EXPERIENCIAS

Dos días para ver aves en Fuerteventura.

NUESTROS OBJETIVOS: HUBARA Y TARABILLA CANARIA.

Buscar una gran ave y un pequeño endemismo en una isla desértica y tener solo un día y medio para conseguirlo. Un productor cinematográfico con ánimo de cercenar su carrera profesional podría ver un buen guion en un planteamiento así. Para un pajarero es, sin duda, la sinopsis de un fin de semana movidito.

La magnífica hubara.

Preparación del viaje.

El motivo principal del viaje a la isla era asistir a la IV Muestra de Cine Medioambiental de Fuerteventura, organizada por AVANFUER (Asociación de Voluntarios de Ayuda a la Naturaleza de Fuerteventura) y Birding Canarias, donde El Vuelo del Grajo presentaba su documental La osa que dejó una huella en el cielo. El programa de actividades dejaba libre una mañana, a la que se sumamos un día completo, añadido con el fin de poder tener tiempo suficiente para conocer la fauna de la isla.

Como siempre, el primer paso fue hacernos una idea de lo que podríamos ver y dónde verlo. Tras el estudio detallado de los datos obtenidos en ebird.org y otras páginas, pasamos a la búsqueda sistemática de blogs, webs de empresas y aficionados al pajareo. La suerte fue dar, por indicación directa del propio autor, con la página de Juanjo Ramos y en concreto con la explícitamente titulada: Dónde y cuándo observar aves en Fuerteventura. Ahí están todos los datos necesarios para ponerse sobre el terreno.

El siguiente paso fue transcribir esos puntos y rutas recolectados a nuestra app GPS de referencia. De esta manera, si la memoria o la conexión de datos falla, siempre puedes echar mano a esta utilidad. Nosotros usamos GAIA, que nos permite, además de apuntar coordenadas exactas de manera muy sencilla, trazar rutas en el mapa, delimitar áreas de búsqueda y añadir a cada una de esas funciones un listado de especies o notas a tener en cuenta.

Tarabilla canaria, macho.

Observación de aves en Fuerteventura.

El trabajo de campo arrancó con una visita a la Reserva Ornitológica de la Finca Verdeaurora. Dado lo sorprendente de esta iniciativa, El Vuelo del Grajo le dedicará próximamente un artículo en exclusiva.

El siguiente punto de interés estaba marcado en el Barranco de Río Cabras, situado al Sureste de Puerto del Rosario y muy cerca de esta ciudad. Abordando el barranco por varios puntos, haciendo paradas y dejando el coche para realizar transectos a pie, el observador tendrá muchas ocasiones para dar con la tarabilla canaria, especie endémica de la isla. Con un pequeño, pero continuo, caudal de agua, el Cabras mantiene verde todo su curso.

Hablando con pajareros y ornitólogos que conocen bien el terreno, teníamos la certeza de que el Cabras era el sitio y de que no tardaríamos en ver a la tarabilla. El arroyo pronto se va hundiendo en una garganta y el camino te eleva. Las ardillas de Marruecos, animal muy frecuente en la isla y del que pudimos ver ejemplares hasta en las zonas más inhóspitas, asomaban sus cabezas de grandes ojos desde detrás de cualquier piedra manteniéndose, ellas, vigilantes, y nosotros muy entretenidos.

En el silencio, el zumbido veloz del batir rotundo de alas: hasta tres pares de vencejos unicolor nos pasaron rozando la cabeza aprovechando el angosto vallejo como buffet. No lo puedo impedir. Sean de la especie que sean, ver vencejos siempre me emociona.

En un lugar donde el río formaba una s pronunciada, en una arboleda contigua a una casa de labranza, iban y venían gorriones morunos, pardillos y tórtolas, mientras que por el suelo andaban los camachuelos trompeteros y unas terreras marismeñas. En la segunda curva de ese momento del río, dos herrerillos canarios se obstinaban en expulsar de su territorio a una bisbita caminera, mientras un cernícalo parecía valorar las posibilidades alimenticias de ese ajetreo.

Cerca de un basurero -donde conviene echar un vistazo por la más que posible presencia de alimoches y, quizá, una especie curiosa de gaviota- otro tramo del riachuelo, gracias a una represa, forma una pequeña lámina de agua, punto de reunión de limícolas y donde un guirre inmaduro nos premió con unas vueltas bastante bajas.

La mañana había terminado y una mancha herrumbrosa y fugaz entre los tamarindos fue todo lo que puede que nos indicara la presencia de la tarabilla. Obviamente, seguía pendiente.

Tarabilla canaria hembra y curruca tomillera.

Segunda jornada: a la estepa semidesértica.

Junto a la Saxicola dacotiae, el ave más significativa de Fuerteventura es la Chamydotis undulata. Además, se trata de una hubara de una subespecie diferente –fuerteventurae– de la que habita los desiertos norteafricanos. Para localizarla optamos por los llanos al noroeste del Tindaya.

Esta llanura se recorre básicamente a través de dos caminos que se entrecruzan en el centro. A baja velocidad y con cuidado, tanto en la observación como en vigilar no dejarse los bajos del coche en cualquier bache o piedra, el árido paisaje requiere de buenas ópticas y escanear meticulosamente. Es recomendable, para estos parajes tan abiertos y expuestos, siempre que sea posible, incluir en el equipaje un trípode y un telescopio.

La bienvenida nos la dieron las madrugadoras gangas ortega en vuelo nada silencioso, mientras que numerosas terreras marismeñas y bisbitas camineras animaban la pista.

La semana antes de nuestro viaje había llovido como hacía siete años que no lo hacía. Pequeños brotes verdes luchaban por quitarse piedrecitas de encima y por momentos algunas zonas querían parecer teñidas de un tono ligeramente verdoso. Todos los animales se mostraban encendidos y sumidos en una sorprendente hiperactividad.

Escapando de este sindiós sexual fuera de temporada, un grupo de corredores saharianos hacían lo que mejor saben hacer. Que tanto revuelo y jolgorio no es bueno para pasar inadvertido.

Las condiciones de vida extrema de zonas áridas hacen que el instinto reproductivo se prenda, como poderoso motor vital, tan pronto como los ejemplares reproductivos huelen la certeza de que la presencia de alimento está asegurada durante las semanas siguientes. Esto explicaría que la primera hubara que avistamos estuviese haciendo la llamativa y graciosa carrera del señorito en que consiste su cortejo. Y un poco más lejos, otra. Y al lado de esta, lo que sin duda era una hembra, corriendo en dirección opuesta huyendo de este inopinado desparrame hormonal en pleno mes de octubre.

Escapando de este sindiós sexual fuera de temporada, un grupo de corredores saharianos hacían lo que mejor saben hacer. Que tanto revuelo y jolgorio no es bueno para pasar inadvertido.

Un cambio de posición de observación, buscando el sol en mejor punto y esperando continuar con esa inmensa suerte que nos acompañaba en la mañana, solo nos sirvió para apuntarnos un precioso ejemplar de lagarto atlántico. En cuanto a aves tan espabiladas como la gran hubara, la cosa se terminó en cuanto un cazador cercano decidió acabar con un par de perdices morunas. ¿Cómo se permite la caza en un entorno tan delicado y amenazado como es una estepa semidesértica insular?

Aun así, pudimos tener un par de excelentes observaciones a corta distancia, pero con comportamientos muchísimo más discretos.

Instinto.

El tiempo pasaba y la tarabilla canaria seguía sin aparecer. Alguno amenazaba ya con proclamar a los cuatro vientos y entre pajareros de renombre y prestigiosos colaboradores de esta revista que “el grajo estaba cojo”.

En el año 2000, cuando todo era ya diferente y la ley y las obligaciones sociales y civiles habían conqSin entender del todo que significaba ese prototipo de sambenito y sus consecuencias sociales, y acuciado por la realidad de que solo quedaban dos horas de luz, tiramos al barranco más cercano a nuestro alojamiento. En los mapas digitales figuraban en ese arroyuelo un par de explotaciones ganaderas: si hay ganado, hay agua y hay comida. Y si esa tarabilla se parece en algo al resto de tarabillas, el sitio tenía que ser el adecuado.

Y allí la encontramos entre la luces rosas y malvas del atardecer.

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