REPORTAJE

Melilla exprés

SIEMPRE HAY UNA POSIBILIDAD

Si todo falla, siempre quedará el cementerio. Pinzón vulgar africano (Fringilla coelebs africana).

Cualquier oportunidad es buena para poner los ojos en la fauna que nos rodea y el tiempo libre en un viaje de trabajo es una de estas ocasiones.

Se entiende, en esta ocasión, por “viaje” a ese desplazamiento a otro punto distinto a nuestro lugar de residencia, pero del que no decidimos ni el destino, ni el motivo, ni los tiempos. Llamémoslo de trabajo, de compromiso social o de lo que sea, pero, en cualquier caso, no será un viaje completo si no hacemos una anotación en nuestros registros. Cargar con un pesado y voluminoso equipo de observación o de fotografía no siempre es posible. Por suerte unos prismáticos siempre pueden encontrar acomodo en una maleta. Basta con ellos y con un poco de planificación, para encontrar el momento de escaparnos y disfrutar de las aves en cualquier viaje. Todo consiste en localizar un par de lugares donde poder tener unos buenos avistamientos. Incluso tratándose de un desplazamiento corto podemos obtener alguna recompensa como, por ejemplo, estirar las piernas, desconectar durante un rato o -¿a quién pretendo engañar?- apuntar una nueva especie a la lista.

Estar situada en África y su proximidad al estrecho, hacen de Melilla un lugar que merece ser investigado con más tiempo.

Pistas para preparar una salida rápida

Dando por hecho que en ese tipo de viajes lo difícil será tener la cantidad de tiempo deseable -esto es: de orto a ocaso, sin interrupciones y comiendo el bocadillo mirando una zarza por si acaso- es fundamental la planificación. Existen muchísimas formas de hacerlo, pero hay cuatro puntos fundamentales:

– Echar un vistazo a las guías para refrescar o memorizar las aves que se pueden encontrar en la zona. Una vez más, la guía Svensson es idónea, si no vas a irte muy lejos, ya que incluye toda la región paleártica.

– Escudriñar E-bird para localizar puntos calientes, avistamientos y listas de los usuarios.

– A través del visionado de fotos satélite y mapas detallados, tratar de ubicar zonas verdes o parques y trazar posibles trayectos interesantes.

– Y, por último, y, casi más enriquecedor, buscar y leer todos los blogs locales y publicaciones de otros aficionados que hayan explorado la zona con anterioridad.

Por ejemplo, Melilla

A finales de febrero de 2020, antes de que la pandemia empezase a golpearnos con mazo de acero, me desplacé hasta Melilla para realizar un reportaje de promoción turística. Pasadas las horas de la mañana -donde la iluminación y la actividad social son idóneas para las imágenes de este tipo de trabajos, y a la espera de la hora dulce del atardecer y ocaso- disponía de algo de tiempo para escaparme a pajarear. Aunque Melilla no es el delta del Okavango, sí es África y hay algunas especies y subespecies muy interesantes que no quería dejar escapar.

Había hecho mis deberes con no muy buenos resultados: con las aves locales totalmente memorizadas, me encontré que el E-bird no tenía apenas registros para esta ciudad y el mapa reducía las zonas verdes a las márgenes del río de Oro y un par de parques públicos. El muy instructivo y bien documentado blog Elcabodelasaves.blogspot.com, de Fran Pérez, parecía indicar que lo mejor de ver aves en Melilla está en cruzar la frontera, algo totalmente descartable para mí. Aún así, me fijé un par de lugares y me guardé un as infalible en la manga. En las primeras caminatas por la ciudad, buscando las imágenes para mi artículo, me encontré con un barrio de arquitectura modernista en cuyas alturas mandaba una pareja de cernícalos comunes (Falco tinnunculus) que frecuentaban la zona de la plaza de España. Me tomé el tiempo para observar a estos pequeños halconcitos desenvolviéndose en la ciudad y comprobar, una vez más, que el cernido como técnica de caza pasa a un segundo lugar a favor del campeo, las esperas, los ataques por sorpresa o, incluso, las persecuciones inútiles. También me sorprendió la llegada de los vencejos pálidos (Apus pallidus) para pasar su temporada de cría, mucho más tempraneros que en la península.

Izda.: Melilla tiene una buena población de cernícalos vulgares (Falco tinnunculus). Dcha.:El bulbul naranjero (Pycnonotus barbatus), una de las aves indispensables en una visita a Melilla.

Dispuesto a aprovechar mi tiempo, comencé mi ruta. En el Parque Hernández, conseguí apuntarme el primer avistamiento puramente africano. Este jardín, de palmeras e inmensos ficus, posee algunas masas de arbustos y unas bonitas trepadoras, hay presencia abundante de agua y césped e, imagino, que de enormes cantidades de fitosanitarios, ya que un oasis de esas características debería de haber tenido una gran riqueza ornitológica. También podría ser que no fuera ni el día ni el momento. Aún así, lo escuché. Una voz, un fraseo nuevo y una sombra oscura que se movía ágilmente por los bajos de un arbusto. Sin el trino hubiese dicho que estaba persiguiendo un mirlo común, hembra, para más datos. Pero no era así. Una pareja de bullbul narajero (Pycnonotus barbatus) se movía inquieta entre las partes inferiores del arbusto, en un frenesí propio de aves de menor porte. Las hormonas afiladas por la próxima primavera me facilitaron la misión de ver y fotografiar al macho que, de tanto en tanto, se exponía para cantar.

No lejos de allí se encuentra el puerto. Ningún reportaje ni ninguna visita a una ciudad marítima debería cerrarse sin un paseo por el puerto. Son el origen de la urbe, el principio de la historia local y, para los “bicheros”, una oportunidad dorada de ver aves y fauna marina. Tras hacer las correspondientes fotografías del extraño skyline melillense, me centré en un grupo de aves que reposaban al final de un dique. Junto a algunos cormoranes grandes (Phalacrocorax carbo) y las previsibles gaviotas patiamarillas (Larus michahellis), el grupo más numeroso era el que formaban las gaviotas de audouin (Ichthyaetus audouinii). Esta preciosa gaviota mediterránea, antes muy escasa, parece que sale de la zona de riesgo y aumenta sus áreas de nidificación en las costas españolas. En nuestras playas e islas se ha pasado de 800 parejas en los años 60 a unas espectaculares 12.000 en la actualidad. Esa cifra es el 90% de los efectivos mundiales de la audouin. Un tesoro que no ha de pasar inadvertido.

Pero si hay una gaviota que ver -mejor dicho, visitar- en Melilla, esa es la situada en la avenida Castelar. El restaurante La gaviota es el bar al que hay que ir para conocer la gastronomía y el mundo de la tapa melillense. Larga barra de acero, tubos fluorescentes, mesas de formica y televisión con fútbol, paredes de baldosines y tendencia al griterío: lo tiene todo para salir de espantada. También hay un equipo de camareros -de esos que saben exactamente qué es lo siguiente que te va a apetecer, e, importantísimo, ofrecerte otro botellín en el preciso instante en que empiezas a dudar si apurar el anterior, antes o después del último salmonete de la ración- y, sobre todo y antes de nada, un maestro del tiempo y la energía, a los mandos de la parrilla. Pescados, mariscos y verduras son cocinados a la perfección por una persona que sabe convertir una tapa a la brasa en una delicia.

Volviendo al tema, ya había visitado mis dos zonas y no estaba satisfecho en absoluto. Al día siguiente, pondría en marcha el plan de emergencia: ¿qué lugar tranquilo, poco frecuentado y con grandes antiguos y tupidos árboles, hay en todas las poblaciones? Subí la cuesta de Lerchundi y llegué al cementerio. Tampoco es un derroche de vegetación, pero sí la suficiente como para albergar las dos especies que no quería dejar escapar. Sin adentrarse mucho en el camposanto -acción que no estará de más, ya que es bastante sorprendente y tiene unas excelentes vistas- hay un pequeño grupo de árboles de buen porte. Ahí encontré primero al pinzón vulgar africano (Fringilla coelebs africana) y luego al hererillo africano (Cyanistes teneriffae). El primero es subespecie muy azul del que vemos en la península, y el segundo es especie diferenciada del común hace poco y se distingue por gastar una boina prácticamente negra, complemento que, por cierto, le sienta muy bien.

Ahora sí tenía todo lo que buscaba. ¿Quién me iba a decir a mí que en los siguientes meses me tendría que conformar con anotar lo que iba a ver, desde casa?

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