Texto y fotografía
Ángel Vela
CRÓNICA DE VIAJE A UNO DE LOS DESTINOS MÁS INTERESANTES DEL PALEÁRTICO OCCIDENTAL.
La región del Cáucaso en general y Georgia en particular poseen una ubicación geográfica dudosa. No es que no se sepa dónde están, es que los geógrafos no se aclaran con si es el comienzo de Asia o el confín de Europa. Y no me extraña. Cuando recorres Georgia y descubres la diversidad cultural y natural del país, comprendes perfectamente esa duda.
Los extremos geográficos de Europa son puntos de gran interés natural: Islandia, Noreste de Noruega, Península Ibérica y el Cáucaso constituyen algunas de las zonas con mayor biodiversidad y que además atesoran más especies y hábitats exclusivos a escala europea. Con esta motivación y con la recomendación de numerosos colegas pajareros que la habían visitado con anterioridad, como Guillermo Mayor (Guille), Javier Gomez Aoiz y Daniel López Velasco, decidimos abordar este destino. Todo estaba preparado para realizarlo en 2022, pero la guerra en Ucrania nos hizo retrasar la cita un año, para tranquilidad de nuestras familias. Y así, con la inestimable ayuda de Guille, que había trabajado durante dos años en proyectos de conservación y seguimiento de aves en el país, los consejos de otros colegas pajareros y la habitual consulta de trip reports colgados en cloudbirders, nos pusimos a preparar el viaje en busca de todas esas especies de la guía de aves de Europa que tantas veces habíamos mirado con la curiosidad de su restringida distribución: perdigallos, gallos lira diferentes, colirrojos de nombre raro… ¡por fin podíamos estrenar las tercera edición de “la Collins”!
Del 4 al 14 de mayo de 2023, los siete colegas ya habituales en estas escapadas realizamos nuestro viaje naturalista anual y descubrimos un pequeño paraíso natural en este cruce de caminos de ambos continentes. La preparación logística se basó en alquiler de “bed and breakfast” via web (Booking) y los vehículos con una empresa local de alquiler de coches donde adquirimos dos todoterrenos con los que sufrimos algún que otro percance, debido al mal estado generalizado de las carreteras. Se trata de un país seguro, amable y manejable, los precios en general eran entre un 20 y un 30% menores que en España. No se necesita visado y el único papeleo necesario es al moverte por zonas fronterizas, como es el caso de las áreas de Vashlovani y Chachuna. Por eso, es aconsejable contactar con el Parque Nacional. Ellos te asesoran en la elaboración de los sencillos, pero necesarios, trámites administrativos. También es importante saber que las carreteras se encuentran en un estado de conservación muy mejorable, por lo que es recomendable extremar la precaución en carretera y tener paciencia con la duración de los desplazamientos.
La llegada a Tiflis fue a las cinco de la madrugada, lo que nos permitió hacer la primera visita al Lago Kumasi bañado por los primeros rayos de sol. Esos días de primeros de mayo estaba en pleno paso migratorio. De hecho, es un sitio típico de paso de grulla damisela, aunque no hubo suerte con ella. Sin embargo, el espectáculo de aves en el humedal y su entorno fue una perfecta bienvenida al país. Desde las embarradas orillas se observaban decenas de especies: pelícanos ceñudos, cigüeñas negras, canasteras, somormujos cuellirrojos y cientos de limícolas. En las líneas de teléfono del destartalado pueblo descansaban miles de golondrinas, además de especies residentes como collalbas pías e isabel, alcaudones chicos o carracas.
Tras esta espectacular bienvenida, partimos a la primera de las tres grandes zonas que exploramos: el gran Cáucaso. En la carretera de aproximación hacia el norte se atraviesan, primero, bosques templados -entre los que destacan los hayedos de haya oriental, mezclados con bosque mixtos de carpes, avellanos y tilos- donde hicimos una breve parada para observar aves forestales, como papamoscas gorguirrojo y agateador euroasiático. Continuamos nuestro ascenso al Cáucaso axial por la carretera militar, rebasando filas de cientos de camiones que esperaban interminables colas para entrar a Rusia, desde 100 kms antes de la frontera.
La siguiente parada, la realizamos en el “Monumento a la amistad entre Georgia y Rusia”. Estaba en tan malas condiciones como la supuesta amistad, pero las vistas eran impresionantes. El ave más abundante era la subespecie caucásica mirlo capiblanco, que buscaba alimento entre los pocos parches de suelo deshelado. .
Continuamos ruta hacia Stepansminda (1700 msnm), pueblo de montaña desde el que en los siguientes tres días haríamos rutas de observación de aves. La situación de esta población, a los pies del Kazbeg (5100 m) y a escasos 5 km de la frontera con Rusia, es un enclave privilegiado para observarlas. A comienzos de primavera se pueden ver bajo la línea de nieve. Los distintos puntos de observación en el entorno de Stemapsminda y algunos recorridos a pie por los impresionantes valles, como el de Juta, nos permitieron la observación de toda la comunidad de avifauna de montaña del Cáucaso. Cabe destacar algunas especies endémicas como los perdigallo del Cáucaso, el gallo lira caucasiano, los mosquiteros caucasiano y verde, el serín cabecinegro, el colirrojo de Gündestaldt y el camachuelo grande, cuya distribución en el paleártico hace de estas poblaciones del Cáucaso las únicas europeas. A estas, la acompañan otras especies con mayor presencia en paleártico occidental, como quebrantahuesos, águila real, treparriscos o bisbitas alpinos. Por si todo ello no fuera suficiente, durante este periodo de finales de abril a mediados de mayo, los puertos de montaña y especialmente el impresionante enclave del monasterio de Gergueti nos permitieron disfrutar de un paso migratorio de águila esteparia, halcón sacre, busardos de estepa, abejeros europeos y la curiosa estampa de bandos de abejarucos volando contra un fondo de picos nevados de más de 4000 ms de altura. Todo ello sentados en el patio de un monasterio del siglo XI y bajo la divertida mirada de monjes georgianos. No se podía estar más cerca del cielo.
Toda la zona del Cáucaso mantiene buenas poblaciones de mamíferos: osos, linces y lobos, pero, aunque insistimos en varias esperas, sólo conseguimos observar varios rebaños de íbices caucasianos con la omnipresente banda sonora de los cantos nupciales de los perdigallos en celo.
Después de tres días explorando los alrededores de Stepansminda, era la hora de buscar nuestro siguiente destino: las estepas del despoblado y árido sureste. En poco más de 200 km, pasamos de estar rodeados de picos de hasta 5000 ms, a estarlo de unas estepas semiáridas a 200 m. De estar a 5 km de Rusia, pasábamos a recorrer un parque nacional en la frontera desierta con Azerbaiyán. El cambio no podía ser más radical.
Y así, en este viaje al extremo suroriental de Georgia, fuimos de los neveros y glaciares, los prados alpinos, los hayedos orientales y bosques mixtos mediterráneos, a los pastizales y zonas agrícolas salpicadas de viñedos, y a interminables pastos recorridos por rebaños de ovejas. En medio de ese paisaje, llegamos a nuestra siguiente zona de visita: las estepas del Sureste. Con base en el curioso pueblo de Dedoplistkaro, donde nos alojamos en un bed and breakfast auténtico, visitamos el Parque Nacional de Vashlovani, último lugar donde vivió la subespecie caucásica de leopardo en Georgia, con un último registro en 2006. Este parque es un laberinto de ramblas temporales que erosionan unas rañas curiosamente plegadas (badlands) en un entorno semiárido que genera espesos bosques de enebros y matorral perennifolio, alternado con estepas arboladas de pistachos silvestres. Un paisaje terriblemente familiar, pero a la vez increíblemente exótico. A ese exotismo ayudaba la población de gacelas persas, recientemente reintroducidas en el Parque Nacional. Aunque fácilmente observables a distancia, las gacelas son recelosas por la presencia habitual de chacales y lobos, de los que pudimos ver dos. Las aves más destacadas que pudimos disfrutar en este ambiente fueron las collalbas de Finch, isabel y rubia oriental, terrera pálida, buitres negros, alimoches, busardo moro, perdiz chukar, escribanos cabecinegros y alcaudones chicos y dorsirrojos -si, dorsirrojos-, en un ambiente semiárido donde la especie más habitual es la carraca, omnipresente en esta zona esteparia. Además, pudimos gozar del paso migratorio de aguiluchos cenizos, águilas culebreras, alcotanes y lechuza campestre.
Era hora de continuar nuestro viaje por los badlands, siendo la siguiente parada la Reserva Natural de Chachuna, una continuación del paisaje de Vashlovani, pero con la presencia del río Lori que, aguas abajo del embalse, presentaba un impresionante bosque de ribera formado por álamos blancos, tamarindos y robles endémicos. Dichas riberas son el hábitat donde pudimos observar francolines ventrinegros, alzacolas y zarceros pálidos, así como una pareja de águila imperial oriental y otra de pigargos europeos, que criaban en las inmediaciones aprovechando la masa de agua del embalse, donde eran constantemente importunadas por gaviotas armenias. Bandos de estornino rosado nos recordaban nuestra situación a caballo entre Asia y Europa, pero las parejas de cernícalos primillas que nidifican junto a carracas en las cárcavas nos rememoraban paisajes ibéricos. La vista desde el punto panorámico de los “volcanes de lodo”, era sencillamente impresionante. Con el burbujeo de calderas naturales de lodo de fondo, se divisa la estepa infinita surcada por el verdor del bosque de ribera. Desde este ascienden áridas laderas con estratos de todos los tonos de ocre a la vista. En los ralos bosques de juniperus se encuentra una curiosa colonia de buitre negro. Después del prolongado disfrute del impresionante paisaje, y gracias a la sugerencia de Guille, nos alojamos en una casa de los guardas de la reserva, perdida entre pistachos y junto al bosque de ribera de gigantescos álamos blancos, nos dormimos entre los aullidos de chacales y nos despertamos con el canto de los francolines: un lujo de banda sonora.
Se acercaba nuestro último día en la estepa. Tras un interminable trayecto por carriles y caminos cruzando la zona, en la que se sucedían rebaños de ovejas, y previa obtención del correspondiente salvoconducto y de mostrarlo en los innumerables puestos fronterizos, alcanzamos el monasterio rupestre de David Gareja. Como no podía ser de otra manera, allí pudimos disfrutar de trepadores rupestres que hacían sus curiosos nidos de barro en las celdas de los eremitas, excavadas en la blanda roca arenisca. El paisaje de este monasterio no podía ser más curioso: un mar de pastizales y rebaños conducidos por pastores a caballo salpicado de afloramientos rocosos de estratos multicolores. Tras un atardecer idílico entre escribanos cabecinegros, estorninos pintos, alcaudones chicos y collalbas pías, volvimos a Udabno. Este pueblo, perdido entre interminables pastizales, es hogar de una impresionante colonia de estornino rosado que pone color a las ruinas postsoviéticas que rodean este pueblo. Y así entre cervezas, amigos y la guitarra que nos dejaron nuestras anfitrionas, nos despedimos del sureste georgiano.
Para llegar a la última zona del viaje, los humedales en torno a Ninotsminda, en la zona central del país, hicimos paradas en el lago Jandari, en el bosque de ribera y los humedales de Ponichala. Esta reserva forestal, situada a pocos kilómetros al sur de la capital, protege un bosque de ribera donde destacan inmensos álamos blancos y humedales anexos al río, donde pudimos disfrutar de los picos sirio y mediano, además de las carreras de fugaces faisanes, que desde estos bosques se han introducido con intereses cinegéticos en muchos lugares del mundo. En los humedales anexos al río pudimos gozar de cormoranes pigmeos, de nutrias, y de un precioso macho de gavilán griego que trataba de cazar en los claros del bosque. Tras estas imprescindibles paradas, nos pusimos en ruta hacia el este, ascendiendo por valles tapizados de bosques mixtos hasta llegar al altiplano situado a más de 1500m de altitud en el que se sucedían grandes lagos rodeados por picos de más de 2500m, todavía nevados en esta primavera temprana. Realizamos algunas breves paradas, impresionados por los paisajes que atravesábamos, y para observar un águila moteada en paso migratorio que había elegido las orillas de uno de los lagos de montaña para dormir. Estas paradas nos hicieron acumular retraso y la noche y la lluvia nos sorprendieron a pocos kilómetros de Ninotsminda, donde dormiríamos, no sin antes tropezarnos con un socavón que destrozó el eje de uno de nuestros coches y de cuatro vehículos más que fueron cayendo en el mismo obstáculo durante las tres horas que estuvimos esperando a la asistencia en carretera. Tocaba reorganizar la logística y conseguir transporte, que solucionamos gracias a la inestimable ayuda del traductor del movil: gracias a Google pudimos alquilar a muy buen precio una furgoneta con chófer que nos ayudó a aprovechar los últimos dos días de viaje. Así con nuestro conductor autóctono, fuimos recorriendo varios interesantes lagos y humedales de montaña donde disfrutamos de pelícanos comunes y ceñudos, grullas nidificando, fumareles aliblancos, somormujos cuellirrojos, castores y nutrias, así como varias especies de limícolas y bisbitas gorgirrojos en paso migratorio. Tal vez el lago más interesante fue el de Tabatskuri. En este lago de montaña hay una pequeña colonia de cría de negrón especulado, de unas 20 parejas, algo sorprendente ya que su distribución reproductora se centra en lagos y humedales escandinavos.
Así, entre lagos de montaña, volcanes nevados y guardias fronterizos finalizábamos nuestro viaje rumbo a Tiflis que nos recibió con un día lluvioso que no nos permitió apurar el pajareo como nos hubiera gustado. En cambio, haciendo acopio de las últimas fuerzas, pudimos dar un paseo por la capital, una ciudad que bien merece una visita más sosegada y que presenta una espectacular mezcla de arquitectura tradicional, construcciones medievales y edificios vanguardistas. En cierto modo, es un buen resumen de lo diverso de este pequeño país, cuya impresionante variedad de paisajes y ambientes en una superficie equivalente algo menor a Castilla-La Mancha, nos permitió observar 200 especies de aves, algunas de ellas endémicas del Cáucaso o de única distribución en el Paleártico occidental. Todo ello, en un contexto etnográfico, gastronómico y cultural de los que dejan huella en nuestra memoria.
Accede al trip report del viaje en ebird en este enlace.
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