Yo soy pajarero, ¿tú qué eres?

¿Eres acaso un simple observador de aves?, ¿te consideras un ornitólogo?, ¿te calificarías a ti mismo como un fotógrafo de pájaros?, ¿tal vez como un twitcher?, ¿quizá eres un dibujante de naturaleza?, ¿un anillador?, ¿un investigador o un científico?, ¿específicamente un zoólogo?, ¿un tourleader de avifauna?, ¿un naturalista?, ¿un animalista?, ¿un peluchista?, ¿un silvestrista?, ¿un cetrero? O puede ser que, contra todo pronóstico, ¿seas un cazador que ama tanto las formas de vida emplumadas que necesites poseer hasta su último suspiro?

Queridos grajos, y amigos todos de la controversia, es esta la época —en el marco de nuestra privilegiada posición geopolítica— de las tribus del tiempo libre, del posicionamiento ideológico incluso en el hobby, de la autodefinición en el asueto, del nacionalismo hasta en lo superfluo, de la exclusión en el adjetivo más innecesario, y de la sorna entreverada en el elitismo de la comparación.

Nos aburrimos mucho en Occidente y, en consecuencia, hemos creado sofisticados pasatiempos: unos practican zumba, otros escalan ochomiles y algunos persiguen pokémon en los baños públicos; mientras, los más visionarios, aquellos que mejor han entendido los entresijos de la postmodernidad con la que lidiamos, blanquean trimestralmente sus esfínteres más expuestos a la abrasión.

Con voluntad de romper el hielo, os confieso, que mi entretenimiento favorito —espero que compartido con muchos de los que vais a leer este texto— es el de observar aves. Y como le sucede a un buen puñado de los que están enganchados a este sudoku de color verde, especialmente a aquellos que el asunto les ha pegado bien fuerte, yo personalmente me aplico a conciencia y dedico una ingente cantidad de tiempo a crear todo un entramado filosófico que, en este rocambolesco contexto aviar, justifique mis excesos, normalice las obsesiones, relativice los déficits y, ya que estamos, minimice mis vergüenzas.

Y todo esto viene al caso porque, al final, la mayor parte del esfuerzo de campo, la intensidad del viaje o el momento glorioso acotado por un par de oculares 10X40, queda con frecuencia condensado en una publicación de medio pelo en el Facebook o en una foto mediocre subida a Instagram. Hay honrosas excepciones —¡faltaría más!— a esta superficialidad resultadista pero, lamentablemente, son pocas las almas que escapan a los tentáculos de su hambriento ego y al ansia de un rápido reconocimiento público.

Desgraciadamente, un número apreciable de nosotros —yo soy el primero que debo hacer una espinosa autocrítica— intentamos remozar la borrosa imagen, la mediocre observación, o el dato fenológico sostenido con alfileres, que obtuvimos en el fin de semana, con un aura científica, artística, y /o mística; en el mejor de los casos, es habitual que tratemos de argumentar el encuentro interespecie desde un ángulo a duras penas acolchado de sostenibilidad. Untamos nuestras acciones, no siempre sencillas de defender, con un bálsamo del que emana un olor a rancio ecologismo, que al final incluso nos repele, y del que tratamos de no abusar, de la misma manera que evitamos los excesos en la aplicación de esas pomadas antiinflamatorias con peligroso contenido en corticoides.

Cogemos aviones, conducimos cientos de kilómetros, nos gastamos inconfesables cantidades de dinero en telescopios terrestres, teleobjetivos y cuerpos de cámara; pagamos cantidades escandalosas de divisas a un guía para ver una especie concreta y algunos contamos con bibliotecas que, atiborradas de textos relativos a identificación, compiten con la de Alejandría no solo en volúmenes sino también en pretenciosidad; pero siempre lo hacemos sospechosamente en aras de la conservación del medio natural y no es raro que encima prediquemos las bondades de nuestro patrón etológico desde un púlpito moral al que no se le conoce mácula.

Quizá lo más hipócrita es que “nuestra” personal forma de abordar la actividad, que al final debería resumirse en sencillamente disfrutar de las aves, nos parece la idónea y ejemplar. Y aún peor es la facilidad con la que despellejamos al resto de modalidades, ya sea en privado junto al grupo de acólitos de nuestro modus operandi, o en público desde el estrado virtual de una de las múltiples redes sociales a nuestra disposición que, como todas, nos invita a verter bilis, hiel y frustración al peso, no sin cierta dosis de regocijante anonimato.

Todos hemos leído, o escuchado, juicios de valor acerca del peligro en la manipulación de las aves por el “anillador”; a muchos nos rechina el pomposo enfoque de aquel que se auto-define como “ornitólogo” y, asimismo, renegamos y diferimos de los argumentos del “profesional” de la identificación; por supuesto y también —muy en boca últimamente en los mentideros de pajareros—, desconfiamos de la ética de aquellos fotógrafos que depredan a cualquier precio el instante que quedará enmarcado rectangularmente en 45,4 megapíxeles dentro del círculo de su ambiciosa imaginación.

No gastamos pudor en despreciar a los que solo buscan “rarezas”, nos cabrea el exceso de aplicación de reclamos con el objetivo de atraer artificialmente al objetivo de la jornada, fiscalizamos y jerarquizamos al usuario de la página de observaciones en función del guarismo final en su lista del Paleártico Occidental, dudamos de la cita del pajarero que adolece de la suficiente experiencia, y desestimamos el trabajo del que no sube los datos a eBird.

Este barbecho de minas, que muchos hemos contribuido a crear, ha propiciado el florecimiento de compartimentos estanco en el desarrollo de nuestras respectivas modalidades y, como se veía venir, esta creciente desconfianza hacia el colega, ha desembocado en la aparición de comportamientos cuando menos curiosos si es que no podemos tildarlos directamente como aberrantes. Existen documentados casos de observadores que se han callado durante semanas, o incluso meses, la cita de una determinada especie, no tanto por preservar la tranquilidad del ejemplar sino por asegurarse la exclusividad de la observación o de las imágenes obtenidas de la misma. Y luego están las enfermizas, e hipnóticas en su estupidez, situaciones —sin duda mis favoritas— en las que supuestos amantes de las aves han compartido observaciones tan jugosas como falsas, en alguna ocasión ilustradas con una fotografía tomada en otro lugar del mundo cuando no directamente robadas de internet.

A pesar de que, por suerte, no son comunes los muy bizarros lances antes mencionados, lo que sí que estoy detectando personalmente, de un tiempo a esta parte, es que, cada día más, las citas de interés se aportan sin una localización precisa del ave. Por supuesto, esas coordenadas serán compartidas en un entorno cerrado y de confianza dentro de los principios del autor de la misma. Aquellos que no se han ganado ese selecto estatus social tendrán que, de querer verlo, buscar el pájaro a lo largo y ancho de la provincia o, en el mejor de los casos, en la generosa cuadrícula de tranquilidad que haya permitido el celo del responsable. De esta forma el elegido evita que una desagradable ristra de indeseables disfruten de la especie en cuestión (aunque en principio no tenga por qué haber problema respecto a posibles molestias o de que no se trate de un ejemplar especialmente sensible en su temporal escala o invernada) pero, sobre todo, se consigue que esa morralla pertrechada de óptica comprada en el Lidl no incomode a los auténticos “profesionales”.

Sin embargo, es curioso que en otros países, con una tradición incluso más antigua de observación de aves por parte de un grueso poblacional amateur, sí que permiten disponer al populacho de datos exactos confiando en un comportamiento exquisito por parte de los potenciales interesados en ver al animal (Dutch Birding, la página de citas ornitológicas en Países Bajos, es un buen ejemplo de ello). En esos territorios impíos no parece existir, por parte del pajarero total que sale con frecuencia al campo en busca de especies golosas —dejándose los cuernos, pasando frío, calor y/o penurias—, ese resquemor hacia el urbanita carroñero que se aprovechará de su ímprobo esfuerzo y, babeantemente, parasitará la sensacional cita y adulterará el recuerdo de la misma.

Estoy convencido de que aquellos que no comparten ubicaciones, y gustan de entornos humanos discretos y de máxima intimidad, pueden justificar sin despeinarse sus reparos, de nuevo, desde una aproximación conservacionista (fundamentada en el sano ánimo de que el ave sea lo menos disturbada posible). Como ya he dicho antes, este argumento no tiene necesariamente que estar completamente desapegado de la realidad y en ocasiones, ocultar una ubicación concreta, es absolutamente necesario y comprensible (véase el reciente descubrimiento de mochuelos chicos en los Pirineos). Sospecho a título personal que, lamentablemente, en muchos casos no suele ser la única motivación para hacerlo y, a menudo, esos burdos eufemismos solo sirven de excusa para expiar consciencias carcomidas por otras emociones menos confesables y me temo que mucho más infantiles.

No obstante creo que precisamente desde ese supuesto y sostenible punto de vista es desde el que menos se sustenta dicha actitud. Me explico…

Vivimos un momento crítico en lo que respecta a la salud de la biodiversidad general y, en consonancia, más que preocupante en lo que a la evolución de las poblaciones aviares se refiere. La generalidad en los números censados de nidificantes muestra un acusado declive en todo el planeta y hay comunidades que comienzan a dar síntomas de extenuación ecológica. El panorama a gran escala es sencillamente dramático y la impresión que le queda a uno es que, triste e independientemente de los esfuerzos que hagamos y de los recursos que se movilicen, es más que probable que lleguemos tarde para salvar de una inminente extinción a una buena colección de especies.

Aun así, no tenemos otra opción que mantener la esperanza. En este sentido, barrunto que todas las variantes del aficionado a ver pájaros van a ser importantes en esta lucha. Es obvio que algunos serán más relevantes, y otros lo serán menos, pero me parece del todo irresponsable rechazar, despreciar, o ningunear al novato u al observador superficial que —ya sea porque está empezando, porque tiene poco tiempo o porque, simplemente, carece de recursos— no puede desempeñar su actividad de la manera que se ajusta a nuestro particular y purista concepto.

En la actual y maniquea guerra por la preservación del medio natural, y en el recrudecimiento que se avecina, en la que pelearemos contra hordas de negacionistas del cambio climático, defensores de un liberalismo económico sin freno, cazadores sin escrúpulos y, sobre todo, enjambres de zombies a los que, esta historieta que nos hemos montado los ecologistas, los progres o el lobby científico de turno, les resbala por pura ignorancia, vamos a necesitar a cuantos más simpatizantes, o convencidos de la causa, seamos capaces de reclutar.

Atendiendo a la enorme cantidad de población desinformada y medioambientalmente abúlica existente, una vez más, entiendo que la Educación va a ser primordial para el devenir no solo de las aves sino de nuestra propia pervivencia. Y estoy convencido de que para conseguir que el aborregado ciudadano medio aprecie el valor intrínseco de cada singular especie, o entienda la imprescindible función en el ecosistema de cada eslabón, van a ser cruciales aquellos que mejor han entendido el papel de las aves en cada nicho, los que son excelentes identificando subespecies, las eminencias del anillamiento, y los virtuosos de la comunicación y de la interpretación de la naturaleza. Pero no os quepa duda alguna de que los realmente insustituibles serán los que hayan asumido, hasta sus últimas consecuencias, las reglas de cooperación (o del falso altruismo) que llevan funcionando con éxito, entre diferentes organismos, desde hace más de 3500 millones de años en la historia de la vida.

El poner trabas a que otros se animen a participar en la conservación de las aves (incluyendo a los que sin salir al campo castiguen sin su voto a aquellos partidos que no demuestren compromiso con lo más importante), sea desde el punto de vista que sea, o el no facilitar que personas discretas —o familias con prole en edad de ser improntadas en el gusto por disfrutar de jornadas al aire libre— se desplacen para enfrentarse a un determinado divagante e injustamente privarles de la adictiva dopamina (y en ocasiones de oxitocina) que recibirán como premio al improbable encuentro, es en mi opinión una nefasta decisión. En este mismo sentido, el desestimar ofrecernos como apoyo en una solicitud, por parte de alguien menos versado, respecto a cómo enfocar una identificación compleja, o directamente criticar otras aproximaciones a la observación de aves a partir de generalizaciones —que lo único que hacen es desunir y crear animadversión—, pienso que no solamente suponen posturas poco asertivas sino que implican tirarnos piedras sobre nuestra propiamente tejida, pero fragilísima, red japonesa de protección.

Ahora entiendo que aquellos que hayáis leído hasta este punto el texto estaréis pensando: “¿y tú qué propones que hagamos, tío listo?

Pues bien, después de dejar claro que yo no soy ejemplo de nada (pero que también escribo lo que me da la gana), podríamos comenzar por asegurarnos, en los próximos plebiscitos, de no elegir a políticos tan impresentables como analfabetos —si es que esa utopía es asequible—, y así exigir a los futuros y leídos representantes, inversiones cuantiosas en Educación general, y en formación ambiental en particular, acompañadas de frecuentes controles exhaustivos (que sean muy poco burocráticos y fluyan dentro de un pragmático consenso avalado exclusivamente por científicos) para los docentes que, con una formación real y continua, impartirán las clases —en la medida que se aplique una necesaria flexibilización de tanta mamarrachada dentro de los currículos— con la máxima transversalidad para que el alumno llegue a interiorizar que no solamente ha sido llamado a filas sino que será protagonista en la resolución del mayor desafío al que la humanidad se ha enfrentado en su historia.

Y una vez masticada y deglutida la anterior perogrullada, sería interesante —se me ocurre, después de darle muchas vueltas al asunto entre cerveza y cerveza— que pudiéramos seleccionar democráticamente un representante hispánico de cada facción (un inexperto preguntón, un anillador sin proyecto, un wildlife photographer de los de rompe y rasga, un carroñero de citas, y también a esa hiena a la que todos sabemos capaz de matar por la rareza que le falta para alcanzar el nirvana, junto a un largo etcétera de exóticos morfos) y forzar un encuentro consensuado en, por ejemplo, Monfragüe, Estaca de Bares, Gallocanta, Villafáfila, Doñana, el Delta del Ebro, Santoña, Fuenlabrada o Rivendel.

Allí, una vez metidos en harina, y tras las pullas, los insultos, las amenazas y los combates cuerpo a cuerpo, quedará establecida una comisión venerable. En mi imaginación —exagerada y febril— se forjará “La Comunidad del Prismático”, pues esa herramienta binocular, me da la impresión, representa nuestro único denominador en común. En palabras de Sauron: “Unos prismáticos para gobernarlos a todos…”.

El principal cometido del ecléctico comité será velar por encauzar y reconducir a los observadores de bien, y por ende a las criaturitas observadas, hacia ese objetivo compartido que nos salve de una desaparición próxima y, ya de paso, del bochorno actual.

Pero volviendo al principio —y ya solo por curiosidad—, yo soy PAJARERO

¿Tú qué demonios eres?



  • Buenas Carlos. Buenas reflexiones y espero remuevan lo que hay entre las dos orejas en muchos grupos de WhatsApp. Personalmente, yo disfruto CON las aves y no DE las aves, cuestión semántica. Tampoco soy muy amigo de comunicar las observaciones al momento porque al final se montan fiestas y peregrinaciones que a especies pérdidas o despistadas tras un temporal no creo laS emocionen. Como todo, es cuestión de ética y cabeza no acercarse pero hay de todo y mejor prevenir. Dicho esto, cuantos más se sumen a la muy bien calificada » comunidad de los prismáticos», mejor. Por cierto, igual es de tu interes visitar http://clubjovenespajarerosburgos.blogspot.com
    Un saludo y buen pajareo!

    • Buenos días, Carlos y resto de chiflados por las aves. Yo soy un eterno aprendiz. Que, leyendo hoy al gran Carlos Lozano Robledo ha aprendido cosas. Pero discrepo en algunas de tus conclusiones. Más que discrepar, matizo.

      En lo de guardarme localizaciones: Soy culpable. Lo hago. Y lo seguiré haciendo. Tuve mi época de pensar que «to er mundo es güemo». Y compartía lo que veía. Sirvió para masificar con decenas de pajarería cierto robledal en el que anidan cárabos comunes. El resultado fue la muerte de cuatro pollos y un adulto debido a las molestias. Ahora (y creo que ya por siempre) me reservo localizaciones o especies sensibles. Las comunico a los responsables de la confección del anuario provincial.

      En cuanto a lo de gastarme un pastizal obsceno en un buen equipo de óptica para observar, culpable también. Y no pongo ninguna excusa o razonamiento. Culpable sin más.

      Viajes para observar algún ave, también hice. Ahora, por cuestiones de salud, ya no. Si puedo volver a ellos, sin duda lo haré. Culpable.

      Por último, para no cansar. Educación ambiental y políticos. Los políticos patrios son un reflejo de nuestra sociedad civil. No son venusianos recientemente aterrizados y puestos ahí a dirigir los diferentes partidos políticos. No sé, no conozco en detalle, las diferentes formas de actuar de políticos y gente llama en el tema de ecología y medioambiente en otras partes del mundo. Pero si consideramos, por ejemplo, que un factor de la ecuación cuyo resultado marca el grado de respeto social hacia la fauna, es el número de personas afiliadas a una organización medioambiental (como la. RSPB en Gran Bretaña)… Entonces falta mucho por hacer. Y no se soluciona con un cambio de partido o dirigentes políticos. Sino con décadas de educación. Siendo España un país en el que los planes de educación cambian con cada nuevo gobierno, jodido panora tenemos.

      Perdonad el desahogo. Y el ladrillo. Una sola cosa más. No dejes de escribir, también, aquí, Carlos. Que este grajo vuele muy alto. Y por muchos años.

      • Muchas gracias, Ignacio, por aportar esos matices y enriquecer el debate con tu honestidad. Un abrazo.

  • Yo soy pajarero como tú,creo que en el.fondo siempre lo fui,no tenia ni facebock,resulta que una vez en un grupo solo veía insultos hacia los demás que algunos entendían sabían menos,eso me cabreó,decidí hacer mi propio grupo con mis propias normas,y que todos aprediesemos de todos,yo sigo aprendiendo no sé los demás…Pero estoy feliz de haberlo creado desde la total tolerancia hacia los demás el respeto nunca se debe perder,ni por una afición ni por nada.Mucha gente aprende,sin apenas saber antes nada y me da las gracias!! Esa es la finalidad que la gente aprenda a respetar la naturaleza y sobre todo los conocimientos de cada uno,si se.conoce se respeta,de eso se trata amigo de enseñar a querer y sentir lo que nos rodea,también formamos parte de ello todos nosotros.

  • Bueno, propongo hacer lo siguiente a la comunidad del prismaticos. Encerrarla en uno de esos lugares que has indicado pero sin ventanucos por los que puedan entrever la luz y por tanto la menor sombra de un ave. Y así encerrados, cual los cardenales en Avignon, a pan y agua un día a la semana. Dejarlos salir cuando sean capaces de transmitirnos la verdad revelada al resto de la comunidad ornitoparatiritis

  • Estoy muy de acuerdo. Sólo una matización: lo de no elegir políticos tan analfabetos como impresentables me temo que es imposible dado el panorama político actual de este país que me lleva a preguntarme si hay, en cualquiera de los partidos en liza, alguno que no lo sea…

  • Yo también me considero pajarero, bichero y amante de lo natural con mi cámara intento enseñar la belleza o momentos irrepetibles de la naturaleza y intentando hacer educación ambiental con alguna exposición que he realizado altruistamente ya que nunca he cobrado y siempre buscando donde hacer la próxima,

  • Cuánto ego inmenso se esconde detrás de la actitud que con tan fina ironia has apuntado, Carlos.
    Yo soy pajarero. Y también trato de ser guía.Y prefiero mil veces guiar a una familia que a un twicher.
    Como tú, pienso que cuanto más gente se acerque a las aves más oportunidades tenemos de hacer que las amen y, por extensión, que se animen a protegerlas en la medida de sus posibilidades.
    Gracias por tu reflexión.
    Yo me apunto a la “Comunidad del prismático»

  • Completamente de acuerdo. Todos estamos en el mismo bando (bandada) a pesar de la variedad de posibilidades que tenemos de enfocar nuestra «sensibilidad» hacia la naturaleza. ¡Unámonos, prismáticos en ristre, pajareros del mundo!

  • Carlos Lozano, siempre es un placer leerte y disfrutar con esa ironía afinada, en tu estilo y con el humor de fondo, con los que acabas aportando muchas y buenas reflexiones.
    Estoy de acuerdo en que no sobramos ninguno de los que amamos la naturaleza y más nos valía menos egos y más cooperación. Menos bandos y más comunidad.
    Enhorabuena a la revista El vuelo del Grajo por su trabajo de divulgación y por haberte fichado.
    Por cierto, yo soy pajarero…

  • Artículo imprescindible, pese a que por mi parte, pajarera aficionada, me valen tan solo, las escasas 3 líneas de un modesto haiku:

    nadie en los campos,
    abren al sol sus alas
    los cormoranes

    marga alcalá
    (Del libro «Espejo del Sol, haikus del Parque Natural de la Albufera» )

    Un abrazo.

    • Yo soy pajarero como tú,creo que en el.fondo siempre lo fui,no tenia ni facebock,resulta que una vez en un grupo solo veía insultos hacia los demás que algunos entendían sabían menos,eso me cabreó,decidí hacer mi propio grupo con mis propias normas,y que todos aprediesemos de todos,yo sigo aprendiendo no sé los demás…Pero estoy feliz de haberlo creado desde la total tolerancia hacia los demás el respeto nunca se debe perder,ni por una afición ni por nada.Mucha gente aprende,sin apenas saber antes nada y me da las gracias!! Esa es la finalidad que la gente aprenda a respetar la naturaleza y sobre todo los conocimientos de cada uno,si se.conoce se respeta,de eso se trata amigo de enseñar a querer y sentir lo que nos rodea,también formamos parte de ello todos nosotros.

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