PORTADA

¡Ya somos pajareros y pajareras!

Ilustración de Ana Brown.

El calendario de El Grajo se mueve por las estaciones y no por meses. Esto hace, un año más, que nos adelantemos a todos los mass media y saquemos una portada con el 2023. Siempre en cabeza, como las grullas experimentadas.

Termina un año prodigioso en el que se han batido récords de olas de calor, temperaturas medias y días sin precipitaciones, al tiempo que en el norte del planeta se ha vivido uno de los otoños más fríos y tormentosos de las últimas décadas. Nos pasamos 21 días de lluvia constante, mientras que los termómetros están 10 grados por encima de la media para estas fechas. Todo ello, con los pantanos bajo mínimos.

Pero tranquilos, hace tan solo 30 días, la postulante a presidenta del mundo marciano -temporalmente en prácticas en la Comunidad de Madrid- dijo en medios que la emergencia climática es contraria a las evidencias científicas, argumentando que se trata de los mismos ciclos climáticos de siempre. Por supuesto, da por hecho que son los ecologistas, protectores del medioambiente y pervertidos mentales de izquierdas, quienes están perpetrando esta “estafa”.

También en otoño, los corrillos de aficionados a la observación de aves se convulsionaban ante la arribada masiva de aves marinas norteñas. Sacudidas por 20 días continuados de tormentas y vientos en el Atlántico norte, exhaustas y con necesidad de alimento, se refugiaron en las costas mediterráneas.

Tarde descubrieron que estas playas y puertos ya no son refugio para animales famélicos, muriendo en cifras terribles de hambre y cansancio. Reventadas y sin capacidad para reponerse, un periódico muy leído, alarmaba sobre la presencia de extraños pingüinos portadores de gripe aviar y otros siete males, dignos de un buen apocalipsis.

Mientras esa es la cara con la que se muestra lo que está por venir y esas las reacciones de los que nos dirigen y los que nos informan, en El Vuelo del Grajo dedicábamos una buena parte del tiempo de otoño a adecentar una aldea gala, en la que podernos encerrar de vez en cuando y resistir. A este reducto lo hemos llamado ‘El Nido’. Un espacio vacío preparado para llenarse de cordura, acción y pensamiento. Un sueño de salones, presentaciones y conversatorios para hacer frente a todos los romanos que nos puedan venir encima.

Y ya tenemos pócima mágica para semejante esfuerzo: la palabra. Ese milagro que se pronuncia, se escribe y se lee; que tiene capacidad para comunicar y trascender; y, bien parida, emocionar en cualquier dirección.

Hablando de palabras, hasta hace 24 horas muchos nos identificábamos con un vocablo que, con la norma en la mano, nos autodefinía como amiguetes de la caza de pequeñas aves. ¡Qué enorme contradicción! Y qué buena fortuna que contemos con personas que aman, respetan y defienden a bichos y palabras de igual manera. Personas que saben lo que significa el tiempo, con la mirada puesta en la lejanía.

Sí, ya somos legalmente pajareros y pajareras. Ya no hay que tener la tentación de ponerlo entre comillas o en cursiva, como indicando que no estamos en el mismo bote que los cazadores de pajaritos, que es lo que hasta ahora significaba pajarear según la Real Academia de la Lengua.

Y si podemos decirlo en voz alta, ponerlo por escrito y leerlo sin que nadie se confunda, salvo por desconocimiento de la norma, es porque allá por 2016 Antonio Sandoval tuvo la excelente idea de solicitar a la Sociedad Española de Ornitología que propusiese a la Academia “el uso de pajarero-pajarera para referirse a los observadores y aficionados al estudio de las aves y desvincularlo del silvestrismo”. El 20 de diciembre de 2022 esa iniciativa ya se ha culminado.

Al tiempo que estoy de pajareo dándole vueltas a la trascendencia, casi poética más que práctica, de esta noticia que tanto me conmueve, reviso acepciones de la acción de pajarear. Su tercera interpretación dice: “Andar vagando, sin trabajar o sin ocuparse de cosa útil”. Imagino que cuando los primitivos naturalistas y ornitólogos de primera hornada se echaron al monte a descubrir la historia natural, la gente ajena a esos intereses los tacharía de vagos inútiles que solo hacen por mirar bichos. Y me doy cuenta de que en 200 o 300 años esta relación no ha cambiado mucho. Y pienso que siempre habrá quien jalee al rebaño hacia la extinción propia y de todo lo que lees rodea y gente pajareando.

Sigamos, un invierno más, defendiendo aldeas romanas.