Sobre zorros y hombres.

Desde pequeña, mi animal favorito ha sido siempre el zorro. Por ello, no es de extrañar que verlo fuera uno de mis intereses vitales cuando visité el país de fuego y hielo por primera vez. Sin embargo, la ilusión acumulada a lo largo de los años se convirtió en decepción y preocupación cuando descubrí que la relación entre el ser humano y el zorro ártico en Islandia se asemeja a la situación que tenemos con el lobo en España. Tras más de quince viajes a mis espaldas y de haber vivido algunos de los momentos más mágicos fotografiando fauna salvaje, me pregunto si esto podrá cambiar algún día y de qué modo puedo contribuir a ello.

El primer poblador, un ser odiado.

El zorro ártico es el único mamífero nativo de Islandia. Llegó antes de la retirada del hielo hace unos 12 000 años, convirtiéndose en el primer poblador de esta tierra, antes de que cualquier ser humano pisara la isla. Aun así, los islandeses siempre lo han considerado una plaga a erradicar.

El folclore islandés está plagado de ejemplos sobre la relación entre la gente y el zorro: canciones que hablan de un animal siniestro, peligroso y sanguinario; cuentos infantiles; sagas islandesas. Un ejemplo curioso de esta relación atávica se puede ver en el museo de la brujería de Hólmavík, que alberga símbolos mágicos grabados en boles, en graneros e incluso en las mismas ovejas, para protegerlas del ataque de los zorros.

Históricamente siempre se ha creído que el zorro ártico es una alimaña que hay que erradicar. Los granjeros estaban convencidos de que sus ovejas eran asesinadas indiscriminadamente por esta temible criatura. Tanto era así que se dictó una ley que obligaba a todo aquel que poseyera seis o más ovejas a matar un zorro adulto o dos cachorros al año. Para demostrar que se había cumplido con la ley esta persona debía presentar el cráneo del animal, que las autoridades rompían en público para que no pudiera ser utilizado de nuevo al año siguiente. Si un granjero no cumplía con su obligación debía pagar una multa, conocida con el nombre de fox tax -el impuesto del zorro-, cuyo importe se utilizaba para contratar a un cazador profesional. Esta ley estuvo vigente aproximadamente seis siglos. La persecución histórica del zorro ártico se recrudeció en 1958, año en que se redactaron nuevas leyes que animaban a eliminarlo totalmente de Islandia.

El motivo principal de esta persecución incesante es que siempre ha existido la creencia de que el zorro ártico ataca y se alimenta del ganado. Sin embargo, estudios realizados por el biólogo Páll Hersteinson demostraron ya en la década de los 80 que el 90 % de las ovejas encontradas en las madrigueras de los zorros habían muerto por causas naturales. Pese a ello, y aunque a día de hoy está prohibido cazar fauna salvaje en Islandia, cualquier granjero puede solicitar un permiso para defender sus tierras, además es recompensado económicamente por ello.

La histórica relación entre el ser humano y el zorro ha convertido a este animal en un ser huidizo, de costumbres nocturnas y reticente a dejarse ver en zonas habitadas. Sin embargo, más allá del pueblo pesquero de Ísafjördur existe un paraíso donde los zorros no se pueden cazar. Se trata de la reserva natural de Hornstrandir, un área protegida de 600 km2 habitada por entre 45 y 47 parejas fértiles (datos facilitados por Ester Rut Unnsteinsdóttir, directora del Arctic Fox Center e investigadora en el Icelandic Institute of Natural History).

Aun así, muchas personas, arrastradas por la tradición, siguen mirando al zorro con recelo, temiendo que esta pequeña zona protegida se convierta en una fábrica de zorros que amenace la avifauna y el ganado.

Un superviviente del Ártico.

El zorro ártico es un superviviente de las zonas más frías del hemisferio norte, un animal capaz de medrar durante los duros meses del invierno sin apenas alimento y bajo temperaturas extremas. Su tamaño, su visión, su olfato, su oído y su pelaje están perfectamente adaptados a las duras condiciones climatológicas que debe soportar. Según explica el escritor Garry Hamilton en su libro Arctic Fox: Life at the Top of the World, “El zorro ártico es un superviviente. Gracias a su pequeño tamaño -no es mucho más grande que un gato doméstico- puede vivir casi de la nada, en medio de ninguna parte y en condiciones tan duras que parecen incompatibles con la vida”. Estas extremas condiciones de su hábitat obligan al zorro ártico a alimentarse de todo lo que su estómago puede digerir: algas, frutas silvestres, pequeños insectos y sus larvas, moluscos y mariscos, cangrejos, peces, aves y sus huevos, pequeños mamíferos, etc. Además de una adaptación metabólica específica para entornos gélidos, sin apenas disponibilidad de alimento, el zorro ártico posee un sistema de aislamiento térmico muy eficiente, compuesto por una capa de grasa subcutánea y dos capas de pelo de diferente densidad y grosor. Según han demostrado experimentos científicos realizados en un ambiente controlado, el zorro ártico no muestra estrés por frío hasta -80 °C.

La población de zorro ártico en Islandia es muy elevada, sobre todo si la comparamos con la extensión de terreno que ocupa. Aun así, después de alcanzar su pico máximo en 2008 (aproximadamente 10.000 ejemplares), su número ha ido descendiendo hasta los 6.000 que se calcula existen hoy en Islandia. La causa de este descenso de población se desconoce, pero se estudian varias posibilidades. A saber: algunas presas comunes del zorro, como el fulmar boreal, han experimentado una reducción considerable en los últimos años; recientemente se ha descubierto que muchos zorros tienen altos niveles de mercurio en su organismo; en los últimos tiempos se han identificado familias infértiles, que consecuentemente no tienen descendencia; y, finalmente, el cambio climático, que afecta de forma directa a las poblaciones de animales que depreda el zorro.

El zorro azul.

A nivel global el zorro ártico cuenta con dos fuentes de alimento: los lemmings (pequeños roedores muy fáciles de cazar) y los restos de animales cazados por otros depredadores, como el oso polar. En Islandia, sin embargo, los hábitos alimenticios del zorro ártico han de ser obligatoriamente distintos, pues no hay lemmings ni osos polares. De hecho, esta es la razón fundamental por la cual los zorros de Islandia son mayoritariamente de pelaje oscuro (blue morph) y no blanco (white morph), a diferencia de lo que sucede en otras regiones del planeta.

Un minúsculo porcentaje de la población mundial de zorro ártico es blue morph, mientras que el resto es white morph. En Islandia el porcentaje de zorros con este raro pelaje de color oscuro es el predominante. Esto se debe a que el tono marrón proporciona un camuflaje más eficiente entre las rocas de la costa, donde las fuentes de alimentación son más abundantes. También por este motivo la mayoría de las madrigueras se encuentran cerca del agua salada, sobre todo en la parte oeste y en los fiordos, donde la línea de costa es más larga que en el resto del país.

Cruzar la mirada con el zorro libre.

Como decía al comienzo de este artículo, mi ilusión por ver al zorro ártico en libertad en mi primer viaje se vio truncada. El único ejemplar de zorro que pude ver no solo estaba cautivo, sino que además jamás volvería a la naturaleza: se acaba de redactar una ley conforme a la que ningún animal salvaje que ha tenido contacto con el hombre podrá devolverse a la naturaleza. Aquel zorrito quedó huérfano porque un granjero disparó a sus padres y el cachorro fue trasladado al Centro del Zorro Ártico, donde viviría el resto de sus días en una pequeña jaula. Aquel día decidí que quería ver a estos animales en libertad y no enjaulados, de modo que me preparé para realizar mi primera expedición por la península de Hornstrandir, un lugar deshabitado, inaccesible por carretera y sin apenas caminos con la intención de ver a estos bellos animales en libertad.

Con mi mochila de 75 litros, mi tienda, mi saco de dormir, el hornillo, la comida para 10 días y mi equipo fotográfico recorrí cimas y valles, crucé gélidos ríos y dormí bajo el sol de medianoche. Todo por un momento de suerte. Por verlos libres.

Hasta el día de hoy he visitado la zona diez veces, tanto en verano como en invierno, a través de excursiones en autosuficiencia y también acompañando a otros fotógrafos que quieren compartir esta experiencia conmigo. ¿Será posible que los islandeses se percaten de que hay grupos de personas viajando a Islandia con la única intención de cruzar su mirada con este bello animal? ¿Podrá esto generar dudas sobre el trato que se le da actualmente?



No conseguiremos un cambio radical con este libro, ni haremos que los cazadores dejen de matar a este bello animal, pero ayudaremos a introducir este tema de conversación en las sobremesas islandesas.


Melrakki: the hidden lord of Iceland. Un libro para difundir el mensaje.

Cada año miles de zorros mueren a manos de los cazadores islandeses, pese a que los estudios científicos confirman que esto no sirve para regular la especie, además de certificar que el zorro no es realmente un problema para el ganado. Aun así, el gobierno sigue motivando y premiando estas prácticas atroces.

Por ello, quiero hacer este libro y llevarlo a las librerías islandesas. Con esta finalidad en mente, la mejor opción es sin duda editarlo allí, pero las editoriales islandesas no se sienten cómodas con todo lo que explico en él. Así que debo autoeditarlo e importarlo por mi cuenta. Ahí es donde entras tú y el motivo por el que necesito tu ayuda.

No conseguiremos un cambio radical con este libro, ni haremos que los cazadores dejen de matar a este bello animal, pero ayudaremos a introducir este tema de conversación en las sobremesas islandesas. Si quieres ayudarme y llevarte un bonito libro con mis mejores fotografías, puedes participar en la campaña de micromecenazgo que he iniciado en la plataforma Verkami.

Puedes consultar la campaña, difundirla o hacer tu aportación en este enlace.

¿Cómo funciona esto del Verkami (micromecenazgo)?

El micromecenazgo no es una donación económica, sino una compra anticipada de un producto. Como comprador puedes hacerte con él a un precio rebajado, a la vez que adelantas el dinero para que el autor tenga fondos suficientes para crearlo, en este caso el libro (no te preocupes, haré una versión en inglés y otra en castellano).

Entra en la página de mi campaña y escoge tu aportación económica. Cada aportación tiene relacionada una recompensa. Cuando aportes al proyecto se te pedirá un método de pago, pero no se cargará el importe a menos que alcancemos el objetivo de la campaña, en un plazo máximo de 40 días. Todos los mecenas seréis informados del avance del proyecto hasta obtener vuestras recompensas.

Si llegado el último día de la campaña no se alcanza el objetivo económico, no se te cobrará nada y el proyecto no podrá realizarse, así que no esperes al último momento para participar..

GRACIAS POR TU APOYO A MI PROYECTO Y AL ZORRO ÁRTICO.

¡No te olvides de darle a “seguir” a la campaña para estar atento a las actualizaciones!.

El Estornino de Mozart.

El 27 de mayo de 1784 Mozart se compró un estornino pinto y su familia y él convivieron con el animal durante tres años. No se sabe bien -depende de las interpretaciones que de los datos históricos hagan sus biógrafos- si el pájaro le sedujo en la tienda al oírle cantar una estrofa de su concierto para piano nº17, si este pasaje lo memorizó más tarde o si la riqueza musical del Sturnus vulgaris le atrajo lo suficiente como para que Amadeus entrase en el comercio. Desde ese momento y hasta su muerte, músico y pájaro debieron de crear una relación suficientemente estrecha como para que, a la muerte del alado, el artista le dedicase una composición e incluso una elegía.

Puedes leer esta reseña sin miedo. No voy a reventártelo. No voy a contarte nada que no esté en la contraportada de este libro o que no puedas sonsacar al índice de una rápida mirada. Solo voy a contarte lo interesante y nutritiva que es su lectura.

Esta historia, conocida por muchos y citada por autores literarios de estos temas naturalistas -sin ir más lejos, Antonio Sandoval en su ¿Para qué sirven las aves? hace referencia a ello- con cierta frecuencia, sirve a Lyanda Lynn Haupt como columna vertebral para una narración tremendamente rica.

Para escribir este libro, la autora robó un pollo de estornino pinto del nido. ¡Alarma! ¡Alarma! Dos datos importantes para aproximarse a este libro. Ella, la autora, es, además de escritora, naturalista, muy ligada a la conservación de las aves e intérprete musical aficionada. Ella, la estornina, de nombre Carmen, pertenece a una especie que en Estados Unidos no solamente es alóctona, sino que alcanza la gigantesca cifra de 22.000.000 de ejemplares, lo que la convierte en la especie más odiada y perseguida del país.

Lyanda, al igual que Amadeus, pasa a compartir vida con el animal, con todo lo que ello supone, con el único fin -muy stanislavkyano- de tratar de comprender cómo era la relación entre Star, el estornino, y el famoso austriaco, y así poder escribir un libro sobre el asunto.

A partir de este momento, la obra se adentra en una mezcla de investigación histórica y musical que trata de aclararlo todo sobre la enigmática relación del músico y Star, y la influencia de este en la creación del genio. Se trata de un estudio de la especie y un relato sobre la amistad mutua entre Haupt y Carmen, con los sentimientos, sentidos y capacidades, de esta última, muy presentes. Estos senderos la llevan, por ejemplo, a desgranar la curiosa relación entre los estorninos, el lenguaje humano y Noam Chomsky. O, no podía ser de otra manera, cómo es que en Estados Unidos hay 22.000.000 de estorninos pintos.

Por el mismo precio, el lector podrá tener una novela de investigación histórica -por momentos detectivesca- y recrearse en la enorme cantidad de datos y anécdotas musicales, de etología animal o de lenguaje, que la autora va dejando tras de sí. .

La escritora -también conferenciante de éxito “cuyo trabajo explora las hermosas y complicadas conexiones entre los seres humanos y el mundo salvaje y natural”, como se puede leer en la solapa de esta edición, ha trabajado como directora de programas de educación para la Seattle Audubon y en un centro de recuperación de aves, además de cómo investigadora de aves marinas para el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos- se sumerge en el proceloso mar de las especies invasoras. Inmersiones que arrojan, por cierto, conclusiones muy a tener en cuenta.

La obra ha sido muy leída en todo el mundo, ha recibido buenas críticas y premios literarios y es superventas, incluso en España.

En mi opinión, El estornino de Mozart (Capitan Swing Libros) es otro título que sumar a la lista de libros que desde hace unos años abordan el tema de las aves, así, en genérico, desde una perspectiva que se aleja del estudio desde el punto de vista humano. Por supuesto, apartado de los datos expresados de manera fría y científica, Haupt habla de la inteligencia, los sentidos, los sentimientos y habilidades de Carmen, aceptando que existen con entidad propia y no en relación -y de manera comparativa- a las facultades del ser humano. No es, claro, un planteamiento novedoso ni revolucionario. Pero es emocionante.

Bienvenidos a la cueva de las tentaciones.

Una tienda de efectos para policías, un comercio digital especializado en cuerdas de escalada y un artesano de la fabricación de objetos de cuero pueden satisfacer las necesidades de los aficionados y aficionadas a ciertos deportes de alcoba. Otra cosa es que se sientan a gusto pidiendo comprobar el tacto de unos grilletes a un armario de gimnasio de nuca rapada y que viste una camiseta negra tres tallas más pequeñas de las recomendadas por las autoridades sanitarias para el correcto flujo del torrente sanguíneo. Podrían quedar defraudados al ver que la flexibilidad de la cuerda no es la adecuada, o al notar que el fabricante de marroquinería utiliza un tinte que cuesta quitar de la piel humana si, por alguna inesperada casualidad, el usuario de la pieza suda mientras la usa.

De la misma manera, el naturalista puede sentirse igual de desconcertado cuando al entrar en una armería para encontrar un visor térmico o una red de camuflaje el dependiente le pregunta si es para hacer esperas nocturnas de jabalí o para el puesto de la media veda. Lo mismo pasaría, si al entrar en una óptica de barrio, para interesarse por unos prismáticos adecuados para manejar en un bosque cerrado, le ofrecieran unos “que van muy bien en la playa”, con unos cristales rojo atmósfera marciana. O si entrara en una librería generalista para preguntar por una guía de herpetos recientemente publicada y le remitieran a la sección de “hongos” en las estanterías de “salud y bienestar”.

Sí, existe el comercio digital, pero… ¿Cuál de las dos guías de aves de Sumatra publicadas en el mundo es la más adecuada? ¿Cuál tiene las ilustraciones más útiles? ¿Tendrá este libro el tacto, olor, peso y dimensiones que encajen en mis manías adquiridas a base de compras fallidas en internet? Esos prismáticos 10×42 tan económicos ¿para qué servirán mejor: para ver pardelas o para generar úlceras en el orbe ocular?

No hay nada como dejarse asesorar por expertos profesionales, ojear y toquetear. Y si los amantes de las bolas de billar rojas sujetas a un arnés bucal tienen establecimientos con nombres como Hot Área o Sex Machine, nosotros, los naturalistas, tenemos Oryx. Y es un paraíso de las tentaciones.

30.000.

El establecimiento físico está en Barcelona y lo primero es advertir que, a pesar de lo dicho anteriormente, la librería Oryx tiene una web fantástica donde puedes adquirir todo lo que está disponible en la tienda. O, al menos, echar un vistazo al catálogo. Y aquí dejamos caer una cifra para poner al lector en circunstancias de lugar: Oryx presume de tener un catálogo de 30.000 títulos relacionados con la fauna, la biodiversidad, el ecologismo y los viajes surgidos de todo lo anterior. Repetimos: treinta mil títulos.

Nada más entrar -tras caminar con largos escaparates, no muy saturados, a ambos lados- viene la sensación de que, sea cual sea la agenda del día, se ha cometido el error de no reservar tiempo suficiente para la visita al establecimiento. .

Al rebasar el umbral se abre ante el visitante un pasillo de aproximadamente diez metros de longitud con volúmenes colocados en los anaqueles, desde el techo hasta el suelo. Todo perfectamente ordenado y organizado. Se siente vértigo ante guías de campo e identificación de todo tipo de animales, de todos los países a los que quieres viajar e incluso de algunos otros que añades inmediatamente a la lista, tras echar un vistazo a la guía en cuestión.

La caja registradora por la que habrás de pasar a la salida está parapetada tras la temible estantería de los diez más vendidos: crees que ya llevabas todo lo que estabas buscando, pero la estadística de ventas te hace añadir otro par de títulos. Ojito con pararse demasiado, quizá encuentres algún incunable que andabas tiempo buscando. Menos mal que tenías la famosa agenda.

Caminas y se abre el espacio. Literatura más técnica, monografías de fotografía, y otra mesa con best sellers -todo lo super ventas que puedan ser unos libros hoy (y de naturaleza)- dan paso al salón de los deseos de cualquier naturalista. Allí: equipos ópticos que van desde lupas de campo hasta formidables telescopios, un amplio catálogo de prismáticos y aparatos de visión nocturna de diversos tipos. Por supuesto, trípodes para soportar todo eso y mochilas para llevarlos. Sillas, hides y redes de ocultación para que no lo vean. Y, si no, fototrampeo, nidales y comida para aves.

A todo esto, miras el reloj y te das cuenta de que llegas tarde. La agenda, la maldita agenda y, sí: también hay sección de regalos para subsanar el problema.

Todo lo que un observador de fauna necesita sin salir de un local o de su página web.

Aves de España y de Europa. Una guía (fotográfica) de identificación.

Aún felices por poder tener en mano las famosas fichas Zumeta digitales en formato libro ( Atlas de identificación de las aves continentales de la Península Ibérica , Blasco-Zumeta y Heinze, Tundra Ediciones 2023) y por el lanzamiento de la 3ª edición de la mítica e inigualable guía de campo Svensson ( Guía de aves. España, Europa y región mediterránea , Svensson, Mullarney y Zetterström, Ediciones Omega 2023), esta última editorial nos sorprende con la impresión en castellano de Aves de España y de Europa: una guía de identificación, escrita por Rob Hume, Robert Still, Andy Swash y Hugh Harrop.

Como muestra de la renovada y contundente apuesta de Omega por el mundo pajaril, nos fijaremos en un precioso detalle. Ambas guías, la Svensson y esta que hoy os presentamos, tienen en portada al pechiazul. Como elemento diferencial, la tapa de una es un hermoso dibujo y la de la otra una espectacular fotografía.

La guía está abalada por BirdLife International y utiliza el tratamiento de las especies y subespecies, así como los nombres científicos que marca esta organización. Esto lleva a la paradoja de que, en las dos guías, editadas por la misma empresa y en el mismo año, la curruca zarcerilla aparece de dos maneras diferentes: en la clásica, como “Sylvia curruca” y en la novedosa, como “Curruca curruca”. Un sinsentido que realmente debería terminarse con una conciliación universal de la nomenclatura.

Un ejemplo de collage de identificación de actitudes y especies que pueden generar conflicto.

Dos datos definen el concepto con el que se creó esta obra: se trata de un manual de identificación (no una guía de campo) y las ilustraciones son fotográficas. Lo primero significa que nos encontramos con un libro que, a pesar de sus dimensiones contenidas (24×17 cms), sus 640 páginas de excelente papel de calidad fotográfica lo convierten en un volumen pesado. En cuanto a lo segundo, solo cabe maravillarse de los magníficos resultados fotográficos que se obtienen al aplicar una perspectiva científica.

Es, efectivamente, una guía de identificación. Todo en ella está destinado a convertirse en una máquina de papel para definir el ave que estamos viendo. La primera sorpresa agradable es que la estructura de cada apartado es diferente: no es igual identificar gaviotas -con sus plumajes juveniles, tan complejos y semejantes- que limícolas y sus mudas de reproducción o rapaces, con las diferencias por edades, sexo y fases, todo ello, en vuelo y paradas. Como detalle interesante, si una especie tiene un conflicto de identificación con otra u otras aves, han incluido un cuadradito verde bien visible con los nombres y páginas donde las puedes encontrar de forma inmediata.

Una ficha cualquiera incluirá diferentes plumaje teniendo en cuenta mudas o edades.

Si el grupo, o fracción de grupo, de aves así lo requiere, el apartado comenzará con una lámina compuesta por fotografías de los pájaros involucrados, en actitudes semejantes. Por supuesto, si el conflicto de identificación lo generan las edades, sexos o subespecies, también saldrán reflejados. Por ejemplo, “Alcas y afines” comienza con dos collages titulados “Alcas y afines en vuelo”, uno, y “Alcas y afines” en invierno”, el otro.

Una vez terminado el compendio de aves del continente -con los escribanos, claro-arrancan los apartados para rarezas (muy extenso), divagantes e introducciones. El conjunto total de especies tratadas en el volumen es de 928, que son el total de las registradas en Europa. Para ello, los autores han empleado 4.700 fotografías, obtenidas gracias a la colaboración con agami.nl, que es una agencia de stock fotográfico especializada en aves, asombrosamente amplia.

Podría parecer que toda esta extensión y amplitud llegaría a complicar un uso rápido de la guía. Nada más lejos de la realidad. Hay que hacerse a su peculiar diseño, a cómo este libro te entrega la información, y confiar en el magnífico trabajo de los maquetadores. Llegado este punto, hay que describir el índice. Se acabaron los megacapítulos tipo “limícolas”. En este libro esa categoría la componen 12 apartados. En total -sin contar rarezas y divagantes- son 97 divisiones de aves, cada una de ellas ilustrada con un ave referencial que, de un solo vistazo, te pone sobre la pista en tu proceso de identificación. Para hacerse una idea, el índice de la Svensson lo conforman 65 apartados.

La guía tiene muy en cuenta los «jizz» de las especies.

En definitiva, estamos ante una herramienta de identificación muy útil. Apta para noveles, útil para avanzados, indispensable para fotógrafos de fauna y fundamental para veteranos, a los que difícilmente aportará algo nuevo, pero que necesitarán perentoriamente tener un futuro clásico en su nutrida librería.

Seamos otras. La osa que dejó una huella en el cielo.

“Preferiría no hacerlo”

Así llevo días, con esta frase en mi cabeza. Hace mucho que no escribo, pero si encima tiene que ser sobre La osa que dejó una huella en el cielo pues “preferiría no hacerlo”. A alguien se le ha ocurrido que tenía que ser precisamente yo la que escribiera unas líneas y pensé que estaría bien enfrentarme a ello, que seguro lograba sacar algo en claro. A veces funciono transformando la desgana en obligado reto. Esta, por suerte o por desgracia, es una de ellas. Así que como dije una vez a las alumnas de danza: “Hay que coger al cuerno por los toros” (las muy desgraciadas me han regalado una libreta con esa frase).

Es la primera vez que hago algo que se acerque a cualquier género cinematográfico. Bueno, una vez hice un vídeo de danza para una asignatura del Conservatorio. Me pusieron un cinco raspado, sin verlo siquiera. La profesora en cuestión decidió que como yo no había asistido a las clases no podía saber lo que hacía falta para hacerlo en condiciones. Luego lo vio y el cinco se mantuvo en el expediente. También hice un montaje a los 14 años, del típico vídeo de excursión para una asignatura, cuando estaba en 1º de BUP, y siempre me gustaba coger la cámara casera de mi padre y grabar a mis amigas o los paisajes y ponerle música -que de aquella era lo único que se podía hacer- a modo de hobby. Ya después, dediqué mi tiempo a las cosas del danzar, así que sin pensarlo muy bien cuando había que decir: “no, ¡coño!, ¿cómo se te ocurre que yo dirija un documental? Deberías hacerlo tú, es tu idea y tú eres el que sabe sobre audiovisual” dije: “mmm…bueno, vale”.

Todo comenzó con un posible reportaje, resultante del encuentro con tres mujeres conservacionistas para una revista de aviones. Con la reserva de la casa rural ya realizada, llegó la pandemia. Punto y aparte. Tuvimos mucho tiempo de pensamiento esos meses, cosa que da un poco de miedo conociendo los posibles senderos de las conexiones neuronales de mi amigo y compañero Marquerie, que ya solo con ese posible reportaje se había lucido. Así fue. Puntos suspensivos y el ideón; ¡Vamos a hacer una revista de observación y conservación de la naturaleza!

Mil párrafos, seiscientas comas, algún que otro punto y coma y varias enumeraciones de dos puntos. Los días pasaron y los trotamos recogiendo las mil posibilidades de proyecto. Nuestra primera portada, que inauguró la actividad que me ha robado a gran parte de mi compañero de batallas, fue en primavera de 2021. A partir de ahí, punto y seguido.

Entre todos estos signos de puntuación, las chicas esperaban pacientes e inconexas en nuestras cabezas, sin saber muy bien cuántas cosas queríamos hacer con ellas. Sin embargo, sabíamos que tenían un lugar importante y que había que dedicar mucho tiempo y cuidado a esa decisión. Íbamos construyendo el Grajo e íbamos dejándolas entrar y así, ellas, sin saberlo, viajaron con nosotras desde el nacimiento de El Vuelo hasta el día de hoy. Y lo que queda. Creo que es imposible entender la revista y sus derivas sin ellas. Lo que nos fueron enseñando ya con su presencia es harina de otro costal.

Las Osas.

Luisa, Sofía y Lorena son tres mujeres únicas que habitan en lugares rurales de la llamada España vaciada. Son mujeres que viven el día a día de una sociedad que piensa poco o nada en la conservación de las especies y la biodiversidad. Son mujeres que se enfrentan al ostracismo de las personas que no comprenden sus verdades. Trabajan incansablemente, casi de espaldas al nefasto futuro que se augura al planeta. Y a todo esto, además, son “mujeres en un mundo de hombres”. A pesar de todo, eso no hace que se paren, ellas siguen, como dice la propia Luisa. Es su incansable actividad, empeño y valentía, lo que genera la esperanza que muchas necesitamos.

Las grabaciones realizadas en el documental están hechas en sus lugares de trabajo, porque la idea era acompañarlas y conocerlas en su terreno. Los viajes y el tiempo compartido se transformaron en un regalo; su confianza y generosidad hizo posible encontrar el lugar desde dónde querer narrar. Mientras escuchábamos sus relatos no podíamos dejar de pensar en ese hilo invisible que nos une en lo desconocido. Nos maravillaba todo lo que no contaban, su presencia y su ausencia. Nos parecen el ejemplo perfecto del poder que uno puede tener sobre lo colectivo. Ellas no lo saben, también ahí radica su belleza y su verdad.

Nuestra tarea era más fácil: escucharlas, observarlas desde la pantalla y dejar que nuestra mirada construyera ese diálogo hacia el afuera; abrir la ventana por la que podáis mirarlas, por la que poder dejar entrar la luz y que el calor que a nosotras nos llegó entre en vuestros cuerpos. Creemos que tienen mucho que contar. A nosotras nos han cambiado, nos tienen paseando por nuevos senderos, nos tienen intentando ser otras.

¡Por todos los escribanos hortelanos!

Dejando de lado la bíblica paloma, el ave con capacidades intelectuales humanas más famosa de la literatura en clave de fábula es, sin duda, Juan Salvador Gaviota (Richard Bach, 1970). La protagonista sufre todo un proceso de superación personal que la lleva a buscar -a muerte- la libertad individual frente al grupo. Se embarca en una carrera por ser la gaviota que vuela más rápido, más alto y la más capacitada para las acrobacias, logrando así la gloria eterna, planeando entre seres plateados. Teñido todo ello de una pátina de prosa post-hippy.

En realidad, se trata de un canto a las virtudes del capitalismo frente al comunismo de la guerra fría, escrito -muy bien, por cierto- por un antiguo piloto de las fuerzas aéreas norteamericanas que describe, de manera vibrante y sentimental, el proceso de superación deportiva de los aviadores. El autor hace gala de un conocimiento muy esmerado de las leyes de la aerodinámica y del indomable espíritu humano, al tiempo que pone de manifiesto cierto desconocimiento de la naturaleza de las gaviotas.

Nos gustan las aves. Dedicamos mucho tiempo y recursos a ir a observar pájaros. Miramos con ojos golosones la publicación de cualquier nueva edición de una guía de identificación que ya está en nuestra biblioteca personal. Y, la inmensa mayoría hemos disfrutado, más de una vez, del libro de Bach.

A grandes rasgos, estamos dispuestos a devorar cualquier publicación en la que los pájaros sean los protagonistas. Interesantísimos estudios científicos, descripciones etológicas y taxonómicas y -por suerte, muy abundante en las últimas décadas- literatura de acercamiento a la avifauna, desde una perspectiva más sensible: compilaciones sobre sorprendentes demostraciones de inteligencia, profundizaciones comprensibles acerca de sus capacidades sensoriales, e importantes esfuerzos para sensibilizar sobre la interacción entre los seres humanos y los emplumados. Pero, casi siempre desde un punto de vista antropocéntrico: todo contado, enumerado y evaluado desde la elevada perspectiva sapiens.

Al protagonista de ¡Por todos los escribanos hortelanos! (Carlos Lozano Robledo, 2022. Bichomalo libros) lo único que le importa es sobrevivir, comer y reproducirse. Para ello -y como todas las especies migradoras- tiene que hacer un gran viaje. En contraste con la famosa gaviota, este zarapito está motivado por cosas de pájaros, hace cosas de pájaros y siente cosas de pájaros. Por supuesto, claro, el autor sabe de lo que está hablando.

El héroe homérico es Fino, un joven miembro de la especie zarapito fino. Para conocer la realidad de esta especie basta con abrir por la página 170 de la versión española de la 2ª edición de la Svensson. Tras los nombres común y científico, figura un lacónico “¿extinguido?”. Por desgracia, en la tercera edición han sustituido la palabra por una rayita larga, que más que guion ortográfico parece línea que representa el momento en el que el monitor de constantes vitales del quirófano deja de ser necesario.

Te da un uppercut de izquierda, para dejar tu corazoncito sintiente a la altura y distancia idóneas para lanzarte un directo verbal con la derecha y hacer que beses la lona emocional.

Lejos de limitarse a narrar una aventura de ficción, Lozano lo que propone es una invitación a que el lector viva este viaje desde la perspectiva del animal. Así, por ejemplo, describe con detalles físicos cómo siente el ave el impulso de iniciar el gran viaje; cómo se materializa visualmente el mapa de la ruta que ha de seguir o cómo percibe el rastro de la senda de los bandos migratorios en el cielo nocturno. Una vez más, ninguna de estas descripciones se asemeja a una percepción o sentimiento humano.

Muchos de estos impulsos “orníticos” responderán a datos científicos contrastados: seguro que la etología del protagonista estará bien fundamentada o basada en especies próximas de las que sí se tienen datos. Pero otros saldrán de la calidad literaria y creativa del autor. Y ahí radica la belleza de este libro: ¿qué amante de las aves no ha querido alguna vez sentirse como un pájaro?

¿Quieres sentirte ave? Pues toma dos cucharadas.

Esta también es una frenética novela de viajes, en el sentido más clásico de la temática. Como tal, el protagonista, con el velo lechoso de la soledad siempre a cuestas, recorre un fatigoso camino que le llevará a conocer los paisajes más oscuros de su propia existencia. Inevitablemente, se irá encontrando con otras aves que le prestarán ayuda para superar las duras pruebas a las que se tendrá que enfrentar. En el camino, se adentrará en la pesadilla más desasosegadora de cualquier ser sintiente, incluidos bípedos: el acto o estado anímico que toma vida propia y la inercia consecuente que te lleva en volandas en una dirección por la que ya no quieres ir. Dolor y terror.

A todo esto, con decenas de especies que se entienden, que dialogan, tienen acentos que denotan sus orígenes (¡sí, de idiomas humanos!) e incluso se hacen gestos emotivos, “sí es que un zarapito puede sonreír”. ¡Es una fábula! A pesar de tener todos los ingredientes para ello, Lozano consigue no zambullir su texto en una piscina de sentimientos humanos y mantiene el drama en la profundidad de ese sentir animal que ha creado. Pero, ¡ojo!, eso no quiere decir que la novela carezca de pasiones. De hecho, está cuajada. Por ilustrar (cuidando las palabras para no destripar el libro), para un coprotagonista, la desaparición de un ejemplar emparentado significa únicamente que “ese lugar ya no es seguro”; para un lector sensible, significa una de las primeras coces en los higadillos.

En este juego de sinceridad dentro de la ficción, Carlos se empeña en enseñarte las cartas antes de jugarlas. Este pecho descubierto lo deja ver ya en la en la introducción al texto, atreviéndose a adelantar dudas, caminos literarios y parte de su estrategia como escritor. Destapa lo que podría ser ejemplo de la inquietud del lector, al mostrarte el mapa del viaje que vas a hacer. Y, por si fuera poco, al comienzo de cada capítulo, unas precisas, bellísimas y evocadoras ilustraciones de María Álvarez Orgaz te adelantan cuáles van a ser los protagonistas de las siguientes páginas. Despeja así de todo artificio literario la narración, centrando la emoción en el devenir de Fino. Trabajo muy arriesgado, ¡que es una fábula!

Una película de aventuras buena se distingue de una mala cuando le ves las costuras en el momento más inapropiado. En las más locas y emocionantes, el espectador, de repente, se dice a sí mismo: “no, no se van a atrever, ¿verdad?”. Y dos minutos después -y quizá mientras trata de disimular una lágrima rebelde- ese mismo telespectador sonríe viendo navegar en mar abierto el barco de Willy el Tuerto, después de 400 años varado en una cueva. O, tras haber cultivado patatas con detritus humano en la superficie de marte, el biólogo protagonista emula a Ironman volando a toda velocidad por el espacio, aprovechando la despresurización voluntaria de su traje de astronauta, y el espectador se agarra al reposabrazos, llevado por la emoción. Si el narrador es bueno, nos lo tragamos todo.

En las malas ocurre que, por alguna razón, en el momento álgido, cuando inexplicablemente en la estación de control de vuelo los científicos tiran al aire cientos de folios, ves que están en blanco. O cuando, gracias a la muy dramática y estúpida cámara lenta, te percatas de que el tipo en segundo plano está dando espadazos al aire, en lugar de asestar el golpe definitivo a un formidable enemigo.

Pues bien, en esta novela -y no estoy comparando al autor con Steven o Ridley- Carlos mete al lector en un torbellino. Mejor dicho, empuja al que sostiene el libro a subirse en el carrito de la montaña rusa. Según avanza, el libro va a más. Aprieta el tornillo con precisión y sin que reviente la estructura. Porque lo ves venir. Ves que te la va a meter doblada. “¡Venga ya! ¿No se va a atrever a eso?” Y, oye, dos párrafos después o estás sonriendo emocionado o estás limpiando los cristales de las gafas, que, por alguna razón desconocida, se han empañado súbitamente. La narración te sube para luego bajarte. Te da un uppercut de izquierda, para dejar tu corazoncito sintiente a la altura y distancia idóneas para lanzarte un directo verbal con la derecha y hacer que beses la lona emocional. Y así, cautivo y desarmado, el lector acepta sin dudar la mano salvadora que le ofrece la fina ironía y humor de Carlos para recomponerse y afrontar la siguiente aventura de Fino.

Y no falla. Desde las primeras páginas te agarras al estoicismo, al sufrimiento aceptado y echas a volar. Es la vida de un pájaro y Carlos la cuenta así, no hay más: ¿qué otra opción queda? En este magnífico juego de arriba y abajo, pero siempre un poco más alto, envida el autor. A mí me ha ganado.

Como tercer agente, en ocasiones igual de fulgurante y en otras compuesto de aceites viscosos y pesados, están los momentos interiores de Fino. Esos que narran lo que ocurre de corteza parietal para dentro. Esa poética, parca e íntima, onírica, en la que Carlos se desenvuelve tan bien, como dejó patente en Pajarero (Tundra Ediciones, 2019). Son calmas que estallan. Al leerlas desaparecen todos los sonidos ambiente que genera la propia lectura. Ya no están los fuertes vientos de levante reventándote los tímpanos. Ya solo están los pensamientos y sueños de Fino. Como limícolas caminando entre la niebla sobre el cieno, durante la marea baja en el estuario.

Pica, la urraca, no deja de intentar guardar comida por los pliegues de mis pantalones y chaqueta de lana. Así es imposible seguir leyendo. Para devorar las 43 últimas páginas de ¡Por todos los escribanos hortelanos! busco refugio en la habitación más tranquila de la casa. A falta de 12 hojas, Mar entra en mi guarida personal para contarme algo. Le basta mirarme a los ojos para desistir. Camina marcha atrás y solo dice “tengo que leer ese libro”. Las lágrimas son más incómodas para leer que una urraca escondiendo comida en tu ropa.

Santa Fiesta, un documental sobre España

Santa Fiesta (Animal Guardians, 2016), a lo largo de sus 72 minutos de duración, muestra la España de las fiestas populares que comienzan venerando a un santo y terminan santificando la crueldad más asombrosa hacia los animales.

Durante nuestro paso por la Muestra de Cine Medioambiental de Fuerteventura, para la presentación de La osa que dejó una huella en el cielo, tuvimos acceso a la cinta Santa Fiesta, película que hasta el momento y de manera inexplicable se nos había escapado.

La película repite a lo largo de todo su metraje un patrón constante y sencillo. Un equipo técnico mínimo, por necesidad, y sin autorización ni permiso especial de rodaje -grabando exactamente lo mismo que ve el resto de asistentes a los festejos- se infiltra entre el público y registra las celebraciones patronales de diversos pueblos. Procesiones, misas y charangas mañaneras ceden, más tarde, protagonismo al más variado y asombroso conjunto de brutalidades que se pueda uno imaginar. Y así, en este paseo que el director nos da por España, va pasando un pueblo tras otro. Sacan un santo en procesión, revientan un burro cargándolo de personas; veneran una virgen y lancean un toro; procesionan al patrón y arrancan la cabeza a una oca.

No hay voz en off que guíe nuestras opiniones torticeramente, ni presentador que introduzca el tema de manera sensacionalista o demagógica y ni tan siquiera hay subtítulos que nos den más información que la estrictamente necesaria. Solo imágenes y sonido ambiente, registrados de manera aséptica. Casi se podría asegurar que Rolland en algún momento le puso un WhatsApp a la montadora diciéndole: “na, tu pon una cosa detrás de la otra y que cada cual saque sus conclusiones”. Y fuera así, o no, Vanessa Marimbert (Goya 2022 por el montaje de El buen patrón) logró dar al documental las costuras perfectas para que, efectivamente, todo el mundo salga de su visionado con conclusiones bien formadas.

1ª Conclusión. Los animalistas deberían dejar de llamarlo tortura animal.

La Real Academia de la Lengua, en su diccionario, dice de tortura en su primera acepción: 1. f. Grave dolor físico o psicológico infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como medio de castigo.

Palabras que describen mejor lo que sucede en las calles y plazas de España son: barbarie, atrocidad, brutalidad, crueldad, ferocidad, encarnizamiento, sadismo, perversión, depravación, degradación, degeneración, inmoralidad, saña o vergüenza. Mucha vergüenza.

Tras ver este documental está claro que no es tortura. Ningún animal es forzado a reconocer falta o pecado. Y ninguno de los participantes tiene intención de castigar a los animales por nada en particular. Esos hombres solo quieren, así de jodidamente cierto es, divertirse. Solo es eso: diversión, alcohol y testosterona.

Pero no encuentro verbo que sea aplicable a la ejecución de las acciones que se llevan a cabo en nombre de la tradición. Quizá, los animalistas tengan toda la razón y se trate de tortura en otra de sus acepciones.

2ª Conclusión. La pérdida de la razón, el encuentro de la sinrazón y se acabó la tradición.

Si el mozo que es aupado por su cuadrilla (sí, en la mayoría de los casos, esto de las tradiciones se trata de un royo grupal unido por las gónadas) desde una barca en movimiento y que consigue arrancar la cabeza del pato colgado de una cuerda comiese pato ese día, tendría cierto sentido ancestral. Pero el pato es arrojado al agua por uno de los organizadores. O acaba en las manos de los gañanes que, entre risas, frente a la cámara de un móvil lo retuercen de las alas para desmembrarlo en la playa. Por otro lado, las leyes sobre manipulación de alimentos probablemente impidan la ingestión de esa carne muerta para nada.

No creo que el mozo moderno (sí, esto son cuestiones solo de hombres) que consigue arrimarse más al toro se asegure coito alguno para esa noche. O que sea tenido en cuenta por su arrojo para cualquier función pública o privada. Tinder es más efectivo y la formación educativa hoy en día más valorada que la huevada valerosa.

Los caballos que son obligados a pasar por nubes de humo, atravesar llamas y pisar ascuas, y que así, antiguamente, quedaban libres de pulgas y garrapatas, hoy en día están desparasitados con fármacos y probablemente revisados por veterinarios de forma regular.

Aunque los tiempos (no tan lejanos, que yo lo vi) en que se arrojaban cabras vivas desde los campanarios han pasado a la historia, aún hay mucha tradición que relegar a los libros de historia. Sí, es cierto que, a excepción de toros, caballos y burros, el resto de animales participantes en estas celebraciones son sacrificados con anterioridad. Y que cuando no es así, como es el caso de los patos vivos lanzados a los nadadores en un puerto del Cantábrico, parecen ser tratados con precaución para no dañarlos por parte de los participantes. Las leyes y la sensibilización dan pequeños pasos, salta a la vista. Pero aún así, la imagen de un tipo sobre su caballo al galope tirando de un ganso hasta arrancarle la cabeza, mientras los asistentes aúllan en éxtasis no es precisamente edificante.

Recordemos, además, son fiestas populares y por lo tanto sufragadas con dinero público.

Pero da lo mismo. Los tiempos han adelantado por la izquierda a los participantes, organizadores y defensores de todas estas centenarias tradiciones y estas han perdido su razón profunda de ser. Una vez extraviada la esencia de su origen, ya sea esta mojar el churro o comer pavo, no existe motivo para seguir siendo practicadas. O, al menos, para conservar la participación animal. Todo ello, claro está, si prevalecen las cuestiones éticas.

3ª Conclusión. ¿Seguro que soy español?

La película incluye barbaridades por todo el territorio estatal. Deja claro que el sadismo se extiende de igual manera por Andalucía que por Euskadi, por Extremadura que por Cataluña. No es cuestión de banderas, ni de colores, me temo que es desarrollo de la educación.

Los sentimientos de nación y de pertenencia a la misma, nacen del conocimiento, aceptación y respeto a una serie de asuntos que te hacen afín a grupos de personas que comparten, en parte o en la totalidad, dichos asuntos.

Aunque al final resulta que todo se reduce ridículamente a unos símbolos insustanciales, a la responsabilidad de cumplir con las obligaciones y derechos que otorga la Constitución y al hecho fundamental de haber nacido dentro del territorio nacional, sí existen unos hilos que te cosen al territorio. O, al menos, yo lo siento así.

En mi caso, conozco lo suficientemente la historia de España como para avergonzarme de muchos capítulos, pero también para saber que ella hace que los españoles seamos como somos.

He visto paisajes y pueblos en este país de asombrosa belleza. Y he visto la capacidad destructora del español para con esos paisajes y esos pueblos, pero… nuestra historia nos hizo así.

Y así, una cosa con la otra, llegamos a la gastronomía y me convierto en el más chovinista y orgulloso de los españoles sentado a la mesa o ante los fogones.

La cultura, la literatura, el arte, la artesanía y, por supuesto, el humor, también me unen a esta tierra en la que me parieron.

Pero si al encenderse las luces de la sala tras ver Santa Fiesta alguien me hubiera preguntado si soy español, yo lo habría negado con firmeza. Y lo haría, no porque eso recién visionado fuera algo español. Ni porque nuestra tradición, cultura y carácter estén imbricadas en esa brutalidad arcaica. Ni lo haría, por supuesto, porque en España religión, muerte y desprecio por la sangre hayan caminado de la mano a lo largo de los siglos.

Negaría con vehemencia mi españolidad porque todavía quede tanta mierda que barrer de las calles y plazas de este país.

Eso no es cultura y eso no es, ya, “España”.

No leas estos libros (si no quieres viajar).

A los que nos gusta salir fuera de nuestras casas para tratar de recuperar el contacto natural con la biodiversidad, observar la fauna o simplemente fotografiar aves, tarde o temprano se nos enciende algo en la cabeza, entrecerramos los ojos un poco y empezamos a imaginar cómo será caminar por los senderos de Virunga esperando ver un espalda plateada, qué tipo de repelente hay que usar para tratar de que los mosquitos no te coman mientras buscas el quetzal resplandeciente o qué colonia de grajas queda más cerca para incorporar esta ave a nuestro álbum. Llegado este momento, puedes mirar a otro lado -Benidorm, por ejemplo- o leer alguno de estos libros que te proponemos. Pero si lo haces, ojito, puedes sorprenderte a ti mismo calculando a las dos de la mañana los días necesarios para hacer una excursión por Kazajistán.

El veneno.

Si hay un libro contraindicado para todos aquellos que creen a pies juntillas aquello de “como en casa, en ningún sitio” es este. Si piensas que la relación con los animalitos es cuestión de levantarse el domingo un poco temprano, hacer unas fotos en un humedal a 12 kilómetros de distancia y regresar a tiempo para el vermú (plan soberbio en opinión del que escribe), o si observar las ardillas del Retiro colma tus deseos de contacto con la fauna local, leer este libro puede hacer que te reviente la cabeza. En cualquier caso, y aunque a ti los animales te interesen menos que Benidorm, podrás pasar buenísimos ratos con su lectura.

Pajarero (Tundra Ediciones, 2019), de Carlos Lozano Robledo, colaborador de esta publicación, es un libro de viajes. De viaje físico a tierras remotas y de un confín al otro del planeta, pero también de viaje al interior del autor, ya que sin él no hay libro de viajes que merezca ser leído: que nadie piense que se trata de las batallitas de un tipo al que le gusta ir de safari. Todos los viajes narrados están motivados por el deseo de ver fascinantes animales, asombrosos ecosistemas y sobrecogedores fenómenos naturales. Pero la aventura, muchas veces sobria, radica en el ir y no en el estar. El viaje está en la reacción razonable -pero infundada- del autor, al ver que el aspecto del capitán de la barcaza con la que remonta el río a través de la selva es más propio de un filibustero que de un emprendedor turístico; en arriesgar el mejor y único momento para ver el evento celeste por el que ha viajado a Finlandia, para sacar al colega enfermo de la cama; cuando su pasión personal sobrepasa el límite de la cordura y se juega la amistad de su anfitrión y el arañazo de un felino en América del Sur; o cuando, en el polo opuesto, la cordialidad con el vecino de cabaña le hace naufragar en océanos de vodka en Rusia. Todo ello, lleno de citas de animales magníficos, eso sí.

Este Sal Paradise y sus Dean Moriarty ocasionales, de botas puestas para pisar donde pisó Darwing y capear las olas que navegó en su día el Endurance de Shackleton, no hará otra cosa que empujarte a salir ahí fuera, aunque sea a Fuenlabrada o al barrio del Pilar, que parte del maravilloso viaje de este antihéroe ocurre sin salir de casa.

La guía de viajes.

Es difícil, una vez que estás metido en esto, que tus intereses se ciñan exclusivamente a una clase de animales. Nadie que se pega el madrugón despreciará nada por debajo del filo Chordata o incluso todo Animalia será digno de su interés. Pero, claro está, lo que más gente mueve son las aves: son, por lo general, fáciles de ver y la cantidad de especies y variedad de géneros hacen de los pájaros un mundo aparentemente infinito. Ello consigue que grandes grupos editoriales abran las puertas a este mercado creciente.

Antonio Sandoval, prestigioso comunicador y prolijo autor, presentó hace poco De pajareo: rutas ornitológicas por España, de GeoPlaneta, dentro de la colección Nómadas. Está claro que se trata de un libro para viajar. El autor, comunidad autónoma tras otra, va destacando dos o tres sitios de especial interés para visitar. Descripción del espacio, rutas posibles, especies susceptibles de ser vistas y un añadido muy interesante: “puntos de interés cercanos”, porque siempre hay ganas de más. También incluye en cada autonomía una lista y breve descripción de otros lugares interesantes, aportando un código QR que lleva directamente a las páginas de los espacios tratados. Para terminar, añade un detalle muy interesante al invitar a personas de referencia en el mundo de las aves a contestar a la pregunta: “¿Qué es lo que no te perderías en ese sitio?” Solamente estos destacados suponen cuarenta y tantos planes perfectos para escapadas rápidas.

Todos los libros aquí tratados hablan de manera explícita de la misión que todo aficionado a esto de colgarse los prismáticos del cuello ha de tener en cuenta, de la forma más intensa posible. Pero Antonio titula a uno de los breves capítulos introductorios “Conservación y activismo” y esto da pie a recalcar que el viaje para la observación de fauna tiene que ser escrupulosamente respetuoso con el entorno, la fauna y la flora. A los conocidos olvidarse de reclamos sonoros, no cebar, no aproximarse más allá de la distancia de seguridad impuesta por los animales, mantenerse en los caminos y zonas señaladas, Sandoval propone ir un poco más allá. Citamos textualmente: “En materia de conservación, opta por el activismo. Por apoyar y promover las acciones y causas que creas más correctas. Por contribuir en la medida de tus posibilidades a combatir todo aquello que amenace, merme o destruya las zonas naturales y las especies, sobre todo las más amenazadas. Analiza cada caso. Opina. Decide. Actúa. Junto a otras personas. En equipos pequeños y grandes. Con el impulso del compromiso y de la cordura. Con la energía de la solidaridad y de la justicia. Con tacto, allí donde sea preciso. Con decisión”.

La colección de guías de aves

Si el anterior libro se te queda corto por ser demasiado general, tenemos la solución. Aunque quien más y quien menos ya habrá tenido algún ejemplar de esta colección entre sus manos, no podemos evitar citar la magnífica saga Cúando y dónde ver aves, de Tundra Ediciones. Cada tomo de esta serie está dedicado en exclusiva a una comunidad autónoma, detallando exhaustivamente, provincia a provincia, las opciones ornitológicas de cada una, a través de rutas pormenorizadas. Magníficos manuales para abrirse paso en territorios desconocidos, que, de otra forma, obligarían a largas jornadas para ponerse en situación.

Eso es respecto al dónde, el cuándo lo responden con una sencilla organización por meses, de forma que si tu expedición está supeditada a un fin de semana concreto solo tienes que abrir el libro por el mes correspondiente.

Además, también se catalogan los posibles destinos en tres categorías. Para todos, para familias y aficionados que están empezando y para aficionados a las aves escasas y rarezas. En el fondo, esta categorización tiene que ver con el esfuerzo y tiempo que se ha de dedicar y su relación con las especies observadas. Desde sencillos paseos o puntos de observación a pie de coche donde tener acceso a muchas especies frecuentes y amplias posibilidades de éxito, hasta destinos que requerirán mucha perseverancia y grandes dosis de suerte, para ver especies citadas en años anteriores de manera excepcional.

Tomemos, por ejemplo, el último volumen publicado y que está dedicado a Castilla-La Mancha. El libro está coordinado e ilustrado por Javier Gómez Aoiz, personalidad bien conocida por sus numerosas publicaciones de este tipo, pero la autoría es compartida con auténticas eminencias de la ornitología y la observación de aves: Xurxo Piñeiro, José Gómez Aparicio, Fernando Alonso Gutiérrez, Manolo Andrés Moreno y los hermanos José Antonio y David Cañizares Mata. La obra, de 347 páginas en esta primera edición, está estructurada de la misma manera que otras de la serie, lo que la hace muy manejable para los lectores que ya posean otro tomo. Tras la introducción nos encontraremos con el cuerpo principal, en el que se desarrolla el planteamiento de excursiones mes a mes. Luego, a modo de apéndice, nos encontramos primero -y fundamental- un recordatorio de cómo hay que comportarse en el campo y las reglas básicas para no molestar a la fauna, un listado de recursos digitales e impresos esenciales, listado de aves que podremos observar en las rutas descritas, otro listado con todos los sitios citados y sus coordenadas geográficas, para terminar con los mapas y planos de los espacios y rutas detalladas en el libro.

La colección tiene, hasta este momento, publicadas las guías de Extremadura, Galicia, Madrid (recomendable hacerse con la segunda edición ampliada), Cantabria, Cataluña y Baleares.Por separado o colección completa, son indispensables.

La experiencia por adelantado.

A estas alturas del artículo, o eres viajero o ya te ha picado la velutina y empiezas a notar la hinchazón y el picorcillo del viaje. Seguramente conocías los libros anteriores y la península ibérica la tienes bien trabajada. Pero, a la hora de plantearte un viaje de mayor envergadura, a lugares un tanto lejanos o complicados, es normal que se te planteen dudas muy serias. Primero, claro, está el factor económico. Y luego nos encontramos con la terrorífica idea de cómo hacer para ir hasta Ciudad del Cabo para ver tiburones y no volverte una semana después con una bonita foto de un banco de sardinas. Esto último es sencillo: el turismo de observación es hoy en día un V12 turbo que tira muy bien de la economía local, hasta en el lugar más remoto. Siempre habrá al final una empresa o un guía que te ponga las cosas en bandeja.

Esto de poner las cosas en bandeja va muy de la mano del tema de la economía. Trataré de explicarme (y vale para La Pampa o para Villafáfila). Puedes estar cuatro días en Merzouga recorriendo dunas y pedregales, acercándote de manera más o menos furtiva a todas las construcciones que te encuentres y olisqueando en el ambiente posibles rastros de humedad para dar con un ejemplar de gorrión del desierto (Passer simplex), o puedes contratar a un guía, que cogerá su teléfono y en 5 minutos sabrá donde llevarte a que veas el pajarito. El gasto del guía será infinitamente menor al de las noches de hotel y manutención extra. Esto, además, hará que los tíos raros esos que vienen a ver bichos sigan siendo mirados como tíos raros, pero el dinero será muy apreciado y esto, al final, puede salvar ecosistemas y especies (y esto también vale para La Pampa y para Villafáfila). Pero, ¡ah!, ¿dónde queda la magia de la exploración, las esperas y el afilar el instinto? Tiempo, es la respuesta. Tiempo y capacidad para moverse de manera autónoma. Y, sí, más dinero que ahorrar. A no ser que… (aquí vendría un listado de ideas con las que solucionar parcialmente estos asuntos, pero se fastidiaría la línea descriptiva principal del libro que vamos a tratar a continuación).

Pablo Strubell e Itziar Marcotegui son dos viajeros de esos de los que para referirse a su forma de viajar habría que inventar un verbo nuevo y que no estuviese desvirtuado. Ellos, por ejemplo, entienden viajar como hacerse la costa occidental africana de sur a norte utilizando autobuses públicos, entre otras gloriosas empresas. Y también son los autores de un libro llamado El libro de los grandes viajes, también en la colección Nómadas de GeoPlaneta. Es, en resumen, un magnífico catálogo de formas no usuales para realizar este tipo de desplazamientos de largo alcance, tomando como ejemplo a personas que han viajado de esa manera. Empecemos por algo fácil: el coche. Pero resulta que los autores cuentan brevemente la aventura de Jorge Sierra, que dio la vuelta al mundo en 3 años y 11 meses con un gasto total mensual de 357€ en un Citroën 2CV. Y a partir de ahí, en bicicleta, andando, en piragua, en velero, en autostop, en pareja, en solitario, o como Albert Casals, que se fue a las antípodas con su silla de ruedas. Y así hasta “131 historias inspiradoras” como reza el título del libro.

¿Pero, de esos, cuántos viajan para ver bichos? Ninguno, probablemente. Si recorres varias islas del caribe y la costa oriental de América del Sur, con la calma que te brinda hacerlo en un patinete durante 7 meses, como hizo el estoico Guillermo Marcelo, si quieres ver animales, los ves.

El libro, además, tiene un capítulo inicial y otro final, donde te allanan el camino de las dudas y problemas. Temas como seleccionar destinos, documentaciones legales, gestión del dinero, seguridad, los miedos e, incluso, asuntos de índole psicológica son acometidos en estas páginas.

Es posible que Pablo e Itziar aborden el viaje desde una perspectiva demasiado amplia, en todos los sentidos, para nuestros intereses ecoturísticos, pero la experiencia de todas estas personas y el conocimiento técnico de la materia serán muy positivos, por dos razones. Primero, solo tendrás que reducir las dimensiones a tu escala, pero los principios básicos son los mismos: entrar en Turquía con tu coche para estar tres semanas visitando sitios llenos de fauna, requiere lo mismo que si después de la frontera entre Asia y Europa fueses a seguir a Irán y los “-ikistanes”, pero con menos visas en la carpeta. Y segundo, el picazón sarnoso del deseo de viajar te será inoculado de manera virulenta.

Esta selección bibliográfica contiene solo unos pocos de los títulos que podrían estar. Son libros que, con uno u otro trasfondo al final, cada cual a su manera, invitan a conocer lo que hay más allá, siendo ese “allá” el límite que cada uno se pone.

Y como decíamos en el vídeo de presentación de El Vuelo del Grajo, “ahora: ¡sal!”.

Avetimología: el origen de los nombres de las aves de Europa.

Amar es conocer.

La atención que se presta a las aves en la última década es impresionante. Las redes sociales, la necesidad que siente el ser humano de tomar contacto con la naturaleza y la accesibilidad a datos, aparatos ópticos y cámaras son algunas de las principales razones para esta explosión ornitológica. Proliferan las páginas y grupos digitales para identificación de especímenes. Son miles las personas que exhiben sus magníficas fotografías. Y la posibilidad de lanzarse al vacío de montar una empresa ligada a la observación de aves ya no es una locura. El “pajareo” es todo un fenómeno social de carácter global. Y no es extraño. Cualquier sitio del planeta -desde la ciudad más contaminada, hasta el paraje de climatología más adversa- puede ofrecer unos instantes de intensa emoción al descubrir un magnífico ejemplar de las, aproximadamente, 15.000 especies de emplumados que viven en el planeta.

Por desgracia, y hablando desde un punto de vista del gusto por lo clásico, las facilidades digitales y técnicas antes citadas propician una adquisición de datos rápida que sacia el apetito de conocimiento, de manera inmediata, del aficionado novel. Pero, igual que las hamburguesas colman las necesidades semanales de proteínas y carbohidratos de un humano en diez minutos, que alguien te diga como llaman en su comarca al pájaro que has fotografiado no es la mejor base para la pirámide del conocimiento pajaril. Es solo un buen principio y puede ser suficiente para un gran número de personas.

Cuando se cambia el: “¿De qué tipo es esta ave?”, por el: “¿Cómo puedo hacer para ver un chotacabras?” se da el primer paso hacia la afición, que muchas personas identifican como “amor por las aves”. Al llegar el: “¿Por qué veo al chotacabras cuellirrojo en verano, por la noche y tendido en el camino?” se entra en la zona de interés por la ornitología. El siguiente paso, al que los propios identifican como “lo de los pájaros o cosas de bichos”, se da cuando al reconocimiento y a la etología se suma el estado de conservación, sus huellas y rastros, sus voces, subespecies, endemismos, dispersiones no habituales, protección o, ya para cum laude, la etimología y variedad de sus nombres latinos y vulgares. En referencia a esto último, y parafraseando a Luis Piedrahita, urge encontrar aquella palabra que defina la ciencia que se adentra en el bosque de los orígenes de los nombres comunes y científicos de las aves y sus significados. José Manuel Zamorano propone: “Avetimología”.

Avetimología.

Avetimología es un volumen editado por Omega, de 446 páginas y olor, en sentido figurado y real, a libro de texto. Ilustrado con más de 300 fotografías en color, abarca 423 aves de distribución paleártica occidental. Comienza con una magnífica cita de Isaac Newton en relación con que el libro que se presenta es deudor de otros que vinieron antes. En la primera página de la introducción, ya hay una referencia al colosal trabajo que Francisco Bernis hizo, en lo relativo a la nomenclatura popular de las aves de España. Seriedad y elegancia van por delante.

Organizado por órdenes y familias, esta obra estudia el origen y significado de los nombres de los diferentes taxones y su vinculación con la etología, aspecto o características de la especie.

Lejos de limitarse a las denominaciones científicas, profundiza -y mucho- en los nombres comunes, con la misma rigurosidad que los anteriores. Por supuesto, el autor amplía el círculo abarcando regionalismos y localismos, frecuentemente saltando fronteras, creando así redes de datos que aportan mucha información.

Esta mezcla entre lo científico y lo popular se trasmite también a la escritura, ya que, tratándose de un libro eminentemente científico, su lectura resulta amena, ágil, al tiempo que profundamente didáctica.

Y como ejemplo, y ya que el chotacabras (Caprimulgus sp.) ha salido a relucir, Avetimología nos dice que Caprimulgus se origina a partir de los términos latinos capra (=cabra) y mulgeo (=ordeñar) y hace referencia a que, debido a que estas aves suelen estar en lugares donde pace el ganado, existía la creencia de que se alimentaban amamantándose de las cabras. Curiosamente, en España ese mito tomaba el nombre de chupacabras y de ahí el nombre común en Castilla. Esta vinculación, añade el autor, se repite también en inglés, alemán e italiano e indirectamente en catalán, donde se utiliza enganyapastors. Y así describe 423 especies.

Un libro muy necesario para los fijos del “pajareo”, que ayuda a entender y amar a estos bichos y, dicho sea de paso, mejorar nuestro fondo de armario a la hora de contar cosas interesantes sobre aves.

Javier Marquerie.

Aves de España, guía fotográfica de identificación.

¿Guía fotográfica de aves?

La identificación de aves requiere de muchísima precisión. Especies semejantes en su librea y tamaño, variabilidad según la edad o las señas identificativas, realmente difíciles de apreciar, hacen que sea un mundo de detalles al que solo pueden llegar los ojos, las herramientas y el conocimiento de los ilustradores científicos más preparados. Además, una guía de identificación que se precie como tal, tiene que mostrar actitudes clásicas del ave en cuestión. En muchos casos es fundamental mostrarla en vuelo -ya sea silueta rapaz o fulgurante limícola en vuelo rasante- y evitar la influencia de la temperatura de color de los rayos solares, dependiendo de la hora y el clima. Es una labor ingente que requiere de muchísimo conocimiento. Esto, entre otras cosas, hace de la Svensson la más loada de todas las guías, aunque, curiosamente, para citarla siempre nos olvidamos de los ilustradores Killian Mullarney y Dan Zetterström.

Parece que todo ello hace que la fotografía quede al margen de estas obras tan necesarias para el aficionado y el profesional de la observación de aves. De hecho, es difícil encontrar guías que basen la ilustración en imágenes tomadas con una cámara. En la librería de El Vuelo del Grajo solo hay tres libros de identificación en los que la fotografía tiene presencia.

La primera, La Guía INCAFO de las aves de la Península Ibérica, de Ramón Saez-Royuela (INCAFO 1980), es la primera que tuvo el que escribe estas líneas. Tomo de 975 páginas, con una entrañable nota escrita por mi padre que dice “A Javier, por su cumpleaños, 1984”, es plenamente fotográfica. 334 especies documentadas con una sola fotografía que, sinceramente, de poco vale, pero cuya parte escrita es muy recomendable, dedicando dos páginas por especie.

Solo hace falta ver las frecuentes recomendaciones en redes sociales, para darse cuenta de que la fotografía quedaba totalmente descartada como elemento de identificación. Pero algo ha cambiado.

La segunda, Aves terrestres, de Frieder Sauer (Blume, 1983) tampoco se puede considerar demasiado útil para la identificación de las aves, pero incorpora en casi todos los casos imágenes de los nidos, huevos y pollos, lo que aporta mucho valor a la edición.

Y finalmente la magna obra de Klaus Malling Olsen, Gulls of Europe, Asia and North America (Helm, 2003, edición de 2018) aborda la locura de la identificación de las gaviotas, utilizando tanto la ilustración como la fotografía. Las primeras son usadas para las descripciones básicas, para mostrar los patrones por edades, las segundas para abrir el inmenso abanico de variables y ángulos. Esta combinación hace de esta guía un básico para todos aquellos que quieran adentrarse en el confuso mundo de los láridos.

Aves de España. Guía fotográfica de identificación

Solo hace falta ver las frecuentes recomendaciones en redes sociales, para darse cuenta de que la fotografía quedaba, hasta ahora, totalmente descartada como elemento de identificación. Pero algo ha cambiado.

Aves de España. Guía fotográfica de identificación, de Carlos Pérez Naval (Otro Matiz, 2022) es un trabajo valiente y valioso. Y sí, conociendo la afición y saber hacer de su autor, utiliza únicamente fotografías. Pero, ojo, no se trata de una colección de postales más o menos virtuosas. Es, sin lugar a dudas, una auténtica y muy útil guía de identificación con mayúsculas.

A través de sus 415 páginas el usuario podrá consultar todas y cada una de las especies presentes en la Península Ibérica, insulares y pelágicas, las accidentales más frecuentes e incluso las presentes en los territorios españoles del norte de África. Cada una de las especies está ilustrada cumpliendo con los cánones fundamentales anteriormente descritos. Esto es: en unas magníficas composiciones (a modo de láminas propias de la ilustración científica) el autor muestra cada ave en diferentes ángulos, edades y actitudes, incluyendo variedades de plumajes y unas muy útiles fotos en vuelo. Respecto a este último detalle, lo sabemos bien los que somos fotógrafos, cabe destacar el meritorio trabajo de obtener fotografías en vuelo de prácticamente todas las limícolas.

No es un catálogo de aves fotografiadas con luces espectaculares, en actitudes curiosas o interactuando graciosamente.

Además, y en esto hay algo de apreciación personal, da la impresión de que el autor ha sabido controlar el impulso de mostrar sus imágenes más hermosas y limitarse a seleccionar las mejores fotografías posibles para el fin con el que han sido elegidas. Así pues, no veremos un catálogo de aves fotografiadas con luces espectaculares, en actitudes curiosas o interactuando graciosamente. No, en esta obra las aves aparecen con luces planas que no dan lugar a equívocos, en actitudes características, posadas en los elementos y plantas esperados y, en definitiva, ayudando a su correcta identificación.

Cada página se completa con un párrafo muy conciso sobre su presencia en la península, hábitos fundamentales y consejos para su observación e identificación. Un preciso mapa de distribución y una pequeña ficha de datos morfológicos completa la información.

El libro está organizado por familias, con una breve e interesante introducción para cada una de ellas, ordenadas de la manera tradicional, así que su uso será el habitual para todos aquellos que estén acostumbrados al empleo de este tipo de publicaciones. Unos útiles anexos finales redondean la publicación.

El autor.

Carlos Pérez Naval, natural de Calamocha, Teruel, es un fotógrafo que a los 5 años andaba ya trasteando con cámaras aptas para la naturaleza. Con 8 fue el ganador más joven que jamás ha obtenido el Young Wild Life Photographer of the Year, otorgado por el Natural History Museum de Londres, el reconocimiento más prestigioso de este tipo. Desde entonces, ha logrado cuatro primeros premios de categoría (tres de ellos en años consecutivos) y otras tantas menciones de honor en este mismo certamen. En su espectacular currículo también figura como ganador de FOTOFIO y su nombre se ha visto destacado en MontPhoto, entre otros certámenes de prestigio internacional.

Y dejo para el final, para que no distorsione la calidad del trabajo del que se habla, ni modifique la apreciación que se pueda tener sobre él, el dato significativo de que Carlos, este fotógrafo consagrado y autor de este magnífico libro tiene… 16 años.