Texto y fotografía
Javier Marquerie.
EN PRIMERA PERSONA, LOS PRISMÁTICOS QUE VAN SIEMPRE CONMIGO.
La búsqueda de unos prismáticos que me permitieran caminar durante largos paseos cargando con el equipo fotográfico o el telescopio con trípode (o ambos trastos a la vez), hizo que mi atención se centrase en unos binoculares de bolsillo. Esta fue mi elección.
Mis cervicales son el culmen de una condición física que podría ser mejorable en muchos aspectos. Hace años ya me obligaron a cambiar de marca y sistema fotográfico. Mi trabajo como tal, por entonces, me exigía caminar durante jornadas interminables -cargado con equipos ridículamente pesados- que siempre terminaban con vértigos, condicionando mi inquebrantable plan de ir a captar tal o cual escena nocturna.
Aunque el peso de los equipos fotográficos de hoy en día no es el mismo y que el uso de un buen arnés de hombros para eliminar la carga sobre el cuello mejora mucho la situación, en mi caso no era cuestión de ir añadiendo peso a mis espaldas, como si de una mula arriera se tratara.
Y luego está el tema del pulso. La genética me privó de muchas de las virtudes y excelencias de mi madre, pero, como testigo de mi origen familiar, me otorgó ser portador del mal del temblor vital. En mi caso es una pequeña vibración en los dedos que, en momentos de esfuerzos físicos, de un mal descanso o de tener el día loco, empieza a ser más visible. Sobre todo, cuando te echas a la cara unos prismáticos. Con un poco de concentración y cuidando la respiración, la cosa no es para nada limitadora. Pero ¿cómo contener el aliento y la emoción cuando llevas horas subiendo, -cargando con equipos y tras haber dormido poco (maldito chotacabras)- y ves por fin al animal que te ha llevado hasta ese remoto lugar? Mejor un 8x que un 10x.
Teniendo esto claro, me planté en Ópticas Roma, de Madrid. Hay muchas cosas que puedes permitirte comprar por catálogo o en páginas web. Unos calzoncillos, por ejemplo, si son de algodón y tu talla, con elegir el color o el estampado ya están las decisiones tomadas. O, vamos con algo más serio, un objetivo de varios miles de euros: sabes el que quieres o necesitas y no hay tantas posibilidades donde elegir. Lo puedes adquirir en tu web de confianza, que normalmente coincide con la que ofrece un mejor precio, pero sin pasarse. Sin embargo, con los temas de óptica, esto no es tan así. Hay varios condicionantes que exigen probar en primera persona los posibles candidatos. Dicen que no hay dos ojos iguales y que lo que es inmejorable para uno, es medianito para otra. Tras darle muchas vueltas, creo que hay más agentes. Peso, tacto, ergonomía, todo ello en relación con tus sentidos y miembros. A lo que habría que añadir los condicionantes, requisitos y manías personales, sin olvidar las características técnicas. En definitiva, mejor ir y probar y sentirse cuidado por verdaderos expertos.
La elección.
Cuando acudes a una tienda de ópticas de observación, a diferencia de una especializada en calzoncillos, la gracia está en que puedes probar todo lo que más o menos se adapta a tus necesidades. No es como un concesionario de coches, donde te abren las puertas, te sientas, te ponen la miel en los labios y te cascan el presupuesto. En estas puedes mirar a través de ellos, tantear su manejabilidad, espiar palomas o cómo alguien se hurga en la nariz y comprobar así el manejo y tu adaptación a ellos.
Una vez en el establecimiento, un primer despliegue elemental de equipos. Tres prismáticos de gamas media, media-alta y alta para empezar el ritual. Vas comparando de dos en dos, uno en cada mano, buscando defectos. Yo soy muy quisquilloso con las aberraciones cromáticas. Esas líneas azules, verdes o magentas que aparecen en el borde de los objetos, especialmente cuando están a contraluz. Ese coloreado que echa al traste cualquier identificación de un pajarito pardo-verdoso y pequeño en lo alto de un árbol.
Aunque en un principio se trataba de un equipo secundario, algo que iba a trabajar colgado del lado izquierdo, mientras en el derecho está la cámara, tenía que ser necesariamente resistente. Porque sí: cuando tienes dos manos y llevas colgado tu mejor equipo fotográfico, ante la lluvia, el polvo o una caída, a lo demás lo pueden ondular. Quería, pues, algo resistente, estanco, con buen servicio post venta y que no se empañase. Además de ligero, cómodo y pequeño. Tenía que ser una primera marca.
Tras eliminar de la ecuación excelentes opciones de menor categoría, soñé con los buenos de verdad. Allí, sobre el mostrador de cristal, estaban el Swarovski CL Pocket 8×25 y el Leica Ultravid 8×20 BR Aqua Dura.
Ante materiales así, sabiendo que los dos cumplen con creces todas las exigencias técnicas, para decidirse solo queda estudiar cuál se adapta mejor a tus ojos, cuál encaja mejor en tus manos. En definitiva, cuál de esas dos obras maestras, claramente, fue fabricada para pasar grandes y emocionantes momentos contigo.
Y los Swarovski se vinieron al nido conmigo.
… mucho tiempo después…
… aproximadamente dos horas, había descubierto que esta pequeña maravilla entraba en los bolsillos de una cazadora o en los laterales del pantalón. 11 centímetros de largo, plegables a lo ancho, y 345 gramos es lo que tienen. Entonces me acordé de la gran máxima del fotoperiodismo: la mejor cámara es aquella que llevas encima cuando aparece la fotografía ante ti. Estos eran un poco igual. Se acabaron las dudas sobre si aquella gaviota que vi en un paseo por la playa después de comer con unos amigos era cáspica. Estos prismáticos podían venir conmigo en cualquier ocasión y a cualquier parte.
Normalmente, si voy al monte, al campo o al parque (este 2024 ha empezado muy de ir a ver pájaros dónde sea, por cierto) siempre llevo la cámara o el telescopio, o todo a la vez. Así que esa idea inicial de situar a los 8×25 como “secundarios” y primar el uso de mis prismáticos grandes pasó rápidamente a un segundo lugar y estos pequeñines se han convertido en inseparables.
No voy a cometer la estupidez de decir que no tienen defectos. De hecho, voy a listarlos por si a alguien le son útiles.
* Que sean plegables tiene sus ventajas, pero al hacerlo sobre dos ejes, abrirlos para que la distancia entre los oculares y los dos ojos coincida lleva, materialmente, el doble de tiempo. Todos sabemos que tardar dos segundos, en lugar de uno, a la hora de fichar un pajarillo nervioso y fugaz, es un mundo. Aunque te haces pronto a ello, hay que tenerlo en cuenta y recordar guiñar un ojo y no perder tiempo en caso de necesidad.
* Por esa misma razón, no es un equipo apto para compartir durante una salida.
* Tengo manos normales, quizá tirando a grandes, y no tengo problemas de uso con estas lentes. Pero quizá a alguien con dedos gruesos y una mano de mayores dimensiones estos prismáticos le resulten como un cacahuete en la boca de un mastín: imposibles de asir y manejar.
* Los cristales son buenos y dan mucho de sí. Es el caso de ese limitado 25 de luminosidad, que arroja una pupila de salida de tan solo 3,25mm . Se comporta muy bien en zonas de sombra y bosque, tiene un contraste muy ajustado y ni rastro de aberraciones cromáticas. Responde en días extremadamente bajos de luz, pero cuando baja el sol se te acaba la fiesta antes que a nadie.
* Son unos binoculares de localización, para una observación pausada no son cómodos. Su campo de visión de 119m a una distancia de un kilómetro tampoco te permiten ver la escena en toda su extensión. No son los más indicados para escanear la ladera de una montaña boscosa en busca de una manada de lobos.
* Sobra decirlo, son 8x y si tu lugar de campeo favorito son unos humedales o te apasionan las marinas, estos no son tus prismáticos.
Se trata de limitaciones más que de defectos. Para subsanarlos solo hay que irse a unos 10×42 o más allá, es sencillo.
Por lo demás, son unos binoculares discretos, que sin correa llevas en la mano con total seguridad, resistentes a la intemperie -mi unidad ha probado el agua de mar, la lluvia y la fina arena del Sáhara sin decir ni mu- y con toda la calidad de una marca con un prestigio conseguido haciendo las cosas bien.
Tienen un precio que ronda los 800€, similar a los prismáticos tope de gama 8×42 u 8×44 de casas como Minox, Nikon o Kite, excelentes marcas de gama media o media/alta. Entiendo que la “menor” cantidad de cristal -que es lo realmente caro en la óptica- de tener una luminosidad reducida de tan solo 25 (el diámetro de la lente frontal), hace que puedas tener la calidad de una primera marca por la misma cantidad de dinero. Y, de verdad, y aquí sí me mojo, ese extra de calidad general que ofrece la marca suple muy bien la limitada luminosidad de este pequeño modelo.
EN PRIMERA PERSONA.
Por nuestras manos pasan muchos equipos ópticos y fotográficos de todo tipo. Unos son adquisiciones, otros son fondo de armario y otros son préstamos por parte de comercios especializados o marcas. Pero, por el momento, no nos debemos a nadie y no hay ni perras ni favores de por medio. Las opiniones vertidas en los artículos bajo este epígrafe tratan de ser lo más equilibradas, sinceras y amplias. Pero no serán del todo objetivas, ya que responden exclusivamente a nuestros gustos, querencias y experiencias.
No somos ingenieros ópticos ni técnicos especialistas. Somos usuarios con espíritu crítico y con el ojo hecho a estos temas, por años de profesión fotográfica.
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Excelente artículo, gracias. Ciertamente, este tipo de prismáticos, también llamados «de porro» tienen la limitación de luminosidad y del ajuste de apertura entre ojos, pero aún así, son magníficos por su facilidad de transporte. Yo tengo dos Steiner, y el 10×42 casi no lo uso desde que adquirí el pequeño.
Muy buen artículo.Gracias.