Leer la tierra, dejar entrar el paisaje.

La poeta Mary Oliver solía decir: «Presta atención. Sorpréndete. Cuenta lo que ves». Este texto, que bien podríamos considerar una especie de mapa, nos invita a explorar diversos ecosistemas narrativos. Será una guía que nos llevará hacia libros que han moldeado un género literario en el que numerosos escritores, asombrados por su entorno, han relatado su conexión con el mundo natural del que todos formamos parte.

La escritura de naturaleza o liternatura, no es solo un género literario; es una continua invitación a reflexionar; es un puente entre la experiencia sensorial del entorno y la inmersión profunda en el mismo, puesto que surge de la necesidad y el deseo de sentirse parte de lo que nos rodea, de comprender el territorio, el paisaje, no solo como un recurso o telón de fondo, sino como la protagonista viva que es, esencial y a menudo vulnerable. Escribir sobre naturaleza es escribir sobre nosotros mismos, sobre nuestras elecciones y las consecuencias de nuestros actos. Y estos textos nos recuerdan que la literatura también es un acto de observación y de denuncia. Así, al leer estos libros, caminamos por sendas donde el lenguaje se convierte en herramienta de exploración, y nos recuerda que somos criaturas de la tierra que narramos. 

En este recorrido que transitará todos los ecosistemas posibles partiremos del bosque, que alberga más del 80% de las especies terrestres y que bien sabemos que desempeña un papel crucial en la regulación del clima y en la provisión de servicios ecosistémicos. Subiremos después a las montañas, fuentes de agua dulce, refugio de especies únicas adaptadas a condiciones extremas. De allí nos dirigiremos al litoral, donde la costa se encuentra con el mar, para luego llegar hasta la vastedad del desierto. Cruzaremos regiones polares, quizá humedales, paisajes diversos donde la vida se abre camino en su forma. 


Entre los textos clásicos que exploran los bosques y montañas, podemos destacar algunos ejemplos como Virgilio en sus Geórgicas o Plinio el Viejo, en su Historia Natural, ya subrayaban en sus escritos la importancia del árbol y el bosque en la vida cotidiana. Si de textos fundacionales hablamos, uno de los principales, sin duda, es Diario Rural(1850), de Susan Fenimore Cooper, donde documenta las estaciones y la ecología de los bosques de su localidad, en ella se funde la observación, la necesidad de conservar y el profundo aprecio por esa conexión espiritual que podemos establecer con el paisaje. Y si hablamos de bosques, es inevitable no pensar en Walden (1854), de Henry David Thoreau, donde relata su experiencia viviendo en una cabaña junto al lago Walden, rodeado de bosques en Concord, Massachusetts. 


El conocido como padre del conservacionismo estadounidense, John Muir, nos dejó un texto precioso, Mi primer verano en la Sierra (1911), donde nos embelesa con su experiencia en las montañas de Sierra Nevada, allí trabajó como pastor. Su necesidad de proteger el entorno era tal que contagio tal pasión a generaciones enteras de lectores y activistas. Querría vivir en sus descripciones de los bosques de secuoyas. En Winsconsin nos espera Aldo Leopold, quien introduce el concepto, tan necesario, de ética de la tierra, donde plantea la necesidad de respetar y preservar las comunidades ecológicas en su totalidad. Su obra, Un año en Sand County (1949), y él mismo, continúa siendo hoy en día una referencia indiscutible por el modo en que contribuyó a fijar conceptos clave. Nos habla de la necesidad de atesorar un mundo que se está perdiendo, que nos adaptemos al ritmo de vida de la tierra y no a la inversa. 

Algunas obras se encargan de cartografiar lo que somos, de renombrar lo que se nos olvida que ya existía (porque no nos es útil o no nos interesa ver). Y es fascinante el papel de los bosques en nuestras vidas y en el equilibrio del planeta.

El bosque en muchos casos ha marcado el límite de la civilización occidental, tanto en los límites literales como imaginarios. Muchas cosas no han cambiado, pero las que sí como la pérdida de esa exterioridad nos lleva a la pérdida de la memoria, y la memoria del bosque es la de la historia de la humanidad. 

Algunas obras se encargan de cartografiar lo que somos, de renombrar lo que se nos olvida que ya existía (porque no nos es útil o no nos interesa ver). Y es fascinante el papel de los bosques en nuestras vidas y en el equilibrio del planeta. Obras como las de Roger Deakin que, en Diarios del bosque nos invitan a recordar, al tiempo que viajamos, en este caso, a través de los árboles, explorando no solo los de Inglaterra, sino también los de otras partes del mundo. Fascina porque su enfoque es tan diverso como el bosque mismo y nos deleita con una mezcolanza entre historia, arte, botánica y experiencias personales que hace que no queramos salir de esos bosques. Deakin ve los árboles como guardianes de un pasado profundo y como símbolos de resiliencia, nos alienta a establecer vínculos desde la memoria cultural y la observación/contemplación. Por su parte, Sue Hubbell, en Un año en los bosques, nos atrapa mientras leemos su experiencia personal en una cabaña en las montañas Ozark donde explora y pone en funcionamiento conceptos como la interdependencia, los ritmos estacionales o la autosuficiencia. 

Si Deakin nos lleva a un recorrido global, Hubbell nos sumerge en la intimidad de un rincón concreto del mundo, demostrando que los bosques también son espacios de refugio personal y descubrimiento. 

Sue Hubbell y su diario vital.

Más recientemente, hace unos meses, la bióloga Anne Sverdrup-Thygeson, publicó en nuestro país, El bosque, donde adopta una perspectiva científica que complementa las narrativas más personales de Deakin y Hubbell. En este texto, Sverdrup-Thygeson nos acerca con rigor y de manera muy divulgativa, a procesos biológicos y a las relaciones entre los organismos que habitan los bosques (cómo se comunican los arboles a través de las raíces, la interacción de los hongos, etc) para ofrecernos una visión completa de este ecosistema vital para la vida en el planeta.  Pero esa conexión no es únicamente visual o intelectual, sino también sonora. La acústica la trae Carlos de Hita con Viaje visual y sonoro por los bosques de España, donde a través de sus paisajes sonoros, nos acerca al centro del bosque donde el canto de los pájaros o el crujir de las ramas cuenta numerosas historias y que no siempre somos capaces de escuchar. 

Estos cuatro libros, desde sus distintos enfoques, convergen en un mensaje común: el bosque es un entramado de contactos en el que la cooperación es lo más importante. Al escritor italiano Mario Rigoni Stern le preguntaron en una ocasión: “¿Qué es para usted la oración? Estar solo en el bosque, respondió él».

Esta visión, complementa la que nos ofrecen Shepherd y Macfarlane, puesto que aquí la montaña se convierte en un espacio para encontrar lo sagrado. La visión que nos aporta Matthiessen contrasta con las historias de logros que suelen asociarse a estos colosos de roca.

Y en este punto, quiero hablar de ese diálogo que establecemos a través de la obra de Robin Wall Kimmerer, Una trenza de hierba sagrada, una obra donde la autora, bióloga y miembro de la Nación Potawatomi, teje una narrativa que entrelaza tres aspectos clave: la sabiduría indígena, el conocimiento científico y las historias personales. El libro explora cómo las prácticas ancestrales y la observación científica no son incompatibles, es más, nos aportan una visión integradora del cuidado del medio ambiente. Su escritura es de una belleza poética única mientras nos va narrando historias de plantas, ecosistemas o comunidades humanas que se establecen en reciprocidad con la tierra y en continúo agradecimiento por todo lo que recibimos de ella. 

Con Susan Fenimore Cooper con su Diario rural empezó todo.

En el diálogo que se establece entre la montaña y quien escribe, ésta se torna en algo más que una simple formación geográfica. La fascinación que han ejercido las cumbres es tal que abraza, casi desde sus inicios, un halo de misticismo que ha llevado a numerosos escritores a intentar comprender no solo su belleza, también su dureza y el misterio que envuelven los picos graníticos. Estos relatos abordan tanto la majestuosidad de sus cumbres como la búsqueda de respuestas, tanto a nivel personal como cultural. Obras como La montaña viva de Nan Shepherd, Las montañas de la mente de Robert Macfarlane, El leopardo de las nieves de Peter Matthiessen o Everest, 1924 de Wade Davis nos invitan a reflexionar sobre la profunda conexión entre el ser humano y las alturas.

La montaña se convierte en una experiencia sensorial a través de la mirada que Nan Shepherd nos ofrece en La montaña viva, puesto que ella en lugar de centrarse en la conquista de cimas o el desafío físico, opta por habitar la montaña con los sentidos como herramientas. Sus relieves son los Cainghorns donde sube una y otra vez y donde cada roca, arroyo o ave adquiere un significado propio y profundo, puesto que el diálogo es total, es lo orgánico respirando a través de la poesía que transforma su experiencia y que enseña. Esta aproximación se aleja del concepto tradicional de la montaña como un objeto a superar, algo que resuena en Las montañas de la mente de Robert Macfarlane. Mientras Shepherd asciende a lo más íntimo de la montaña, Macfarlane nos guía por esas alturas simbólicas mostrando cómo han sido interpretados (y percibidos) a lo largo del tiempo y la historia, puesto que han pasado de ser considerados lugares hostiles, temidos y respetados a convertirse en símbolos de desafío, autodescubrimiento o inspiración en tiempos más modernos. La montaña como idea nos atrapa desde el inicio de este libro que mezcla historia, filosofía y las propias aventuras y experiencias personales del autor; la montaña como un paisaje que ha vertebrado nuestra conciencia colectiva. 

En este sentido, Macfarlane amplía la perspectiva íntima de Nan Shepherd y conecta el acto de explorar montañas con un anhelo humano más extenso: el deseo de comprender nuestra relación con lo sublime. La montaña, en sus palabras, “no es solo un lugar físico, sino también un estado mental, un espacio de confrontación con nuestros límites y nuestras aspiraciones. Las montañas como espacios para habitar y escuchar.” 


El Himalaya, con su imponente visión y su belleza austera, se convierte en el telón de fondo idóneo para la búsqueda de Peter Matthiessen en El leopardo de las nieves. El escurridizo animal es el punto de partida de esta expedición que acaba siendo un viaje espiritual, una reflexión sobre nuestra conexión con el planeta y todas sus especies. Esta visión, complementa la que nos ofrecen Shepherd y Macfarlane, puesto que aquí la montaña se convierte en un espacio para encontrar lo sagrado. La visión que nos aporta Matthiessen contrasta con las historias de logros que suelen asociarse a estos colosos de roca. 

Y mientras Matthiessen se adentra en la dimensión espiritual de las montañas, Wade Davis, en Everest, 1924, nos mete de lleno en una de las expediciones más legendarias al Everest, narrando la trágica historia de George Mallory y Andrew Irvine, dos escaladores que desaparecieron cerca de la cima del Everest en un tiempo en que las montañas eran vistas como los últimos grandes desafíos de la humanidad. Aquí las motivaciones son distintas: la obsesión por las cumbres es el motor de arranque. Aquí la montaña no es una idea, es un símbolo de poder, perseverancia y ambición durante el auge del imperialismo británico. Aunque el enfoque de Davis dista del presentado por los otros autores sí que vienen a contarnos algo así como que las montañas nos reflejan a nosotros, a nuestras ideas y obsesiones como sociedad. 

Siguiendo el recorrido de este artículo-mapa, descendemos de la montaña y antes de entrar en ríos, lagos, humedales o llegar al litoral, nos espera el mar seco, esa vastedad llamada desierto cálido. Obras como El solitario del desiertode Edward Abbey, El mundo inconmensurable de William Atkins, La tierra de la lluvia escasa de Mary Austin, así como los textos de Gary Paul Nabhan y Joseph Wood Krutch, las reflexiones de Wilfred Thesiger y las vívidas descripciones de la América árida en la obra de Willa Cather, conforman un mosaico literario que revela la complejidad y la profundidad espiritual de este espacio. Exploran este entorno único desde prismas muy distintos puesto que el desierto no solo es un espacio físico, también es una metáfora de resistencia y contemplación. 

Edward Abbey, en El solitario del desierto, celebra la libertad del desierto del suroeste estadounidense con una mezcla de lirismo y crítica social, puesto que lo considera un lugar donde se libra una batalla entre lo indómito y el avance implacable del capitalismo, es decir, de la civilización moderna. Alterna la descripción de las tierras áridas, no exentas de humor, con su preocupación por la destrucción ambiental, convirtiendo al desierto en un símbolo de lo que puede perderse si no protegemos nuestros espacios. Por otro lado, el periodista Williams Atkins en El mundo inconmensurable, recorre los desiertos del mundo para explorar no solo sus características geográficas, sino también sus implicaciones históricas y culturales. Su enfoque es tan amplio como profundo: cada capítulo abarca un desierto distinto, desde el Sáhara hasta el Gobi, y reflexiona sobre cómo estos paisajes han moldeado las vidas de quienes los habita, puesto que nos muestra un lugar no solo de dureza o soledad, también un escenario donde se despliegan historias humanas cargadas de significado. 

… obras que, no sólo describen la belleza del mundo líquido, sino que también reflejan la fragilidad de la vida en lagos u océanos, la importancia de la memoria cultural asociada al agua y la necesidad de un enfoque sostenible hacia unos entornos cada vez más amenazados.

Gary Paul Nabhan, por su parte, aunque no está traducido en nuestro país, en libros como The Desert Smells Like Rain (El desierto huele a lluvia), conecta las tradiciones indígenas del suroeste con el conocimiento ecológico y botánico. Nabhan examina cómo los pueblos nativos han cultivado un entendimiento profundo del desierto, adaptándose a sus rigores y revelando una relación sostenible y respetuosa con la tierra. Otro texto no traducido sería el de Joseph Wood Krutch, en The Desert Year que celebra la serenidad y la espiritualidad del desierto a través de observaciones profundamente personales, ya que, para él, el desierto no es un lugar desolado, al contrario, es refugio y conexión. La perspectiva se amplía aún más con Wilfred Thesiger, quien en Arenas de Arabia se sumergió en el corazón del Rub al-Jali, el “Cuarto Vacío” de la Península Arábiga, retratando la vida de los beduinos y el rigor de la supervivencia en un territorio que desafía cualquier confort. Por otro lado, Willa Cather, aunque más conocida por las Grandes Llanuras, también supo capturar en sus obras el sutil equilibrio entre la aridez del paisaje y la espiritualidad que emerge de él, reflejando la manera en que las comunidades y los individuos encuentran sentido y arraigo incluso en la escasez. Ejemplos como Mi Antonia, Pioneros o El canto de la alondra.  

Antes de cambiar de escenario, quería mencionar el fantástico ensayo de Virgina Mendoza, La sed. Una historia antropológica (y personal) en las tierras de lluvia escasa. Un viaje narrativo que recorre pueblos donde la falta de agua define cada aspecto de la vida cotidiana. Desde la lucha por el acceso al agua potable hasta los rituales y creencias que surgen en torno a este recurso escaso y donde Mendoza da voz a las comunidades que habitan en la vulnerabilidad hídrica. Y con ese guiño a la maravillosa obra de Mary Austin, donde se dedicó a explorar el valle Owens en California, con una mirada ecologista y alejada de lo antropocéntrico, atiende las necesidades de la tierra y se dirige a aquellos que buscan una existencia más acorde con el entorno. 

Nuestro mapa nos acerca a los ríos, lagos, humedales, costas y mares con obras que, no sólo describen la belleza del mundo líquido, sino que también reflejan la fragilidad de la vida en lagos u océanos, la importancia de la memoria cultural asociada al agua y la necesidad de un enfoque sostenible hacia unos entornos cada vez más amenazados. En el ámbito español destacan publicaciones recientes como Delta de Gabi Martínez, donde el autor se sumerge en las entrañas del Delta del Ebro, donde el cambio climático está acelerando la pérdida de tierra frente al avance del mar y bajo un paisaje en rápida transformación donde laten las tensiones mantenidas desde hace años entre las administraciones, vecinos, turistas, ecologistas, cazadores y pescadores. El texto muestra la presión ejercida sobre un sistema vulnerable, evidenciando la dificultad de armonizar aprovechamiento económico y protección del entorno. Por su parte, la obra más reciente de Noemí Sabugal, Laberinto Mar acerca al lector a las costas españolas, explorando la tensión entre turismo, actividad industrial y el impacto del cambio climático en el litoral. Así, Sabugal retrata un paisaje en transformación que urge comprender y conservar.

Siguiendo con las costas y litorales, un clásico sería el texto de Henry Beston, La casa más lejana, pasó un año en la costa de Cape Cod, inmortalizando la danza entre las mareas, las arenas y las criaturas que pueblan ese litoral, celebrando la interdependencia entre el ser humano y las fuerzas naturales.

Antonio Sandoval da un largo paseo por sus paisajes naturales en su ¿Para qué sirven las aves?

Annie Dillard, en Una temporada en Tinker Creek plasma la experiencia de observar minuciosamente un arroyo en Virginia. Su mirada convierte la contemplación cotidiana de insectos, anfibios, aves y corrientes en un ejercicio de introspección mística y filosófica. La conexión íntima entre la autora y el agua fluye con naturalidad, recordando que la grandeza del mundo natural puede residir en lo diminuto y aparentemente insignificante. Tanto Dillard como Terry Tempest Williams (ambas autoras de referencia para quien suscribe este mapa), con su maravilloso texto Refugio(Refuge: An Unnatural History of Family and Place) que entrelaza su historia familiar con la del Gran Lago Salado de Utah y las marismas que lo rodean. Encuentra en las aves migratorias y en la capacidad de resistencia del humedal un consuelo a la par que metáfora del dolor y la esperanza justo en el momento en el que su madre le detectan cáncer.

Por otro lado, Olivia Laing, en To the River, emprende un peregrinaje a lo largo del río Ouse en Inglaterra, conectando el paisaje fluvial con la memoria literaria y personal, incluida la huella de Virginia Woolf. Laing funde historia, biografía y naturaleza, retratando el río como un espejo líquido de la identidad, la memoria y el paso del tiempo.  Por supuesto, no podemos dejar de mencionar a Rachel Carson, pionera en conciencia medioambiental, publicó Bajo el viento oceánico antes de Primavera silenciosa, describiendo con maestría la vida en el océano y presentando un mundo submarino delicadamente entrelazado. Nos recuerda la complejidad y el valor de los entornos acuáticos a través de una prosa que integra lirismo, rigor científico y reflexión personal.

En este mapa no podemos dejar de ubicar libros como Leviatán o la ballena de Phillip Hoare, un libro que combina la historia natural con la investigación cultural, la reflexión literaria y el ensayo personal. A través de su exploración, Hoare desvela la compleja y a menudo contradictoria relación que la humanidad ha mantenido con las ballenas a lo largo de los siglos. No es un libro sobre ciencia o biología marina o quizá un libro de aventuras, es un recorrido brillante que va alternando el mito con la historia, la literatura, la ciencia y sus propias experiencias con ballenas. A Hoare le fascina Moby Dick y entra de lleno en las historias de los balleneros del siglo XIX, marcado, sin duda alguna, por la explotación sin parangón de estos mamíferos marinos y la construcción de toda una mitología a su alrededor.  

Y este mapa no podría avanzar sin la que se considera una de las obras más importantes del género en el siglo XX, El peregrino de J. A. Baker, quien dedicó años a observar la vida cotidiana de un halcón peregrino en los humedales de Essex. Un texto meticuloso, de un lirismo único, que no solo describe el comportamiento de un ave, también se adentra en el paisaje con una cadencia única. También sobre aves escribe Helen Macdonald, pero en un registro más contemporáneo, con H de halcón, un híbrido entre memoria personal, ensayo naturalista y meditación literaria. Al entrenar a un azor tras la muerte de su padre, Macdonald convierte al ave en un puente entre el dolor humano y la vitalidad indomable de la naturaleza. Es una reflexión sobre el duelo, la soledad y la conexión con lo salvaje. Por su parte, Sy Montgomery en El alma de los pulpos se adentra en la vida de estos invertebrados marinos tan enigmáticos, explorando su inteligencia, capacidad emocional y el impacto que este encuentro tiene en la propia autora. El pulpo, con su extraña forma de consciencia, amplía nuestra noción de “animal” y nos invita a reformular la relación humano-no humano.

Antonio Sandoval, en libros como ¿Para qué sirven las aves?, se sumerge en la riqueza ornitológica ibérica, transmitiendo la pasión por el avistamiento de aves y ofreciendo una visión divulgativa, cercana y, a la vez, profundamente reflexiva sobre su importancia ecológica y cultural. Mas recientemente, la editorial Bichomalo ha publicado Territorio Pajarero, una obra coral coordinada por el propio Sandoval y Alfonso Rodrigo donde se habla de ese lugar próximo al que acudes casi cada día en busca de novedades ornitológicas. Hablan de esos espacios que se conocen y donde cada uno se reconoce, la vinculación al entorno más cercano en relación a las aves que habitan esos lugares. 

Barry Lopez, autor de Sueños árticos, pieza indispensable para muchos.

Fieras familiares, de Andrés Cota, y Solo un poco aquí, el libro de relatos breves de María Ospina, son obras que, desde perspectivas distintas, exploran la conexión entre seres humanos y sus entornos inmediatos. Cota indaga en la relación con los animales que habitan nuestros hogares, revelando cómo estas fieras domésticas pueden reflejar aspectos profundos de nuestra humanidad. Por su parte, Ospina aborda, con una prosa delicada, los vínculos que construyen sus personajes con los lugares y personas que los rodean, tejiendo historias de desarraigo y pertenencia. Ambos libros comparten una sensibilidad especial por las conexiones esenciales que nos transforman y definen como seres humanos.

Por otro lado,  El Reinado del Lobo 21 es una obra fascinante que explora la compleja relación entre los lobos y su entorno natural. A través de la historia del Lobo 21, líder de una manada en el Parque Nacional de Yellowstone, el autor describe cómo este carismático animal logró mantener el equilibrio dentro de su grupo y con otras especies. Se pone de manifiesto la importancia de la reintroducción de los lobos en el ecosistema. Y en estas relaciones se basa la obra de Baptiste Morizot, filósofo y escritor, que destaca por explorar la relación entre los humanos y la naturaleza desde una perspectiva ética y poética. Maneras de estar vivo reflexiona sobre las formas de vida no humanas y plantea una convivencia basada en el respeto y la comprensión mutua. Por su parte, El rastreador profundiza en el arte de leer los rastros de animales como una forma de redescubrir el vínculo ancestral con el entorno. 

Finalizamos este viaje a través del mapa que teje la naturaleza con las regiones polares. El caso de Olivier Remaud es muy interesante, porque reflexiona sobre cómo nos relacionamos con las especies no humanas en los paisajes fríos. Nos recuerda que el hielo no es  símbolo de aislamiento, sino también de vida y resistencia como demuestra en su magnífica Pensar como un iceberg donde se adentra en la vida de los icebergs, no solo como masas de hielo, sino como entidades vivas que forman parte de un ecosistema dinámico. A través de reflexiones sobre la fragilidad del hielo y su constante transformación, el autor aborda temas como la soledad, el cambio climático y la conexión entre los humanos y los paisajes extremos. Su escritura combina una sensibilidad única con una perspectiva ética, resaltando la importancia de los polos para el equilibrio del planeta.

Y cierro con la maravillosa Sueños Árticos, donde Barry Lopez, a través de una prosa evocadora y profundamente reflexiva, nos transporta al Ártico, un territorio inmenso y fascinante, cargado de belleza y misterio. Combina observaciones científicas, relatos históricos y anécdotas personales para retratar no solo la geografía y la vida salvaje de esta región, sino también las culturas indígenas que han habitado estas tierras durante milenios. Barry Lopez decía que el paisaje físico resulta desconcertante por su capacidad para trascender cualquier idea que uno pueda hacerse de él. Su expresión es tan sutil como los matices del pensamiento y más vasta de lo que alcanzamos a abarcar; y sin embargo, aun así, es posible conocerlo. 

Con su lectura y sus palabras cierro este mapa de lecturas, gracias a ellas y a otras tantas -es imposible abarcarlas todas- podemos comprender mejor la diversidad de la vida, la compleja red de interdependencias que sostiene el planeta y nuestro lugar, nada excepcional, dentro de ese intrincado tapiz.

Poesía Rural.

En la agricultura, además del sustento, está la cultura. Decía Cicerón que la de agricultor es la profesión del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre. 

El volumen resultante, editado por BichoMalo.

Ahora, en el Antropoceno, en un mundo en el que las personas hemos pasado de haber sido otra más de las decenas de miles de especies existentes, a la que gobierna el destino de todos; en un planeta donde hemos cambiado el paisaje en los últimos treinta años más de lo que lo habíamos hecho en los tres mil anteriores; en una civilización que más que correr, huye a las ciudades; tenemos en el medio rural el gran reto colectivo. Porque es el territorio natural con presencia humana más extenso (en España, casi el 90%) y porque es en el medio rural y agrario donde se concentra la mayor biodiversidad. Del medio rural proceden nuestros alimentos, nuestra agua, nuestra energía, nuestro aire limpio, y también la tabla de salvación al despropósito de un neoliberalismo que se ha tornado bufón y libertario.


Demasiado se ha criticado la alienación que genera la vida en la ciudad, desde luego falso para todos aquellos que hunden su árbol genealógico en hormigón y asfalto, pero sí es cierto que el medio rural nos sigue evocando lo puro, lo auténtico, lo genuino. De eso se aprovechan innumerables compañías que más que alimentarnos lo que quieren es vendernos productos que se anuncian como naturales, ecológicos, artesanales, de pueblo, de la abuela, rústicos o campesinos.

Cuando el río suena es porque agua llevará, y ojalá que la siga llevando, aunque sea nimiamente para respetar los caudales ecológicos, así que algo de cierto y lógico hay en ensalzar los valores de nuestros pueblos, de su gente y del medio rural. Un mundo, una manera de vivir que nos ha permitido llegar hasta aquí y que sigue atesorando una inabarcable ciencia popular, unos conocimientos, unos procedimientos y saberes y, ante todo, una cultura indisociable del territorio, de su clima y sus especies.

Las costumbres, creencias, manejos, supersticiones de cada pueblo -perdurados en forma de cuentos, esculturas, vestimentas, guisos, semillas o amuletos- son una amplia ventana hacia la que orientar la incansable curiosidad por el saber y el disfrute que supone comprender el mundo que nos rodea, para encontrar estímulos reconfortantes y, quien sabe, lo mismo llegar a la epifanía del regocijo de tocar, oler, saborear, ver, oír, la belleza. Tenía toda la razón Ramón Trecet cuando nos apelaba a que buscásemos la belleza, que es lo único que merece la pena en este asqueroso mundo.

La literatura en su expresión más excelsa, la poesía, es, para muchos, la forma más exquisita y elaborada de compartir sensaciones y emociones. La poesía que tiene como temática la naturaleza y el medio rural, la poesía rural, es el canal más potente para plasmar y compartir la belleza rural y natural.


En ello hemos pensado un grupo promotor y organizador que nos lanzamos a impulsar un certamen internacional de poesía rural en castellano. Porque estamos convencidos de que fomentar la escritura y la lectura de poesía que fija su atención en el medio rural y natural es una propuesta que permite, a través de las bellas artes, llegar a círculos, foros, personas que lastimosamente tienen demasiada adormecida e incluso olvidada la importancia que el medio rural tiene para la vida de todos. Porque es el que nos provee de todos los recursos básicos como decíamos antes, pero también es el que nos conecta con los ciclos naturales, con la relevancia de mantener los equilibrios entre producción y conservación, ahora, en un momento en el que no estamos en posición de asegurar que la próxima generación, en términos globales, pueda vivir, al menos tan bien como lo estamos haciendo nosotros. Ahora, en un momento en el que algunos tenemos ya la sensación de que a las generaciones futuras, más que una herencia, lo que vamos a dejarles es un castigo.

Estamos organizando un certamen internacional de poesía rural para generar contenido, actividades. Para que cada día más gente piense en estos asuntos, aumente su conciencia, su grado de participación e implicación en la búsqueda de un futuro de esperanza. La esperanza, no lo olvidemos, es verde.

Y por el camino, además, generamos recursos. Buen ejemplo son los libros de poesía editados, cuya distribución contribuye de manera clara al objetivo final, pues es la lectura un ejercicio, en la mayor parte de los casos individual, en el que el grado de receptividad de las personas es enorme, está por tanto abierta a ideas y mensajes. Igual que lo son los recitales, las lecturas compartidas, en las que las vibraciones se contagian al grupo, favoreciendo un clima, una identificación, una movilización conjunta. Es necesario aprovechar la oportunidad.


Otro fruto de la experiencia que nos está proporcionando enormes alegrías es la creación de un bosque poético. En alianza con la Finca Bonilla, en Torres de Albanchez, en el corazón de la Sierra de Segura en Jaén, se están colocando, en un espacio de enorme valor natural por su riqueza de flora y fauna, una serie de placas en las que aparecen fragmentos de poemas y referencias a los autores. Además, los propietarios están complementando la acción mediante la creación de itinerarios, colocación de bancos y mesas, librerías, de tal manera que la visita a la finca se transforma en una experiencia vivencial única al aunarse brillantes pensamientos hilvanados en versos, junto al despliegue de los sentidos que supone hacerlo en un entorno natural.

La propuesta, en resumen, persigue la puesta en valor del medio rural y natural utilizando la poesía como caballo de troya en la conciencia individual primero, y colectiva a continuación, para que todos visualicemos claramente que es en el territorio donde hundimos nuestras raíces y donde tenemos que desplegar las alas de un futuro verde, integrador, igualitario, justo y libre.

Datos técnicos del Concurso Internacional de Poesía Rural.

  • Organización: Fundación Savia por el Compromiso y los Valores, Finca Bonilla.
  • Colabora: Diputación de Jaén, Ayuntamiento de Torres de Albanchez, BichoMalo Libros, Ecortijo, Comunicación&Desarrollo.
  • Jurado:Presidente: Alejandro López Andrada Secretario: Antonio Aguilera Nieves.
  • Miembros del Jurado: Ezequiel Martínez Jiménez Maria del Carmen Alvarez Marín Lola Almeida Concha Montes Martín Josefa Parra Ramos
  • Galardonados 2022. Ganador adulto: Jorge Fernández Gonzalo Accésit adulto: Felipe Gracia Pérez Ganador Juvenil: Andrés Felipe Vargas Coronado Accésit juvenil: José Andrés Ludeña Martínez
  • Galardonados 2024. Ganador adulto: Pedro Porres Oliva Accésit adulto: Francisco Javier Sánchez Durán Ganador Juvenil: Nicolás Muñoz Villacañas.
  • Libros Publicados: I Concurso Internacional de Poesía Rural, Editorial Trifaldi. ISBN.-978-84-125257-6-2 Poesía Rural´24, Editorial BichoMalo libros, ISBN.- 978-84-123548-6-7

Antonio Aguilera, autor del artículo y miembro de la fundación Savia.

Sobre zorros y hombres.

Desde pequeña, mi animal favorito ha sido siempre el zorro. Por ello, no es de extrañar que verlo fuera uno de mis intereses vitales cuando visité el país de fuego y hielo por primera vez. Sin embargo, la ilusión acumulada a lo largo de los años se convirtió en decepción y preocupación cuando descubrí que la relación entre el ser humano y el zorro ártico en Islandia se asemeja a la situación que tenemos con el lobo en España. Tras más de quince viajes a mis espaldas y de haber vivido algunos de los momentos más mágicos fotografiando fauna salvaje, me pregunto si esto podrá cambiar algún día y de qué modo puedo contribuir a ello.

El primer poblador, un ser odiado.

El zorro ártico es el único mamífero nativo de Islandia. Llegó antes de la retirada del hielo hace unos 12 000 años, convirtiéndose en el primer poblador de esta tierra, antes de que cualquier ser humano pisara la isla. Aun así, los islandeses siempre lo han considerado una plaga a erradicar.

El folclore islandés está plagado de ejemplos sobre la relación entre la gente y el zorro: canciones que hablan de un animal siniestro, peligroso y sanguinario; cuentos infantiles; sagas islandesas. Un ejemplo curioso de esta relación atávica se puede ver en el museo de la brujería de Hólmavík, que alberga símbolos mágicos grabados en boles, en graneros e incluso en las mismas ovejas, para protegerlas del ataque de los zorros.

Históricamente siempre se ha creído que el zorro ártico es una alimaña que hay que erradicar. Los granjeros estaban convencidos de que sus ovejas eran asesinadas indiscriminadamente por esta temible criatura. Tanto era así que se dictó una ley que obligaba a todo aquel que poseyera seis o más ovejas a matar un zorro adulto o dos cachorros al año. Para demostrar que se había cumplido con la ley esta persona debía presentar el cráneo del animal, que las autoridades rompían en público para que no pudiera ser utilizado de nuevo al año siguiente. Si un granjero no cumplía con su obligación debía pagar una multa, conocida con el nombre de fox tax -el impuesto del zorro-, cuyo importe se utilizaba para contratar a un cazador profesional. Esta ley estuvo vigente aproximadamente seis siglos. La persecución histórica del zorro ártico se recrudeció en 1958, año en que se redactaron nuevas leyes que animaban a eliminarlo totalmente de Islandia.

El motivo principal de esta persecución incesante es que siempre ha existido la creencia de que el zorro ártico ataca y se alimenta del ganado. Sin embargo, estudios realizados por el biólogo Páll Hersteinson demostraron ya en la década de los 80 que el 90 % de las ovejas encontradas en las madrigueras de los zorros habían muerto por causas naturales. Pese a ello, y aunque a día de hoy está prohibido cazar fauna salvaje en Islandia, cualquier granjero puede solicitar un permiso para defender sus tierras, además es recompensado económicamente por ello.

La histórica relación entre el ser humano y el zorro ha convertido a este animal en un ser huidizo, de costumbres nocturnas y reticente a dejarse ver en zonas habitadas. Sin embargo, más allá del pueblo pesquero de Ísafjördur existe un paraíso donde los zorros no se pueden cazar. Se trata de la reserva natural de Hornstrandir, un área protegida de 600 km2 habitada por entre 45 y 47 parejas fértiles (datos facilitados por Ester Rut Unnsteinsdóttir, directora del Arctic Fox Center e investigadora en el Icelandic Institute of Natural History).

Aun así, muchas personas, arrastradas por la tradición, siguen mirando al zorro con recelo, temiendo que esta pequeña zona protegida se convierta en una fábrica de zorros que amenace la avifauna y el ganado.

Un superviviente del Ártico.

El zorro ártico es un superviviente de las zonas más frías del hemisferio norte, un animal capaz de medrar durante los duros meses del invierno sin apenas alimento y bajo temperaturas extremas. Su tamaño, su visión, su olfato, su oído y su pelaje están perfectamente adaptados a las duras condiciones climatológicas que debe soportar. Según explica el escritor Garry Hamilton en su libro Arctic Fox: Life at the Top of the World, “El zorro ártico es un superviviente. Gracias a su pequeño tamaño -no es mucho más grande que un gato doméstico- puede vivir casi de la nada, en medio de ninguna parte y en condiciones tan duras que parecen incompatibles con la vida”. Estas extremas condiciones de su hábitat obligan al zorro ártico a alimentarse de todo lo que su estómago puede digerir: algas, frutas silvestres, pequeños insectos y sus larvas, moluscos y mariscos, cangrejos, peces, aves y sus huevos, pequeños mamíferos, etc. Además de una adaptación metabólica específica para entornos gélidos, sin apenas disponibilidad de alimento, el zorro ártico posee un sistema de aislamiento térmico muy eficiente, compuesto por una capa de grasa subcutánea y dos capas de pelo de diferente densidad y grosor. Según han demostrado experimentos científicos realizados en un ambiente controlado, el zorro ártico no muestra estrés por frío hasta -80 °C.

La población de zorro ártico en Islandia es muy elevada, sobre todo si la comparamos con la extensión de terreno que ocupa. Aun así, después de alcanzar su pico máximo en 2008 (aproximadamente 10.000 ejemplares), su número ha ido descendiendo hasta los 6.000 que se calcula existen hoy en Islandia. La causa de este descenso de población se desconoce, pero se estudian varias posibilidades. A saber: algunas presas comunes del zorro, como el fulmar boreal, han experimentado una reducción considerable en los últimos años; recientemente se ha descubierto que muchos zorros tienen altos niveles de mercurio en su organismo; en los últimos tiempos se han identificado familias infértiles, que consecuentemente no tienen descendencia; y, finalmente, el cambio climático, que afecta de forma directa a las poblaciones de animales que depreda el zorro.

El zorro azul.

A nivel global el zorro ártico cuenta con dos fuentes de alimento: los lemmings (pequeños roedores muy fáciles de cazar) y los restos de animales cazados por otros depredadores, como el oso polar. En Islandia, sin embargo, los hábitos alimenticios del zorro ártico han de ser obligatoriamente distintos, pues no hay lemmings ni osos polares. De hecho, esta es la razón fundamental por la cual los zorros de Islandia son mayoritariamente de pelaje oscuro (blue morph) y no blanco (white morph), a diferencia de lo que sucede en otras regiones del planeta.

Un minúsculo porcentaje de la población mundial de zorro ártico es blue morph, mientras que el resto es white morph. En Islandia el porcentaje de zorros con este raro pelaje de color oscuro es el predominante. Esto se debe a que el tono marrón proporciona un camuflaje más eficiente entre las rocas de la costa, donde las fuentes de alimentación son más abundantes. También por este motivo la mayoría de las madrigueras se encuentran cerca del agua salada, sobre todo en la parte oeste y en los fiordos, donde la línea de costa es más larga que en el resto del país.

Cruzar la mirada con el zorro libre.

Como decía al comienzo de este artículo, mi ilusión por ver al zorro ártico en libertad en mi primer viaje se vio truncada. El único ejemplar de zorro que pude ver no solo estaba cautivo, sino que además jamás volvería a la naturaleza: se acaba de redactar una ley conforme a la que ningún animal salvaje que ha tenido contacto con el hombre podrá devolverse a la naturaleza. Aquel zorrito quedó huérfano porque un granjero disparó a sus padres y el cachorro fue trasladado al Centro del Zorro Ártico, donde viviría el resto de sus días en una pequeña jaula. Aquel día decidí que quería ver a estos animales en libertad y no enjaulados, de modo que me preparé para realizar mi primera expedición por la península de Hornstrandir, un lugar deshabitado, inaccesible por carretera y sin apenas caminos con la intención de ver a estos bellos animales en libertad.

Con mi mochila de 75 litros, mi tienda, mi saco de dormir, el hornillo, la comida para 10 días y mi equipo fotográfico recorrí cimas y valles, crucé gélidos ríos y dormí bajo el sol de medianoche. Todo por un momento de suerte. Por verlos libres.

Hasta el día de hoy he visitado la zona diez veces, tanto en verano como en invierno, a través de excursiones en autosuficiencia y también acompañando a otros fotógrafos que quieren compartir esta experiencia conmigo. ¿Será posible que los islandeses se percaten de que hay grupos de personas viajando a Islandia con la única intención de cruzar su mirada con este bello animal? ¿Podrá esto generar dudas sobre el trato que se le da actualmente?



No conseguiremos un cambio radical con este libro, ni haremos que los cazadores dejen de matar a este bello animal, pero ayudaremos a introducir este tema de conversación en las sobremesas islandesas.


Melrakki: the hidden lord of Iceland. Un libro para difundir el mensaje.

Cada año miles de zorros mueren a manos de los cazadores islandeses, pese a que los estudios científicos confirman que esto no sirve para regular la especie, además de certificar que el zorro no es realmente un problema para el ganado. Aun así, el gobierno sigue motivando y premiando estas prácticas atroces.

Por ello, quiero hacer este libro y llevarlo a las librerías islandesas. Con esta finalidad en mente, la mejor opción es sin duda editarlo allí, pero las editoriales islandesas no se sienten cómodas con todo lo que explico en él. Así que debo autoeditarlo e importarlo por mi cuenta. Ahí es donde entras tú y el motivo por el que necesito tu ayuda.

No conseguiremos un cambio radical con este libro, ni haremos que los cazadores dejen de matar a este bello animal, pero ayudaremos a introducir este tema de conversación en las sobremesas islandesas. Si quieres ayudarme y llevarte un bonito libro con mis mejores fotografías, puedes participar en la campaña de micromecenazgo que he iniciado en la plataforma Verkami.

Puedes consultar la campaña, difundirla o hacer tu aportación en este enlace.

¿Cómo funciona esto del Verkami (micromecenazgo)?

El micromecenazgo no es una donación económica, sino una compra anticipada de un producto. Como comprador puedes hacerte con él a un precio rebajado, a la vez que adelantas el dinero para que el autor tenga fondos suficientes para crearlo, en este caso el libro (no te preocupes, haré una versión en inglés y otra en castellano).

Entra en la página de mi campaña y escoge tu aportación económica. Cada aportación tiene relacionada una recompensa. Cuando aportes al proyecto se te pedirá un método de pago, pero no se cargará el importe a menos que alcancemos el objetivo de la campaña, en un plazo máximo de 40 días. Todos los mecenas seréis informados del avance del proyecto hasta obtener vuestras recompensas.

Si llegado el último día de la campaña no se alcanza el objetivo económico, no se te cobrará nada y el proyecto no podrá realizarse, así que no esperes al último momento para participar..

GRACIAS POR TU APOYO A MI PROYECTO Y AL ZORRO ÁRTICO.

¡No te olvides de darle a “seguir” a la campaña para estar atento a las actualizaciones!.

El Estornino de Mozart.

El 27 de mayo de 1784 Mozart se compró un estornino pinto y su familia y él convivieron con el animal durante tres años. No se sabe bien -depende de las interpretaciones que de los datos históricos hagan sus biógrafos- si el pájaro le sedujo en la tienda al oírle cantar una estrofa de su concierto para piano nº17, si este pasaje lo memorizó más tarde o si la riqueza musical del Sturnus vulgaris le atrajo lo suficiente como para que Amadeus entrase en el comercio. Desde ese momento y hasta su muerte, músico y pájaro debieron de crear una relación suficientemente estrecha como para que, a la muerte del alado, el artista le dedicase una composición e incluso una elegía.

Puedes leer esta reseña sin miedo. No voy a reventártelo. No voy a contarte nada que no esté en la contraportada de este libro o que no puedas sonsacar al índice de una rápida mirada. Solo voy a contarte lo interesante y nutritiva que es su lectura.

Esta historia, conocida por muchos y citada por autores literarios de estos temas naturalistas -sin ir más lejos, Antonio Sandoval en su ¿Para qué sirven las aves? hace referencia a ello- con cierta frecuencia, sirve a Lyanda Lynn Haupt como columna vertebral para una narración tremendamente rica.

Para escribir este libro, la autora robó un pollo de estornino pinto del nido. ¡Alarma! ¡Alarma! Dos datos importantes para aproximarse a este libro. Ella, la autora, es, además de escritora, naturalista, muy ligada a la conservación de las aves e intérprete musical aficionada. Ella, la estornina, de nombre Carmen, pertenece a una especie que en Estados Unidos no solamente es alóctona, sino que alcanza la gigantesca cifra de 22.000.000 de ejemplares, lo que la convierte en la especie más odiada y perseguida del país.

Lyanda, al igual que Amadeus, pasa a compartir vida con el animal, con todo lo que ello supone, con el único fin -muy stanislavkyano- de tratar de comprender cómo era la relación entre Star, el estornino, y el famoso austriaco, y así poder escribir un libro sobre el asunto.

A partir de este momento, la obra se adentra en una mezcla de investigación histórica y musical que trata de aclararlo todo sobre la enigmática relación del músico y Star, y la influencia de este en la creación del genio. Se trata de un estudio de la especie y un relato sobre la amistad mutua entre Haupt y Carmen, con los sentimientos, sentidos y capacidades, de esta última, muy presentes. Estos senderos la llevan, por ejemplo, a desgranar la curiosa relación entre los estorninos, el lenguaje humano y Noam Chomsky. O, no podía ser de otra manera, cómo es que en Estados Unidos hay 22.000.000 de estorninos pintos.

Por el mismo precio, el lector podrá tener una novela de investigación histórica -por momentos detectivesca- y recrearse en la enorme cantidad de datos y anécdotas musicales, de etología animal o de lenguaje, que la autora va dejando tras de sí. .

La escritora -también conferenciante de éxito “cuyo trabajo explora las hermosas y complicadas conexiones entre los seres humanos y el mundo salvaje y natural”, como se puede leer en la solapa de esta edición, ha trabajado como directora de programas de educación para la Seattle Audubon y en un centro de recuperación de aves, además de cómo investigadora de aves marinas para el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos- se sumerge en el proceloso mar de las especies invasoras. Inmersiones que arrojan, por cierto, conclusiones muy a tener en cuenta.

La obra ha sido muy leída en todo el mundo, ha recibido buenas críticas y premios literarios y es superventas, incluso en España.

En mi opinión, El estornino de Mozart (Capitan Swing Libros) es otro título que sumar a la lista de libros que desde hace unos años abordan el tema de las aves, así, en genérico, desde una perspectiva que se aleja del estudio desde el punto de vista humano. Por supuesto, apartado de los datos expresados de manera fría y científica, Haupt habla de la inteligencia, los sentidos, los sentimientos y habilidades de Carmen, aceptando que existen con entidad propia y no en relación -y de manera comparativa- a las facultades del ser humano. No es, claro, un planteamiento novedoso ni revolucionario. Pero es emocionante.

Bienvenidos a la cueva de las tentaciones.

Una tienda de efectos para policías, un comercio digital especializado en cuerdas de escalada y un artesano de la fabricación de objetos de cuero pueden satisfacer las necesidades de los aficionados y aficionadas a ciertos deportes de alcoba. Otra cosa es que se sientan a gusto pidiendo comprobar el tacto de unos grilletes a un armario de gimnasio de nuca rapada y que viste una camiseta negra tres tallas más pequeñas de las recomendadas por las autoridades sanitarias para el correcto flujo del torrente sanguíneo. Podrían quedar defraudados al ver que la flexibilidad de la cuerda no es la adecuada, o al notar que el fabricante de marroquinería utiliza un tinte que cuesta quitar de la piel humana si, por alguna inesperada casualidad, el usuario de la pieza suda mientras la usa.

De la misma manera, el naturalista puede sentirse igual de desconcertado cuando al entrar en una armería para encontrar un visor térmico o una red de camuflaje el dependiente le pregunta si es para hacer esperas nocturnas de jabalí o para el puesto de la media veda. Lo mismo pasaría, si al entrar en una óptica de barrio, para interesarse por unos prismáticos adecuados para manejar en un bosque cerrado, le ofrecieran unos “que van muy bien en la playa”, con unos cristales rojo atmósfera marciana. O si entrara en una librería generalista para preguntar por una guía de herpetos recientemente publicada y le remitieran a la sección de “hongos” en las estanterías de “salud y bienestar”.

Sí, existe el comercio digital, pero… ¿Cuál de las dos guías de aves de Sumatra publicadas en el mundo es la más adecuada? ¿Cuál tiene las ilustraciones más útiles? ¿Tendrá este libro el tacto, olor, peso y dimensiones que encajen en mis manías adquiridas a base de compras fallidas en internet? Esos prismáticos 10×42 tan económicos ¿para qué servirán mejor: para ver pardelas o para generar úlceras en el orbe ocular?

No hay nada como dejarse asesorar por expertos profesionales, ojear y toquetear. Y si los amantes de las bolas de billar rojas sujetas a un arnés bucal tienen establecimientos con nombres como Hot Área o Sex Machine, nosotros, los naturalistas, tenemos Oryx. Y es un paraíso de las tentaciones.

30.000.

El establecimiento físico está en Barcelona y lo primero es advertir que, a pesar de lo dicho anteriormente, la librería Oryx tiene una web fantástica donde puedes adquirir todo lo que está disponible en la tienda. O, al menos, echar un vistazo al catálogo. Y aquí dejamos caer una cifra para poner al lector en circunstancias de lugar: Oryx presume de tener un catálogo de 30.000 títulos relacionados con la fauna, la biodiversidad, el ecologismo y los viajes surgidos de todo lo anterior. Repetimos: treinta mil títulos.

Nada más entrar -tras caminar con largos escaparates, no muy saturados, a ambos lados- viene la sensación de que, sea cual sea la agenda del día, se ha cometido el error de no reservar tiempo suficiente para la visita al establecimiento. .

Al rebasar el umbral se abre ante el visitante un pasillo de aproximadamente diez metros de longitud con volúmenes colocados en los anaqueles, desde el techo hasta el suelo. Todo perfectamente ordenado y organizado. Se siente vértigo ante guías de campo e identificación de todo tipo de animales, de todos los países a los que quieres viajar e incluso de algunos otros que añades inmediatamente a la lista, tras echar un vistazo a la guía en cuestión.

La caja registradora por la que habrás de pasar a la salida está parapetada tras la temible estantería de los diez más vendidos: crees que ya llevabas todo lo que estabas buscando, pero la estadística de ventas te hace añadir otro par de títulos. Ojito con pararse demasiado, quizá encuentres algún incunable que andabas tiempo buscando. Menos mal que tenías la famosa agenda.

Caminas y se abre el espacio. Literatura más técnica, monografías de fotografía, y otra mesa con best sellers -todo lo super ventas que puedan ser unos libros hoy (y de naturaleza)- dan paso al salón de los deseos de cualquier naturalista. Allí: equipos ópticos que van desde lupas de campo hasta formidables telescopios, un amplio catálogo de prismáticos y aparatos de visión nocturna de diversos tipos. Por supuesto, trípodes para soportar todo eso y mochilas para llevarlos. Sillas, hides y redes de ocultación para que no lo vean. Y, si no, fototrampeo, nidales y comida para aves.

A todo esto, miras el reloj y te das cuenta de que llegas tarde. La agenda, la maldita agenda y, sí: también hay sección de regalos para subsanar el problema.

Todo lo que un observador de fauna necesita sin salir de un local o de su página web.

Aves de España y de Europa. Una guía (fotográfica) de identificación.

Aún felices por poder tener en mano las famosas fichas Zumeta digitales en formato libro ( Atlas de identificación de las aves continentales de la Península Ibérica , Blasco-Zumeta y Heinze, Tundra Ediciones 2023) y por el lanzamiento de la 3ª edición de la mítica e inigualable guía de campo Svensson ( Guía de aves. España, Europa y región mediterránea , Svensson, Mullarney y Zetterström, Ediciones Omega 2023), esta última editorial nos sorprende con la impresión en castellano de Aves de España y de Europa: una guía de identificación, escrita por Rob Hume, Robert Still, Andy Swash y Hugh Harrop.

Como muestra de la renovada y contundente apuesta de Omega por el mundo pajaril, nos fijaremos en un precioso detalle. Ambas guías, la Svensson y esta que hoy os presentamos, tienen en portada al pechiazul. Como elemento diferencial, la tapa de una es un hermoso dibujo y la de la otra una espectacular fotografía.

La guía está abalada por BirdLife International y utiliza el tratamiento de las especies y subespecies, así como los nombres científicos que marca esta organización. Esto lleva a la paradoja de que, en las dos guías, editadas por la misma empresa y en el mismo año, la curruca zarcerilla aparece de dos maneras diferentes: en la clásica, como “Sylvia curruca” y en la novedosa, como “Curruca curruca”. Un sinsentido que realmente debería terminarse con una conciliación universal de la nomenclatura.

Un ejemplo de collage de identificación de actitudes y especies que pueden generar conflicto.

Dos datos definen el concepto con el que se creó esta obra: se trata de un manual de identificación (no una guía de campo) y las ilustraciones son fotográficas. Lo primero significa que nos encontramos con un libro que, a pesar de sus dimensiones contenidas (24×17 cms), sus 640 páginas de excelente papel de calidad fotográfica lo convierten en un volumen pesado. En cuanto a lo segundo, solo cabe maravillarse de los magníficos resultados fotográficos que se obtienen al aplicar una perspectiva científica.

Es, efectivamente, una guía de identificación. Todo en ella está destinado a convertirse en una máquina de papel para definir el ave que estamos viendo. La primera sorpresa agradable es que la estructura de cada apartado es diferente: no es igual identificar gaviotas -con sus plumajes juveniles, tan complejos y semejantes- que limícolas y sus mudas de reproducción o rapaces, con las diferencias por edades, sexo y fases, todo ello, en vuelo y paradas. Como detalle interesante, si una especie tiene un conflicto de identificación con otra u otras aves, han incluido un cuadradito verde bien visible con los nombres y páginas donde las puedes encontrar de forma inmediata.

Una ficha cualquiera incluirá diferentes plumaje teniendo en cuenta mudas o edades.

Si el grupo, o fracción de grupo, de aves así lo requiere, el apartado comenzará con una lámina compuesta por fotografías de los pájaros involucrados, en actitudes semejantes. Por supuesto, si el conflicto de identificación lo generan las edades, sexos o subespecies, también saldrán reflejados. Por ejemplo, “Alcas y afines” comienza con dos collages titulados “Alcas y afines en vuelo”, uno, y “Alcas y afines” en invierno”, el otro.

Una vez terminado el compendio de aves del continente -con los escribanos, claro-arrancan los apartados para rarezas (muy extenso), divagantes e introducciones. El conjunto total de especies tratadas en el volumen es de 928, que son el total de las registradas en Europa. Para ello, los autores han empleado 4.700 fotografías, obtenidas gracias a la colaboración con agami.nl, que es una agencia de stock fotográfico especializada en aves, asombrosamente amplia.

Podría parecer que toda esta extensión y amplitud llegaría a complicar un uso rápido de la guía. Nada más lejos de la realidad. Hay que hacerse a su peculiar diseño, a cómo este libro te entrega la información, y confiar en el magnífico trabajo de los maquetadores. Llegado este punto, hay que describir el índice. Se acabaron los megacapítulos tipo “limícolas”. En este libro esa categoría la componen 12 apartados. En total -sin contar rarezas y divagantes- son 97 divisiones de aves, cada una de ellas ilustrada con un ave referencial que, de un solo vistazo, te pone sobre la pista en tu proceso de identificación. Para hacerse una idea, el índice de la Svensson lo conforman 65 apartados.

La guía tiene muy en cuenta los «jizz» de las especies.

En definitiva, estamos ante una herramienta de identificación muy útil. Apta para noveles, útil para avanzados, indispensable para fotógrafos de fauna y fundamental para veteranos, a los que difícilmente aportará algo nuevo, pero que necesitarán perentoriamente tener un futuro clásico en su nutrida librería.

Seamos otras. La osa que dejó una huella en el cielo.

“Preferiría no hacerlo”

Así llevo días, con esta frase en mi cabeza. Hace mucho que no escribo, pero si encima tiene que ser sobre La osa que dejó una huella en el cielo pues “preferiría no hacerlo”. A alguien se le ha ocurrido que tenía que ser precisamente yo la que escribiera unas líneas y pensé que estaría bien enfrentarme a ello, que seguro lograba sacar algo en claro. A veces funciono transformando la desgana en obligado reto. Esta, por suerte o por desgracia, es una de ellas. Así que como dije una vez a las alumnas de danza: “Hay que coger al cuerno por los toros” (las muy desgraciadas me han regalado una libreta con esa frase).

Es la primera vez que hago algo que se acerque a cualquier género cinematográfico. Bueno, una vez hice un vídeo de danza para una asignatura del Conservatorio. Me pusieron un cinco raspado, sin verlo siquiera. La profesora en cuestión decidió que como yo no había asistido a las clases no podía saber lo que hacía falta para hacerlo en condiciones. Luego lo vio y el cinco se mantuvo en el expediente. También hice un montaje a los 14 años, del típico vídeo de excursión para una asignatura, cuando estaba en 1º de BUP, y siempre me gustaba coger la cámara casera de mi padre y grabar a mis amigas o los paisajes y ponerle música -que de aquella era lo único que se podía hacer- a modo de hobby. Ya después, dediqué mi tiempo a las cosas del danzar, así que sin pensarlo muy bien cuando había que decir: “no, ¡coño!, ¿cómo se te ocurre que yo dirija un documental? Deberías hacerlo tú, es tu idea y tú eres el que sabe sobre audiovisual” dije: “mmm…bueno, vale”.

Todo comenzó con un posible reportaje, resultante del encuentro con tres mujeres conservacionistas para una revista de aviones. Con la reserva de la casa rural ya realizada, llegó la pandemia. Punto y aparte. Tuvimos mucho tiempo de pensamiento esos meses, cosa que da un poco de miedo conociendo los posibles senderos de las conexiones neuronales de mi amigo y compañero Marquerie, que ya solo con ese posible reportaje se había lucido. Así fue. Puntos suspensivos y el ideón; ¡Vamos a hacer una revista de observación y conservación de la naturaleza!

Mil párrafos, seiscientas comas, algún que otro punto y coma y varias enumeraciones de dos puntos. Los días pasaron y los trotamos recogiendo las mil posibilidades de proyecto. Nuestra primera portada, que inauguró la actividad que me ha robado a gran parte de mi compañero de batallas, fue en primavera de 2021. A partir de ahí, punto y seguido.

Entre todos estos signos de puntuación, las chicas esperaban pacientes e inconexas en nuestras cabezas, sin saber muy bien cuántas cosas queríamos hacer con ellas. Sin embargo, sabíamos que tenían un lugar importante y que había que dedicar mucho tiempo y cuidado a esa decisión. Íbamos construyendo el Grajo e íbamos dejándolas entrar y así, ellas, sin saberlo, viajaron con nosotras desde el nacimiento de El Vuelo hasta el día de hoy. Y lo que queda. Creo que es imposible entender la revista y sus derivas sin ellas. Lo que nos fueron enseñando ya con su presencia es harina de otro costal.

Las Osas.

Luisa, Sofía y Lorena son tres mujeres únicas que habitan en lugares rurales de la llamada España vaciada. Son mujeres que viven el día a día de una sociedad que piensa poco o nada en la conservación de las especies y la biodiversidad. Son mujeres que se enfrentan al ostracismo de las personas que no comprenden sus verdades. Trabajan incansablemente, casi de espaldas al nefasto futuro que se augura al planeta. Y a todo esto, además, son “mujeres en un mundo de hombres”. A pesar de todo, eso no hace que se paren, ellas siguen, como dice la propia Luisa. Es su incansable actividad, empeño y valentía, lo que genera la esperanza que muchas necesitamos.

Las grabaciones realizadas en el documental están hechas en sus lugares de trabajo, porque la idea era acompañarlas y conocerlas en su terreno. Los viajes y el tiempo compartido se transformaron en un regalo; su confianza y generosidad hizo posible encontrar el lugar desde dónde querer narrar. Mientras escuchábamos sus relatos no podíamos dejar de pensar en ese hilo invisible que nos une en lo desconocido. Nos maravillaba todo lo que no contaban, su presencia y su ausencia. Nos parecen el ejemplo perfecto del poder que uno puede tener sobre lo colectivo. Ellas no lo saben, también ahí radica su belleza y su verdad.

Nuestra tarea era más fácil: escucharlas, observarlas desde la pantalla y dejar que nuestra mirada construyera ese diálogo hacia el afuera; abrir la ventana por la que podáis mirarlas, por la que poder dejar entrar la luz y que el calor que a nosotras nos llegó entre en vuestros cuerpos. Creemos que tienen mucho que contar. A nosotras nos han cambiado, nos tienen paseando por nuevos senderos, nos tienen intentando ser otras.

¡Por todos los escribanos hortelanos!

Dejando de lado la bíblica paloma, el ave con capacidades intelectuales humanas más famosa de la literatura en clave de fábula es, sin duda, Juan Salvador Gaviota (Richard Bach, 1970). La protagonista sufre todo un proceso de superación personal que la lleva a buscar -a muerte- la libertad individual frente al grupo. Se embarca en una carrera por ser la gaviota que vuela más rápido, más alto y la más capacitada para las acrobacias, logrando así la gloria eterna, planeando entre seres plateados. Teñido todo ello de una pátina de prosa post-hippy.

En realidad, se trata de un canto a las virtudes del capitalismo frente al comunismo de la guerra fría, escrito -muy bien, por cierto- por un antiguo piloto de las fuerzas aéreas norteamericanas que describe, de manera vibrante y sentimental, el proceso de superación deportiva de los aviadores. El autor hace gala de un conocimiento muy esmerado de las leyes de la aerodinámica y del indomable espíritu humano, al tiempo que pone de manifiesto cierto desconocimiento de la naturaleza de las gaviotas.

Nos gustan las aves. Dedicamos mucho tiempo y recursos a ir a observar pájaros. Miramos con ojos golosones la publicación de cualquier nueva edición de una guía de identificación que ya está en nuestra biblioteca personal. Y, la inmensa mayoría hemos disfrutado, más de una vez, del libro de Bach.

A grandes rasgos, estamos dispuestos a devorar cualquier publicación en la que los pájaros sean los protagonistas. Interesantísimos estudios científicos, descripciones etológicas y taxonómicas y -por suerte, muy abundante en las últimas décadas- literatura de acercamiento a la avifauna, desde una perspectiva más sensible: compilaciones sobre sorprendentes demostraciones de inteligencia, profundizaciones comprensibles acerca de sus capacidades sensoriales, e importantes esfuerzos para sensibilizar sobre la interacción entre los seres humanos y los emplumados. Pero, casi siempre desde un punto de vista antropocéntrico: todo contado, enumerado y evaluado desde la elevada perspectiva sapiens.

Al protagonista de ¡Por todos los escribanos hortelanos! (Carlos Lozano Robledo, 2022. Bichomalo libros) lo único que le importa es sobrevivir, comer y reproducirse. Para ello -y como todas las especies migradoras- tiene que hacer un gran viaje. En contraste con la famosa gaviota, este zarapito está motivado por cosas de pájaros, hace cosas de pájaros y siente cosas de pájaros. Por supuesto, claro, el autor sabe de lo que está hablando.

El héroe homérico es Fino, un joven miembro de la especie zarapito fino. Para conocer la realidad de esta especie basta con abrir por la página 170 de la versión española de la 2ª edición de la Svensson. Tras los nombres común y científico, figura un lacónico “¿extinguido?”. Por desgracia, en la tercera edición han sustituido la palabra por una rayita larga, que más que guion ortográfico parece línea que representa el momento en el que el monitor de constantes vitales del quirófano deja de ser necesario.

Te da un uppercut de izquierda, para dejar tu corazoncito sintiente a la altura y distancia idóneas para lanzarte un directo verbal con la derecha y hacer que beses la lona emocional.

Lejos de limitarse a narrar una aventura de ficción, Lozano lo que propone es una invitación a que el lector viva este viaje desde la perspectiva del animal. Así, por ejemplo, describe con detalles físicos cómo siente el ave el impulso de iniciar el gran viaje; cómo se materializa visualmente el mapa de la ruta que ha de seguir o cómo percibe el rastro de la senda de los bandos migratorios en el cielo nocturno. Una vez más, ninguna de estas descripciones se asemeja a una percepción o sentimiento humano.

Muchos de estos impulsos “orníticos” responderán a datos científicos contrastados: seguro que la etología del protagonista estará bien fundamentada o basada en especies próximas de las que sí se tienen datos. Pero otros saldrán de la calidad literaria y creativa del autor. Y ahí radica la belleza de este libro: ¿qué amante de las aves no ha querido alguna vez sentirse como un pájaro?

¿Quieres sentirte ave? Pues toma dos cucharadas.

Esta también es una frenética novela de viajes, en el sentido más clásico de la temática. Como tal, el protagonista, con el velo lechoso de la soledad siempre a cuestas, recorre un fatigoso camino que le llevará a conocer los paisajes más oscuros de su propia existencia. Inevitablemente, se irá encontrando con otras aves que le prestarán ayuda para superar las duras pruebas a las que se tendrá que enfrentar. En el camino, se adentrará en la pesadilla más desasosegadora de cualquier ser sintiente, incluidos bípedos: el acto o estado anímico que toma vida propia y la inercia consecuente que te lleva en volandas en una dirección por la que ya no quieres ir. Dolor y terror.

A todo esto, con decenas de especies que se entienden, que dialogan, tienen acentos que denotan sus orígenes (¡sí, de idiomas humanos!) e incluso se hacen gestos emotivos, “sí es que un zarapito puede sonreír”. ¡Es una fábula! A pesar de tener todos los ingredientes para ello, Lozano consigue no zambullir su texto en una piscina de sentimientos humanos y mantiene el drama en la profundidad de ese sentir animal que ha creado. Pero, ¡ojo!, eso no quiere decir que la novela carezca de pasiones. De hecho, está cuajada. Por ilustrar (cuidando las palabras para no destripar el libro), para un coprotagonista, la desaparición de un ejemplar emparentado significa únicamente que “ese lugar ya no es seguro”; para un lector sensible, significa una de las primeras coces en los higadillos.

En este juego de sinceridad dentro de la ficción, Carlos se empeña en enseñarte las cartas antes de jugarlas. Este pecho descubierto lo deja ver ya en la en la introducción al texto, atreviéndose a adelantar dudas, caminos literarios y parte de su estrategia como escritor. Destapa lo que podría ser ejemplo de la inquietud del lector, al mostrarte el mapa del viaje que vas a hacer. Y, por si fuera poco, al comienzo de cada capítulo, unas precisas, bellísimas y evocadoras ilustraciones de María Álvarez Orgaz te adelantan cuáles van a ser los protagonistas de las siguientes páginas. Despeja así de todo artificio literario la narración, centrando la emoción en el devenir de Fino. Trabajo muy arriesgado, ¡que es una fábula!

Una película de aventuras buena se distingue de una mala cuando le ves las costuras en el momento más inapropiado. En las más locas y emocionantes, el espectador, de repente, se dice a sí mismo: “no, no se van a atrever, ¿verdad?”. Y dos minutos después -y quizá mientras trata de disimular una lágrima rebelde- ese mismo telespectador sonríe viendo navegar en mar abierto el barco de Willy el Tuerto, después de 400 años varado en una cueva. O, tras haber cultivado patatas con detritus humano en la superficie de marte, el biólogo protagonista emula a Ironman volando a toda velocidad por el espacio, aprovechando la despresurización voluntaria de su traje de astronauta, y el espectador se agarra al reposabrazos, llevado por la emoción. Si el narrador es bueno, nos lo tragamos todo.

En las malas ocurre que, por alguna razón, en el momento álgido, cuando inexplicablemente en la estación de control de vuelo los científicos tiran al aire cientos de folios, ves que están en blanco. O cuando, gracias a la muy dramática y estúpida cámara lenta, te percatas de que el tipo en segundo plano está dando espadazos al aire, en lugar de asestar el golpe definitivo a un formidable enemigo.

Pues bien, en esta novela -y no estoy comparando al autor con Steven o Ridley- Carlos mete al lector en un torbellino. Mejor dicho, empuja al que sostiene el libro a subirse en el carrito de la montaña rusa. Según avanza, el libro va a más. Aprieta el tornillo con precisión y sin que reviente la estructura. Porque lo ves venir. Ves que te la va a meter doblada. “¡Venga ya! ¿No se va a atrever a eso?” Y, oye, dos párrafos después o estás sonriendo emocionado o estás limpiando los cristales de las gafas, que, por alguna razón desconocida, se han empañado súbitamente. La narración te sube para luego bajarte. Te da un uppercut de izquierda, para dejar tu corazoncito sintiente a la altura y distancia idóneas para lanzarte un directo verbal con la derecha y hacer que beses la lona emocional. Y así, cautivo y desarmado, el lector acepta sin dudar la mano salvadora que le ofrece la fina ironía y humor de Carlos para recomponerse y afrontar la siguiente aventura de Fino.

Y no falla. Desde las primeras páginas te agarras al estoicismo, al sufrimiento aceptado y echas a volar. Es la vida de un pájaro y Carlos la cuenta así, no hay más: ¿qué otra opción queda? En este magnífico juego de arriba y abajo, pero siempre un poco más alto, envida el autor. A mí me ha ganado.

Como tercer agente, en ocasiones igual de fulgurante y en otras compuesto de aceites viscosos y pesados, están los momentos interiores de Fino. Esos que narran lo que ocurre de corteza parietal para dentro. Esa poética, parca e íntima, onírica, en la que Carlos se desenvuelve tan bien, como dejó patente en Pajarero (Tundra Ediciones, 2019). Son calmas que estallan. Al leerlas desaparecen todos los sonidos ambiente que genera la propia lectura. Ya no están los fuertes vientos de levante reventándote los tímpanos. Ya solo están los pensamientos y sueños de Fino. Como limícolas caminando entre la niebla sobre el cieno, durante la marea baja en el estuario.

Pica, la urraca, no deja de intentar guardar comida por los pliegues de mis pantalones y chaqueta de lana. Así es imposible seguir leyendo. Para devorar las 43 últimas páginas de ¡Por todos los escribanos hortelanos! busco refugio en la habitación más tranquila de la casa. A falta de 12 hojas, Mar entra en mi guarida personal para contarme algo. Le basta mirarme a los ojos para desistir. Camina marcha atrás y solo dice “tengo que leer ese libro”. Las lágrimas son más incómodas para leer que una urraca escondiendo comida en tu ropa.

Santa Fiesta, un documental sobre España

Santa Fiesta (Animal Guardians, 2016), a lo largo de sus 72 minutos de duración, muestra la España de las fiestas populares que comienzan venerando a un santo y terminan santificando la crueldad más asombrosa hacia los animales.

Durante nuestro paso por la Muestra de Cine Medioambiental de Fuerteventura, para la presentación de La osa que dejó una huella en el cielo, tuvimos acceso a la cinta Santa Fiesta, película que hasta el momento y de manera inexplicable se nos había escapado.

La película repite a lo largo de todo su metraje un patrón constante y sencillo. Un equipo técnico mínimo, por necesidad, y sin autorización ni permiso especial de rodaje -grabando exactamente lo mismo que ve el resto de asistentes a los festejos- se infiltra entre el público y registra las celebraciones patronales de diversos pueblos. Procesiones, misas y charangas mañaneras ceden, más tarde, protagonismo al más variado y asombroso conjunto de brutalidades que se pueda uno imaginar. Y así, en este paseo que el director nos da por España, va pasando un pueblo tras otro. Sacan un santo en procesión, revientan un burro cargándolo de personas; veneran una virgen y lancean un toro; procesionan al patrón y arrancan la cabeza a una oca.

No hay voz en off que guíe nuestras opiniones torticeramente, ni presentador que introduzca el tema de manera sensacionalista o demagógica y ni tan siquiera hay subtítulos que nos den más información que la estrictamente necesaria. Solo imágenes y sonido ambiente, registrados de manera aséptica. Casi se podría asegurar que Rolland en algún momento le puso un WhatsApp a la montadora diciéndole: “na, tu pon una cosa detrás de la otra y que cada cual saque sus conclusiones”. Y fuera así, o no, Vanessa Marimbert (Goya 2022 por el montaje de El buen patrón) logró dar al documental las costuras perfectas para que, efectivamente, todo el mundo salga de su visionado con conclusiones bien formadas.

1ª Conclusión. Los animalistas deberían dejar de llamarlo tortura animal.

La Real Academia de la Lengua, en su diccionario, dice de tortura en su primera acepción: 1. f. Grave dolor físico o psicológico infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como medio de castigo.

Palabras que describen mejor lo que sucede en las calles y plazas de España son: barbarie, atrocidad, brutalidad, crueldad, ferocidad, encarnizamiento, sadismo, perversión, depravación, degradación, degeneración, inmoralidad, saña o vergüenza. Mucha vergüenza.

Tras ver este documental está claro que no es tortura. Ningún animal es forzado a reconocer falta o pecado. Y ninguno de los participantes tiene intención de castigar a los animales por nada en particular. Esos hombres solo quieren, así de jodidamente cierto es, divertirse. Solo es eso: diversión, alcohol y testosterona.

Pero no encuentro verbo que sea aplicable a la ejecución de las acciones que se llevan a cabo en nombre de la tradición. Quizá, los animalistas tengan toda la razón y se trate de tortura en otra de sus acepciones.

2ª Conclusión. La pérdida de la razón, el encuentro de la sinrazón y se acabó la tradición.

Si el mozo que es aupado por su cuadrilla (sí, en la mayoría de los casos, esto de las tradiciones se trata de un royo grupal unido por las gónadas) desde una barca en movimiento y que consigue arrancar la cabeza del pato colgado de una cuerda comiese pato ese día, tendría cierto sentido ancestral. Pero el pato es arrojado al agua por uno de los organizadores. O acaba en las manos de los gañanes que, entre risas, frente a la cámara de un móvil lo retuercen de las alas para desmembrarlo en la playa. Por otro lado, las leyes sobre manipulación de alimentos probablemente impidan la ingestión de esa carne muerta para nada.

No creo que el mozo moderno (sí, esto son cuestiones solo de hombres) que consigue arrimarse más al toro se asegure coito alguno para esa noche. O que sea tenido en cuenta por su arrojo para cualquier función pública o privada. Tinder es más efectivo y la formación educativa hoy en día más valorada que la huevada valerosa.

Los caballos que son obligados a pasar por nubes de humo, atravesar llamas y pisar ascuas, y que así, antiguamente, quedaban libres de pulgas y garrapatas, hoy en día están desparasitados con fármacos y probablemente revisados por veterinarios de forma regular.

Aunque los tiempos (no tan lejanos, que yo lo vi) en que se arrojaban cabras vivas desde los campanarios han pasado a la historia, aún hay mucha tradición que relegar a los libros de historia. Sí, es cierto que, a excepción de toros, caballos y burros, el resto de animales participantes en estas celebraciones son sacrificados con anterioridad. Y que cuando no es así, como es el caso de los patos vivos lanzados a los nadadores en un puerto del Cantábrico, parecen ser tratados con precaución para no dañarlos por parte de los participantes. Las leyes y la sensibilización dan pequeños pasos, salta a la vista. Pero aún así, la imagen de un tipo sobre su caballo al galope tirando de un ganso hasta arrancarle la cabeza, mientras los asistentes aúllan en éxtasis no es precisamente edificante.

Recordemos, además, son fiestas populares y por lo tanto sufragadas con dinero público.

Pero da lo mismo. Los tiempos han adelantado por la izquierda a los participantes, organizadores y defensores de todas estas centenarias tradiciones y estas han perdido su razón profunda de ser. Una vez extraviada la esencia de su origen, ya sea esta mojar el churro o comer pavo, no existe motivo para seguir siendo practicadas. O, al menos, para conservar la participación animal. Todo ello, claro está, si prevalecen las cuestiones éticas.

3ª Conclusión. ¿Seguro que soy español?

La película incluye barbaridades por todo el territorio estatal. Deja claro que el sadismo se extiende de igual manera por Andalucía que por Euskadi, por Extremadura que por Cataluña. No es cuestión de banderas, ni de colores, me temo que es desarrollo de la educación.

Los sentimientos de nación y de pertenencia a la misma, nacen del conocimiento, aceptación y respeto a una serie de asuntos que te hacen afín a grupos de personas que comparten, en parte o en la totalidad, dichos asuntos.

Aunque al final resulta que todo se reduce ridículamente a unos símbolos insustanciales, a la responsabilidad de cumplir con las obligaciones y derechos que otorga la Constitución y al hecho fundamental de haber nacido dentro del territorio nacional, sí existen unos hilos que te cosen al territorio. O, al menos, yo lo siento así.

En mi caso, conozco lo suficientemente la historia de España como para avergonzarme de muchos capítulos, pero también para saber que ella hace que los españoles seamos como somos.

He visto paisajes y pueblos en este país de asombrosa belleza. Y he visto la capacidad destructora del español para con esos paisajes y esos pueblos, pero… nuestra historia nos hizo así.

Y así, una cosa con la otra, llegamos a la gastronomía y me convierto en el más chovinista y orgulloso de los españoles sentado a la mesa o ante los fogones.

La cultura, la literatura, el arte, la artesanía y, por supuesto, el humor, también me unen a esta tierra en la que me parieron.

Pero si al encenderse las luces de la sala tras ver Santa Fiesta alguien me hubiera preguntado si soy español, yo lo habría negado con firmeza. Y lo haría, no porque eso recién visionado fuera algo español. Ni porque nuestra tradición, cultura y carácter estén imbricadas en esa brutalidad arcaica. Ni lo haría, por supuesto, porque en España religión, muerte y desprecio por la sangre hayan caminado de la mano a lo largo de los siglos.

Negaría con vehemencia mi españolidad porque todavía quede tanta mierda que barrer de las calles y plazas de este país.

Eso no es cultura y eso no es, ya, “España”.

No leas estos libros (si no quieres viajar).

A los que nos gusta salir fuera de nuestras casas para tratar de recuperar el contacto natural con la biodiversidad, observar la fauna o simplemente fotografiar aves, tarde o temprano se nos enciende algo en la cabeza, entrecerramos los ojos un poco y empezamos a imaginar cómo será caminar por los senderos de Virunga esperando ver un espalda plateada, qué tipo de repelente hay que usar para tratar de que los mosquitos no te coman mientras buscas el quetzal resplandeciente o qué colonia de grajas queda más cerca para incorporar esta ave a nuestro álbum. Llegado este momento, puedes mirar a otro lado -Benidorm, por ejemplo- o leer alguno de estos libros que te proponemos. Pero si lo haces, ojito, puedes sorprenderte a ti mismo calculando a las dos de la mañana los días necesarios para hacer una excursión por Kazajistán.

El veneno.

Si hay un libro contraindicado para todos aquellos que creen a pies juntillas aquello de “como en casa, en ningún sitio” es este. Si piensas que la relación con los animalitos es cuestión de levantarse el domingo un poco temprano, hacer unas fotos en un humedal a 12 kilómetros de distancia y regresar a tiempo para el vermú (plan soberbio en opinión del que escribe), o si observar las ardillas del Retiro colma tus deseos de contacto con la fauna local, leer este libro puede hacer que te reviente la cabeza. En cualquier caso, y aunque a ti los animales te interesen menos que Benidorm, podrás pasar buenísimos ratos con su lectura.

Pajarero (Tundra Ediciones, 2019), de Carlos Lozano Robledo, colaborador de esta publicación, es un libro de viajes. De viaje físico a tierras remotas y de un confín al otro del planeta, pero también de viaje al interior del autor, ya que sin él no hay libro de viajes que merezca ser leído: que nadie piense que se trata de las batallitas de un tipo al que le gusta ir de safari. Todos los viajes narrados están motivados por el deseo de ver fascinantes animales, asombrosos ecosistemas y sobrecogedores fenómenos naturales. Pero la aventura, muchas veces sobria, radica en el ir y no en el estar. El viaje está en la reacción razonable -pero infundada- del autor, al ver que el aspecto del capitán de la barcaza con la que remonta el río a través de la selva es más propio de un filibustero que de un emprendedor turístico; en arriesgar el mejor y único momento para ver el evento celeste por el que ha viajado a Finlandia, para sacar al colega enfermo de la cama; cuando su pasión personal sobrepasa el límite de la cordura y se juega la amistad de su anfitrión y el arañazo de un felino en América del Sur; o cuando, en el polo opuesto, la cordialidad con el vecino de cabaña le hace naufragar en océanos de vodka en Rusia. Todo ello, lleno de citas de animales magníficos, eso sí.

Este Sal Paradise y sus Dean Moriarty ocasionales, de botas puestas para pisar donde pisó Darwing y capear las olas que navegó en su día el Endurance de Shackleton, no hará otra cosa que empujarte a salir ahí fuera, aunque sea a Fuenlabrada o al barrio del Pilar, que parte del maravilloso viaje de este antihéroe ocurre sin salir de casa.

La guía de viajes.

Es difícil, una vez que estás metido en esto, que tus intereses se ciñan exclusivamente a una clase de animales. Nadie que se pega el madrugón despreciará nada por debajo del filo Chordata o incluso todo Animalia será digno de su interés. Pero, claro está, lo que más gente mueve son las aves: son, por lo general, fáciles de ver y la cantidad de especies y variedad de géneros hacen de los pájaros un mundo aparentemente infinito. Ello consigue que grandes grupos editoriales abran las puertas a este mercado creciente.

Antonio Sandoval, prestigioso comunicador y prolijo autor, presentó hace poco De pajareo: rutas ornitológicas por España, de GeoPlaneta, dentro de la colección Nómadas. Está claro que se trata de un libro para viajar. El autor, comunidad autónoma tras otra, va destacando dos o tres sitios de especial interés para visitar. Descripción del espacio, rutas posibles, especies susceptibles de ser vistas y un añadido muy interesante: “puntos de interés cercanos”, porque siempre hay ganas de más. También incluye en cada autonomía una lista y breve descripción de otros lugares interesantes, aportando un código QR que lleva directamente a las páginas de los espacios tratados. Para terminar, añade un detalle muy interesante al invitar a personas de referencia en el mundo de las aves a contestar a la pregunta: “¿Qué es lo que no te perderías en ese sitio?” Solamente estos destacados suponen cuarenta y tantos planes perfectos para escapadas rápidas.

Todos los libros aquí tratados hablan de manera explícita de la misión que todo aficionado a esto de colgarse los prismáticos del cuello ha de tener en cuenta, de la forma más intensa posible. Pero Antonio titula a uno de los breves capítulos introductorios “Conservación y activismo” y esto da pie a recalcar que el viaje para la observación de fauna tiene que ser escrupulosamente respetuoso con el entorno, la fauna y la flora. A los conocidos olvidarse de reclamos sonoros, no cebar, no aproximarse más allá de la distancia de seguridad impuesta por los animales, mantenerse en los caminos y zonas señaladas, Sandoval propone ir un poco más allá. Citamos textualmente: “En materia de conservación, opta por el activismo. Por apoyar y promover las acciones y causas que creas más correctas. Por contribuir en la medida de tus posibilidades a combatir todo aquello que amenace, merme o destruya las zonas naturales y las especies, sobre todo las más amenazadas. Analiza cada caso. Opina. Decide. Actúa. Junto a otras personas. En equipos pequeños y grandes. Con el impulso del compromiso y de la cordura. Con la energía de la solidaridad y de la justicia. Con tacto, allí donde sea preciso. Con decisión”.

La colección de guías de aves

Si el anterior libro se te queda corto por ser demasiado general, tenemos la solución. Aunque quien más y quien menos ya habrá tenido algún ejemplar de esta colección entre sus manos, no podemos evitar citar la magnífica saga Cúando y dónde ver aves, de Tundra Ediciones. Cada tomo de esta serie está dedicado en exclusiva a una comunidad autónoma, detallando exhaustivamente, provincia a provincia, las opciones ornitológicas de cada una, a través de rutas pormenorizadas. Magníficos manuales para abrirse paso en territorios desconocidos, que, de otra forma, obligarían a largas jornadas para ponerse en situación.

Eso es respecto al dónde, el cuándo lo responden con una sencilla organización por meses, de forma que si tu expedición está supeditada a un fin de semana concreto solo tienes que abrir el libro por el mes correspondiente.

Además, también se catalogan los posibles destinos en tres categorías. Para todos, para familias y aficionados que están empezando y para aficionados a las aves escasas y rarezas. En el fondo, esta categorización tiene que ver con el esfuerzo y tiempo que se ha de dedicar y su relación con las especies observadas. Desde sencillos paseos o puntos de observación a pie de coche donde tener acceso a muchas especies frecuentes y amplias posibilidades de éxito, hasta destinos que requerirán mucha perseverancia y grandes dosis de suerte, para ver especies citadas en años anteriores de manera excepcional.

Tomemos, por ejemplo, el último volumen publicado y que está dedicado a Castilla-La Mancha. El libro está coordinado e ilustrado por Javier Gómez Aoiz, personalidad bien conocida por sus numerosas publicaciones de este tipo, pero la autoría es compartida con auténticas eminencias de la ornitología y la observación de aves: Xurxo Piñeiro, José Gómez Aparicio, Fernando Alonso Gutiérrez, Manolo Andrés Moreno y los hermanos José Antonio y David Cañizares Mata. La obra, de 347 páginas en esta primera edición, está estructurada de la misma manera que otras de la serie, lo que la hace muy manejable para los lectores que ya posean otro tomo. Tras la introducción nos encontraremos con el cuerpo principal, en el que se desarrolla el planteamiento de excursiones mes a mes. Luego, a modo de apéndice, nos encontramos primero -y fundamental- un recordatorio de cómo hay que comportarse en el campo y las reglas básicas para no molestar a la fauna, un listado de recursos digitales e impresos esenciales, listado de aves que podremos observar en las rutas descritas, otro listado con todos los sitios citados y sus coordenadas geográficas, para terminar con los mapas y planos de los espacios y rutas detalladas en el libro.

La colección tiene, hasta este momento, publicadas las guías de Extremadura, Galicia, Madrid (recomendable hacerse con la segunda edición ampliada), Cantabria, Cataluña y Baleares.Por separado o colección completa, son indispensables.

La experiencia por adelantado.

A estas alturas del artículo, o eres viajero o ya te ha picado la velutina y empiezas a notar la hinchazón y el picorcillo del viaje. Seguramente conocías los libros anteriores y la península ibérica la tienes bien trabajada. Pero, a la hora de plantearte un viaje de mayor envergadura, a lugares un tanto lejanos o complicados, es normal que se te planteen dudas muy serias. Primero, claro, está el factor económico. Y luego nos encontramos con la terrorífica idea de cómo hacer para ir hasta Ciudad del Cabo para ver tiburones y no volverte una semana después con una bonita foto de un banco de sardinas. Esto último es sencillo: el turismo de observación es hoy en día un V12 turbo que tira muy bien de la economía local, hasta en el lugar más remoto. Siempre habrá al final una empresa o un guía que te ponga las cosas en bandeja.

Esto de poner las cosas en bandeja va muy de la mano del tema de la economía. Trataré de explicarme (y vale para La Pampa o para Villafáfila). Puedes estar cuatro días en Merzouga recorriendo dunas y pedregales, acercándote de manera más o menos furtiva a todas las construcciones que te encuentres y olisqueando en el ambiente posibles rastros de humedad para dar con un ejemplar de gorrión del desierto (Passer simplex), o puedes contratar a un guía, que cogerá su teléfono y en 5 minutos sabrá donde llevarte a que veas el pajarito. El gasto del guía será infinitamente menor al de las noches de hotel y manutención extra. Esto, además, hará que los tíos raros esos que vienen a ver bichos sigan siendo mirados como tíos raros, pero el dinero será muy apreciado y esto, al final, puede salvar ecosistemas y especies (y esto también vale para La Pampa y para Villafáfila). Pero, ¡ah!, ¿dónde queda la magia de la exploración, las esperas y el afilar el instinto? Tiempo, es la respuesta. Tiempo y capacidad para moverse de manera autónoma. Y, sí, más dinero que ahorrar. A no ser que… (aquí vendría un listado de ideas con las que solucionar parcialmente estos asuntos, pero se fastidiaría la línea descriptiva principal del libro que vamos a tratar a continuación).

Pablo Strubell e Itziar Marcotegui son dos viajeros de esos de los que para referirse a su forma de viajar habría que inventar un verbo nuevo y que no estuviese desvirtuado. Ellos, por ejemplo, entienden viajar como hacerse la costa occidental africana de sur a norte utilizando autobuses públicos, entre otras gloriosas empresas. Y también son los autores de un libro llamado El libro de los grandes viajes, también en la colección Nómadas de GeoPlaneta. Es, en resumen, un magnífico catálogo de formas no usuales para realizar este tipo de desplazamientos de largo alcance, tomando como ejemplo a personas que han viajado de esa manera. Empecemos por algo fácil: el coche. Pero resulta que los autores cuentan brevemente la aventura de Jorge Sierra, que dio la vuelta al mundo en 3 años y 11 meses con un gasto total mensual de 357€ en un Citroën 2CV. Y a partir de ahí, en bicicleta, andando, en piragua, en velero, en autostop, en pareja, en solitario, o como Albert Casals, que se fue a las antípodas con su silla de ruedas. Y así hasta “131 historias inspiradoras” como reza el título del libro.

¿Pero, de esos, cuántos viajan para ver bichos? Ninguno, probablemente. Si recorres varias islas del caribe y la costa oriental de América del Sur, con la calma que te brinda hacerlo en un patinete durante 7 meses, como hizo el estoico Guillermo Marcelo, si quieres ver animales, los ves.

El libro, además, tiene un capítulo inicial y otro final, donde te allanan el camino de las dudas y problemas. Temas como seleccionar destinos, documentaciones legales, gestión del dinero, seguridad, los miedos e, incluso, asuntos de índole psicológica son acometidos en estas páginas.

Es posible que Pablo e Itziar aborden el viaje desde una perspectiva demasiado amplia, en todos los sentidos, para nuestros intereses ecoturísticos, pero la experiencia de todas estas personas y el conocimiento técnico de la materia serán muy positivos, por dos razones. Primero, solo tendrás que reducir las dimensiones a tu escala, pero los principios básicos son los mismos: entrar en Turquía con tu coche para estar tres semanas visitando sitios llenos de fauna, requiere lo mismo que si después de la frontera entre Asia y Europa fueses a seguir a Irán y los “-ikistanes”, pero con menos visas en la carpeta. Y segundo, el picazón sarnoso del deseo de viajar te será inoculado de manera virulenta.

Esta selección bibliográfica contiene solo unos pocos de los títulos que podrían estar. Son libros que, con uno u otro trasfondo al final, cada cual a su manera, invitan a conocer lo que hay más allá, siendo ese “allá” el límite que cada uno se pone.

Y como decíamos en el vídeo de presentación de El Vuelo del Grajo, “ahora: ¡sal!”.