«Eso ha sido así toda la vida».

NUESTRO COLABORADOR PACO GARCÍA TRAZA LA LÍNEA QUE UNEN EL DESASTRE MEDIOAMBIENTAL, LA TRADICIÓN Y EL ABSURDO VALOR DE LA OPINIÓN DESDE EL DESCONOCIMIENTO.

Aprovechando la coyuntura veraniega, un mensaje tuitero de un gran divulgador, un programa recopilatorio de cine de los 80, que escuchaba en la radio mientras viajaba, y alguna cosa más, voy a intentar mezclar en vaso batidor y servir muy frío algo que se me pasa por la cabeza desde hace tiempo, a modo de "brebaje frappé".

La primera parte de la receta es el texto y la imagen compartida por el gran Alex Richter-Boix en twitter: “Visualización gráfica del síndrome de las referencias cambiantes y su implicación en la conservación del medio ambiente. Cada generación aceptamos como referencia de «normal» la naturaleza que conocimos de pequeños, usándola como referencia para evaluar los cambios”

Días atrás, discutimos con frecuencia sobre temas como el auge de las especies exóticas invasoras, el movimiento progatos callejeros, el declive acelerado de especies silvestres, los ríos secos que antaño corrían sin mayor problema o las fuentes que manaban en la sierra y de las que bebíamos y bebía toda la fauna. También comentábamos acerca de momentos clave en nuestra niñez que nos hicieron guiar nuestros pasos infantiles hacia la naturaleza y el campo, en vez de hacia otros menesteres que diesen dinero o fama. Y como ingrediente final, hoy al llegar a Madrid afinando oreja (algo que muchos hacemos por defecto o porque muchas veces trabajamos mirando al suelo y así podemos saber qué especies de aves nos acompañan) me he dado cuenta de que solo escuchaba dos especies en el portal y en el jardín: cotorra argentina y cotorra de Kramer. Aunque luego han aparecido unas urracas que han sido recibidas casi con ovación cuando han osado, impertinentes, romper la cacofonía cotorril.

Apoyemos a los científicos, igual que apoyamos al cirujano que opera de corazón a nuestra madre sin discutir su técnica, no cuestionamos al profesional que nos arregla la lavadora, la instalación de fontanería o el embrague del coche, sin intentar parecer “todólogos” expertos que discuten lo que no se puede discutir.

Como contrapunto, mientras repaso estas líneas que envié a Javier Marquerie (El Vuelo del Grajo) en versión preliminar y que me ha hecho repasar y ampliar, mientras escucho los últimos abejarucos y golondrinas daúricas en el pueblo, alistándose para cruzar en pocos días el Estrecho (donde espero verlas en breve). Una tórtola turca y unas oropéndolas dan la turra en la cálida tarde, mientras un bando de gorriones comunes, unos estorninos y algunos pardillos y jilgueros revuelan entre el nogal y el huerto hasta la parra del vecino, se desplazan por los tejados y buscan agua y comida en el seco domingo de agosto, cuando los pollos aún pían intentando camelar a sus progenitores para que les alimenten de gorra, aunque están ya emancipados. Nada que ver con el aburrídisimo, estomagante y monocorde coro de cotorras, que cada vez va a más, mientras la biodiversidad urbana va a menos.

No escribo estas líneas por capricho. Las escribo porque no es solo la biodiversidad urbana, es también la rural, la marina o la de montaña la que está en un declive que, como señala la imagen que acompaña a estas líneas, solo percibe quien trabaja en el tema o quien ha tenido la oportunidad de conocer por actividad y edad durante las pasadas décadas. En este momento, el consenso científico apunta a que estamos sumergidos hasta el cuello en la sexta extinción, la que se produce en el Antropoceno, debido principalmente a la actividad humana. La misma actividad despegada de la naturaleza que nos hace ser responsables del calentamiento global (que no cambio climático), del incremento de eventos catastróficos, del calentamiento del Mediterráneo hasta superar los 30º C en el agua (veréis que gota fría más divertida vamos a tener a finales de verano). Somos los responsables de la desaparición de los glaciares del Pirineo, de que el Danubio o el Rhin bajen casi secos en Centroeuropa, de que en UK mueran docenas de personas por golpe de calor o de que en USA haya migrantes climáticos que abandonan la zona de los tornados o las grandes inundaciones buscando no perder sus casas y sus granjas cada año. Vamos, que estamos de mierda hasta el cuello. Por nuestra culpa. Pero alguien dirá “esto ha sido así toda la vida”. Y ese es el problema.

Pero, además, y en una escala más local, somos los responsables de que las especies exóticas invasoras aumenten y afecten a las delicadas especies mediterráneas, ya de por sí al límite. No tomamos las decisiones correctas y mareamos la perdiz por capricho, queriendo aprobar “listas positivas de mascotas” en modernas leyes escritas por gente sin formación ni información científica. Hay asociaciones y agrupaciones, cinturones ciudadanos y partidos buscando “alternativas éticas”, “soluciones no cruentas”, o simplemente dilatar un proceso que no nos gusta a nadie como es el de capturar y erradicar aquellas especies a las que la ley nos obliga a capturar y erradicar, para proteger (también por ley) a aquellas especies autóctonas protegidas por nuestra legislación. Pedimos derechos para los animales que tenemos cerca, como el ganado doméstico y las mascotas, lo que es altamente recomendable y loable, vaya por delante. Pero a la vez negamos los derechos de las especies silvestres que garantizan el funcionamiento correcto de los ecosistemas de los que depende nuestra supervivencia, y nos negamos a sacrificar de forma rápida e incruenta animales a los que, según algunos, es mejor condenar a cadena perpetua hacinados en jaulas “porque es ético” desoyendo el consenso de los científicos y los expertos.

Conseguimos quemar cientos de miles de hectáreas de naturaleza por diversos motivos, entre los que abundan la codicia, negligencia, mala gestión y egoísmo y escasean los pirómanos reales (los considerados como enfermos mentales). Cuando pasa el tema incendios aparece la sequía y los “todólogos”, que no asistieron a clase el día que se explicó el ciclo del agua, nos hablan de más embalses, de imposibles transvases y de otras milongas, para perpetuar un modelo de gestión imposible de mantener. Son los mismos que niegan la contaminación del Mar Menor o la ilegalidad del dragado del Guadalquivir, la desecación de Doñana o el mercantilismo y las mafias ligadas a la extracción ilegal de agua en Levante, el Jerte o Doñana, asociadas a la moderna técnica de poner en regadío hasta los almendros y los olivos (o los cerezos). Los que consideran que la contaminación por purines de las macrogranjas o los nitratos agrícolas no deben preocupar a la ciudadanía, que solo debe consumir sus productos, que nos matarán a medio plazo, por agotamiento de los recursos naturales. “Esto ha sido así de toda la vida”, volverá a decir alguien.

Aún más: frente a los hechos irrefutables que hablan de extinciones, agotamiento de los recursos naturales y calentamiento global por causas antrópicas, aparecen los que llaman “ofendiditos”, “preocupaditos”, “progres”, “ecolojetas” o “genocidas” a quienes intentan poner coto y freno a la sarta de barbaridades sin sentido; a los que luchan por preservar Doñana, por evitar el expolio del agua, la contaminación por fosfoyesos en Huelva o por lindano en Aragón, las presas absurdas en terrenos deslizantes, las urbanizaciones de lujo en espacios naturales protegidos o los hoteles en dominio público hidráulico. Y así, la mierda que llegaba hasta el cuello empieza a estar insoportablemente cerca de la boca, mientras nos ponemos de puntillas para no tragarla.

Ahora mismo creo, cada vez más, que en muchas ocasiones todas estas discusiones a causa de las EEI, el calentamiento global, las mascotas y la pérdida de biodiversidad urbana, rural, planetaria o cósmica se dan con gente muy ligada a entornos urbanos, o muy jóvenes. O ambas cosas. Sin contar a los que tienen claros intereses económicos y niegan todo por sistema, claro. Gentes con las que a veces me siento tentado de citar a Rutger Hauer en el tremendo monólogo final de la épica Blade Runner con aquel “he visto cosas que vosotros jamás creeríais”. Cambiando las naves de ataque más allá de Orión y las ráfagas de rayos cerca de la puerta de Tanhauser por bandos de miles de sisones en invierno en La Serena, baños en el Duero en Zamora capital, millones de saltamontes en los caminos y campos en verano, explosiones de efémeras en el Ebro, que ya casi no se dan, muchísimas golondrinas, tórtolas, codornices y vencejos en primavera… o compartir poza con un desmán ibérico un septiembre en Gredos cuando era estudiante de Biología. Y es que, como ilustra Alex en su hilo, no tenemos las mismas referencias de partida. Y es una pena y un problema, pero a la vez nos conciencia de la importancia, la urgencia y la necesidad de luchar por recuperar la biodiversidad, sin necesidad de que nos lo imponga nadie más que el más elemental sentido común.

Lo positivo es que hay varias generaciones que podemos dar la batalla; generaciones que casualmente coinciden con los que crecimos con las grabaciones de radio y los programas de Félix Rodríguez de la Fuente, los documentales de Jacques Cousteau y David Bellamy, la sabiduría y divulgación científica de Sagan, Attenborough o Asimov, con el Fauna Ibérica, el Fauna Mundial y los cuadernos de Félix. Los que pasábamos en el campo los fines de semana, los veranos y cualquier momento disponible, escapándonos a correr pollos de perdiz, buscar nidos de cernícalo, dormideros de búhos chicos, cuevas con murciélagos, ríos con cangrejos o canchales con lagartos que, de vez en cuando, nos propinaban algún que otro pellizco o mordisco para espabilar al listo de las rodillas sucias que los cogía a mano desnuda.

Esas generaciones tenemos que espabilar ahora de nuevo. Y muy especialmente los que nos dedicamos a la conservación, a la divulgación, a la ciencia o al ecologismo. Porque tenemos lo que poca gente tiene: datos, información veraz, experiencia de campo y un bagaje acumulado que nos hace ver con perspectiva y mantener esas referencias de partida donde la biodiversidad era muy alta. Y explicársela a quienes se ven limitados por la falta de información y conocimientos. Nos toca remangarnos como tantas otras veces. Y alzar la voz y defender lo que el sentido común dicta, y que coincide con las recomendaciones de los grupos de especialistas en las materias que nos ocupan: el Grupo de Especialistas en Especies Invasoras de la IUCN, el Panel Intergubernamental de Cambio climático (IPCC) de la ONU, la “satánica” Agenda 2030 de la UE y hasta el Papa Paco, que al paso que lleva me obligará a replantearme mi ateísmo si no sufre antes un “misterioso accidente” por su posicionamiento en tantos temas incómodos. Todos insisten en actuar rápido, en atajar el problema identificado de forma rápida y efectiva antes de que vaya a más, en contar con la opinión de los expertos y científicos y dejar de tocar las narices, básicamente.

Hay que volver a hacer las cosas bien, no porque nos lo marque la política europea o el Tratado de Kioto, o el de Estocolmo, que lleva desde los años 80 penando por los rincones sin que le hagan mucho caso los políticos y magnates del mundo. Si ya en el siglo XIX había científicos avisando del potencial problema en el planeta si se seguía quemando carbón a lo loco, ¡joder!. Y eso que la cosa acababa de empezar. Aquellos científicos no eran muy sospechosos de estar comprados por el NOM, Soros, Gates, los comunistas judeomasónicos de la Agenda 2030 o los illuminatti, pienso yo. Pero ya decían lo mismo que hoy con más del 97% de consenso científico. Y eso, aunque Aznar, el primo de Rajoy, “Isidoro” (solo los de cierta edad entenderán esta referencia) o los negacionistas de ultraderecha quieran que cerremos los ojos y traguemos.

Debemos hacerlo aún a riesgo de tener que tomar posturas y decisiones impopulares entre políticos y gente con otras referencias o sin ellas (especialmente referencias científicas y de infancia natural). Debemos hacerlo a pesar de lo que nos duele a quienes, con una profunda vocación, nos pusimos a militar en el ecologismo y el naturalismo y a estudiar biología, veterinaria, forestales, ecología o a intentar ser divulgadores o “bichólogos”, porque nos gustaban los bichos y su conservación. Porque nos gustaban – y nos gustan- todos los bichos, pero en los ecosistemas en los que son funcionales y no un problema. Igual que nos gustan los eucaliptos y los pinos en su justa medida, los cultivos de regadío donde tocan y son legales, el bienestar animal y que la gente tenga mascotas (perros y gatos) en casita, y dejemos los animales silvestres en paz. Y apoyemos a los científicos, igual que apoyamos al cirujano que opera de corazón a nuestra madre sin discutir su técnica, no cuestionamos al profesional que nos arregla la lavadora, la instalación de fontanería o el embrague del coche, sin intentar parecer “todólogos” expertos que discuten lo que no se puede discutir.

Y es que al final, lo que buscamos es mantener viva la llama de la esperanza y dejar un medio natural a quienes vengan detrás, mejor que el actual, o incluso mejor que el que recordamos de niños. Porque (y con esto termino), no queremos acabar como Roy Blatty con su “…all those moments will be lost in time, like tears in rain. It´s time to die…

Lo que más me jode es que quienes discuten y niegan la pérdida de biodiversidad o el calentamiento global tampoco habrán visto Blade Runner. Y si la han visto, no han entendido nada…



  • Hosti…….esto se debería poner en los telediarios y abrir los informativos, más claro ……..menos mal que todavía nos queda gente preparada y competente, gracias Paco…..

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