Villafáfila nunca defrauda.

2024, EL AÑO EN EL QUE HAY QUE VISITAR ESTAS LAGUNAS.

Javier Marquerie

07/02/24

En Villafáfila es muy posible que el observador de fauna se quede con el sentido de la vista inoperativo para ver aves. Y no porque el viento polar pueda congelar el cristalino, que también. Ni porque la cencellada se una con la niebla más densa que pueda encontrarse en la estepa cerealista zamorana, que hay altas probabilidades. Ni tan siquiera, porque en verano el fulgor del sol reflejado sobre los cultivos, ya en tonos siena, sea cegador, que lo es. Es más bien el efecto ojo de halcón: la masa de avifauna puede llegar a ser tan grande que el cerebro no te permita fijar la mirada en un ejemplar en concreto. Cuesta acostumbrarse, pero tras este primer y transitorio fenómeno, la visita empieza a ser espléndida.

Este oasis, protegido y bien conservado, es parada obligada para todos los aficionados a la observación de aves. Puede ser muy interesante en verano y durante los pasos migratorios, pero es en invierno cuando el lugar alcanza su mayor esplendor. Ya sea durante el estío o durante el periodo invernal, todo dependerá de la presencia de agua en las lagunas.

Villafáfila es un sistema lacustre endorreico. Las lagunas se deben a una pequeña depresión que hay entre los ríos Esla y Valderaduey. Salinas y de poca profundidad, son perfectas para que las aves las ocupen en cantidades inverosímiles. En una sola visita, el observador puede llevarse para siempre la visión de un bando de unos cientos de cercetas comunes, indecisas ante la elección de dónde amerizar; sumar una cincuentena de avutardas caminando majestuosas; contar -entre silbones, rabudos y frisos- mil ánades y doblar esa cantidad si añade los azulones. Y puede que entre ires y venires durante 48 horas por los caminos, observatorios y carreteras, contabilice nueve mochuelos y cinco búhos campestres, las avefrías pasen de dos mil y los grupos de alondras comunes sean de más de 20 ejemplares. Jilgueros y pardillos, por cientos, y chorlitos dorados compiten en cantidad con los tarros blancos.

Sin dejar de lado las apabullantes cifras, la fama la llevaban los gansos comunes, que hace unas décadas alcanzaban varias decenas de miles, pero que este año en el censo oficial solo han llegado a 370 ejemplares gracias, en gran medida, al cambio climático. Sin embargo, esas cantidades tan elevadas de unas aves tan grandes puede que estuviesen ocultando otros tesoros. Así, en 2024, el documento citado ha arrojado las cifras de 445 grullas, 3.090 chorlitos dorados o 6.408 avefrías. Hasta un total de 17.445 ejemplares ligados a los humedales.

No olvidar que tal movimiento pajaril, tanto trajín y tanta migración hacen que sea un buen lugar para rarezas y aves fuera de su área de distribución habitual. Este año dos flamencos juveniles despistados, una barnacla carinegra y cuatro correlimos de Temminck están siendo las estrellas invitadas.

Si todos estos datos ya hablan de un excelente año para acudir a Villafáfila, la temporada alta de observación podría alargarse hasta el otoño. El conocido crecimiento cíclico de las poblaciones de topillo parece que va a tener lugar en estos meses. Si se da esta situación, se confirma la explosión demográfica de este pequeño roedor, la abundancia de presas hará que la presencia de depredadores se multiplique. El hipotético incremento de rapaces nocturnas y diurnas, ya de por sí abundantes, a las que habría que sumar los carnívoros – zorros, comadrejas y otros mustélidos son frecuentes- que también ampliarían sus poblaciones, harían de Villafáfila un lugar más que imprescindible para añadir a la agenda de fundamentales a visitar este año.

Recursos.

La reserva de Villafáfila tiene una buena red de observatorios que parece que va a aumentar con la implementación de tres más. Están equipados con telescopios que, sorprendentemente, funcionan para que las personas sin equipos ópticos puedan atisbar las lagunas. Pero estos puntos de observación tienen -y si nadie lo remedia, seguirán teniendo- un grave problema: la distancia a la que están situados. Este inconveniente, que menoscaba el interés que despierta el paraje, es debido a una reglamentación que establece una prohibición para la construcción de cualquier elemento, a menos de 50 metros del borde del agua.

La medida, que excede con creces las distancias de observación prudentes para no interferir en el comportamiento de la fauna silvestre, aplicada a un sistema lagunar endorreico como el de Villafáfila, se convierte en un serio contratiempo. Esta longitud se calcula, parece ser, desde el límite histórico del máximo caudal alcanzado, generando unas distancias de observación y fotografía que, en algunos casos, son irrisorias. Mientras que en un año bueno como el actual, los observatorios sobre las lagunas de Rosa y Barillos son aceptables, la de la principal infraestructura para avistamiento de aves de toda la reserva, situada en Otero y que vigila la laguna Salina Grande, es -a pesar de su altura elevada- frustrante para los observadores que carezcan de ópticas muy potentes. Así pues, y por desgracia, una visita de observación a Villafáfila requiere de manera indispensable el uso de telescopio.

La reserva cuenta, además, con las instalaciones de La Casa del Parque (consultar horarios de apertura). Junto a un recorrido histórico por la comarca, comprende unas lagunas que se mantienen con agua durante todas las estaciones, amén de observatorios y caminos que permiten el avistamiento de buen número de especies durante todo el año.

Existe una pista que permite rodear la laguna principal y acceder a otros puntos interesantes, pero la mayor parte de las pistas de la comarca son de uso agrícola. También es verdad que las indicaciones advierten de la circulación restringida, pero nada sobre el uso peatonal y, sin duda, merece la pena darse un paseo por ellas.

Es importante tener en cuenta que, aunque estas vías generalmente están en buen estado, hay que prestar atención a las lluvias, ya que se convierten en auténticos barrizales. Trampas que requerirán de un tractor o una grúa de tres ejes para sacar el coche.

Respecto a alojamientos, la cosa anda bastante mal. Hasta hace poco, el hostal Los Ángeles cumplía las necesidades básicas, pero desde su cierre hay que hacer más kilómetros de los deseados. Sin embargo, la alternativa ofrece una experiencia mucho mejor que la anterior. El hotel Altejo, en el pueblo de inolvidable nombre de Manganeses de la Lampreana, ofrece buen alojamiento a buen precio y con buen servicio de restauración, incluyendo desayuno a horas propias de pajareros incluso en fin de semana. Eso sí, a 14 kilómetros de Villafáfila (pero por la carretera de los mochuelos…).

Y, para terminar, si la jornada requiere una parada estratégica para reponer fuerzas, es muy recomendable hacer una visita al restaurante El Palomar. Menú del día, tapas, un pequeño colmado con bienes imprescindibles (queso, vino, cepillo de dientes y algunos dulces tradicionales) y una impresionante colección de camisas de culebras.

Tener la suerte de ir por primera vez y descubrirlas o regresar a ellas por enésima vez, ¡qué más da!: reserva un par de días para ver uno de los atardeceres más impresionantes de panorama pajarero ibérico.