CONSERVACIÓN 20/02/24

Los que nos emocionamos con los pájaros.

LAS PERSONAS QUE SUEÑAN CON ALAS Y LOS PERSONAJES DE PESADILLA.

Somos muchas personas las que sentimos de manera especial todo lo que rodea al mundo de las aves. Haremos cosas absurdas, fenomenales, trascendentales o anodinas, pero siempre empujados por la fascinación que tenemos por estos animales. Sin embargo, justo cuando este texto iba tomando forma en mi cabeza, he leído un caso que pone de manifiesto que no todos los que nos emocionamos con los pájaros somos iguales.

El sábado por la tarde nos juntamos en El Nido del Grajo un buen puñado de personas para ver Soñando con alas, de Juanjo Ramos Melo y Germán Pinelo Castro. Este documental, gracias al relato de la experiencia de cinco personas, profundiza en diferentes formas de aproximación a eso que conocemos como “pajareo”. El adolescente que lo descubre tímidamente, el que disfruta y deja que ocupe todos los espacios intracelulares de su vida, el que lo adopta para no dejarse llevar por la vejez, el profesional que ha triunfado en ello, el que está en esto porque no conoce otra forma de estar, el pajareo visto por estos cinco personajes ofrece un abanico enorme de posibilidades sobre cómo acercarse a esta forma de respirar la vida. 

Grullas sobre El Retiro trompeteando hacia el lejano norte.

Los amigos de los protagonistas amplían, aún más, el espectro: la eminencia que tanto ha aportado; el compañero de vida que se subió al carro; el cazador que colgó la escopeta y ahora sus trofeos son fotográficos; el artista que descubrió sus musas con plumas… ¡Cuántas personas interesantes conmocionadas por la existencia de los pájaros! ¡Cuántas personas emocionadas por las aves!

En el encuentro posterior surgió una pregunta buena para entender el papel que juega la conservación en el mundo de la observación. Algo que siempre hay que tener presente. La cinta, no tiene por tema los trabajos en defensa de la biodiversidad. Es posible que algunos de los que aparecen no dediquen a ello de manera consciente nada más que una mínima fracción de su tiempo, de la misma manera que otros están en esa guerra 50 horas a la semana. Pero todos, de una u otra manera, están en el frente de los preocupados por la biodiversidad. Cada uno a su manera y cavando su trinchera como puede.

Dándole vueltas a esto andaba -nunca mejor dicho- hoy cuando reparé en dos torcaces echadas sobre eso que hacen ellas y que reconocemos a duras penas como nido. Estaban pegadas. Una de ellas recorría con su pico la distancia que iba desde el culmen hasta la nuca de la otra. Pequeños, suaves e insistentes picados eran recibidos con placer reflejado en unos ojos entornados. La escena, casi normal en una falsa y aterradora primavera como esta, me entretuvo varios minutos. La acacia, desprovista de hojas, no ofrecía ninguna intimidad ni cobertura a las aves. ¿Se atreverían a algo así si no estuvieran en entorno urbano que las protege de casi todos los depredadores? ¿Cuántas generaciones de torcaces urbanas son necesarias para que la presencia de humanos no las preocupe hasta el hecho de exponerse de tal manera? 

La curruca cabecinegra macho del retiro

Antes de entrar en el parque de El Retiro, lugar al que voy frecuentemente a combinar lo de andar y lo de mirar aves, trato de localizar a la pareja de peregrinos que anida por allí. Si observo algún hecho relevante se lo envío a la persona que lidera los cuidados y protección de los halcones urbanos madrileños. Tal y como contamos en su día (Los peregrinos urbanos), ella es profesional en una importante ONG conservacionista y, en su tiempo libre y sin ningún tipo de ayuda económica o institucional, cuida de las once parejas establecidas en las urbes de la comunidad. Gracias a una importante red de observadores voluntarios y fotógrafos que la informan de cópulas, nidificaciones, cazas, idas y venidas, ella puede coordinarse para anillar, recuperar pollos imprudentes o atender a cualquier emergencia. 

Ya en la llamada Montaña Artificial del parque y con la lista de e-bird abierta, y buscando el trío (HHM) de azulones que suele estar en el pequeño estanque que hay a sus pies, una persona se me acerca.

– “Que bien equipado vas”, dice señalando mis prismáticos. –“Yo traigo esto para los gorriones”. Y me enseña una bolsa nueva de alpiste pelado, comprado en herbolario.

– “¡Qué bueno! ¿Sabes que, si en lugar de eso traes cacahuetes tostados sin sal, se te subirán encima?” Casi me arrepiento nada más terminar la frase, por promover acciones que requieren de cierta conciencia de lo que se hace.

– “Yo no vengo a dar de comer a los pájaros. Yo vengo a andar. A andar como Pulgarcito, dejando un rastro de alpiste para los gorriones”, me responde con cierto tono de dignidad.

– “Podrías ayudar a otras aves”, insistí rápidamente para que no se me notase en el gesto que mis neuronas acababan de sufrir un shock eléctrico.

– “A mí me gustan los gorriones. A veces se me acercan gorriones verdeamarillentos, como ese -señala a un mosquitero- otras, unos que tienen el pecho naranja. Y una vez se me posó en la mano un gorrión chiquitito azul con los pelos de punta”. Antes de que pudiera empezar a elegir una respuesta, esta persona se dio la vuelta y mientras caminaba me dijo: -“¡Como Pulgarcito! ¡Me voy a andar como Pulgarcito dejando un rastro de alpiste!”

Los tres patos estaban en su territorio, pero habían salido a estirar las patas y estaban pastando entre la rocalla y las diversas matas. Se aprovechaban de los trocitos de hierbas que dejaban tras de sí las desbrozadoras, cuyos operarios andaban en su tiempo de descanso. A uno de ellos se le había acercado un señor acompañado de un teckel de pelo duro. Si por cada teckel que pasea por El Retiro me diesen una colleja, ahora estaría decapitado. Es impresionante lo que ocurre cuando una raza se pone de moda. 

Cada pajarero se emociona con lo que le da la gana.

El caso es que el dueño del perro andaba sugiriendo a la persona al cuidado de los jardines que hiciese algo con las orugas de la procesionaria, porque son muy peligrosas para los perros.

– “Ya hacemos. Ponemos sistemas que impiden que las procesionarias bajen”.

– “Sí, lo he visto. Pero no es suficiente, porque hoy he visto varias hileras en el suelo. Deberían fumigar o echar algo”, insistió el del teckel.

– “Verá, señor, si fumigamos, los pajaritos tendrían un problema. No porque puedan comerse una oruga envenenada, sino porque no solo muere la procesionaria”, explicó muy didácticamente, pero decidió ser más explícito: “Si echamos veneno, nos lo cargamos todo y las aves se quedan sin comida”.

– “Ya entiendo, pero… “, quiso insistir tímidamente el de la salchicha con pelos.- “Antes de hacer nada hay que pensárselo mucho por lo que pueda pasar”, zanjó el operario.

Tengo una razón especial para andar hoy en el parque. Ayer me llegó el aviso de que habían avistado una garza real cerca de las pistas de tenis. Estoy en un grupo de WhatsApp en el que unas cuantas personas, básicamente observadores de distintos plumajes, nos mantenemos al día de las novedades ornitológicas del parque. Media docena de ‘taraos’ por las aves que estamos atentos a todo lo que vuela en un parque urbanita, atentos a lo que pueda suceder de bueno y de no tan bueno, interviniendo si es necesario. O eso supongo, porque llevo poco en esto de los grupos, los avisos y las listas. Concretamente, menos de dos meses.

De camino a mi destino, paso por la zona donde suele dejarse ver una pareja de currucas cabecinegras. Sé que son siempre las mismas, o al menos el macho lo es, porque una persona la anilló. Siempre trato, con las fotografías que le hago, de descifrar lo que pone. El trabajo que se hace con las anillas, el esfuerzo de la persona -normalmente voluntarios- que se da la pechada de montar el tenderete con las redes y balanzas, que gestiona los datos obtenidos y el estrés que sufre el animal durante el proceso, solo cobra sentido cuando se recuperan los datos de esa anilla. Así, el mero observador puede convertirse en un valioso colaborador de la comunidad científica.

Y sí, venga, es muy goloso recibir un día un email contando que tal ave fue anillada tal año, en tal pueblo, por tal persona.

Algunos de los asistentes a la proyección claramente emocionados. (Foto: J.C. Quintana).

La garza gris no estaba. No tenía muchas esperanzas de verla. Ese estanque no es lugar para ardeidas. Sin embargo, me topé con una pareja de tarros canelos y a un viejo conocido con el que me he encontrado muchas veces, pero nunca en El Retiro. Este cuchara es un ejemplar escapado de alguna colección o zoológico, como indican las anillas de pvc y el hecho de que ande tan despistado, volando de un sitio antrópico a otro, en compañía de azulones. Sin migrar y sin incorporarse a los bandos de su especie con los que sin duda se habrá cruzado.

A mí estas cosas me dan mucha lástima. Quizá la razón por la que estaba en cautiverio esté más que justificada. Pero esa soledad, ese no saber quién es… me parte el alma cada vez que me lo encuentro en Casa de Campo o en el Manzanares.

El caso es que los gansos naranjas -descendientes de escapados- y el pato solitario se convierten en las especies número 49 y 50 que he avistado en el parque en lo que va de año.

Sí, hago listas y las comparto. Así, además de tener un cierto control sobre el cuándo, quién y dónde de mis paseos, quizá pueda ayudar a personas de carácter científico a extraer datos, a que otros pajareros estén avisados de lo que pueden encontrar o facilitar información a algún fotógrafo que tenga pendiente captar una especie.

Tras informar a las personas que forman el grupo del parque -secretamente orgulloso por ser mi primera aportación de cierto valor- de la novedad canela, me paro un buen rato a disfrutar del canto de un picogordo. Normalmente es discreto y emite una llamada parecida a la de un agateador. Sin embargo, en este febrero tan anormal, un macho a media altura de un aliso emite un suave canto. No es ni muy variado ni muy potente, pero recuerda a ciertos fragmentos de la estrofa principal del jilguero. Casi acordes sueltos de esta.

Luego pude comprobar, gracias a las aportaciones que hacen miles de personas de todo el mundo en la plataforma E-bird, que no estaba equivocado y que efectivamente el parecido era real. Sonideros aficionados y profesionales que se desplazan con sus cacharros con la única intención de documentar el sonido de las aves y facilitan el resultado de su trabajo de manera altruista en internet.

Regreso a casa rápido. Durante la caminata compruebo, cierro y envío mi lista y añado mi granito de arena a esa red de seguridad para las especies. Gracias a ello, estoy en ese tejido de personas, observadores, científicos, jardineros, caminantes emuladores de Pulgarcito, fotógrafos, sonideros, profesionales, voluntarios y aficionados que protegen, cada uno a su manera, a las aves.

Conceptos de emoción.

Mientras escribo esto veo en redes una noticia que me conmociona. Me enfrento a una nueva forma de entender el título que he escrito para este texto. Un significado diferente para “los que nos emocionamos con los pájaros”.

La noticia va de un tipo que ha estado un mes tratando de encontrar un ave muy especial. Se trata de una chocha perdiz totalmente blanca. La ha visto de refilón. Vecinos suyos también la vieron.

Gracias a un programa de seguimiento satelital, se sabe que otros ejemplares de esta especie, presentes en el norte de la península, han migrado desde Siberia para pasar el invierno en estas tierras: 6199 kilómetros en 61 días y 14 etapas, tal y como especifica el perfil digital Naturaleza Cantábrica.

Fuente: redes sociales Clubcaza.

Ramón Redondo, que es como se llama esta persona tan apasionada por esta ave, acabó con su vida al segundo disparo.

Para describir la emoción del deportista, la redactora de Club caza, emplea frases como “Un cazador abatió ayer la becada de su vida”, “cumplió el sueño de cualquier becadero (…) Después de muchos días de búsqueda, logró hacerse con un ejemplar prácticamente único: una becada de plumaje blanco” o “Con la segunda detonación, la arcea cayó y los nervios se convirtieron en una inmensa felicidad. El cazador y su equipo (dos perros) habían conseguido el pájaro”. (Fuente: club-caza.com)

Mientras exista la caza deportiva en busca de trofeos en general y la caza de aves migratorias en particular, el listón de la conservación puede estar situado tan bajo como que manejes unos 8×42 o una calibre 12.

Y luego están los que al escuchar 300 grullas regresar trompeteando al lejano norte se les encharcan los ojos. 


  • Soy de las que al escuchar 300 grullas se emocionan. Me pasó ayer al verlas pasar sobre mi. Pienso que el único disparo que debe escuchar un ave, sea la que sea, es el de una cámara de fotos. Tu artículo refleja mucho de lo que siento. Gracias por explicarlo tan bien

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