CONSERVACIÓN. 18/10/25

Desgañitándonos por la biodiversidad .

PAISAJES EN TRANSFORMACIÓN: BIODIVERSIDAD FRENTE A LA ACELERACIÓN DEL CAMBIO.

Esa es la sensación cada vez que voy al campo, ya sea porque mi trabajo lo requiere o porque tengo necesidad vital de él (me declaro yonqui incondicional del olor a pasto y jara): todo avanza a un ritmo vertiginoso, como si la humanidad se hubiese negado en rotundo a levantar el pie del acelerador.

Donde antes había un viñedo tradicional, hoy encontramos diez veces más, pero cultivado en intensivo.

Donde antaño crecían olivos dispersos, ahora se alzan barreras de setos a los que ordeñar aceitunas.

Y ante todo este boom de cultivos superintensivos, la gestión del agua queda a merced de intereses políticos, dejando en manos de las sufridoras y sufridores la lucha diaria por la regulación de un bien tan escaso. Incluso ante la recuperación puntual de acuíferos tras periodos lluviosos, surge una inquietud: ¿servirá este alivio momentáneo como excusa para perpetuar el derroche y la explotación?

Comienzo poniendo sobre la mesa la afección que una falta de gestión agrícola genera sobre la biodiversidad ligada a estos usos de suelo, dado que la celeridad de los cambios que estamos presenciando no favorece en absoluto a la misma.

La velocidad de los cambios: renovables y biodiversidad

Por supuesto, a este escenario de cambios agrícolas se suma el avance imparable de los proyectos de energía renovable. Por todas y todos es sabido que necesitamos alternativas limpias para paliar el gasto energético tan elevado asociado al ritmo de vida que actualmente (porque queremos o no nos queda otra) llevamos. Y en este punto no podemos ser hipócritas: ninguna ni ninguno vamos a renunciar a la tecnología, bien porque nos gusta, nos facilita la vida, o bien porque no nos queda otra debido a trabajo, hijas, hijos, obligaciones… o debido a esa desgana generalizada, o a la falta real de alternativas para ir en contra de lo que impone la sociedad en su conjunto.

Y esto es algo que las grandes energéticas saben, y por ello también pisan el acelerador del avance del desarrollo en todo su conjunto.

Plantas solares fotovoltaicas, parques de aerogeneradores, proyectos híbridos, plantas de hidrógeno verde… sabemos cuán necesarias son las alternativas de consecución de energía limpia para paliar el gasto energético que acompaña a la evolución imparable de la tecnología. Pero igual de importante es saber cómo, dónde y cuánto.

No todo vale.

Y he de decir que en muchos casos es fruto del desconocimiento real por parte de las energéticas en materia de medio ambiente, y también por la competencia voraz entre «profesionales» por ser partícipes en estos proyectos, ejecutando estudios de línea base de biodiversidad que deberían ser fundamentales para determinar la futura afección… pero que en demasiadas ocasiones son meras formalidades.

En fin, lo de siempre: «Don Dinero» sigue siendo el mayor atractivo para la gente sin ética, «profesionales» para los cuales todo vale.

Por suerte, poco a poco muchas empresas energéticas están solicitando formación específica en medio ambiente y exigiendo la ejecución seria de esta parte tan fundamental a expertas y expertos con criterio.

¡Y es aquí donde las administraciones juegan un papel indispensable!
La necesidad de un criterio técnico unificado, de una planificación estratégica que oriente el buen hacer de los trabajos a desarrollar, de facilitar datos ambientales necesarios para evitar al máximo las afecciones generadas… Un criterio compartido que permita la correcta gestión de todo cuanto incumba al desarrollo de las renovables.

Actualmente, a la hora de evaluar un proyecto de energías renovables, además de la afección que va a generar a la biodiversidad presente en el ámbito de ejecución, hay que tener en cuenta otro factor: el paquete de medidas compensatorias al impacto desarrollado.

Estas medidas compensatorias, en función de la experiencia y eficacia del equipo que las desarrolle, pueden paliar la afección generada y además blindar aquellas áreas que resulten ser Zonas Relevantes para la Avifauna (concepto desarrollado por Biodiversity Node), garantizando así su protección frente al avance de otros proyectos que supongan un cambio del uso de suelo actual.

Pero repito: en muchas ocasiones no son más que un premio de consolación al daño ocasionado.

Agricultura y ganadería: avances necesarios… ¿pero a qué precio?

La mayor parte de los cambios que estamos presenciando en nuestro paisaje confluyen en áreas de poco relieve, territorios que antaño estaban dominados por los cultivos cerealistas en extensivo y por vastos pastizales naturales, donde se respetaba el ritmo de la tierra y no se la exprimía hasta dejarla yerma.

Durante generaciones, agricultores y ganaderos hicieron un uso consciente del suelo, permitiendo que la tierra respirase y se regenerase. Gracias a esa relación de respeto mutuo, surgía una biodiversidad sobresaliente, una riqueza de flora y fauna que acompañaba el esfuerzo humano, configurando paisajes esteparios únicos en Europa. Hoy, sin embargo, el vértigo de la producción intensiva amenaza con romper para siempre ese equilibrio ancestral…

Cuando voy a realizar trabajos de campo, me encanta hablar con agricultores y ganaderas de antaño. Personas que son las auténticas vigías del campo (aquí hago un inciso: para mí, las vigilantes y sabias del campo han sido siempre aquellas ligadas por un amor sin igual a la tierra que trabajan), y espectadoras, algunas de ellas, del cambio sin precedentes que están sufriendo las tierras que los han visto envejecer.

Ellos te recuerdan la pobreza actual ligada a la biodiversidad…Donde ahora ves siete “avetardas”, antes había doscientas como poco… ¿Y “asisones”? Nah, ahora ves grupitos de siete u ocho (cierto que este invierno, en los Llanos de Cáceres, vimos un grupo de 76, y la semana anterior, Martin Kelsey —ornitólogo a quien admiro muchísimo— vio en el mismo sitio unos 180 ejemplares), cuando antaño, el silbido vibrante de centenares de sisones en vuelo acariciaba las lomas.

La percepción de los que viven y sienten el campo confirma que no es una exageración: la biodiversidad esteparia se apaga.

Durante generaciones, agricultores y ganaderos hicieron un uso consciente del suelo, permitiendo que la tierra respirase y se regenerase.(…) Hoy, sin embargo, el vértigo de la producción intensiva amenaza con romper para siempre ese equilibrio ancestral…

Lo curioso de todo esto es que la gran mayoría de cambios de uso de suelo asociados a la agricultura no conlleva ni tan siquiera medidas compensatorias.

¿Dónde queda entonces el equilibrio?

¿Por qué esta supremacía histórica de la agricultura frente a la conservación de la biodiversidad?

Nunca he estado en contra de los avances en términos agrícolas. Volvemos a lo mismo: no podemos caer en la hipocresía de quererlo todo, una biodiversidad óptima y al mismo tiempo alimentos de calidad y accesibles. Pero existen los términos medios, ¿no?

Todo radica en la correcta gestión llevada a cabo por técnicas y técnicos especializadas. Aquí entra de nuevo la parte administrativa:

¿Hasta qué punto interesa hacerlo bien?

¿Cuánto de bien han hecho realmente las políticas agrarias?

¿Son una verdadera declaración de intenciones o se quedan en papel mojado?

¿Están las administraciones a la altura de ejecutar un régimen de políticas agrarias que respete el medio ambiente, sin perjudicar a agricultoras, agricultores, ganaderas y ganaderos?

Muchos cabos siguen sueltos, dominados en demasiadas ocasiones por intereses a corto plazo.

La velocidad del cambio: un límite para la biodiversidad

Hablando con amigos del sector —ornitólogas, consultores, técnicas de la administración—, todas y todos concluimos con argumentos similares. La fauna y flora ligadas a ambientes esteparios, en el caso de la península ibérica, han ido adaptándose durante siglos a los cambios ejecutados por el hombre, dado que los usos agrícolas y ganaderos tradicionales mantenían cierta estabilidad temporal.

La velocidad de las transformaciones era asumible para las especies esteparias, facilitando su adaptación progresiva. Y ahí reside el problema actual.

Los cambios ejecutados en estos hábitats de interés para especies como el sisón común, la ganga ortega e ibérica o la avutarda común (por no nombrar a joyas más discretas como la alondra ricotí o el alcaraván común) se están sucediendo a un ritmo incompatible con su capacidad adaptativa.

Los motivos son múltiples:

• Ausencia de pastoras y pastores que modelen los hábitats mediante el pastoreo extensivo.

• Aumento del ganado vacuno en grandes números, generando compactación del suelo y abuso de medicación antiparasitaria, que a su vez reduce la entomofauna vital en los periodos reproductivos de muchas aves.

• Abuso de biocidas y pesticidas.

• Microparcelación y fragmentación de hábitats.

• Aparición descontrolada de monocultivos superintensivos.

Y un largo etcétera, conocido ya de sobra por quienes trabajamos cada día en el campo.

Sociedad y conservación: dos caminos que deben encontrarse

Pero ¡ojo! Vuelvo a incidir en que mi crítica no está dirigida al avance de la agricultura y la ganadería, sino a la gestión de dicho avance.

Los cambios ejecutados en estos hábitats de interés para especies como el sisón común, la ganga ortega e ibérica o la avutarda común se están sucediendo a un ritmo incompatible con su capacidad adaptativa.

Nunca fui radical en mi forma de expresar o de hacer mi trabajo, pese a haber sido testigo de auténticas faltas de respeto hacia nuestro medio natural —por decirlo de manera sutil—.

Creo firmemente en que es una necesidad de primer orden alcanzar un equilibrio real entre el desarrollo en todas sus facetas y el fomento de la biodiversidad.

Y creo también que hay que involucrar en este esfuerzo a toda la sociedad. Porque es en las gentes de los entornos rurales, de esas tierras que queremos proteger, donde debe recaer buena parte de la responsabilidad del cuidado del medio.

Por eso, quienes de una u otra manera estamos trabajando activamente por alcanzar ese equilibrio, debemos transmitir la importancia del papel que cada persona tiene en esta misión fundamental.

Qué gran verdad encierra aquella frase: “se defiende lo que se conoce”.

Cuanto más conozcamos los valores naturales que nos rodean —ya sea como fuente de recursos económicos, o simplemente por el orgullo de vivir en zonas de riqueza biológica excepcional— más natural será asumir el compromiso de mantenerlos.

Como dijo Rachel Carson, pionera de la conciencia ambiental moderna: «El ser humano forma parte de la naturaleza, y su guerra contra ella es inevitablemente una guerra contra sí mismo.».

La divulgación y la educación ambiental no son un complemento: son una necesidad. No sólo en centros educativos, sino también de manera generalizada, en grandes ciudades y en pueblos de la llamada España vaciada. Porque ante el avance del desarrollo, es la gente del entorno quien puede parar o, al menos, gestionar adecuadamente el mismo. Son ellas y ellos —las propietarias y propietarios de los terrenos, los habitantes de los pueblos— quienes tienen mucho que decir y aportar.

No es un grito contra el progreso. Es un grito por su gestión

No se trata de un movimiento para frenar el avance. Se trata de gritar hasta desgañitarnos sobre las consecuencias de su falta de gestión. De entender que mantener y fomentar la biodiversidad no es un capricho de los ecologistas, como algunos sectores más rancios pretenden hacer ver. Es un bien común, que hemos de proteger.

Entre todas y todos debemos evitar que se impongan las primaveras silenciosas.

Porque, aunque resulte más complejo y exija una mayor inversión de tiempo y voluntad, es posible alcanzar una convivencia real entre el desarrollo y la biodiversidad. Es fundamental abogar por la creación de estrategias efectivas, consensuadas y validadas por todos los sectores implicados.

Por qué seguimos luchando

Va por todos.

Por la necesidad de seguir yendo al campo a disfrutar de bandos de cientos de “asisones”, de áreas de posío y de arvenses, de ruedas de avutardas y de cantos acuosos de gangas ortegas en vuelo.

Va por los madrugones para escuchar a las escasas alondras ricotí, y por el resurgir de pastoras y pastores que guíen rebaños de ovejas para que la palabra «escasa» deje de acompañar su nombre.

Va por seguir siendo testigos de los vuelos acrobáticos de los aguiluchos cenizos, esos pases de ceba del macho a una hembra paciente, apostada en un frondoso cereal o, con suerte, en alguna zona palustre que resista a las gigantes cosechadoras.

Va por una sociedad que crea de verdad en la importancia de mantener un medio natural sano, vivo, biodiverso.

Por la salud del planeta, que en última instancia es nuestra propia salud.

Es un esfuerzo de todas y todos. Recuperar la vitalidad de un país —por centrar los esfuerzos en nuestro entorno más cercano— con una riqueza natural impresionante, única…, pero también enferma.

Por suerte, aún reacciona rápido a una dosis de buen hacer. Dosis que debemos administrar sin demora, antes de que algunos de sus síntomas se vuelvan irreversibles.

Porque levantar el pie del acelerador no es renunciar a avanzar.

Es elegir el rumbo correcto.

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