Texto
Alfonso Rodrigo.
CÓMO HEMOS EVOLUCIONADO LOS PAJAREROS EN LA RECOGIDA DE DATOS.
Salvo las generaciones más recientes de aficionados a la naturaleza, cualquiera que naciera antes de los años noventa ha visto antes o después o, incluso, ha tenido en sus manos, los míticos cuadernos de campo de Félix Rodríguez de la Fuente, ilustrados magistralmente por Iván Fernández de la Viña. En mi opinión, este último, debió tener más reconocimiento del que se llevó, como mucha otra gente que trabajó alrededor de la estrella mediática, pero ese es otro tema que no toca hoy. En aquellas libretas, de manera artesanal, se nos presentaban notas manuscritas acompañadas de increíbles dibujos de fauna. En los textos se describían los comportamientos de los animales que se observaban, así como otros datos que pudieran aportar información, más o menos “científica”, al estudio de tal o cual especie. Los niños y jóvenes de los setenta y ochenta “mamamos” esa forma de generar recursos en pos del conocimiento de nuestra fauna. Se nos inculcó una manera sencilla de sumar a la cultura de la biodiversidad.
Bad Religion en directo con Greg Graffin al frente.
Yo pertenezco a esa generación de Félix. Quedé hipnotizado desde muy pequeño con sus documentales y bebía lo vientos por su oratoria. Todos los fans queríamos ser naturalistas de mayores y una manera sencilla de empezar era escribiendo nuestros primeros cuadernos de naturaleza.
La primera vez que escribí notas de campo fue una primavera a mediados de los ochenta, antes de cumplir los diez años. En la terraza de enfrente de mi casa, en un tercer piso, una pareja de colirrojos tizones decidió sacar a su prole a una vieja maceta abandonada. ¡Tenía ante mí la oportunidad de aportar mi granito de arena al conocimiento de la biología del colirrojo tizón! Recuerdo perfectamente esa sensación de sentirme como un explorador ante el hallazgo de algo completamente singular. Por supuesto, le pedí a mi madre que me comprara una libreta; pero no una cualquiera. Yo quería una de esas de tapa negra, sin alambres y con una goma para cerrarla, o sea, “como las que llevaba Félix” -una clásica Moleskine-. El boli tampoco podía ser cualquiera. No me conformaba con un Bic y solicité algo más “académico”, un bolígrafo que hiciera un trazo como si fuera una pluma. Todo muy decimonónico.
Con mi “kit de naturalista” compuesto por libreta, bolígrafo negro de calidad y mis primeros prismáticos, unos “rusos” de 8×30, pasé decenas de horas sentado en una silla de playa en mi terraza sin quitar ojo al balcón de enfrente y a esa maceta solitaria y vacía colgada de la pared, en el rincón más sombrío. Recuerdo que los primeros días eran tediosos. La hembra incubaba mientras el macho le hacía relevos, pero muy pocos. Yo, obviamente, apuntaba todo eso: “el macho releva a las 11:37 horas, la hembra se va y baja a los jardines a alimentarse durante 13 minutos; vuelve al nido y se va el macho a las 11:52 y sube a la cornisa y se pone a cantar durante 16 minutos…”. Lo bueno vino cuando nacieron los pollos y mi actividad se aceleró con ellos a medida que crecían: “ceba la hembra a las 19:12; ceba el macho a las 19:23; ceba otra vez el macho a las 19:36 y se lleva un saco fecal; ceba la hembra y solo levanta la cabeza un pollo…”. El trabajo se había multiplicado, pero yo era un auténtico científico experto en colirrojos tizones. El día que saltaron los pollos del nido y empezaron a moverse, primero por la terraza y después por todo el edificio, ya fue la hecatombe porque ahora tenía que estar atento a muchos puntos a la vez. Pero yo quería hacer ciencia y esos discretos pájaros me lo permitían. Tenía un cuaderno de campo donde, además de escribir datos con todo el rigor que lo puede hacer un niño, hacía dibujos de lo que veía.
Cuaderno de campo de Félix en la serie “El Hombre y la Tierra”
Esa fue mi primera libreta de campo y, a partir de ahí, vinieron muchas más, hasta formar toda una biblioteca de cuadernos con mis apuntes. “Félix estaría orgulloso de mí”, pensaba.
Pero Félix no fue el primero en hacer cuadernos de campo, obviamente. Mucho antes que él lo hicieron los grandes naturalistas y exploradores de la historia de la humanidad. Ya Plinio el Viejo tomaba notas de las aves que observaba y eso no es otra cosa que un cuaderno de campo. Por mi parte, con los años y cuando llegó el primer ordenador a casa, compatibilicé mis libretas con la introducción de registros en una base de datos creada en Access, donde además de tenerlos ordenados podría manejarlos con rapidez, sin necesidad de pasar y pasar hojas. Si, por ejemplo, quería sacar todas las observaciones de codorniz, solo tenía que hacer un filtrado y lo tenía todo gracias a un movimiento de ratón. Así que volvieron las horas del tedio y pasé, ni corto ni perezoso, todos mis cuadernos de campo, los que tenía hasta ese momento, a esa base de datos. Durante unos cuantos años sucesivos, mi rutina después de llegar del campo fue completar el cuaderno y, en cuanto tenía un hueco, pasarlo todo al ordenador. ¡Me había modernizado y entraba en el siglo XXI siendo un animal digital! Mucho fardé de mi Access frente a los cuadernos de campo tradicionales de la mayoría de mis amigos, por muchas ilustraciones que tuvieran -algo que, obviamente, yo dejé de hacer en cuanto me senté delante del ordenador y renuncié a las hojas de papel-.
Félix no fue el primero en hacer cuadernos de campo (…) Ya Plinio el Viejo tomaba notas de las aves que observaba y eso no es otra cosa que un cuaderno de campo.
Y llegó internet. Y con la conexión en casa llegaron los foros donde compartir datos y conocimientos con todos los aficionados a la observación de aves del país. Y esa transmisión de información se volvió rápidamente de tal calibre que yo comencé a viajar por el territorio nacional y multipliqué mis observaciones de aves a la misma velocidad. Consecuentemente, se multiplicó también el trabajo del cuaderno de campo –ya sin el más mínimo rastro de figuras- y de pasarlo luego al Access. Por no hablar de que no era lo mismo gestionar una salida de campo con 35 especies que con 85, donde muchas veces aportas menos detalles por mera pereza, debido a que con el aumento de la experiencia la detección de aves se multiplica por diez. Todo se volvió muy engorroso.
E internet saltó a los teléfonos móviles que se habían democratizado ya, siendo asequibles para la mayoría a principios de siglo, y se convirtieron en smartphones durante la segunda década. Y con la posibilidad de hacer consultas en el momento en cualquier punto de la geografía, nacieron varias webs, con sus respectivas apps un poco más tarde, que nos iban a servir como cuaderno de campo.
Entre ellas nació eBird (año 2002). Primero fue una gran base de datos exclusiva para el hemisferio occidental pero rápidamente se expandió por todo el globo. Con la aparición de la web, el éxito que tenía y el rápido avance de la tecnología de los smartphones, rápido se creó una app que permitía a los observadores de aves añadir los datos de lo que iban viendo en tiempo real. Y, con un solo click, podía compartirlo al instante y su lista de observaciones se añadía a dicha base al momento, quedando disponible para la consulta de cualquiera que estuviera dado de alta. El precursor de eBird es el Laboratorio de Ornitología de la prestigiosa Universidad de Cornell, en Ithaca, Nueva York, en Estados Unidos. Y es prestigiosa, al menos para mí, porque, entre otras muchas cosas, en ella se doctoró nada menos que Gregory Walter Graffin, más conocido como Greg Graffin, el cofundador y vocalista de la mejor banda de punk-rock, al menos para mí también, de la historia, Bad Religion. Su tesis trató sobre biología evolutiva. De hecho, una de sus aficiones reconocidas es la observación de aves. Actualmente, es profesor de ciencias en la Universidad de Los Ángeles y el resto del tiempo lo dedica a componer canciones de reconocida crítica social, religiosa y política y a poner patas arriba al público que osa colocarse ante el escenario donde toca su banda, con la que lleva más de 45 años.
Greg Graffin en la biblioteca de la Universidad de Cornell con su libro Punk Paradox. Cornell es la entidad detrás del universo eBird, Merlin y Birds os the world (BoW)
El asunto estaba claro: “¿un cuaderno de campo global gestionado por una universidad?”. Acababa de nacer la “ciencia ciudadana” de manera digital, siendo además rápida, precisa y sencilla. Y, puntualizo, de “manera digital” porque ya unas décadas antes muchas personas, voluntarias en su mayoría y sin titulación académica en ciencias en muchas ocasiones, trabajaron de manera altruista en la recolección de datos de especies y lugares de interés. Por ejemplo, aquí en España, SEO lo hizo con sus programas de seguimiento de aves, censos de especies protegidas o para el Atlas de Aves Reproductoras de España (donde también participé a finales de los noventa) coordinando a una gran comunidad de personas que no hacía otra cosa que ciencia ciudadana; término que hace referencia a la participación del público en general, en actividades científicas.
Sin duda, eBird y su app han supuesto la mayor revolución en la recopilación de datos de aves de la historia. Hoy en día, tenemos lo que no podríamos haber soñado hace solo un par de décadas: llevar nuestro cuaderno de campo en un dispositivo que cabe en una mano, que manejas con un dedo, y donde puedes añadir todos los datos que quieras y todas las fotos y audios que consideres, para compartirlo después en un tiempo mínimo. Es el arma perfecta para gestionar nuestra afición. eBird recoge datos de abundancia y presencia de aves en todo el mundo y los pone a disposición de las entidades o particulares que los necesiten para su análisis, en favor del conocimiento y protección de las aves. A cambio de nuestros datos nos ofrece un paquete de análisis básico que puede disfrutar cualquier usuario, por lo que es ideal para llevar al día y gestionar desde nuestras listas generales hasta las listas por lugares, el archivo de fotos y audios personal, nuestras estadísticas por días, semanas, meses o años, etc… Creo que pocas veces se nos dio tanto con tan poco, en el mundo de la ornitología. Y el uso es gratuito.
Llevo usando eBird desde el año 2016. He ido aprendiendo sobre la marcha, pero me di cuenta rápidamente de que este era el lugar donde debían estar todos los datos recopilados desde mi infancia.
Llevo usando eBird desde el año 2016. He ido aprendiendo sobre la marcha, pero me di cuenta rápidamente de que este era el lugar donde debían estar todos los datos recopilados desde mi infancia. Así que, nuevamente y por segunda vez en mi vida, me encerré una temporada y volví a repetir el tedio de pasar todos esos registros de los cuadernos y de mi vieja base de Access a la plataforma eBird, algo que acabé de hacer durante la pandemia. Después, hice lo mismo con todas mis fotos. Fue en pandemia también cuando tomé la decisión de democratizar todas mis observaciones y, qué mejor manera de hacerlo, que dando la misma importancia a un gorrión común que a un cóndor andino. Así, me autoimpuse hacer una lista diaria, dónde fuera y cómo fuera, a sabiendas de que muchos días solo habría esos gorriones y un par de tórtolas turcas que llevarse a la lista. Pero tengo claro que todas esas citas serán importantes en algún momento.
Así es como ha evolucionado la recopilación de datos de aves en las últimas cuatro décadas en España, desde poco antes de morir Félix y mientras Bad Religion sacaba su primer disco, Bad Religion (EP), hasta los más de 100 millones de registros que tiene hoy eBird. Hemos pasado de lo artesanal a lo digital, pero el fin es o debe ser, el mismo: trabajar en favor de las aves en particular y de la biodiversidad en general para garantizar su protección desde el conocimiento, lo que nos permitirá argumentar a su favor frente a un futuro lleno de hostilidades hacia el medio natural.
Cuaderno de campo del autor (8 años).
Al inscribirte en la newsletter de El Vuelo Del Grajo, aceptas recibir comunicaciones electrónicas de El Vuelo Del Grajo que en ocasiones podrán contener publicidad o contenido patrocinado.