CONSERVACIÓN 04/04/25

El vuelo del vencejo.

VENCEJOS Y HUMANOS SOMOS PRACTICAMENTE IGUALES.

Uno piensa en suaves atardeceres primaverales y urbanitas, con las ventanas abiertas y los visillos mecidos por una cálida brisa en un océano de tranquilidad.  Es justo entonces cuando bajan de las alturas para atronar las calles con su griterío. Los británicos, que son muy básicos y efectivos a la hora de poner nombres, a estos alborotadores juveniles los llaman bangers. Y a mí, que soy igual de básico, la imagen mental que me brota cuando leo banger es la de un tierno Piolín chocando un par de sinfónicos platillos sobre la cabeza de un Silvestre dormido.  Sí, los vencejos han venido para llamar a tú ventana y para joderte los atardeceres.

Un día estás pasmado de frio y con las botas mojadas, y al otro escuchas un chillido rasgando el cielo y sabes que ya está aquí la primavera. Durante años, primero vía SMS y luego a través de la aplicación de color verde, mandaba a una lista reducida a una persona un explícito: “¡vencejo!”, para anunciar cada primavera la llegada de los dragones. Era una forma de decir: “eh, aunque no hablemos, te tengo presente hasta al escuchar un pájaro”. Curiosamente, esa relación se interrumpió abruptamente cuando el hecho de salvar toda una colonia de vencejos afectó a terceros cercanos y yo hice una mala gestión de los contactos. La colonia se salvó, pero hace dos años que ni envío ni recibo el grito escrito.

Si vives en la ciudad o en un pueblo con iglesia y campanario medianamente alto, preferiblemente construido en piedra, y tienes un poco de conciencia sonora de lo que te rodea, probablemente identifiques la primavera y el verano al desgarrado grito de los vencejos. Volando en grupos numerosos, muy unidos, describiendo un circuito de manera reiterativa que, inevitablemente, tendrá curvas muy ceñidas que les obligará a pasar a escasos centímetros de una pared a una velocidad vertiginosa. Los vencejos pasan las horas frescas del día haciendo eso. Esas juergas aéreas le valieron al vencejo en el Reino Unido otro apelativo: pájaro del diablo. Pero en realidad no son todos. Son los juveniles de entre uno y dos años. Que sea de propiedad satánica lo podemos dar por descartado, pero eso sí, su vuelo es endiablado.


Como las águilas son fuertes, poderosas y sanguinarias, la práctica totalidad de las sociedades humanas proyectaron sus anhelos y deseos en la figura de estas aves. Desde las tribus indígenas de las llanuras del norte de América hasta todos y cada uno de los reinos e imperios europeos; desde con la protectora romana hasta con la bicéfala austrohispánica, la práctica totalidad de los reinos que pretendían dar a conocer su poderío en sus símbolos patrióticos lucían un bicho del género Aquila. Quizá por eso recordamos a los guerreros sioux lakota y sin embargo nos olvidamos de los mucho más poderosos mayas, que tenían de referencia al quetzal, muy colorido y brillante, pero que se alimenta de frutas. ¿Para qué ha quedado Guatemala, que tiene en el escudo y la moneda un quetzal? Para servir de prisión a los que tienen un águila calva por escudo y un presidente con pelo naranja.


Si las aves que representan a los países las eligiesen los jóvenes, que para eso son el futuro, sin duda elegirían a los vencejos. Bueno, si se informasen un poco al respecto y fuesen consecuentes con sus deseos antes de elegir. 


Está claro que un país con un vencejo por escudo no parece que fuese a llegar muy lejos. “Soy Saladino y mi califato se creará bajo la sombra del águila dorada, desde Egipto hasta Siria”; “Soy Pedro El Grande y como zar de todas las rusias mi imperio se expandirá a este y oeste con la vigilancia del águila bicéfala”; “Soy Felipe II y en mi imperio no se pondrá el sol gracias a Dios y al águila de San Juan”; “Hola, muy buenas, yo me llamo Antonio Jesús y Sildavia, más o menos, sobrevivirá como un vencejo”.

Si en lugar de grandeza e inmortalidad -todo muy varonil y senecto-, un estado buscase lo que hace grande a la adolescencia, tendría por escudo un vencejo orlado con el lema “dum volare potes” -vuela mientras puedas-.

Ah, pero si en lugar de grandeza e inmortalidad -todo muy varonil y senecto-, un estado buscase lo que hace grande a la -por otro lado, despreciable- adolescencia, tendría por escudo un vencejo orlado con el lema “dum volare potes” -vuela mientras puedas-. Y es que los grupos de bangers y sus vuelos aparentemente inútiles, que consisten en perseguirse en un sinsentido mientras gritan, son lo más parecido a una manada de adolescentes a la salida de un instituto.

Si las lagartijas volasen, seríamos lagartijeros. La codiciada virtud del vuelo es la característica, por encima de cromatismos y singularidades, que nos pasma ante la presencia de un ave. Unos sentirán predilección por las aves de presa, otros por las esteparias y los hay que por las marinas, pero el sesgo común de admiración, el que compartimos todos los amantes de las aves, es el vuelo. Y como en toda norma general existe la excepción, y en este caso es a los que les implotan las neuronas con los pingüinos. 

Si aceptamos que el interés básico y primigenio del pajareo tiene por centro el vuelo, la migración es el epicentro. Y no es para menos. La capacidad de orientación, la fuerza inagotable, la aparente libertad de movimiento, el dominio salvaje del instinto no menos salvaje, ¡caray!, ¿quién los pillase para uno mismo, no? Viajeras circunnavegantes, pequeños paseriformes transatlánticos y limícolas chifladas que se hacen medio globo dos veces al año. Toda una locura que cuesta entender. De hecho, durante 2.000 años la teoría de la trasmutación de Aristóteles fue dada por válida. Así, los colirrojos y petirrojos eran el mismo pájaro, pero tenían una fisonomía u otra, dependiendo de la estación. Era más fácil teorizar eso que darle a un animal irracional de 12 gramos la capacidad de viajar de forma consciente unos cientos de kilómetros. Los vencejos, siempre a tope, se sumergían en los lagos durante ocho meses para aparecer en abril.

Una vez descubierto el engaño del ave anfibia, el vencejo en el terreno de la migración perdió mucho glamur. ¿Y por qué, entonces, es el ave que todos los pajareros y las pajareras deberíamos llevar tatuada en nuestra piel? Por sus primeros casi dos o tres años -parece ser que va en ejemplares- de vida, que pasan en el aire, sin posarse. Que no es cierto del todo, pues en realidad sí paran en nidos vacíos pensando en el futuro familiar y entran en otros, ya ocupados por congéneres, para ver qué es lo que allí sucede. Pero el resto del tiempo estarán volando. ¡Entre 22 y 34 meses sin descansar! Es demencial.

Lo que nos lleva de nuevo a la adolescencia humana. Puede ser que tanto tiempo fuera de casa, saliendo de aquí para allá y vuelta a empezar, a un juvenil humano se le haga un poco cuesta arriba. Pero aún queda un último argumento: la cópula aérea. Aunque sea por puro romanticismo, epítome del amor volátil de la edad, a eso nadie con menos de 22 años se podría resistir o, al menos, poner una mueca y asentir con ojos entrecerrados.

Pero aún queda un último argumento: la cópula aérea. Aunque sea por puro romanticismo, epítome del amor volátil de la edad, a eso nadie con menos de 22 años se podría resistir

Así pues, nos encontramos con una especie que, si bien genéticamente está más cerca de un Tiranosaurio rex que de cualquier humano, etológicamente guarda profundas semejanzas con nosotros, como ya hemos visto. Y aún queda otra realidad científica: tan pronto descubrieron las cálidas y bulliciosas ciudades, con sus confortables construcciones de piedra, abandonaron los inhóspitos acantilados. Prefirieron pues la vida urbana a la rural. Somos bro y estamos ligados.

Ahora que probablemente estés, humano, absolutamente convencido de la sincera hermandad entre los apusy los sapiens, solo te queda cuidar de ellos, ponerlos a salvo si los ves en tierra y no dejar de hacer pública tu admiración por ellos. Son especie paraguas. 

Si El vuelo del Grajo no fuese tan buena cabecera, debería llamarse El vuelo del Vencejo. 

  • Ese paralelismo entre adolescentes saliendo del instituto y las movidas vencejiles me ha dejado loca ja ja ja.
    Todos los años cuando se van las grullas solo me consuela el pensamiento de que pronto llegarán ellos, los vencejos. Bienvenidos sean.

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