Diario de abordo. Migrando

31/08/2021

Bajamos la ventanilla del coche y nos inunda ese calor húmedo que te advierte de que el verano aún no ha terminado. Lo conozco bien, es denso, podrías palparlo con la yema de los dedos. Me recorre una sensación placentera; todavía podemos disfrutar un poco más del estío. Visitamos el observatorio y el viento se torna frío mientras, al fondo, el sol se derrite en el Atlántico. Parece que esa imagen es muy conocida y en unos cinco minutos vemos varios coches pararse delante de esa zambullida del astro, pero han llegado tarde. Pienso que el sol está disfrutando de sus últimos baños del verano.

01/09/2021

Volvemos a la mañana siguiente para ver el paso migratorio, la niebla es baja, algo densa, huele a hinojo y los vencejos pálidos vuelan con los aviones en torno a un pequeño valle. No escuchamos los gritos ni las persecuciones tan características. Hay unos cuatro tranquilos abejeros, casi planeando sobre nosotros. Es curioso porque el único sonido que se escucha es el de los cencerros de las vacas que pacen cerca y el ruido de las ruedas de los coches en el asfalto. Se despeja la niebla y los insectos ascienden. En un instante aquellos vencejos silenciosos están perfilando el cielo por encima de nuestras cabezas y los abejeros deciden ir cogiendo altura porque ya es hora de cruzar al otro lado.

Esto se va llenando de gente, básicamente fotógrafos y conservacionistas y con ellos llega esa apacible comodidad de la existencia compartida en forma de lugar y de vivencia. Como en muchas ocasiones, sale a relucir la desesperanza en torno a la falta de sensibilización y educación ambiental. Siempre quién lo dice sigue trabajando en esa área, constante e hipertérrito. Culebreras, alimoches, abejarucos, un gavilán, un grupo de palomas comunes, buitres, milanos, cuervos y algunas calzadas nos tienen entretenidos. Aquí estamos, casi en línea, sentados o de pie, con un montón de chismes (cámaras, objetivos, prismáticos y telescopios) especialmente hechos para visualizar cómo por fin cruzan exhaustos esos, con suerte, catorce kilómetros aéreos sobre el mar. Desde tierra, algunos les mandamos ánimo, es como ver la vuelta ciclista, solo nos queda hacer las salvas correspondientes. De golpe: “¡Juan, cigüeña negra!” Todo el mundo mira hacia arriba. “¡Las primeras, tío!”. Es emocionante, la verdad.

No siempre que me encuentro con el mar hablo con él, pero cada vez que entablo una conversación, es un empático y misterioso interlocutor, tengo la sensación de que se avecinan cambios. En particular, tienen que ver conmigo, en general, hoy creo que tienen que ver con todos y todo. Supongo que es por el estado de semiinconsciencia que va despertando cada día un poco más y que se relaciona con el mundo natural del que formamos parte, aunque insistamos en estar fuera. Miro a los delfines y me quedo embobada, me entran ganas de zambullirme en estas aguas inmensas. Hemos visto a los cuatro residentes: el listado, el común, el mular y el calderón. Estar dentro del mar, incluso sin llegar a verlos, es de lo más vibrante y misterioso que he experimentado.

En el Observatorio de Aves de Algarrobo nos volvimos a encontrar con conocidos y volvió la emoción. Una culebrera con una culebra en la boca, abejarucos, vencejos, aviones, cuervos…, un no parar. Paco cuenta una anécdota detrás de otra. Los chicos se van a ir, pero siempre encuentran una excusa para aguantar un poco más. Se nos hace de noche viendo el atardecer con Algeciras al fondo..

03/09/2021

La pareja de únicos desconocidos que nos acompañó la tarde anterior vuelve al observatorio, justo cuando acabamos de desayunar. Aprovechamos para saludar y para contarles sobre nuestro vuelo.

De nuevo on rute dirección Ibis eremita. No ha habido suerte. Aun así, las grajillas vienen al rescate haciéndonos pasar un buen rato con sus juegos y esa manera de mirar al sol con las alas extendidas, los ojos desorbitados y la boca abierta. Habiendo visto mi especie favorita y satisfecha por haber disfrutado de esas asolaciones no podía sospechar que me esperara una sorpresa más grata aún. Cuando llegamos a La Janda un guía, al que preguntamos cuáles eran los lugares óptimos a esa hora, se apiadó de nosotros -debimos de darle la suficiente confianza- y nos llevó, con la condición de que no desveláramos su ubicación, donde dormían, escondidos en su camuflaje natural, dos preciosos y muy discretos Chotacabras cuellirojos. Me quedé maravillada. Por supuesto, no los había visto nunca, pero el hecho previo de tener que afinar la mirada para poder verlos, aún sabiendo que estaban allí… no sé… Era como si apareciesen y desapareciesen a su antojo, como pequeñas figuras delicadas y quebradizas, efímeras. Ahí, inmóviles, con un ojo semiabierto, con toda la calma: la mayor espiritualidad e indefinición que he visto nunca. La definición exacta de la desaparición.

Encontramos un lugar cerca de un pantano para cenar y dormir. Abrimos una botella de vino que acompañó a unas chuletas. Noche perfecta.

04/09/2021

Anoche nos despertó un ruido de chasquidos de mandíbula y pisadas acompañadas de resoplidos “hociqueros”. Pensamos que teníamos visita salvaje, un jabalí, tal vez. Nos asomamos por las ventanas de la tienda de campaña y vimos una sombra que delataba un macho de envergadura admirable. Parece que le gustó el sitio y nuestros restos de chuleta, así que, visto que seguía absolutamente confiado y tranquilo, volvimos a asomarnos. Era un perro precioso y negro, el mismo que vemos ahora a lo lejos acercándose al tractor de su dueño. Vamos a volver a La Janda.

Esta mañana hemos visto un precioso bando de moritos que teñían de ese negro de mil colores los terruños de una tierra labrada. Justo en frente, otro bando de garcillas y garcetas con ese blanco de pocos colores, posadas elegantemente mientras se limpian el plumaje. Ahora estamos en la cola del pantano de Bornos. Mientras veo este horizonte tengo la sensación de estar en pleno desierto californiano, en el que nunca he estado más allá de la imagen que nos venden las películas.

Casi tengo decidido que hoy dormiremos en un camping, ya he visto algunos cercanos. Hoy mi atrevimiento ante los pocos lugares aptos que nos rodean se ha venido abajo, a ver si convenzo a Javi.

Es un gran placer descubrir la convivencia más próxima y más respetuosa, en un sencillo camping dónde las niñas juegan y se sientan en las escaleras del lavadero, que a su vez hace de plaza alrededor de donde se sitúan las parcelas. Es como la plaza de cualquier pueblo después de la cena, cuando los más pequeños se reúnen con linternas para descubrir el misterio de la noche mientras se escucha al fondo la berrea de algún macho cercano. Esto, me hace sentirme como en casa, una más de las que se van conformando alrededor del mundo que vamos rodando con nuestra grajilla.