PORTADA

El artículo que iba a enfadar a mucha gente.

Hacía muy poco que se habían visto las imágenes de los agricultores leridanos estampando conejos de monte vivos contra las puertas de no sé qué organismo. Esta repugnante acción era parte de una protesta sobre lo que luego los medios afines al mundo cinegético y a los sindicatos agrarios vinieron a llamar “plaga de conejos híbridos”.

Unas semanas antes, la polémica con animales de por medio estaba en los detalles de la llamada “Ley de bienestar animal”. Legislación que, tras limarle las asperezas que podían generar fricciones con los sectores protagonistas del párrafo anterior, se relacionará con lo animal en forma de mascota.

El tema sobre el que iba a tratar este editorial era la enorme distancia que tienen ambos sectores –“agrocazador” por un lado y “mascotista” por el otro- entre los sujetos de los que hablan y la realidad de lo que hablan: los animales.

Curiosamente, ambos grupos tienen una serie de características en común. Los dos tienen un alto grado de influencia sobre la opinión pública (votantes) en sectores muy amplios de la población (votos), lo que les otorga un nivel de fuerza muy notable sobre el poder legislativo (políticos). Además, tanto los unos como los otros comparten el rasgo común de que, como grupos de personas -masas, no como individuos- sus opiniones y actos están regidos por cosas como sentimientos, negocios, aficiones, querencias o motivaciones psicológicas.

La chispa del tema del editorial iba a ser que pondríamos de manifiesto que esos sentimientos, negocios, querencias o motivaciones psicológicas son estrictamente humanos. Que ningún zorro, petirrojo o salmón entiende o comparte tales asuntos. Y el giro dramático del texto vendría cuando afirmásemos que eso, mirar a los animales única y exclusivamente desde puntos de vista humanos, prescindiendo de lo que realmente les importa a los animales (comer, beber, copular y sobrevivir al invierno para seguir haciendo lo mismo la temporada siguiente) es la famosa acción de “humanizar un animal”. Que “mascotizar” y cazar son las dos caras de la moneda de curso legal entre muchos de los que dicen amar la naturaleza. Que ambas cosas son el espíritu Disney en su máxima expresión.

Solo pensar en la cantidad de cerebros que explotarían al leer que desear disponer del amor de un corzo es igual de “humanizante” que querer poner sus cuernas en el salón de casa, sumía a la redacción de esta publicación en un caos de preparativos de medidas y contramedidas defensivas en redes sociales. Nos veríamos obligados a especificar que, lógicamente, no estábamos comparando los valores éticos entre ambos especímenes humanos y que simplemente nos limitábamos a decir que ambas cosas, sentirse en la posición elevada de querer apropiarse de la vida o de la muerte de cualquier animal silvestre es la misma visión antrópica.

Luego aflojaríamos la tensión para ir redondeando el gran final, que no sería otro que recordar que no estaría mal que a la hora de legislar (y votar) se tuviese en cuenta que el papel de los conejos en el ecosistema no es acabar espachurrados contra la cristalera de una consejería ni terminar sus días en un santuario, a salvo de sus depredadores naturales. Pero sobretodo lo primero. Sí, ya sabemos que la ley procesó al fruto de la relación sentimental que tuvieron una piedra y una bolsa de basura y que pasó a la posteridad cuando todos vimos como torturaba a un zorro herido mientras se reía. Lo pateó, lo arrastró por la cola, lo lanzó al aire y lo publicó en redes. Y un juez lo juzgó y él se fue de rositas, o al menos de margaritas. No se abrió el suelo bajo sus pies, ni un dragón le hizo un drakaris mientras trataba de hacer sus deposiciones en la intimidad de su pocilga. Y esos expertos en naturaleza que hacían puré de conejo en las cristaleras de un organismo público tampoco serán procesados: hace falta una ley de bienestar animal para todos los animales.

Lo que estábamos pensando publicar necesitaba de voces con mucho más calado, abrir el discurso hacia aspectos de índole filosófico y estudiar la evolución de la visión científica sobre todo esto. Eso y tener el temple necesario para recibir hostias a diestro y siniestro a mano abierta y cara tapada. Íbamos a abrir un melón para el que no podíamos dedicar tanto tiempo.

¿Y por qué no podíamos dedicarle más tiempo? (Y este es el tema del editorial de verdad)


Un paseo por el Paleártico occidental.
1ª parte. Editorial primavera 2023.



El Vuelo del Grajo inicia con el arranque de la primavera un apasionante proyecto: conocer de primera mano la ecozona en la que estamos imbricados. Durante esta primavera y la correspondiente a 2024, a lomos de La Grajilla, tomándonos nuestro tiempo, viajaremos desde el Trópico de Cáncer hasta el Círculo Polar Ártico con el fin de conocer la fauna y los ecosistemas.

Esta primavera, tal y como delata la portada, nos sumergiremos en los paisajes desérticos del Sáhara Occidental y Marruecos. Dejamos para la siguiente etapa el largo viaje que nos llevará hasta el extremo norte continental de la ecozona en la que vivimos. Para entonces, habremos visitado más de 15 países. Y, sin más ojos que los nuestros, al final del proyecto tendremos una serie de documentales, un buen número de artículos e, incluso, un montón de chispeantes actualizaciones en redes sociales.

¡Pajareo trashumante! ¡Birding overland! ¡Jarana y tira pa´lmonte!