Señor, dame paciencia… ¡pero ya!

EL BIÓLOGO PACO GARCÍA REFLEXIONA SOBRE "OPINIÓN", "CONOCIMIENTO" Y REDES SOCIALES.

Si algo malo tiene la era digital es que nos han convencido de que todo debe ser inmediato.

Cambiamos de ordenador para ganar 2 milésimas de segundo de proceso de datos. No nos mejora la vida en nada, pero invertimos dinero cada año. Y no es una crítica, simplemente es un hecho. Invertimos en velocidad y cantidad de información, pero no en tiempo y dedicación para asimilarla. Compromiso, curiosidad y dedicación ya parecen incompatibles con la velocidad de la wifi.

Muchos se ofendieron al leer que se les sugería que, antes de preguntar, estudiasen mínimamente una guía. Por analogía, sería como ofenderse porque te digan que estás leyendo las soluciones al crucigrama sin intentar resolverlo primero.

Corrían los albores del siglo XVI cuando Sir Francis Bacon escribía (en latín, como mandaban los cánones de la época) aquello de «scientia potestas est«, que traducido a la lengua de Shakespeare vendría a ser «knowledge is power«, y en castizo “el conocimiento es poder”. Algo debía de saber del tema el buen señor, considerado como uno de los padres del pensamiento científico moderno por precisar las reglas del método científico experimental, y por desarrollar una teoría empírica del conocimiento, allá por 1620.

Viene la introducción a colación de cómo y para qué usamos la información (y la sobreinformación) que generan las redes sociales. Y hablaremos de ello en el contexto de cientos de foros y grupos sobre naturaleza, aves, rastreo, mariposas o plantas que uno puede localizar en segundos desde cualquier pantalla. Y de cómo la gente se relaciona y pregunta, aprende o desaprende, en el contexto de estos foros digitales.

La idea nació hace unos meses, cuando se me ocurrió plantear la cuestión del aprendizaje y la adquisición de conocimientos en una red social que no nombraré («Mark, disculpa por esto»). Durante las semanas previas, invertí algunas horas en analizar la forma en que las personas piden y reciben información sobre identificación de especies (aves en el caso concreto) a partir de fotos que se comparten en redes sociales. Naturalmente, se montó un cierto jaleo y muchos se ofendieron al leer que se les sugería que, antes de preguntar, estudiasen mínimamente una guía. Por analogía, sería como ofenderse porque te digan que estás leyendo las soluciones al crucigrama sin intentar resolverlo primero.

La sensación existente, que hemos comentado repetidamente en tertulias con un café (o con unas cervezas) entre amigos del gremio naturalista, es que se ha producido un cambio brutal en el acceso a la información: ahora la tenemos toda a un solo movimiento del pulgar, que para algunos ya presenta hipertrofia. Incluso con las modernas técnicas de inteligencia artificial y las apps para móvil, podemos fotografiar cualquier cosa y será identificada con un grado (aún variable) de fiabilidad por un algoritmo que no siempre acierta y que a veces nos confunde, pero que otras nos orienta o reduce mucho el abanico de posibilidades. Mientras, los fabricantes de óptica inventan binoculares bluetooth con cámara que identifican lo que enfocamos, llevamos la guía digital en el móvil, los foros de internet están ahí para colgar la foto desde el hide y que alguien nos “chive” de qué bicho se trata. Y con todo esto, el órgano más perezoso y rezongón que tenemos (nuestro cerebro), nos dice eso de “mejor que trabaje otro que nos resuelva el problema”. El mismo proceso que hace que nos invada la pereza para no salir a correr en invierno: una vocecilla cabrona que nos convence para reservar energías y que apliquemos la “ley del mínimo esfuerzo”. ¡Error!

Sir Francis Bacon dijo lo de “knowledge is power” y acertó de pleno. Pero en el Siglo XXI John Bell completó la frase con su “Yes, knowledge is power, but data is not!”. Y esto se relaciona directamente con la aparición del término “infoxicación”: el exceso de información que recibimos y la imposibilidad de analizarla y procesarla en su totalidad. Literalmente, nos ahoga el exceso de información. Igual que esa “necesidad” artificialmente generada de inmediatez.

Si volvemos por un momento la vista no muy atrás, hace menos de 15 años cualquier naturalista -entre los que me incluyo- tenía al menos una librería repleta de guías y manuales de campo: huellas y rastros, anfibios y reptiles, aves (varias guías), huevos, pollos y nidos, mariposas, libélulas, setas y hongos, árboles y arbustos… más luego las guías específicas de cualquier país al que viajabas, mapas y libretas de campo repletas de esquemas, dibujos, planos y anotaciones de cosas vistas.

Y con todo lo anterior, se intentaba llegar al conocimiento con una mezcla apasionante de salidas al monte con expertos que te tutelaban en el aprendizaje, con horas de campo y estudio de la escasa y no siempre perfecta bibliografía disponible. Aprendías a base de esfuerzo y de la pasta que te dejabas en cada librería. Cada visita a una tienda especializada o a un museo implicaba aligerar el bolsillo de todo lo ahorrado durante meses o años. Todo por el momento impagable de abrir el libro en casa e intentar absorber aquel conocimiento, saboreando cada página, cada ilustración e incluso el olor del papel en un proceso que disfrutabas durante años. Aún hoy, abrir uno de aquellos libros hace que vuelvan recuerdos, también impagables, a la memoria.

Todo el proceso se acompañaba de un cierto componente romántico al identificar la especie que habías visto por la mañana entre niebla y frío, con los dedos agarrotados mientras dibujabas, fotografiabas o te grababas a fuego en la cabeza al bicho, su postura, su comportamiento y todo lo que pudieses recordar. Esa especie de la que habías anotado la fecha, hora, el hábitat circundante y la climatología, con la esperanza de que ayudase a identificarla. Un proceso que se repetía con cada nuevo bicho visto, en un proceso de aprendizaje “clásico” que ha cambiado poco, con la salvedad de que la moderna fotografía digital y la tecnología han contribuido mucho a mejorar la vida del aficionado a la naturaleza y las especies silvestres.

Precisamente cuando podemos acceder a toda la maravillosa información existente sobre cualquier especie, con terabytes de posibilidades que nos ponen el mundo al alcance de un “clic”, es justamente cuando menos utilizamos el método científico, la curiosidad y la capacidad de dedicar algo de esfuerzo al estudio. Voy con un ejemplo real: cuando escribo esto, alguien ha colgado en un grupo de serpientes una foto de culebra lisa con su típico patrón de color y algo casi más importante (y raro hoy día): ha descrito el lugar, la altitud y puesto la fecha; además, se aprecia el comportamiento de esconder la cabeza, algo que una víbora no hace nunca pero sí algunas culebras. En menos de una hora había ya 85 opiniones afirmando categóricamente que era una víbora (“muy peligrosa, cuidado con los perros” añadían muchos con evidente buena fe). Varias personas con conocimientos explicaban porqué no era una víbora y cuál era la identificación correcta. Y algunos -ofendidos- rebatían la identificación correcta con el manido argumento de “tengo razón porque en mi pueblo hay muchas”, o el consabido “llevo toda la vida en el campo, me vas a explicar a mí lo que es una víbora cuando he matado cientos (sic)”. Y así es como se produce la falsa democratización de las redes sociales y crece imparable el efecto Dunning-Kruger (la inconsciencia de la ignorancia), cuando personas con poca formación o información ponen en duda y rebaten acaloradamente las explicaciones de expertos, con afirmaciones basadas en su limitada experiencia personal o en ver algún documental.

En vez de esto, se podría consultar una guía y aprender por uno mismo para luego, en caso de dudas, recurrir a un foro de gente con experiencia que aclarase dichas dudas. El resultado sería un aprendizaje en base al esfuerzo personal y al estudio. Y no sirve decir que las guías son caras: tenemos cientos de libros y guías descargables en «pdf» totalmente gratuitas. Lo que parece que no tenemos es curiosidad y ganas de leer y aprender por nosotros mismos.

Precisamente cuando más urgente es promover el conocimiento sobre el entorno y la biodiversidad; cuando la educación ambiental y el conocimiento deberían ser pilares básicos para respetar la biosfera, es cuando la gente hace gala de esta falta de curiosidad científica. Hemos limitado el circuito de formación/información en redes sociales a participar en grupos de identificación de especies en alguna de ellas y colgar fotos de la especie “X” con un escueto «¿Qué es?. Visto en mi jardín”. Sin más. Sin decir siquiera dónde se encuentra el jardín asumiendo que todos lo conocen. A veces repitiendo la misma foto y pregunta en varios grupos. Por supuesto, si corta es la pregunta más lo es la respuesta, que suele ser “gorrión común” con 75 respuestas clonadas, salvo alguno que suelta “tarabilla norteña” y otro que comenta jocoso “velocirráptor” y se queda tan ancho. Casi nadie se lee las respuestas previas, y casi nadie argumenta; uno se pregunta: «si ya hay 4 respuestas de “gorrión común”, ¿para qué repetir 70 más?».

Al final, la cuestión que se plantea es la de cómo aprendemos a identificar al humilde gorrión o a la culebra. Si “sirve” igual salir al campo, mojarse o pasar calor, patear el monte y diferentes hábitats, formarse y estudiar (y usar internet, por supuesto), frente a escribir “¿esto que es?”, y esperar a que lleguen el chorreo de respuestas que pueden (o no) ser correctas. Yo lo tengo claro y espero que muchos de los lectores también: sin esfuerzo, sin curiosidad y sin compromiso por aprender, las redes sociales y la información se convierten en inservible broza. Nada puede reemplazar el salir al campo con los ojos y la mente abierta, disfrutar de y en el monte con todos los sentidos (y lo dice uno que lo pisa descalzo), comprender la sutil importancia del silencio y de la inmovilidad y ejercitar la paciencia que se nombraba en el título. De la misma forma, nada puede reemplazar la sensación de pasar las páginas de un libro o una revista, complementando la lectura con el olor y el tacto de las páginas. Aprender es un proceso que integra un conjunto de sensaciones y de experiencias que hay que vivir. No queda otra.

Decía el entrañable Profesor Challenger a su némesis, el Profesor Summerlee, en la maravillosa El mundo perdido de Conan Doyle: “Sin duda, señor, que un conocimiento limitado llevaría a ese resultado. Pero cuando el conocimiento es exhaustivo, se llega a conclusiones diferentes”. Puestos a pedir algo, me gustaría que todos intentásemos no quedarnos en el conocimiento superficial y profundizar, llegar a ese conocimiento exhaustivo por todos los medios a nuestro alcance. Especialmente ahora, cuando tanta falta hace para reconectar y respetar el medio del que formamos parte. Nos va la vida en ello.



  • Gracias por recordarnos que el conocimiento sobre cualquier materia no es genético. El aprendizaje requiere esfuerzo, aporta diversión y recomendable frotarse con una lija bien gruesa para sacar de encima la estúpida soberbia. 😎

    • Muchas gracias a tí, Paz. Es un lujo abrir la web y ver que los comentarios son de gente preocupada e interesada en los mismos temas que yo he intentado plasmar en el artículo…

  • Exactamente lo que yo pienso aunque no soy ni naturalista ni nada por el estilo. No puedo ir al campo/bosque ya que estoy un poco impedida pero esto no quita que mi curiosidad y ansia de aprendizaje me haga renunciar a las guías, (aunque como no sé mucho me cuesta encontrar las buenas).
    Me pone muy nerviosa ese hecho, que tu describes tan bien, de discutir con un experto la ID y también ese montón de respuestas iguales. Yo he tomado la decisión de dejar casi todos los grupos en lo que estaba para quedarme en los que eso no pasa o no pasa casi nunca. Lo demás me estresa y no me conviene… 👏🏻👏🏻👏🏻☮️❤️

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