Texto y fotografía
Javier Marquerie
ARANTZA Y CARLOS LLEVAN 8 AÑOS CUIDANDO DE LOS PEREGRINOS URBANOS
Con unos treinta juveniles volando cada año, las grandes ciudades madrileñas se han convertido en el reservorio del halcón peregrino en el centro peninsular. En la actualidad, son once las parejas -ocho de ellas en la capital- las que añaden un poco de equilibrio natural a la fauna urbana de la Comunidad y procuran alguna que otra alegría a los observadores.
Desviar un río o construir en una rambla lleva asociado, o unas construcciones preventivas enormes, o un buen presupuesto vitalicio para pagar indemnizaciones a damnificados. Lo que es seguro, es que el agua hará todo lo posible por volver a su cauce. Para ello, empleará toda la fuerza necesaria y todas las opciones que la geología, la física y la biología le permitan. La biodiversidad es igual y se abre paso en la ciudad como cuchillo caliente en mantequilla. Basta una primavera para que un diente de león brote entre los adoquines de una acera, un arbusto, para que una oruga de macaón haga su pupa y una ventana atascada para que un colirrojo tizón construya su nido en el interior. Con una cadena trófica esbozándose en cuanto la humanidad se despista, lo normal es que se vayan completando piezas del puzle, tanto en el culmen como en la base de la pirámide. Y ahí entran a jugar los halcones peregrinos urbanos.
De los peregrinos de Nueva York se han hecho varios excelentes documentales; en Londres hay una asociación privada financiada con donativos (http://www.london-peregrine-partnership.org.uk) que vela por la seguridad de la población urbana de aquellos halcones; y en Madrid hay dos biólogos, profesionales de la conservación, que desde hace ocho años, en su tiempo libre, cuidan de los amos del cielo de Madrid. Arantza Leal y Carlos Ponce son la cabeza visible de una red formada por voluntarios y profesionales que hacen posible que la prosperidad de la especie en la capital sea mayor. Un equipo formado por un abanico de personas que va desde los agentes forestales de la CAM y los veterinarios de BRINZAL, hasta los fotógrafos, observadores y vecinos sensibilizados, que vigilan las diferentes parejas, pasando -claro- por la clave de la ecuación: los porteros de las fincas donde anidan, que manejan de manera instantánea información de primera mano sobre los inquilinos alados. Gracias a todos ellos, Leal y Ponce pueden acceder a los nidos para anillar, hacer su mantenimiento y limpieza, estar informados en tiempo real del estado de las nidadas, los desplazamientos, los saltos indeseados de juveniles o conocer, casi al instante, el comienzo de la puesta. Como Alberto -jardinero de profesión en una urbanización de torres de poca altura, en una ciudad de la Comunidad de Madrid- que por su oficio, conocimiento y admiración hacia la fauna, hace de celador particular de una pareja que anida en una jardinera de un 7º piso.
Para lo bueno y para lo malo
Sin embargo, frente a lo que la promesa de emociones venideras podría indicar, los voluntarios forzosos que más ponen para que esto sea posible son los afortunados sufridores anfitriones. Es imposible hablar de este tema sin cierta ambivalencia, ya que la experiencia, sea positiva o negativa, dependerá básicamente del talante y sensibilidad de los hospedadores. Como Maripaz y Pepe, una pareja ya jubilada, con una preciosa casa de gran ventana en el salón que se ven forzados -pero de buen gusto- a tener cerrada y persiana echada la mayor parte del tiempo durante los meses de abril y mayo, y parte de marzo y junio. La consigna es: no molestar, no interferir y no intervenir. La recompensa es, obviamente, presenciar la gloriosa maravilla de la naturaleza en la ventana de su casa. Ellos apoyan un sofá contra la pared de la ventana, dejan unos centímetros de la persiana subida para poder controlar a la vez que entre algo de luz. Sobre el respaldo colocan cojines para impedir que la luz de las lámparas por la noche moleste a los halcones.
El cuidado y seguimiento de la numerosa población de halcones peregrinos madrileños depende de dos biólogos que dedican su tiempo libre sin apoyo económico de nadie.
Pero su caso no es el peor. En otra ocasión, una pareja eligió la ventana del dormitorio en una casa de un solo dormitorio. El anfitrión, por evitar los ruidos de las aves y poder descansar por las noches, se pasó un mes durmiendo en un sofá. ¿O qué ocurre si unos halcones deciden instalarse en la ventana del despacho del presidente de un organismo del Gobierno de España como ha ocurrido este año? ¿Será posible trabajar en esas condiciones? ¿Cómo concentrarse con ese espectáculo -tanto si te interesa como si no- en la ventana? Por no hablar de qué pasaría si en mitad de una reunión de alto nivel aparece un ave de presa con una paloma degollada y tres bolas de algodón con cara de pocos amigos se ponen a chillar. Quizá acabaría con cualquier posibilidad de acuerdo entre las partes. O, quién sabe, el espectáculo serviría de vehículo para desatascar la conversación. La ambivalencia siempre está presente.
Al cuidado de los halcones
Arantza tiene en su móvil la mejor herramienta de seguimiento de los halcones. Mientras espera a conseguir alguna ayuda para poder instalar una mochila de seguimiento GPS en un pollo y así recabar valiosa información sobre la dispersión juvenil, gracias a los grupos de whatsapp obtiene datos continuos de las parejas y sus pollos. En cada uno de estos grupos se reúnen los vecinos, fotógrafos, anfitriones, porteros, trabajadores y aficionados a la ornitología que tienen acceso visual o físico a estas aves: unos once equipos suministrando información continua durante todo el año. Si vienen o van, los nidos que deciden ocupar, rivalidades, dieta, seguimiento monitorizado de todo el proceso reproductivo y situaciones de riesgo, todo, le llega al móvil gracias a la eficacia de esta red.
El trabajo comienza tan pronto como termina la temporada de cría. Hay que limpiar las cajas nido, cornisas y jardineras utilizados para empollar y criar a las proles. Quitar restos de presas, excrementos, plumas y plumón, pero también, en algunos casos, desinfectar para eliminar la posible presencia de parásitos. Ya se dio, hace unos años, la muerte por tricomonas de un ejemplar, aunque la intervención de Leal y Ponce evitó que su hermano tuviese el mismo fin.
Con el final del invierno, las parejas eligen el nido que utilizarán esa temporada dentro de sus zonas de caza. Estos no son siempre los mismos, aunque exista la tendencia a repetir emplazamiento. Las áreas de reproducción y caza son poco permeables a otros ejemplares y son establecidas y defendidas por las hembras, que permanecerán fieles a un macho… siempre y cuando no aparezca un candidato a padre de mejores características. Estas áreas que toman en propiedad son muy amplias y limitan la cantidad de ejemplares posibles que la ciudad puede albergar. Así, de sur a norte, en la capital se encuentra una pareja en Carabanchel, en la planta 23 de un gran hospital; para encontrar la siguiente área habrá que irse hasta Vallecas. Más al norte, hay una pareja en Torrespaña en ‘El pirulí’ y otra en las cercanías del parque de El Retiro. Esta proximidad de territorios es posible gracias a que los cazaderos de estos ejemplares se encuentran en direcciones opuestas, siendo uno el jardín antes mencionado y, para los otros, el enorme cementerio de la Almudena. La mítica pareja del Bernabéu -que pasó a la historia de la cinematografía ya que retrasó el rodaje de una escena que ocurría en la azotea de Torre Picasso, de la película Abre los ojos (1997) de Alejandro Amenábar, porque se hallaba en periodo reproductivo- cambia de lugar de nidificación con cierta frecuencia, ya que tiene todas las torres del skyline a su disposición. El siguiente coto privado está situado al noreste de este, mientras que en la Torre del Museo de América se sitúa el más norteño de los territorios, accesible para la observación por parte de los aficionados. Allí ocurrió lo que, a juzgar por la gravedad del rostro de Arantza al recordarlo, debió de ser uno de los más amargos tragos en su relación con estos falcónidos. Un ejemplar juvenil saltó del nido y de alguna manera y a mucha velocidad acabó colisionando con un cable. Apareció con una fractura abierta del ala y, a pesar de los cuidados que se le dispensaron, resultó finalmente incompatible con la vida en libertad.
Anillarlos puede ser tan sencilla como abrir la ventana del salón de Maripaz y Pepe o puede suponer que los agentes forestales tengan que escalar hasta el nido para coger los pollos.
Y ese es otro de los momentos fuertes de trabajo para Carlos y Arantza: los saltos de juveniles. Normalmente (como es el caso del primer vuelo que pudimos presenciar hace unos días), el halcón que se hace al aire por primera vez da un primer vuelo más o menos torpe que le lleva a otro punto elevado, siempre bajo la atenta mirada de uno de sus progenitores. En ese primer salto habrá podido probar las alas, comprobar los efectos de las térmicas y tener sus primeras impresiones sobre el control de la dirección, la velocidad y el aterrizaje. Tras descansar y recapacitar, se volverá a echar al cielo en dirección a otro punto elevado, pero quizá dé alguna vuelta más y así, poco a poco, tendrá todo el dominio de sus alas. Pero en ocasiones, más de las deseadas, en ese primerísimo vuelo no encontrará un buen lugar para posarse y el animal terminará con sus alas en el suelo, sin mayores problemas. Lo que en la montaña sería un pequeño esfuerzo hasta encontrar un sitio prominente para retomar el vuelo, en la ciudad supone una situación de mucho riesgo. Gracias, una vez más, a los comandos de observación de whatsapp, pasan pocas horas hasta que Arantza y Carlos consiguen movilizar a los agentes forestales para rescatar al halcón y proceder a su recuperación o reincorporarlo al nido, según convenga.
Antes de ese periodo -bastante estresante para Arantza y Carlos, por pasarse dos semanas en un estado de continua alarma- tienen el mejor momento del año, ese que sirve de recompensa emocional a todos los esfuerzos altruistas: el control y revisión sanitaria y anillamiento de todos los pollos accesibles del año. Tras gestionar los permisos y autorizaciones, poniéndose en contacto con los propietarios, inquilinos o instituciones afectadas, coordinan a agentes forestales y veterinarios voluntarios de BRINZAL y fijan las citas para ir a visitar todos los nidos. Los pollos son marcados con anillas tradicionales y también con las de lectura a distancia de PVC. Se toma nota de sexo, peso y estado físico general tras inspección visual. Esta operación puede ser tan sencilla como abrir la ventana del salón de Maripaz y Pepe o puede suponer que los agentes forestales tengan que escalar hasta el nido para coger los pollos.
El resultado.
La ausencia de depredadores, las condiciones ambientales benignas, la intervención veterinaria y los rescates, cuando son necesarios, sumados a la total ausencia de cainismo, hacen que el índice de supervivencia de los pollos sea de prácticamente el 100%. La enorme despensa a disposición de los peregrinos urbanos logra que lo habitual sea la puesta de tres huevos y que el alimento sea abundante y no escasee, ni siquiera los días de mala meteorología. La dieta está basada en la paloma doméstica y complementada con tórtola turca, vencejo y cotorra argentina. Curiosamente, elegir uno u otro complemento va más con los hábitos de la pareja reproductora que con la disponibilidad de esas especies. Parece haber ejemplares que se decantan por los vencejos, como pudo verse hace un par de años a través de las cámaras instaladas en el nido de Alcalá de Henares. Otros prefieren las cotorras, como el duplo ‘carabanchalero’.
En cualquier caso, el resultado es que de los cielos de Madrid salen cada año aproximadamente 30 ejemplares, que se distribuyen en un primer momento por el sur y sureste de la comunidad y partes de Toledo. Existen pocos datos de sus movimientos posteriores y los que se conocen de su dispersión temprana, por desgracia, son debidos a la recuperación de los cadáveres de los juveniles abatidos en la media veda. Bien sea porque vuelen tras los bandos de torcaces y sean “confundidos”, bien porque los halcones no pagan cuota en el coto. El resultado es que desde que se anillan sistemáticamente han sido recuperados cuatro ejemplares tiroteados. Obviamente, esta cifra es solo una mínima parte de la total, ya que encontrar animales heridos o muertos en el monte no es cosa sencilla.
Y para los observadores y fotógrafos.
Por desgracia, la seguridad de los halcones no está garantizada y el expolio de nidos con fines económicos es un fantasma que siempre acecha. Por otro lado, pero en la misma línea, preservar la seguridad y bienestar de los animales es lo principal. Para lograrlo es fundamental que las personas que conviven con los halcones en su día a día, que se ven forzados a mantener inutilizadas ventanas o balcones durante varios meses al año, no tengan otros inconvenientes añadidos. Y tener a media docena de fotógrafos u observadores enfocando su privacidad con potentes telescopios y teleobjetivos puede llegar a ser, no solo un inconveniente, sino un motivo de denuncia. Por esta razón El Vuelo del Grajo mantiene las ubicaciones de los nidos en el anonimato.
La buena noticia es que el nido con mejor visibilidad de todos los existentes, con las zonas circundantes más despejadas, y que permite seguir las evoluciones en vuelo y donde los posaderos son fácilmente localizables, es además perfectamente visitable. El nido es absolutamente inaccesible y nadie vive en varios centenares de metros a la redonda. Nos referimos a la pareja del Museo de América, que dispone de dos cajas nido en la destacada torre del edificio. Si no hay cambios, a partir de marzo de 2022, se podrá disfrutar un año más del espectáculo de los peregrinos urbanos.
El audio de lectura corresponde al anillamiento de tres pollos de peregrino en el salón de una casa.
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