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Editorial primavera 2024

Que de la muerte brote la vida.

No deja de ser paradójico que los que se alían para trabajar por un futuro se llamen conservacionistas y que los que, al menos en apariencia, luchan con ahínco porque nada cambie en el desastre medioambiental se agrupen en torno a banderas conservadoras.

Ayer se pudo escuchar en los noticiarios generalistas que la Eurocámara ha ratificado el acuerdo alcanzado con el Consejo y la Comisión Europea para recuperar el 90% de los hábitats dañados, en el año 2050, con objetivos intermedios del 30% en 2030 y del 60% en 2040. Dentro de esos hábitats dañados tendrán especial importancia los que tienen algún tipo de protección. Lugares como los Parques Nacionales de las Tablas de Daimiel y Doñana o la laguna del Mar Menor, por citar ejemplos autóctonos bien conocidos. La noticia, excelente donde las haya, podría parecer obvia. ¿Quién se opondría a algo así? ¿Qué insensato votaría en contra de un proyecto de este tipo? ¿Sería posible que no se aprobara por unanimidad?

Pues la triste realidad es que, efectivamente, hubo votos en contra. 275 eurodiputados se opusieron a la medida, mientras que 329 daban el visto bueno.

La norma tuvo la oposición de la extrema derecha y la mayor parte del voto conservador, mientras que dos diputadas conservacionistas -de la agrupación de Los Verdes- se abrazaban de júbilo por su aprobación. Ni siquiera todo el Partido Popular Europeo pudo consensuar una posición unánime y 20 miembros de esta formación, provenientes de Alemania, Italia e irlanda, rompieron la disciplina de voto y dieron su sí al plan.

Juan Ignacio Zoido, eurodiputado del Partido Popular de España, decía al respecto que “hay que compatibilizar la sostenibilidad con la rentabilidad”. Y ese es el problema: entender que el futuro tiene que estar supeditado a un estudio de mercado, como si tener una viabilidad de supervivencia no fuese una inversión más que rentable. Es una pelea contrarreloj y en este tipo de situaciones hay que aceptar que no todo el mundo estará satisfecho.

Este hoy y ahora de las filas conservadoras se confirma con el hecho de que cuando el plan comenzó a gestarse eran favorables al él y fueron las crecientes protestas de los agricultores las que cambiaron su parecer. Este cambio de rumbo responde, pues, no a un concepto económico o ideológico real, sino a la intención de echar las redes en el caladero de votos más disputado entre la derecha, cada vez más extrema, y la extrema derecha. Otra hipoteca al futuro, por un buen puñado de votos.

Eso sí, tanto traqueteo durante las negociaciones para su elaboración ha hecho que la norma llegue bastante descafeinada. Por ejemplo, se cayeron por el camino todas las medidas para la reducción del glifosato durante los próximos diez años (2033). Esta decisión choca frontalmente con uno de los objetivos principales de la ley, que no es otra que establecer y desarrollar programas que favorezcan a los insectos polinizadores, antes de 2030.

Las protestas y tractoradas que los sectores primarios han desarrollado por toda Europa podían tener por respuesta una búsqueda del equilibrio entre producción, rentabilidad y sostenibilidad. Si la fórmula de alquimia económica se limita a una pugna entre crecimiento/rentabilidad frente a conservación/moderación y metemos intención de voto de por medio, la situación -como dijo el poeta anónimo- pinta a “negras tormentas agitan los aires, nubes oscuras nos impiden ver”.

Sí: a las barricadas de esta lucha.

Conservar es hablar de futuro. Mantener, cuando no mejorar, lo que queda para que pueda existir un tiempo venidero. Si las decisiones políticas y de gobierno se toman teniendo en cuenta criterios cortoplacistas y moldeadas con forma de asientos de hemiciclo, habrá muchos culos muy cómodamente sentados, pero será imposible poder mirar hacia delante.

Sin embargo y a pesar de todo, esperemos que esta ley de restauración de espacios naturales sea aplicada y sirva de simiente para que, al menos en Europa, nos tomemos este asunto en serio y que, como en la ilustración de Laura Torres, hasta de la muerte brote la vida.