo a la metafísica y la filosofía, el y la imbécil negacionista estipula los principios de su creencia en la negación del conocimiento. Y entiéndase por conocimiento todo aquel pensamiento elaborado, comprobado y aceptado (excepto por los escépticos) por el ser humano, ya sea en el plano teórico o práctico y en campos científicos, humanistas o artísticos: un imbécil negacionista puede elaborar su disparate allá donde su desconocimiento se haga fuerte y resulte con aparente brillantez.
No deja de ser paradigmático que a partir de bulos y falsas conspiraciones de orígenes y fines indefinidos crezcan los negacionismos de carácter mundial. Negar el conocimiento científico es pues transversal socialmente e internacional en su distribución. Y a la cabeza de todos ellos, el incomparable, inigualable y potencialmente mortal para la especie humana: el negacionismo del cambio climático.
De ahí, de este esfuerzo por ir contra el conocimiento y la sabiduría de prójimos pasados, presentes y futuros, que el término imbécil sea aplicable de pleno derecho. Tiene más carácter descriptivo que intención de insulto.
Creo que puedo afirmar que Diderot y d’Alembert estarían de acuerdo en el uso de la palabra imbécil si mediante un milagro abriesen los ojos y comprobasen que, ahora que la mayor y más completa de las enciclopedias está disponible en la palma de la mano y con forma de teléfono inteligente, hay personas -sin problemas cognitivos y que han recibido una educación intelectual- que niegan a gente como Eratóstenes, Newton, Pasteur o a centenares de miles de científicos, sin tan siquiera saber quiénes son y sin tener ni pajolera idea de lo que están hablando. “Ah oui: les idiots négationnistes“, dirían.
Y aquí se acaban los chistes.
Si la cosa fuera una actitud íntima frente a asuntos de esta vida, el problema sería menor. Al fin y al cabo, si las leyes de la evolución y la selección de las especies son ciertas, los humanos que negasen la eficacia grupal e individual de las vacunas estarían destinados a la mejora la genética de la especie mediante su probable autoinmolación voluntaria. El problema es que estos ciudadanos -hago ímprobos esfuerzos literarios para no volverlos a llamar imbéciles negacionistas- tienen potestad sobre sus crías y la vehemencia necesaria para imponer sus criterios entre otras personas con facilidad para descubrir la razón de la ausencia de lluvia mirando la estela de los aviones.
El problema es cuando unos jóvenes científicos se inventan la negación de la existencia de las aves para echarse unas risas y resulta que miles de personas se apuntan a la creencia de que las aves son drones que nos espían.
El problema es cuando personas con nivel cultural probablemente alto y un poder económico altamente probado se manifiestan en todo el mundo en contra del confinamiento aduciendo que Spektra les quiere arruinar.
El problema es cuando la ONU estipula un proyecto de 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que busca erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos para 2030 y hay amplios sectores de la sociedad que consideran que es un plan secreto para lograr no se qué objetivos más secretos aún, que beneficiarán a unos poderosos desconocidos infinitamente más poderosos que los poderosos conocidos.
El problema es cuando los científicos, todos, dicen que hay una emergencia climática que nos las va a hacer pasar putas en muy poco tiempo, pero aprovechándose de que un pequeño porcentaje de estos científicos niega que sea por causas antrópicas, haya un movimiento mundial amparado por empresarios, “opinólogos”, influencers y políticos que niegue la mayor.
Y ahora, el problema que me cabrea es que ante la amenaza real y cuantificable de la epidemia de gripe aviar haya estúpidos mal nacidos (y ahora sí es un insulto) que ya hayan sembrado la nueva conspiranoia que ha generado el nuevo negacionismo: la gripe aviar no existe, ya que se trata de una nueva “plandemia” gubernamental para encarecer los alimentos y fastidiar más a los ciudadanos.
Parece una broma de mal gusto, pero no. Es cierto.
Si la epidemia va en aumento, que así será, el frente de combate sanitario, veterinario y económico deberá tener en cuenta a estos negacionistas y su voz política. Seguro que habrá algún partido que recoja el guante y se apropie de esta nueva vía para sembrar la duda y el miedo y de paso ganar votos. Y en breve, si la cosa de la enfermedad va en aumento, habrá quienes, auspiciados por algún sindicato agrario y algún partido, pedirán diezmar con pólvora la población de aves silvestres para evitar que los de las gallinas sufran económicamente. Y al final acabarán repartiendo gratis cartuchos para “quitar” cigüeñas y buitres, gracias a que un imbécil negacionista reprodujo el nuevo bulo.
Todo el último párrafo puede ocurrir o quedarse en distopía olvidable.
Ya veremos.
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