CRÓNICA 18/01/24

AEFONA se pasea por las Tablas de Daimiel.

LA ASOCIACIÓN DE FOTOGRAFÍA DE NATURALEZA SE REÚNE EN EL ENTORNO DEL PARQUE NACIONAL.

Aún con la noche cerrada rodeándolo todo, los vehículos de los socios de AEFONA se dirigían a la entrada del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel. Este espacio, que ostenta la máxima protección desde el año 1973, tiene la buena cosa de ofrecer un área de interés suficientemente amplia, para que el visitante pueda disfrutar de la fauna y flora y hacerse una idea muy real del Parque Nacional y los motivos de su protección, sin que eso suponga abrirlo a la vorágine de curiosos, observadores y fotógrafos.

Porque siempre conviene recordar que los fotógrafos de naturaleza y fauna silvestre podemos llegar a ser un elemento muy dañino. Ya sea de forma puntual o continuada, o por la gestión que hagamos de nuestra afición o profesión -en cualquier caso, pasión- los fotógrafos, si nos descuidamos, nos convertimos en un agente nocivo para la biodiversidad. No hace falta profundizar en este punto: lo sabemos propios y ajenos.

Por eso, ahora que este tipo de actividad está tan en boga, es imprescindible la existencia de asociaciones como AEFONA. Velar por una práctica sensata de la actividad es defender su continuidad. Y proponer un desarrollo sostenible de este tipo de fotografía es cuidar de su futuro. En el caso de AEFONA, la preocupación -que podríamos llamar fundacional- por mantener una línea de reafirmación del potencial conservacionista de la fotografía, así lo manifiesta. Ahí queda el decálogo sobre fotografía ética, que debería ir impreso y adjunto con cada objetivo de más de 400mm de distancia focal que se venda.

AEFONA tiene reservado con carácter perenne el puente de diciembre, el de la Constitución, para celebrar su congreso anual. Todos los años, como una tradición, fotógrafos y fotógrafas de naturaleza ponen rumbo allá dónde la Junta Directiva propone. Esta era la ocasión número 31. Durante los días del evento, además de la junta anual de socios, se suceden conferencias, exposiciones, presentaciones y mesas redondas. Ya sea a través del concurso de la asociación, de la expo temporal, de los libros o las introducciones a sus trabajos dentro del programa oficial, los miembros aparcan por unos días los visionados vía Instagram y practican el excelente ejercicio de la contemplación del trabajo de los demás en directo. ¡Qué manera de aprender!

La asociación está viva y se actualiza. Hay socios, fotógrafos de la vieja guardia, que recuerdan lo difícil que era todo cuando había que pelearse con las diapos. El vídeo y los drones culebrean entre las instantáneas abriéndose hueco. Los asistentes permanecen absortos ante la brillante calidad de la joven fotógrafa, que se convierte en referente instantáneo. Todo junto a jóvenes fotógrafas y fotógrafos marcando el ritmo del futuro con sólidas ideas. ¡Qué manera de aportar y trabajar por la asociación!

Una concienzuda organización y un uso de los contactos muy adecuado. Se manejaba la posibilidad de que los más interesados en entrar en el Parque Nacional pudieran acceder, de manera excepcional y en número limitado, a algunas partes de la zona de reserva. Finalmente se anuló. Por lo visto, el nivel de desecación del Parque y la proporcional ausencia de fauna hacían más recomendable la visita a la zona abierta al público: “A nadie le gusta que vean su casa sin barrer”, parece ser que comentó el enlace en el organismo público.

Rompiendo la oscuridad, la luz de los faros iluminaba una interminable cantidad de cultivos alineados, filas paralelas de árboles de dimensiones ridículamente iguales, como parterres versallescos, pero con el suelo roturado, en lugar de cuidado césped. A través del rabillo del ojo, el ritmo constante del pasar del ejército de ramas entra en la materia gris creando una vibración que no ayuda, en absoluto, a mantener la forzada vigilia.

Son olivos jóvenes. De intensivo, con su regadío y dimensionados para que la máquina que lo hace todo pase entre ellos recogiendo el fruto. Arrancaron los viejos. Este nuevo sistema es mucho más rentable. Se apuesta todo a unos pocos años de vida del árbol, se exprime a tope y en unas temporadas se reemplazan. No se dejan crecer en altura y, vistos desde arriba, son como un seto -estrecho, largo y cuadriculado- para que la máquina pase entre ellos sin posibilidad de engancharse con las ramas. Una planta de producción robotizada al aire libre.

Entre sus inconvenientes, las aves que se refugian en ellos por la noche y que mueren al ser sorprendidos por el robot vareador durante la recolección nocturna. Nocturnidad por intensivo y porque, dicen, se extrae más aceite debido al fresco de la noche.

Divididos en dos grupos, los socios caminan al amanecer por los senderos y pasarelas del Parque. Hay un interés especial por ver a las grullas. Sorprendente, no es el mejor lugar para ello. El cielo es gris plomo y el sol solo asoma de forma ocasional y muy desganado. Grullas y gansos rompen el silencio y atraviesan el cielo, muy bajos. Patos colorados nadan tranquilamente. Todos los habitantes parecen estar, hasta cierto punto, acostumbrados a la presencia humana, incluida la confiada pareja de cerceta pardilla. Personas con cámaras de fotos en un día perfecto para tomar instantáneas.

En el último tramo del recorrido, casi junto a la salida, se escucha un borboteo grave, profundo. La zona abierta al público general del Parque Nacional se mantiene con agua gracias al aporte artificial. Se riegan cultivos artificiales y se riegan artificialmente sistemas lagunares naturales.

Olivos en regadío. Aves muertas y regadíos junto, pegado, a un Parque Nacional que se muere de sed. Arriba decía “desecado” y no “víctima de la sequía”. No era un error.

Ojalá fuera tan fácil actualizar los criterios y protocolos encaminados a asegurar el futuro y buen estado de un espacio natural como lo es en el caso de una asociación.


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