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No eres tú: soy yo (y tú y él y Maroto y el de la moto)

Cuando las palabras se empiezan a escribir con trazo grueso en las conversaciones de los foros de naturaleza, es el momento en el que frecuentemente alguien enciende el ventilador esparcidor de inmundicias. Esto imagino que ocurre de igual forma en todos los ámbitos. Pero en el que nos concierne, existe una fórmula mágica. Está construida en forma de frase de cinco vocablos. Es una justificación universal. Es la razón para hacer el bien o paramorir matando. Es una invitación, en conciencia, al suicidio colectivo. 

“Peor es el ser humano”, dicen y se quedan tan tranquilos. Es el punto final forzado a muchas conversaciones digitales en las que se pone en tela de juicio un mal para la naturaleza. Vale para todo y en cualquier circunstancia. Y el colmo de su universalidad es que, con pequeñas modificaciones, puede ser usada por todo el mundo. En este sentido, es muy frecuente añadir un “rural” o un “urbanita” en sustitución del ser humano. Es peor el urbanita… Es peor el rural… Se lo puedes leer a un adalid de los felinos domésticos asilvestrados para minusvalorar el daño que infligen los gatos a la biodiversidad y a un cazador para defender su actividad, comparándola con el daño que causan los gatos, a un deportista al opinar sobre las barreras de cristal de su pista de pádel o a un jardinero de fin de semana, comparando el daño de su poda primaveral con la utilización de plaguicidas.  

La única regla para el uso correcto de esa coletilla es que el o la que acciona la anilla de esta granada verbal tiene que sentirse acosado y, quizá, no haber pensado muy bien lo que dice. Es una explosión que, más que convincente metralla intelectual, suelta una cortina de humo, tras la que desaparecer si los argumentos se acaban. Es el “y tú más” definitivo cuando lo piensas, pero unos breves puntos suspensivos cuando lo sueltas.

Todos ellos suben la frase a sus redes tras publicarla mediante el uso de un trasto digital, que ha necesitado varias explotaciones mineras en rincones impensables del planeta. Lo hacen mientras, probablemente, llevan puesta alguna prenda confeccionada en un remoto pueblo asiático y que seguramente le dure tres lavados. Y, por supuesto, ambos –interface y calzoncillos- están muy alejados del concepto de comercio de proximidad. Todos ellos, como decía, no se dan cuenta de que la frase “peor es el ser humano”, como razonamiento justificativo, está incompleta. Pide a gritos una proposición subordinada adjetiva o de relativo (tal y como ha confirmado Mar Barbero, editora de El Vuelo del Grajo). Vamos, un ¿por qué dices eso del ser humano? ¿No te das cuenta de que echar la culpa así, en genérico, a toda la especie, si se asume a pies juntillas y eres persona con conciencia, te obligaría a buscar una buena ventana por la que lanzarte?

Da mucha rabia leer esa frase mal parida. Más que nada porque todos tienen razón: de todo el ser humano es el culpable. 

La frase, completa e inteligible es: “peor es el ser humano, que es codicioso”. Y es así desde siempre y para siempre. Lo queremos todo como individuos, como familias, como sociedad y como naciones. Para conseguirlo estamos dispuesto a todo. Incluso a dejar la vida en el empeño. Una especie de egoísmo generoso: ¡cómo para que no pete la cabeza!

Nada va a hacer cambiar la naturaleza de 8.000.000.000 de seres humanos. Y todos tenemos uno de esos dispositivos digitales, todos hemos comprado ropa basura, todos quemamos, de manera directa o indirecta, petróleo y todos los que leemos este texto hemos dicho o escrito -presuntamente- alguna vez “peor es el ser humano”.

Pero dejemos clara una cosa sobre la frase de marras. Al tratarse de una característica fundamental de la especie, quizá la que ha dirigido más nuestra evolución inteligente, no podemos utilizar esa codicia como justificación. Ni para tirar balones fuera, ni para defecar en el convento ante nuestra plausible próxima extinción.

Habría, como especie, que procurar extinguirse con clase y dignidad, que dijo Julián Hernández. Y después de citar a un músico punk-gamberro –pero de una claridad no siempre bien valorada, que con poco más de 20 años escribía y cantaba ese verso en una canción sabiamente titulada Pueblos del mundo: ¡extinguíos! (Siniestro Total, 1988)-, podría hacer un alegato ácrata, un llamamiento a las armas o apostar por una esterilización colectiva. Pero soy realista y solo voy a reivindicar el uso de la vaselina.

Me explico. Que nos vamos al garete como especie en un brevísimo periodo de tiempo geológico está más que claro para casi todo el mundo. Los que teniendo una buena capacidad intelectual niegan el cambio climático, mienten. Son los mismos que citábamos antes que han elegido aliviarse en el recinto religioso debido a que la gallina de los huevos de oro anda ya en paliativos

Y en esta cuenta atrás para nuestra desaparición estamos perfectamente dispuestos a llevarnos todo lo que contiene el planeta por delante.

Por eso me conformo con proponer la estrategia de la vaselina: jodámonos hasta la extinción, pero procuremos que el planeta sufra lo menos posible. Que nuestras estúpidas fricciones dejen de lastimar todo lo vivo.



Y, mientras sueño con lindes de cuatro metros libres de glifosato en las que críen sisones y con personas que pongan todo de su parte para no atropellar fauna en carreteras y caminos, saldré al campo y haré porque no me deje de maravillar cada resquicio de vida silvestre que me tope. Y sonreiré con todos y cada uno de los chirridos del triguero en lo alto del poste y con los chillidos del vencejo entre los edificios. Y disfrutaré del verano menos caluroso de cuantos me quedan por vivir.