Las Lagunas de Villafáfila de Alfonso Rodrigo.

Con este título arrancamos las entregas de la serie de cortos documentales, centrados en las personas que han optado por desarrollar su afición a las aves en un espacio concreto. Pajareros y pajareras con zona de campeo regular.

Lo de la observación de aves es todo menos monocromo y, efectivamente, demuestra que, para gustos, los colores. Están los que aprecian los tonos fosforescentes discordantes, pero relumbrones, y están los que tratan con ahínco de conseguir la gama más amplia de sienas y ocres.

Alfonso Rodrigo en la carátula del vídeo.

Hay aficionados que lo ponen todo para ver cualquier bicho raro que caiga en su zona de influencia, que puede ser provincial y hasta estatal. Basta que alguien cite algo poco frecuente en las islas para que se colapsen las reservas de vuelos para El Hierro.

Otros encuentran el gran placer en añadir cierto componente competitivo -contra sí mismo o contra rivales más o menos desconocidos- y se esfuerzan en lograr la lista de especies observadas más larga, en un tiempo determinado. Es el caso de Antonio Cerecillo y su glorioso 5º puesto conquense el año pasado, como él mismo nos recuerda en este vídeo.

También, por ejemplo, abundan los que no le hacen ascos a nada y hacen todo lo anterior o nada de eso y que al final lo que quieren es ver aves, sin otra pretensión que disfrutar. Y luego, al darle una vuelta al asunto, te das cuenta de que todos y todas tenemos un poco de cada cosa.

Más allá, están los que hacen todo a la vez, pero sin salir del paisaje/espacio elegido. Van en una y otra ocasión a ver y contar las (casi) mismas aves, una semana tras otra. Sueñan, como los casos antes citados, con añadir una especie rara a la lista. Les quitará el sueño ver si este año será, por fin, en el que rompan la barrera de las citas absolutas locales. Pero esas rarezas, esos ejemplares fetiche, pueden llegar a ser bichos frecuentes 50 kilómetros más allá. Límites geográficos en los que desarrollar una pasión.

Son los que han optado por militar en las filas de la constancia. Su afición se acerca a la profesión y cumplen a rajatabla con la “pseudobligación” de registrar todo lo que sucede en su territorio. Notarios de la avifauna. Quién, cuántos y cuándo, año tras año, arrojando datos con indudable valor científico. Son los que prefieren estudiar los matices de la cosecha anual del vino de la tierra, antes que explorar denominaciones de origen de renombre, aunque, por supuesto, no le hagan ascos a ningún caldo.

Y son los que con paciencia observan, además de aves, cómo evoluciona su ecosistema personal.

Cuando la observación se aproxima a la contemplación.

Las Lagunas de Villafáfila de Alfonso Rodrigo.

En este primer capítulo los protagonistas son Alfonso Rodrigo y las Lagunas de Villafáfila. Y también sus pájaros; sus increíbles masas de aves y compactos bandos.

De Villafáfila poco se puede decir que aún pueda sorprender a un aficionado a estos temas. Suaves lomas y ligeros repechos que se vuelcan hacia el centro universal: las lagunas. Terreno despejado, mosaico agropecuario, en el que, por descontado, para cuando ves al bicho este ya sabe el color de tus botas. Distancias de observación poco amables para cualquier pajarero y desesperantes para los fotógrafos de naturaleza.

Un día normal allí puede ser con la niebla más espesa de la península. O con insufribles aberraciones visuales en la óptica, debido al contraste de temperaturas de la tierra, el agua poco profunda y la atmosfera, todo ello, mientras que, sorprendentemente, el bichero está sufriendo un frío atroz a pleno sol, azotado por vientos persistentes de noroeste. Una de las dos cosas, sin descartar la posibilidad de que las dos concurran en la misma jornada, y que el airecito “quitanieblas” salvador se convierta a mediodía en la tortura que mantiene a los bichos pegados a la superficie.

Los caminos podrás encontrarlos desprendiendo el más fino y escandaloso de los polvos posibles o cubiertos de una papilla pegajosa que hará que tu coche se cimente a la tierra. O lo uno o lo otro.

Y si quieres saber lo que es frío o lo que es sufrir calor, ¡hale, vete a Villafáfila!

Terminada la lista de tópicos para justificar un sincero y vulgar “es tierra de contrastes”, cerrada la enumeración de las no tan exageraciones, Villafáfila es un paraíso ornitológico que nunca defrauda. Sobria, dura y bella, cuando sale el día bonito, ya sea con niebla o con sol aplastante, corta la respiración.

“Pajarero de sangre”, Alfonso es un roquero que creció pegado a unos prismáticos y pateando esta tierra zamorana de sobriedad leonesa. Carácter firme y espíritu sensible, da todo lo que puede, y una miaja más, por su reserva, su espacio, su ecosistema personal. Porque si la tierra fuera para el que la trabaja, Villafáfila sería suyo. Más de 1.000 visitas lo constatan.

Este es el Alfonso que nosotros conocimos y este es su local patch.

Lo que nos dice el sonido

Para tener un contacto con la naturaleza lo más pleno posible, los que realmente saben de esto recomiendan afinar y poner en acción todos nuestros sentidos. La vista es el sentido maestro en esto de la observación de fauna (aunque no indispensable, como luego veremos) y el 99% del contenido de esta revista así lo parece indicar. Personas hechas a ello presumen de saber si hay un jabalí cerca gracias a su olfato y si se trata de distinguir el autor de una deposición, la nariz es una excelente herramienta. Algo parecido se hace con el sabor -aunque no con heces- para distinguir sustancias. Aún recuerdo a Luisa Abenza indicándome que doblase y sintiese cómo se quebraba un pelo encontrado en la yema de un arbusto para saber que era de corzo: no se podía pedir más al tacto.

Hita, Matheu y Sires iluminados por un sonograma.

¿Y qué hay del sonido?

Sonidos de mamíferos, reconocimiento de aves, el movimiento de fauna en general y todo el mundo nocturno es, de primeras, lo que viene a la cabeza a la hora de aplicar el sentido auditivo en la naturaleza. Si hurgas un poco más aparecen los insectos, anfibios y reptiles y se produce la identificación de especies. Con un oído entrenado y el conocimiento adecuado, el oído puede contarnos tanto como el visual, lo que hace que, a efectos prácticos, se pueda contemplar el desarrollo de la biodiversidad a nuestro alrededor. Tanto es así, que se puede aplicar, con absoluta precisión y rigor científico (y poético), el verbo escuchar a la hora de salir a lo natural y satisfacer todas nuestras ansias de escudriñar a los bichos. Escuchar la fauna, escuchar la naturaleza y escuchar la vida, de la misma manera que el observador, el fotógrafo o el rastreador sale a ver qué es lo que hay.

De todo ello, a modo de resumen de posibilidades, el asistente a la XVII edición de la Feria Internacional de Ornitología, celebrada los días 18, 19 y 20 de febrero en Monfragüe, pudo tener conocimiento. En el programa de actividades de dicho certamen, se encontraba una cita que, a priori, causaba mucha expectación entre un gran número de visitantes. En la gran carpa ‘Escenario’, con el aforo completo, la organización reunió para un coloquio a Carlos de Hita, Eloïsa Matheu, José Luis Copete y José Carlos Sires, todos ellos grandes escuchantes de la vida.

Incluso para los iniciados en asuntos de sonido, la conversación de los cuatro ponentes, a cada minuto, se tornaba más y más interesante. Con pocas incursiones en el territorio de lo puramente técnico -las justas y necesarias únicamente- el diálogo transcurrió por terrenos realmente emocionantes y didácticos. Carlos de Hita, que para la ocasión ejercía también de maestro de ceremonias, supo mantener un buen ritmo y llevar a los contertulios a lugares muy interesantes.

Cuatro aproximaciones a la escucha sonora

Sería inútil tratar de narrar todo lo que allí se pudo hablar, explicar y detallar. Impresiones, experiencias y anécdotas fueron trazando un discurso a cuatro voces. Los puntos comunes eran solo eso: lugares donde ellos coincidían en mitad de un vastísimo campo que iban abriendo a la audiencia. Ninguno de ellos se acuartelaba en una posición o acción respecto al sonido. Cada uno con sus viajes, sus historias, sus motivaciones y sus objetivos, hablando de un mundo maravilloso, tan puro como íntimo. Porque la audición es un asunto muy íntimo. El sonido, según entra por el pabellón auricular, va directo al cerebro del escuchante, actuando de manera muy abstracta en sus neuronas. A determinados ejemplares bípedos, una secuencia cinematográfica visual le podrá generar una serie de emociones muy intensas y variadas, pero siempre bajo el control que supone poder ordenar y clasificar esas imágenes en su cerebro. El descontrol del sentimiento llega cuando aplicas el sonido a esa secuencia. Un violín, el sonido ambiente de la naturaleza, las risas de un niño y, por arte de magia, un espectador sonríe mientras que otro, situado a su lado, rompe a llorar. El sonido actúa de maneras sorprendentes. El cineasta Robert Bresson en su colección de aforismos Notas sobre el cinematógrafo (1975) apuntaba que “cuando un sonido puede sustituir una imagen, suprímela o neutralízala. El oído va más hacia dentro y el ojo más hacia fuera”.

Un tema omnipresente durante todo el coloquio fue el silencio. Nadie mejor que ellos para ser conscientes del significado de las palabras “primavera silenciosa”

A la sutilidad e intimidad de los mimbres con los que trabaja esta gente, se suma la soledad. Modificar la distribución del peso del cuerpo de un pie a otro y que chasque una ramita; contener la respiración ante la aproximación de un zorro y que al recuperar el ritmo pulmonar se escape un ligero suspiro; o girarse levemente para orientar la cabeza y así escuchar mejor y que roce la manga de la prenda de abrigo son acciones que podrían desatar la ira del técnico de sonido y hacerle desear, durante unos breves instantes o largas horas, dependiendo de la importancia de la grabación echada a perder, que se abra la tierra y succione a su insoportablemente ruidoso acompañante hasta el mismísimo depósito magmático. Por la naturaleza de sus materiales, el técnico de sonido de naturaleza tiene que trabajar en soledad y alejado de cualquier rastro de sociedad humana: en el silencio del valle, la motosierra se oye a océanos de distancia, la carretera situada a 10 kilómetros se coloca en el primer plano sonoro y, cuando has conseguido evitar todas las fuentes de ruidos, descubres que el cielo es autopista de aviones.

Irónicamente, un tema omnipresente durante todo el coloquio fue el silencio. Ellos viven la naturaleza a través del sonido y su acción en el monte es registrar ese sonido. Nadie mejor que ellos para ser conscientes del significado de las palabras “primavera silenciosa” y de cómo, año a año, las voces se van apagando y donde antes cantaban 10 ahora son 5.

Sires, Copete y Matheu escuchan a Hita durante su intervención.

Todos, los cuatro, son artistas, científicos, conservacionistas y documentalistas y es la inutilidad de este narrador la que otorgará a cada uno de los protagonistas un concepto, un terreno de trabajo prioritario, particular.

La documentación y la ecología del sonido.

“La Ecología del Paisaje Sonoro, es una nueva corriente que consiste en el estudio del sonido de los espacios para entender mejor su estado y su funcionamiento. Por ejemplo, permite valorar ecosistemas sin saber lo que hay realmente. Esto es especialmente interesante en ecosistemas tropicales, donde sabemos que están desapareciendo especies que ni siquiera sabemos que existen”. Eloïsa sabe bien de lo que habla y lo hace con calma. Por desgracia, la fascinación de ese mundo que descubre con sus palabras lleva de la mano la gasa negra de los datos negativos.

También nos habla de nocmig (migración nocturna) y de las grabaciones loquísimas que se están haciendo y de la cantidad de datos que están arrojando sobre las costumbres migratorias y el sobrevuelo nocturno terrestre de aves marinas. “El sonido ha pasado de ser anecdótico a mitad del S.XX a ser una herramienta utilísima”, concluye Eloïsa.

Quien más y quien menos en este mundillo ha escuchado las grabaciones de Eloïsa Matheu, aún sin saber que las había hecho ella. A principios de los 90 fundó el sello discográfico ALOSA y con él publicó las primeras guías sonoras de fauna en España y sus registros han ido sonando por todas partes. Lo que probablemente empezó con un “¿y si…?” se convirtió en 30 años viajando por todo el mundo documentando e identificando sonidos de la naturaleza. Ese inmenso archivo por ella creado le hace ser especialmente consciente de cómo cambia todo. La descripción que hace del delta del Llobregat y todo lo que está allí sucediendo es un buen ejemplo. Ello la lleva a salir para grabar la degradación con un claro intento de denuncia: “pero la ausencia de aves me está quitando un poco las ganas”.

Para recordar su momento dorado los recuerdos de Eloïsa van más lejos en el tiempo y en el espacio. Malasia, año 1989. El sonido de la grabación protagonista del recuerdo llena el espacio de la carpa. Son gibones. El final de una agotadora expedición, final de jornada y ya retirándose para descansar. Entre cientos de sonidos comienza a predominar uno que lo llena todo. Un dueto de una pareja de gibones. A ella este momento le abrió un mundo nuevo.

El sonido de la ciencia.

Indudablemente ligado al sonido -Copete es el 50% de la valiosa Radio Somormujo- y a la rama más científica de la ornitología -miembro del comité de rarezas de SEO, consultor en el ciclópeo Handbook of the Birds of the World y “publicante” activo en las revistas más prestigiosas del sector-, José Luis no se traiciona a sí mismo durante la conferencia. Nos cuenta dos experiencias personales que ilustran a la perfección cómo el sonido -más bien las personas pegadas a un micrófono con parábola y unos cascos en las orejas- puede ser determinante en el estudio profundo de las aves.

La imagen del certamen la firma el gran Killian Mullarney. Carlos de Hita en un momento del coloquio.

Etología. En una búsqueda activa del búho pescador en Turquía, junto a Dani López y Emin Yoğurtcuoğlu, una vez localizado el animal, realizó una excepcional grabación del macho reclamando. Pero había algo raro en ella y el sonido de un torrente no le permitía averiguar qué era. Más tarde, analizando el sonograma de dicha toma, le pareció descubrir que lo que había captado era una pareja haciendo duetos: ambos miembros repetían al unísono la misma llamada. Sorprendido por el hallazgo y buscando la necesaria confirmación, se puso en contacto con Arnoud van den Berg, miembro destacado del grupo científico The Sound Aproach, que gracias a otra grabación pudo confirmar que era cierto.

Cada uno con sus viajes, sus historias, sus motivaciones y sus objetivos, hablando de un mundo maravilloso, tan puro como íntimo. Porque la audición es un asunto muy íntimo.

Taxones. Copete también explicó cómo durante una expedición en China surgió la duda sobre si los Mosquiteros de Hartert (Phylloscopus goodsoni) a los que estaban observando pertenecían a dos especies independientes, se encontraban ante subespecies diferenciadas, o si se trataban de notables variaciones morfológicas entre miembros del mismo taxón. José Luis, argumentando que los ejemplares de ambos patrones de plumaje cantaban igual, organizó un complejo plan de comprobación de datos. Se propuso capturar varios ejemplares de ambas coloraciones tras haber grabado sus cantos. Los sonogramas indicaban que eran la misma especie y el ADN lo confirmó.

Su gran recuerdo sonoro tiene por protagonista al zorzal dorado. En bosques lejanos, suena de noche cuando empieza a clarear la mañana en el horizonte y se calla cuando el resto canta. Solo hay media hora para escucharlo. Recuerdos en el centro de China oyéndolo cantar en las mañanas de lluvia en las que no podía grabar por el ruido de las gotas al caer.

A la defensa de los espacios, armado con grabadoras.

“¿En un bosque, cuántas aves oyes y cuántas puedes ver?”, dice José Carlos Sires. Está pregunta retórica es un buen punto de partida para la explicación del proyecto en el que actualmente está trabajando. Este cordobés, invidente desde los seis años, siente con horror cómo dos territorios de indudable valor para la biodiversidad van camino de su desaparición. Y no solo es que las autoridades no hagan nada por impedirlo, sino que apoyan y fomentan el desmantelamiento de esas zonas. Por un lado, el área cordobesa de Sierra Morena infestada de construcciones ilegales, que no solamente no se derriban, sino que aumentan. Por otro lado, el “Doñana visitable” y la acción constante de la agricultura y la caza furtiva. El parque natural que rodea y protege el nacional está siendo atacado frontalmente con la extracción de agua y con el total apoyo de las autoridades autonómicas, que han legalizado los pozos y motobombas hasta ahora ilegales. No hace falta decir nada sobre lo que pasará con Doñana después.

Sires propone “sonotrampear”. Mediante la colocación de grabadoras en lugares interesantes o críticos y con una planificación muy estudiada de los horarios de activación, José Carlos está registrando el espacio sonoro de aquellos lugares. Con ello pretende, no solo documentar la fauna que allí habita, sino registrar la progresiva devaluación ecológica que están sufriendo. Defender lo que es de todos y en caso de perder en esta lucha contra titanes, poder arrojar a la cara de los culpables el sonido de lo desaparecido.

Para José Carlos su momento sonoro está ligado a Zaragoza. Buscar todo el día en el Planerón a la alondra ricotí y una vez localizado el núcleo, pasar noche allí cerca para poder estar temprano a la mañana. Y comenzar a llover y permanecer así toda la noche. El agua cesó al amanecer. Y entonces, en el aire húmedo, tres machos cantaron cuando aún todo el mundo estaba en silencio.

El arte, la comunicación y la difusión.

“Respeto mucho a los bioacústicos, a los ecólogos acústicos, pero no es mi campo de actuación”. Carlos de Hita, con este -casi- alegato inicial parece alejarse del objetivo conservacionista de su trabajo. Él ha pasado sus últimos 30 años sonorizando películas –“un documental con música es muy emocionante; un documental con sonido natural es muy real”- y dando a conocer la biodiversidad a través de su sonido en la radio. Ha publicado libros deliciosos y en los últimos años ha desarrollado unas instalaciones audiovisuales, donde, a través de los sonogramas proyectados, el sonido en su forma visual desplaza a la imagen tradicional.

Más tarde, Carlos pasa dos grabaciones tomadas desde su casa y en fechas semejantes con unos años de diferencia. En la primera, se escucha todo lo que uno espera oír en un bosque serrano. En la segunda, todo queda aplastado por las chicharras. Es el cambio climático avanzando. Su experiencia le indica que todo ha subido 200 metros y los insectos, que antes estaban en los bosques de abajo, ya han llegado a su casa.

Esas grabaciones breves y concisas, pequeños haikus sonoros, son una de las especialidades de Hita. Emite a diario en la SER un microespacio llamado Amaneceres. A las 6 de la mañana despide la noche con una breve pieza sonora que, con cuatro trazos, te lleva lejos.

Y Carlos pasa a reconocer que ha sufrido una crisis. “Durante el confinamiento vivimos en ese paisaje sonoro limpio. Tras haber estado en el paraíso -con toda la consternación del mundo, insisto-, cuando volvió el ruido yo entré en una cierta depresión, que paradójicamente me curó el volcán. Tras haber retrocedido 100 años, nos devolvieron esa balsa de aceite que es el ruido y que lo ocupa todo y yo me pregunté: ¿Para qué seguir grabando?”. Y cuando el turno de palabra regresa a su boca anuncia que en dos días se irá “a Doñana, porque quiero estar dentro de la marisma por la noche y grabar el sonido de las bombas de agua. Porque las bombas son lo que está secando Doñana. Y es la primera vez, en mi vida, que voy a ir a un sitio a grabar el ruido de lo que lo está matando. (…) Y seguiré saliendo a grabar y comunicándolo para que se entienda que necesitamos seguir escuchándolo, porque lo primero que se rompe con la crisis ambiental es el paisaje sonoro”.

La mujer de la montaña

Hace unos años, gracias al documental En tierra de todos (Sharing the land, Hakawatifilm), de Ofelia de Pablo y Javier Zurita, supimos de Sofía. A partir de ese momento, conocerla se convirtió en prioridad. En el filme, ella habla de su relación con la montaña y el paisaje, de cómo haber nacido en el seno de una familia trashumante marcó su vida y de cómo pasó de temer al lobo a entenderlo, casi mejor que a la sociedad. Si queríamos hablar de mujeres en el rural, preocupadas por la conservación y con un conocimiento profundo de la naturaleza, Sofía era de las personas más adecuadas.

Sofía, la mujer de la montaña

“Empieza como un viejo para llegar como un joven”

En el aparcamiento del pueblo, un paisano ya nos advirtió que solo podríamos subir la pista con el coche durante unos centenares de metros y que a partir de ahí la nieve nos impediría el avance. Definitivamente, sería mucho más inteligente seleccionar el material necesario y dejar el coche allí.

No, ir en diciembre al Parque Natural de Somiedo, con los caminos de montaña cubiertos de nieve, para intentar hacer una ruta de avistamiento de fauna no es la mejor idea y no era la intención. El plan era, desde el principio, muy sencillo: nos encontraríamos con Sofía frente a la panadería de Pola de Somiedo y después nos dirigiríamos hacia Saliencia, donde tomaríamos la pista que nos subiría hasta un aprisco ganadero donde pernoctaríamos. ¿El objetivo? conocer a Sofía.

Sofía fundó hace años, junto a Jorge Jáuregui, la empresa Somiedo Experience. En ella, el ecoturista, el observador de fauna o el mero veraneante, con cierto interés en el medio natural, encuentra un abanico de propuestas para conocer Somiedo, su cultura, su flora y, sobre todo, su fauna. Podría parecer otra de tantas estupendas iniciativas nacidas al calor del creciente interés por la observación, pero no. Ellos van un poco más allá y, además de rutas de avistamiento de grandes carnívoros o de aves, ofrecen cosas como su ‘Vivac dirigido’, en el que el cliente duerme al raso, observa las estrellas y la fauna nocturna de un paraje tan maravilloso y mágico como es el Parque Natural de Somiedo. Eso era lo más parecido a lo que nosotros íbamos a disfrutar, con el añadido de la nieve y que utilizaríamos una construcción ganadera como refugio.

El día era brillante. Comida, ropa de abrigo, equipos de fotografía, vídeo y sonido, trípodes y telescopio, todo a nuestras espaldas, y al camino

“Empieza como un viejo para llegar como un joven”, nos dice Sofía al poco de empezar. A cada paso que da, apenas avanza la distancia que cubre uno de sus pies: si alguien que conoce la ruta y las condiciones, decide fijar ese ritmo, no hay que dudar en seguir su ejemplo. Yo, que me adelanté y retrasé continuamente para poder tomar fotografías, llegué como un viejo.

El camino, con firme de cemento en sus primeros cientos de metros, adquiere desde el principio un ángulo de ascenso muy acusado. Pronto la nieve empieza a ocupar el lado de la pista que queda a nuestra derecha, que es el que va ladera arriba. A la izquierda, tal y como aumentamos de altitud, aumenta la profundidad de los cortados.

Abajo, las cornejas son las señoras de los prados. Los arrendajos se dejan ver más que oír y, según tomamos altura, las chovas se adueñan del cielo. El silencio domina el paisaje y solo los rastros dejados en la nieve anuncian la presencia de otros animales. En ocasiones, Sofía se detiene para observar alguna huella. Comenta que, sin ser consciente de ello, ya se vio obligada a rastrear cuando de niña buscaba algún animal que le faltaba en el rebaño. Cuenta también, cómo, cuando no tenía más de 6 años, un lobo atacó a los animales que ella y sus dos hermanas andaban cuidando. Entre gritos y movimientos rápidos, uno de los mastines se quedó protegiendo el rebaño manteniéndolo unido, mientras que el otro salió a la búsqueda del agresor.

Según ascendemos, los paisajes son más sobrecogedores. La roca se afila en las cumbres y las laderas se salpican de prados, donde a pesar de la nieve aún se mantienen algunos rebaños de caballos, y las primeras brañas. Los grandes bosques de haya, que dominan el valle, se alternan con robledales y con manchas de alisos y abedules, pero ni toda esa belleza natural consigue distraer la atención que prestamos a nuestra guía.

El hormigón del firme hace horas que desapareció y el sol ablanda la nieve haciendo cada vez más dura la marcha. Las improntas de los mamíferos que utilizan la misma vía para desplazarse ya solo son claras en el barro que, en ocasiones, la nieve no cubre, en el borde mismo del camino. Y es esa estrecha senda oscura la elegida por todos los que se mueven por la montaña: cánidos, herbívoros domésticos y silvestres, algún humano… Sofía se mantiene prudente a la hora de emitir un veredicto sobre los autores de algunas huellas. Con otras, no. Hay algunas con las que es muy contundente y aquella que, para ojos inexpertos como los míos podría pasar por plantígrado, a los suyos, con claridad, es de bípedo con crampones. “Cuando hagamos el último tramo, estaremos más seguros de quién ha dejado las huellas. Allí arriba hará semanas que nadie sube”.

La lenta marcha invita a la conversación tranquila. A través de sus palabras empiezo a entender que cuando habla de trashumancia, no se refiere solamente a que durante el estío los pastores de su pueblo partían hacia prados más verdes. Ella habla de tener 17 años y no saber cómo pedir una hamburguesa en una cadena de comida basura. Tener 17 años e ir al cine por primera vez. Tener 17 años y descubrir que los pantalones vaqueros pueden tener marca.

“Con el paso del tiempo, estoy cada vez más interesada en la etnografía: ver cómo se caen los teitos de las brañas y desaparece la forma de vida de los vaqueiros de alzada es muy triste. Este paisaje, este valle es así por ellos”, nos dice. Y en una sola frase ya genera varias preguntas fundamentales.

“Yo soy vaqueira de alzada”, es la respuesta a la primera cuestión.

Ni Dios ni amo.

Sofía lleva por segundo apellido Berdasco y eso, en Asturias, significa que se es vaqueira de alzada. No llegan al par de docenas los apellidos que hablan de ese origen. Ser vaqueiro de alzada no es solo una profesión. Es mucho más. Ser vaqueiro de alzada es pertenecer a lo que algunos llaman etnia y otros estirpe, separada en clanes familiares, de la que no se conoce su origen. Católicos, pero poco amigos de la práctica religiosa, tenían sus ritos particulares y ancestrales y su folclore y tradiciones estaban perfectamente diferenciados del resto de astures.

Sofía comenta que, sin ser consciente de ello, ya se veía obligada a rastrear cuando de niña buscaba algún animal que le faltaba en el rebaño.

Pero lo que realmente define a este pueblo es su origen nómada estacional y que todo en su vida gira en torno a su ganado. De octubre a mayo vivían en asentamientos en el valle y cercanos a la costa. En verano, subían a los situados en los prados de montaña. Estos poblados no alcanzaban la categoría de aldea y eran conocidos por brañas. Una braña es un conjunto de unas pocas edificaciones y entre ellas no se encontraban ni iglesias, ni escuelas, ni cuartelillos. Las casas tenían una sólida base rectangular de piedra, techumbre cubierta de escoba, con fuertes ángulos para resistir la nieve y la lluvia de invierno. Aún más arriba, en la montaña, construían unos apriscos más sencillos, conocidos por teitos, que eran para el ganado. Para abrigar en la noche a las personas que quedaban allí, para guardar las vacas, estaban los corros, construcciones de planta circular y falsa bóveda, construida con lajas de piedra, y un hogar, para calentar y cocinar. Situadas en repechos de pronunciadas laderas, estas brañas, por su aspecto y construcción, podrían pasar por un poblado neolítico.

Estos viajes en busca de la hierba fresca se hacían con toda la familia, el ganado y la practica totalidad de los enseres domésticos. Melchor de Jovellanos los definió como “de alzada” porque allí donde pastaban sus vacas alzaba el vaqueiro su morada. La condición trashumante de los vaqueiros de alzada les evitaba el pago de diezmos a la iglesia y de sangre a la patria, ya que los mozos no iban a levas. Por ello, en las iglesias se les relegaba a sitios separados del resto y las familias de xaldos -los aldeanos establecidos de manera permanente en los pueblos- les guardaban recelo. Recelo que se veía incrementado porque en verano disponían de los mejores pastos y en invierno habitaban las zonas más cálidas. Esto, sumado al hecho de que fueran montaraces solitarios y arrieros, ampliaba la desconfianza de todos los estamentos sociales. Para hacerse una idea de hasta dónde llegaba este sentimiento de rechazo, en el siglo XVII, Diego das Mariñas, señor de Campona, hizo una petición al rey para que se castrase a todos los vaqueiros, a fin de que no se extendiese la raza, siendo esta petición apoyada por algunos nobles asturianos. Aún en el siglo XVIII el Marqués de Miranda presentaba un escrito de reclamación contra los vaqueiros en el que los definía como “descendientes de moros” (Cátedra Tomás La vida y el mundo de los vaqueiros de alzada, 1989). De manera más mundana, cuando el vidrio ya era habitual en los humildes chigres y tabernas de pueblo, a los xaldos se les servía en vasos, mientras que para los vaqueiros reservaban los cuernos vaciados.

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Por su lado, los solitarios habitantes de la montaña tampoco confiaban mucho en los organizados xaldos. Cuando se veían obligados a bajar a las aldeas, ya fuera para comerciar o para asistir a alguna reunión religiosa o civil, lo hacían en grupo. Los tratos y negociaciones eran difíciles y el matrimonio entre unos y otros, imposible.

El nomadismo conllevaba una realidad: todas las propiedades de un vaqueiro tenían que poder ser transportadas con relativa facilidad dos veces al año, por lo que la acumulación de objetos y bienes no era el objetivo principal de sus vidas. Tal y como recogen varios autores, la vida ganadera ofrecía una libertad con la que el xaldo no podía ni soñar, generalmente limitado a desplazarse tan solo unos cientos de metros desde la casa a la parcela de tierra a la que está ligado. El vaqueiro no conocía más autoridad que la suya. En su vida no había nobles, ni Iglesia, ni calendario y el día que quería hacer fiesta, era fiesta. Decidía dónde, cuándo y cómo trabajar. Y si su ganado tenía que pasar por tierras ajenas para llegar al puerto, el ganado pasaba. Libres para lo bueno y para lo malo.

En el año 2000, cuando todo era ya diferente y la ley y las obligaciones sociales y civiles habían conquistado hasta la última de las brañas, Sofía tenía 17 años. No sabía lo que era una “Macburguerking de luxe”, pero había conocido la libertad del vaqueiro.

Una buena guía de montaña.

Tras 4 horas de caminar, por fin llegamos a la cuesta dónde todos los rastros que viésemos tendrían mucha probabilidad de proceder de animales silvestres. Ese matiz de poder diferenciar, sin decirlo, solo hacía referencia a perro y lobo. Y en mi caso, a oso y persona con crampones.

“Esta es mano izquierdo, ¿ves? Pisando con los dedos hacia dentro. Y ahí está la derecha. A ver si tenemos suerte y vemos la huella de los pies”. El rastro del oso estaba estampado con claridad. Y en el mismo tramo, a la mañana siguiente, estaba el de un lobo. Antes de que yo pudiese llegar a terminar de pensar en la imagen de un lobo caminando por ese mismo sitio, unas horas antes y a un centenar de metros en línea recta de donde nosotros estábamos, Sofía ya estaba matizando que ella no podía asegurar que esas huellas no estuvieran allí el día anterior y que no las apreciásemos.

Continuamos la ascensión, mientras, ya podíamos ver la braña y en ocasiones su teito. Yo paré en un par de ocasiones con la excusa de buscar un pulmón que se me había escapado por la boca. Mar iba tras ella a menor distancia. Sofía, unos cuantos cientos de metros antes -quizá superase el kilómetro- nos había dicho que ella abriría la marcha y que pisásemos sobre sus huellas, y que, si nos sentíamos con fuerzas, la reemplazásemos para así ella descansar. Sofía es como la más fuerte de las ciervas, rompiendo la nieve para que el resto de la manada avance en la ladera. Y como ciervas inexpertas y más débiles, fuimos incapaces de sustituirla.

Inevitables planes para visitas inmediatas y futuras. Me acomodo en el saco con la idea fija de que quiero que Sofía nos lleve por la senda del oso, nos enseñe la manada del lobo que tanto temió y, en una noche de vivac, los escuchemos aullando.

En la braña solo quedan tres teitos en buen estado, un corro en pie y la fuente con el agua corriendo. Frente al agua, con la explanada central extendiéndose ante él, está el teito de Sofía. Se ve cuidado. El tejado se nota recientemente mantenido. Cada año hay que añadir escoba sobre la ya envejecida y retirar el musgo que retiene humedad. A esas faenas se les dice “teitar”. En la entrada, hay un par de bancos bajos muy rudimentarios. La única ventana se encuentra en la puerta.

Tras dejar los bártulos y antes de ni siquiera echar un vistazo al interior, voy hasta la fuente para observar el paisaje. A mis pies, se abre un valle profundo y oscuro. Abajo, la densidad del arbolado y la ausencia de nieve genera una negritud que contrasta con las soleadas cumbres nevadas y el cielo sin traza de nube. Delante, una cumbre de cresta lineal se recorta contra el cielo azul.

Los restos de una empanada de picadillo de la panadería de Pola, una lata de cerveza, quitarme las botas -empapadas en su interior- y sentir el sol en mis pies sentado en uno de esos bancos del exterior fue un lujo inesperado que duró menos de lo deseado. Antes de darnos cuenta, nuestra guía había extendido trípode e instalado el telescopio. Escudriñaba la montaña con la intención de ofrecernos el avistamiento de un gran mamífero. ¡Cómo si a estas alturas de la partida necesitásemos algo más que añadir a la jornada! No obstante, instalé cámara y teleobjetivo largo, no fuera que hubiese más fortuna.

Sofía, ahora cubierta con un poncho de lana, vigila el bosque con su lente. En un risco de la cumbre, dos rebecos. La luz del día se va apagando, pero el cielo sigue encendido. Casi por sorpresa, y a esa velocidad que siempre pilla desprevenido, la luna, prácticamente llena, irrumpe en todo lo alto. La luz reflejada en la nieve y la noche pasa a ser día.

El teito de Sofía es parco. La primera mitad del espacio conserva toda su autenticidad. Hasta donde da mi entender, todos los materiales parecen ser originales: los tableros que hacen de mesa, los que hacen de banco lateral y los que utilizamos para sentarnos a cenar. Unas cajas cerradas hacen de despensa y una cocina de gas añade el lujo de poder guisar. El suelo es de escombro de la cantera, de donde salieron las piedras de los muros. En la mitad trasera del aprisco han construido un espacio cúbico de madera, creando una habitación cerrada que no afecta a la estructura original. Gracias al techo y suelo añadido y al milagro de una estufa de gas, las condiciones de vida llegan a ser lujosas.

Sopas de ajo. Inevitables planes para visitas inmediatas y futuras. Me acomodo en el saco con la idea fija de que quiero que Sofía nos lleve por la senda del oso, nos enseñe la manada del lobo que tanto temió y, en una noche de vivac, los escuchemos aullando.

Sueño profundo.

El palacio.

(A la llegada al teito)

Desde la fuente de la braña, veo a Sofía frente a su teito. Está radiante, orgullosa de su cabaña y feliz de haber llegado a ella. Se ha quitado las botas y se sienta en una solitaria silla plegable y acolchada que, sin duda, vivió mejores épocas. Para ella, ser propietaria de una de estas construcciones era vital. Era regresar y congraciarse con su origen y pasado. Era reafirmarse en su forma de vida y de entender la vida en el sentido más amplio de la palabra. Y al verla allí sentada, colmada de satisfacción con tan poco, y tanto al mismo tiempo, entiendo que esa silla es su trono y que ella, sin dios ni amo, vuelve a ser parte de todo lo que la rodea. Es la mujer de la montaña.

El guardián del puente de Valsordo

Nacho Sevilla, ilustrador científico.

Hace unos años tuve un cumpleaños muy especial y Nacho Sevilla tiene mucho que ver en eso. Desde hace tiempo, tengo fascinación por los córvidos, por todos ellos, y Javier decidió regalarme cuatro láminas a tinta de cuatro de ellos, dibujadas por Nacho: cuervo (Corvus corax), chova piquiroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax), grajilla (Coloeus monedula) y corneja (Corvus corone). La precisión del dibujo del plumaje y la elección del uso de la tinta para dibujar a estas aves son verdaderos aciertos. Hay una pared de nuestro salón solo para esos cuatro sobrios dibujos. Lógicamente, la primera portada de nuestra revista estaría protagonizada por una graja y quién mejor que él para realizarla.

El primer encuentro que los grajos tuvimos con Nacho, hasta entonces solo nos conocíamos virtualmente, fue inesperado y cómico. Javier se encontraba cubriendo el ‘NatureWach Villafáfila 2021’ y estaba contándole a Pipe Nebreda, director técnico de Ornitocyl, los detalles de nuestra web, en compañía de una tercera persona. Cuando Javier estaba explicando que las portadas no iban a llevar fotografías, sino que íbamos a contar con artistas plásticos, el desconocido interrumpió con un “la primera portada la he hecho yo”, levantando el dedo y con los ojos enseñando una sonrisa oculta por las normas de seguridad. La situación pudo darse por dos razones: la omnipresente mascarilla y que Nacho, además de con la plumilla, es preciso con los tiempos y la palabra.

Su último trabajo -junto con Felipe Nebreda Mariscal y Ángel Pérez Menchero- es la ilustración, autoría y coordinación de la Guía de las aves de Ávila. Pena que el dibujo impreso en el papel no haga justicia a los originales. La mayoría de sus pinturas son aves, pero su acercamiento a la naturaleza es tan amplio que tiene un gran abanico de especies guardadas en sus valiosos y delicados cuadernos de campo y en sus láminas.

Algo que es muy obvio cuando hablas con él es su amor por la divulgación y, sobre todo, por la educación. Hace seis años que ya no vive de trabajar en educación medioambiental, pero la pedagogía se lleva por dentro y esto es perfectamente claro; empatía, templanza, amor y generosidad. Tiene la mezcla perfecta entre la implicación y la desafección, para amar su trabajo y seguir luchando sin caer en la decepción. Lo dicho, esa templanza que tanto se echa en falta en estos tiempos. Aunque su profesión se centre en la actualidad en la ilustración, realiza una labor continua con talleres, charlas, jornadas, cursos, rutas ornitológicas, etc.

Ala de pájaro, de Alberto Durero

Cuando llegamos a El Tiemblo, Nacho nos recibe en su casa con toda su hospitalidad. Decidimos salir a dar un paseo, quiere llevarnos a un sitio muy especial, el lugar que le susurró: “aquí tienes que quedarte”. La primera parada es en el Puente de Valsordo, de origen romano, que fue sobre todo usado para la trashumancia de ganado, ya que formaba parte de la cañada leonesa. Además del gran valor histórico del puente, existe una interesante inscripción labrada en un gran bloque granítico sobre el cobro del paso del ganado.

Mientras estuvimos sobre el puente nos acompañaron los trinos del carricero tordal y el trajín de una sorprendentemente numerosa población de oropéndolas. Cogimos un camino paralelo al río, donde los colores de las flores llamaban la atención de plantas preciosas y simples. Nacho no solo sabía perfectamente cual era cada una, sino que, además, te contaba anécdotas como el uso del gordolobo como papel higiénico. «Esta planta, cuyo nombre científico es verbascum -nos dice- se utilizaba también para enverbascar las aguas y así, obligar a los peces a salir a flote y poder pescarlos». Todo esto lo contaba mientras apartaba con delicadeza los caracoles del camino.

Volvimos sobre nuestros pasos y remontamos el río hasta una antigua central eléctrica en ruinas. Al llegar, un búho real levantó el vuelo un tanto airado, pero yo no alcancé a verlo, porque iba mirando las pequeñas manchas violetas de la flor del ajo. La vegetación había devorado los muros de la construcción.

Nacho ha recorrido este paisaje durante más de 20 años. Conoce su flora y su fauna al dedillo y lo ha visto respirar y transformarse. Nos cuenta, desde el puente, todas las huellas del tiempo sobre el río. Es precioso escuchar cómo habla de esa vivencia y pensar cómo debe afectar eso a su día a día. Este paisaje es su sitio de referencia. En él pinta, escucha y observa las aves, guía a grupos organizados, disfruta con su pareja y con sus hijos, aprende. Cuando un lugar te regala todo esto, debes devolverle algo. Nacho cuida este lugar, lo respeta, lo comparte con cariño y lo ama. Estaba tan integrado ahí con el paisaje como luego en su casa con su mandil, cocinando para nosotros unas alubias con verduras

Nacho es un tipo tranquilo que habla de la gente con afecto. Tiene un aura de vulnerabilidad que define su sensibilidad, aplicada, no solo al dibujo, sino a todo lo que observa y luego comparte sin reserva. Su biblioteca está repleta de guías, tratados, literatura, ensayos, etc., referentes al mundo de la biodiversidad.  Aprendió de su abuelo todo lo que pudo, que además de pintor era cazador, y habla de él con un inmenso respeto. En su estudio tiene una reproducción en papel del Ala de pájaro de Durero y nos cuenta que es la máxima perfección del ala de una carraca. Albrecht Durer dijo: “cuánto más fiel sea tu obra a la figura viviente, tanto mejor será”. Yo creo que ambos siguen la misma máxima dibujando y viviendo.

Gracias Nacho por acompañarnos en nuestra primera portada, por dotar al grajo de esa fiel realidad que necesitábamos, por dar imagen a ese primer vuelo.

La 139, ¿ZEPA o parque periurbano?

V.G: La Zona de Especial Protección para las Aves “Estepas cerealistas de los ríos Jarama y Henares” (ZEPA 139) de la Comunidad de Madrid, está comprendida entre los cauces de los ríos Jarama (al oeste) y el Henares (al sur) y atravesada por el río Torote. Además de albergar aves esteparias, importantes por su grado de vulnerabilidad, los humedales asociados al río Torote acogen a muchas invernantes.

Después de una comida liviana de plena primavera (costillas con patatas) nos fuimos a buscar un lugar que Aitor conoce muy bien y que trae al presente las vivencias de tantos años estudiando este territorio.

Aitor: “Aquí llegamos a contar hace muchos años siete especies de anfibios criados en estas charcas, ahora hay tres”.

V.G: Estamos sentados mirando esa pequeña charca que pertenece a las llamadas formaciones palustres presentes en la ZEPA. Me cuenta que estos pequeños humedales nunca llegan a estar totalmente secos, pero dice, con cierto enfado, que cada vez hay menos por la enorme captación de aguas que suponen los chalets que la rodean.

La ZEPA 139, además de albergar aves esteparias, importantes por su grado de vulnerabilidad, acoge a muchas invernantes gracias a sus humedales asociados al río Torote

V.G: Las avutardas son su pasión, los planes de gestión y conservación empiezan a ser campo de batalla. A partir del 2007, con la nueva Ley de biodiversidad la Red de Espacios Naturales de España incluye la Red Natura, a la que pertenecen las ZEPAS, y tienen que aplicarse a ambos los mismos principios, me dice.

Aitor: “Una de las primeras luchas a la que deberíamos dedicarnos es que, debido a que tanto la Red Natura como los Espacios Naturales no ocupan ni un 30% del territorio nacional, deje de cazarse en ellos. Por probar…,igual de repente las cosas se recuperan“.

V.G.: Después del sarcasmo compartido, un poquito más para ir calentando. ¿Existe en la ZEPA 139 algún proyecto específico de conservación?

A: “No hay un plan de conservación, no hay un plan de uso y gestión… Realmente es una puñetera protección sobre papel; mira, ahí tienes un vertido de escombros. Antes has visto un vertido de basuras, un tipo volando un dron, gente soltando perros para que corran, los cetreros que entrenan los halcones aquí libremente… En fin, todas esas cosas no deberían ocurrir ni siquiera en el campo, entonces no te quiero contar en un espacio protegido. La guardia civil no puede estar en todo, pero tampoco hay guardas forestales. Existen planes y proyectos que están normalmente asociados a cuestiones oficiales, por ejemplo, un poco más allá de esas zonas de reserva por las que hemos pasado, que tienen unos barbechos permanentes ya, hay una cantera totalmente ilegal que se abrió y se actuó en ella cuando esto estaba ya protegido. Entonces les cerraron y les obligaron a restaurar y ceder esos terrenos. También hubo un vertido de lodos… La rehabilitación de la cantera tiene cuatro charcas que en verano se ponen muy interesantes para ir a ver bichos allí”.

V.G.: ¿Qué particularidades tiene esta ZEPA?

A:“Para mí, lo más relevante es que hay especies euroasiáticas que son muy raras en el resto de la comunidad y que, aquí, tienen su lugar de cría, como el aguilucho pálido o el avefría. Como zona de invernada es súper importante, porque es una zona de paso de migración y además es la mejor conservada, donde existe la concentración máxima de leks de avutardas y la mejor población de sisón. Antes se podía ver bien al aguilucho cenizo, ahora su número ha caído muchísimo. Parece que el lagunero aumenta y el cenizo cae. En cuanto a rapaces es una gozada. Yo he visto una escena de un águila real cazando avutardas, es que ni ‘El hombre y la tierra’ ¿sabes? Jejeje…”

V.G.: Efectivamente, una de las cosas que más me ha impresionado de estos parajes es el número de rapaces diferentes que he llegado a observar, yo que no soy muy de “ojo avizor” ni de coleccionar avistamientos, con mirar me basta, pero esta vez las he tenido que contar: once en unas pocas horas.

Lo más relevante es que hay especies euroasiáticas que son muy raras en el resto de la comunidad y que aquí tienen su lugar de cría, como el aguilucho pálido o el avefría.

A: “Otro de los problemas es que la ZEPA acaba ahí en la raya del límite de la comunidad. Inmediatamente después de ese límite están urbanizando y no hay un espacio de buffer, que se tiene que respetar; se está construyendo en el borde, con lo cual la ZEPA pasa a ser un parque periurbano donde la gente va a montar en bicicleta por unos paisajes muy bonitos, con unos fondos escénicos muy bonitos, cada vez más destrozado y machacado”.

V.G.: ¿Qué propuestas lanzarías para la protección real de estas estepas?

A:“La regulación de los cambios de uso del territorio. No puedes cambiar de cultivo de secano tradicional a regadío o espaldera. Eso es fundamental. Por supuesto, no se puedan instalar parques solares fotovoltaicos, parques eólicos, refinerías de petróleo, etc. Hace falta vigilancia, pero sobre todo hace falta que hagan su trabajo ¡maldita sea!, que tenemos una pandilla de políticos corruptos hasta la médula. Hace falta volver a actualizar todos los planes de ordenación de los recursos naturales, sacar cuando no los hay o actualizar los planes rectores de uso y gestión, hacer planes de uso público, no solo para los espacios naturales protegidos, sino para todas las zonas verdes. Y hay que reglamentar muchas actividades que se nos han ido de las manos, como pueden ser la bicicleta de montaña, las carreras de campo a través y otras”.

Inmediatamente después de ese límite están urbanizando y no hay un espacio de buffer que se tiene que respetar.

V.G.: ¿Crees que tendría cabida en todo esto la realización de programas de sensibilización o de educación?

A:“El problema es que todo se ha decidido de espalda a los pueblos, o sea, los primeros que no saben lo que tienen son las personas locales. El otro día conocí a un chico que era de Valdecañas, un taxista, y le dije que me llevara a la laguna de Valdecañas y me dijo: ¡pero si ahí no hay nada, en mi pueblo no hay nada! Le enseñé unas fotos de mi última salida, dónde había flamencos, y se quedó alucinado, ni se lo imaginaba. Claro, si tú vas con tus colegas a dar una vuelta a la laguna sin mantener silencio, paseando y hablando, sin mirar alrededor, pues no ves nada. Si vas observando con alguien que sabe un poco, callado y respetando el entorno, verás la maravilla”.

“¡Fíjate! Todos los pájaros que han pasado en el ratito que vamos hablando y eso que tenemos unos vertidos al lado, coches pasando, un chalé enfrente…” “Es que nos vamos quedando sin nada…”

V.G.: No le quito razón, pero me quedo con que a pesar de todo eso ahí están esos bichos alados, al lado de los vertidos. Nos sobreviven por más que insistamos en desterrarlos con nuestro, cada vez más, perturbado sistema de vida. Nos dan lecciones de perseverancia y, sobre todo, nos colocan en el lugar que nunca hemos querido estar; un simple eslabón más, como otros miles de esta gran cadena biológica.

Con los ojos de Luisa

Luisa Abenza, rastreadora de fauna.

Teníamos impaciencia por encontrarnos y nosotros nos habíamos retrasado con el canto de un cuco. Ella se adelantó hasta un pueblo en nuestra ruta, acortando distancias. Celebramos el encuentro con Ribera del Duero y torreznos. Soria, abril 2021. Máximas de 9 grados.

Tantas eran las ganas de encontrarnos para trabajar, que dejamos el trabajo para el día siguiente y dedicamos lo que quedaba de día a hablar y a reconocer su territorio más próximo: una pequeña cabaña de madera en un precioso valle, agua de lluvia y paneles solares, gallinas ponedoras, gansos defensores, gatos mimosos y tres perros que se sitúan entre lo “de trabajo” y lo “de compañía”. Además, había córvidos en recuperación, dos estorninos con una nidada en el gallinero, que entran y salen sin reparos, y, recién regresada, una pareja de torcecuellos que ya anidó allí el año pasado. Juntos a ellos, siempre cercana Pili, una corneja rescatada y liberada, y, más arriba, una considerable buitrada que, en ocasiones, baja a una pradera próxima. Así es Villagrajilla, la guarida de Luisa Abeza, rastreadora de fauna de profesión.

Pelos y señales

Hoy nos hemos despertado rodeados por seis corzos. El viento sigue presente, caen algunas gotas y el frío no ceja en su intento de hacernos olvidar que estamos en primavera. Aquí, en este valle, los robles aún no han brotado, los espinos apenas tienen flores y las amapolas ni siquiera osan insinuarse. La primavera aquí llega con un mes de retraso.

Seguimos un antiguo camino que hoy no pasa de ser una senda amplia. Nos rodea un pinar natural, no repoblado, que, por tanto, alberga ejemplares de distintas edades de pino negro. Además, en el bosque hay sabinas, algunos robles dispersos, y está salpicado por núcleos protectores de zarzas, jaras y espino blanco. El suelo está tapizado por hierbas y musgos y una buena variedad de hongos. ¡Qué diferencia con los pinares de repoblación y alineaciones, distancias y edades determinadas! Aquí hay mucha vida.

Un tronco delgado nos corta el camino. Ahora Luisa habla con cadencia lenta y tono muy suave pero empleando imperativos. «Agáchate y mira. Ponte a la altura de sus ojos. Relájate y siente lo que te rodea». ¿Pero qué es lo que hay que ver? Insiste en lo de relajarse y yo obedezco. No hay huellas, no hay heces, tan solo un tronco caído y el suelo tapizado de hojarasca, hierba y pinaza. Pero sí, ahí está: al leño le falta una parte de su corteza y se ven unas mínimas ranuras paralelas. ¿Son arañazos? ¡Gato montés! Y, más adelante, enganchado en la corteza, un pelo. Celebramos el solitario cabello como si de la visión del animal al completo se tratase: emoción pura contenida en algo de 4 centímetros de largo y un par de micras de grosor.

Luisa ahora nos explica la ruta elegida por el felino, al tiempo que en su mano izquierda parece poder interpretarse el movimiento del montés esquivando obstáculos. Lo conoce bien y gracias a sus cámaras de fototrampeo sabe su aspecto. También conoce bien la vida que rodea ese tronco caído. Agarra con fuerza una rama truncada del madero que se alza vertical. «Ahora estoy segura de que la garduña sabrá que he estado aquí y se frotará contra esta rama para dejarme también ella la señal de su presencia». Se dejan recaditos como viejos amigos o como sendos animales que conviven de igual a igual en el bosque. De camino hacia la pista, aún nos señalaría heces tanto del felino como del mustélido. Entre las hojas caídas Luisa las ve.

«¿Qué es eso? Relájate, agáchate y abre los sentidos». Comienza de nuevo el juego. En torno a unas varitas solitarias de espino albar el suelo está revuelto. No es la orgía de pezuñas y tapiz reventado de los jabalíes. Es semejante, pero muy superfluo y las huellas mucho más pequeñas. ¡Corzo! Me doy la sensación a mí mismo de ser súper listo y saber mucho, pero soy perfectamente consciente de que Luisa guía mi discurrir y empuja mis conclusiones con pequeños gestos de sus ojos y pautas de pocas palabras. Por ejemplo: «¿y que altura tiene un corzo?». Mi mirada y mi atención se centran en el espino. Ya sé qué es lo que hay que buscar, pero cuesta encontrarlo. «Ya deberías estar viéndolo. Yo lo veo desde aquí y es precioso». Y otra vez surge la magia. Trincado en una yema, entre dos hojas apenas incipientes, ahí está el pelo. «¿Has visto que bonico?» Cuando se emociona, cosa que ocurre con una maravillosa frecuencia, su acento denota su origen murciano. «¿Has visto que es ondulado? Tócalo. Cógelo. ¿Notas que es quebradizo? Está hueco y eso es característico del pelo de corzo».

Almuerzo, letrinas y garduña

Luisa quiere enseñarnos otra de sus pasiones, las majadas, espacios ganaderos con parideras levantadas sobre otras anteriores -algunos superan con holgura el centenar de años,- hoy están en su mayoría abandonadas por ganado y humanos. Esta situación hace que sus muros, techos y el resguardo que ofrecen sean una especie de complejo urbanístico para todo tipo de animales. Allí viven, comen y se reproducen infinidad de seres de pelo, pluma, escama o cubierta quitinosa. Es un paraíso soñado para Luisa en el que, apuesto, desearía vivir, ocupando el chiscón menos utilizado por el resto de animales.

Tras hablarnos con mucho misterio de las maravillas que encierra su majada favorita, la suerte hizo que las nubes se abrieran y con ellas los abrigos, el chorizo y la botella de vino. Contuvimos la impaciencia -¿recordamos la insistencia sobre lo de relajarse antes de rastrear?- y disfrutamos del sol y de la hierba de primavera en el amplio claro de la majada. La construcción está situada en lo alto de una colina en medio de un magnífico sabinar. Tras el almuerzo, la entrada a aquel almacén de supuestas maravillas se ve retrasada ya que es el momento y el lugar perfecto para que Selva, la preciosa pastora belga, tenga sus minutos de entrenamiento. Luisa esconde de manera aleatoria pequeños cebos olorosos cedidos por personas con competencias para poseerlos. En esta ocasión, el bufet de aromas lo componen plumas o huesos de aves rapaces muertas. Luisa está preparando a Selva para la localización de cadáveres de aves, víctimas de los tendidos eléctricos y parque eólicos. Ver así de afilada a la perra es una gloriosa confirmación de que se trata de un perro de trabajo.

Por fin entramos. El aprisco, de grandes dimensiones, tiene el tejado a dos aguas y es soportado por una estructura de doble pilar unida por vigas, repitiéndose esta disposición longitudinalmente y dejando un amplio espacio entre columnas para la maniobra del ganado. Entre las columnas y las paredes laterales se sitúan los dispensadores de heno y el lecho del ganado. Vanos en la techumbre, cubiertos con fibra de vidrio translucida, dejan pasar manchones de luz que se doran al caer sobre el heno y contrastan con la penumbra reinante. Luisa se mueve de una forma aparentemente errática, pero con la misma precisión que Selva demostraba unos minutos antes. «Siempre que veas en el suelo una caca que pueda ser similar a esta, mira en lo alto». Sobre la viga transversal, a unos dos metros largos, un montón rebosante de deposiciones. «La gineta siempre caga en letrinas. Lo marca todo y en ocasiones, desde la altura, asoma el culo para dejar caer la hez al suelo. Mira ahí. No me explico la posición que tenía para lograrlo». En otra esquina, señala el lugar por donde entra un gato montes y la cálida cama que se hizo acurrucándose en un montón de heno. Justo al lado, y nunca coincidiendo en el tiempo, es zona de paso de los lirones careto.

En un cuarto separado, la larga vara horizontal del dispensador de heno está llena de pequeñas cacas de pájaro. Entre curiosidad y ganas de poner a prueba pregunto por la especie. Luisa sonríe. «Ven. Mira que preciosidad». Hay un viejo saco doblado sobre el quicio superior de la puerta y en uno de sus pliegues un nido de paja abandonado: colirrojo tizón.

La visita al lugar estaba siendo muy enriquecedora. Una vez vista en detalle, con la minuciosidad de la que es capaz Luisa, comentamos la dimensión del lugar. Un pequeño ruido frente a mí y arriba, en la viga longitudinal, corriendo sigilosamente una garduña. Despeinada y probablemente harta de nuestra presencia, nos indica que es momento de irse. Tan cercana estaba -no más de tres metros- que pudimos ver el brillo en sus pequeños ojos.

En la apartada charca

«Este es el sitio que más me ha dado, dónde más he aprendido».

Casi a modo de epílogo, Luisa nos trae a una apartada charca natural situada en una vaguada muy angosta. Las nubes siguen oscureciendo los bosques de pino y el hueco que deja la laguna sobre sí en la cubierta arbórea crea un ambiente especial: como un anfiteatro con delicada luz. «Aquí poco vamos a ver». Un rebaño de ovejas al que aún escuchamos acaba de abrevarse, borrando cualquier rastro que pudiese haber en el fino barro de la charca. Los abundantes tritones jaspeados (Triturus marmoratus) que poco a poco van subiendo a la superficie tras el revuelo ovino, nos distraen la mirada mientras Luisa habla. Nos cuenta cómo un corzo se acercó a beber estando ella a tres metros de distancia, cómo descubrió la habilidad de un cárabo para atrapar tritones dentro del agua o el día que sorprendió a un cazador dormido, que venía de empalmada y borracho y ni siquiera era propietario del arma. Luisa imparte sus talleres de rastreo de fauna y su libro Aves que dejan huella va por la segunda edición. Su conocimiento sobre huellas y rastros –y por tanto, de etología- está fuera de toda duda, pero compartir tiempo con ella es aprender de mucho más. Su forma de entender la naturaleza y cómo integra al ser humano dentro de esta, su trato de tú a tú con los animales y su profundo respeto al medioambiente son un emocionante modelo. La sentimentalidad de una animalista, el conocimiento de una científica y la sabiduría de una pastora conviven en Luisa. Probablemente, por decir esto, todos los animalistas, pastores y científicos querrán lincharme. Todos, salvo los que conocen a Luisa.

Puedes seguir a Luisa en https://www.instagram.com/genettarastreo/

Y no dejes de escuchar el audio que hemos seleccionado para este artículo en el encabezado.

Paco García nos enseña a ver nutrias

Bajo el puente, excrementos de varios tipos, provenientes de distintos mamíferos. Justo a plomo de la unión de dos piezas de la estructura de hormigón, hay una buena cantidad de pequeñas “morcillitas” de menos de 3 milímetros que, a falta de confirmación, parecen indicar que ahí hay un refugio de murciélagos. Una pequeña y vieja defecación puede ser atribuible a una garduña. Y luego están las muy reconocibles cacas de nutria. Sin tocarlas (no tocar, menos por escrúpulos y más por prevención frente a infecciones) ni romperlas, es fácil identificar en ellas restos de cangrejo -pequeños trozos del exoesqueleto del crustáceo- en unas, o de pescado -espinas- en otras, y apreciar los matices del color, que indican también las diferencias en el menú y el tiempo que llevan expuestas a los medios, siendo más grisáceas las originadas por alimento pescado. Además, cuanto más claras, más antiguas. Paco se encarama con una agilidad impresionante a la estructura de la construcción en busca de una posible letrina de gineta (Genetta genetta) con resultado negativo.

La lectura del popurrí de rastros, con claridad y velocidad abrumadora, confirman que la mañana va a ser un lujo en términos didácticos

De linces y nutrias

En la pequeña parcelita de lodo que queda visible entre las rocas, un zorro común (Vulpes vulpes) y una nutria dejaron su impresión digital. Cruzamos de orilla. Allí las huellas frescas de nuestra protagonista están por todos lados.

“Vino de allí en dirección a esa isla. Pero por el camino, ¿ves?, hace pequeños desvíos para buscar por todos lados. Aquí se dirigió hacia esas hierbas, pero luego parece que regresó sin darse la vuelta, caminando marcha atrás y volviendo a pisar sus propias huellas”. Esta lectura de los rastros la hace Paco, descartando sobre la marcha otras huellas que va identificando según aparecen: zorro, visón americano (Neovison vison), abundantes perros y varios seres humanos, incluido un chaval o chavala, descalzo, que estuvo bañándose en el río ayer. Estos minutos de lectura del popurrí de rastros, con claridad y velocidad abrumadora, confirman que la mañana va a ser, sí o sí, un lujo en términos didácticos.

Francisco García (Madrid, 1970), biólogo de bota puesta, lleva 30 años rastreando mamíferos por toda España y buena parte de África y América del Sur. Su experiencia de décadas, cuidando en la sierra de los linces ibéricos (Lynx pardinus), su áurea de solvente rastreador y su indudable conocimiento de la biodiversidad podrían haber hecho de Paco una persona infinitamente más distante. Pero no, su carácter afable y su imparable deseo de enseñar -en mayúsculas- hacen del paseo un fluido placer.

“Cuando los móviles no tenían cámara -se arranca Paco- teníamos muchos avisos de presencia de lince en sitios sorprendentes y siempre cerca de ríos. La almohadilla de las nutrias es lobulada, típica de los mustélidos, pero distinta por las formas redondeadas. Por eso, cuando solo marcan cuatro dedos, mucha gente las confunde con las de lince. Por cosas así, siempre digo que si vas a rastrear no te tienes que fijar solo en una huella. Hay que mirar un poco más adelante y un poco detrás para ver, no solo la morfología, sino también las características del paso”.

Yo empiezo contándoles a los niños que el campo es como estar en una clase sin pizarras ni libros”

A continuación, nuestro guía hace una explicación clarísima de la diferencia que existe entre el paso que haría un felino y un mustélido. El primero caminaría con paso firme, delicado, y con esa cadencia tan característica de los gatos, poniendo mucha atención tanto a presas como a potenciales peligros. Nutrias, visones o turones andarán a saltos, con la espalda arqueada, con ese movimiento tan característico de los de su especie. Así que generalmente las huellas de los pies se verán juntas, mientras que, debido a que el arqueo de la espalda se proyecta en la cadera, las patas delanteras apoyarán una un poco más adelante que la otra. “Pero, vaya, que la nutria hace este salto, pero también tiene un galope, un trote y también un paso. Con estas características de rastro necesitas un buen sustrato para que te ayude a identificar la especie”, explica Paco complicando el tema.

Y el río se va

“Llevábamos varios días por la zona y yo veía que el ranger, cada cierto tiempo, cambiaba de dirección. No parecía tener sentido y cada vez que lo hacía daba un paso raro, como que tropezaba. Lo que hacía era levantar un poco de polvo del suelo para confirmar que el viento le venía de cara”. Cuando Paco no está identificando una pequeña mariposa o tratando de ver más allá del recodo del río, suelta anécdotas así. De esas que hacen desear que la mañana no termine.

Seguimos caminando río abajo. No hace falta desplazarse mucho en este curso de agua para llenarte los ojos y la libreta de avistamientos. En este entorno tan maravilloso, Paco va desgranando los secretos de la nutria poco a poco. “En el campo nunca tienes la certeza de lo que vas a encontrar” –nos dice-. “Con algunas especies de aves, si es una zona de cría o una colonia, sabes que tienes una probabilidad muy alta de verlas. Pero en el caso de este tipo de especies, un poco más elusivas, que tienen más sensibilidad a las molestias humanas, no depende solo de lo que tú hagas. Depende también de los animales, depende del clima, depende de que el paisano haya decidido roturar un campo a 2 km y los animales se han ido allí porque lo detectan y saben que va a aflorar mucha comida -saltamontes, lombrices- y están comiendo”. Cambiando un poco el tono, continúa: “es un tema difícil de cuantificar objetivamente y desde un punto de vista científico habría que encontrar la forma de medirlo. Pero es verdad que en el campo, y yo se lo digo mucho a los niños -hago muchas cosas de educación ambiental porque creo que todos deberíamos concienciar y educar mucho más a la gente- hay que ser conscientes de lo que tenemos alrededor. Yo empiezo contándoles que esto es como estar en clase pero que aquí no hay pizarras ni libros; que el libro es el suelo y es el aire; que estamos a la vez captando información con los ojos, con los oídos, con el olfato. Incluso con la piel estás notando el viento. Caminad con el viento en contra, moveos despacio para que no te perciban con la vista e intentad no hacer ruido para que no os perciban con el oído. ¡Estaréis utilizando todos esos sentidos a vuestro favor para intentar detectar al animal y que él no os detecte antes!”

“Caminad con el viento en contra, moveos despacio para que no os perciban con la vista e intentad no hacer ruido para que no os perciban con el oído”

Si con 10 años llega a venir un Paco a mi clase y me dice esto, probablemente ahora yo viviría en una cabaña en un valle solitario. Pero no hay tiempo para imaginar un pasado. “Y el olfato, desde luego juega un papel importante. Vas por el campo y detectas si han pasado jabalíes porque huele a jabalí. O sabes si esto ha sido marcado por un zorro porque huele y tiene un olor especial que es diferente al de una garduña o el de un perro. Los sentidos son herramientas que podemos utilizar cuando rastreamos. Cuando trabajamos en el campo hay que ayudarse de la tecnología y llevamos GPS, cámaras, prismáticos, cámaras de foto trampeo, visores nocturnos… Pero también tenemos que utilizar todas las herramientas que tenemos, que las tenemos desde hace cientos de miles de años”.

Contemplad la belleza

Y poco después estábamos de rodillas olisqueando una caca de nutria para comprobar que, efectivamente, tiene un olor que puede resultar incluso agradable. Casi como el olor de un caldo de pescado ligero y un poco dulce.

Seguimos andando. Hay que buscar el sitio ideal para hacer una espera. Con una buena visión, elevado para tener ventaja sobre la nutria. Mejor si tenemos varias playas e isletas delante de nosotros. Y ha de ser un lugar cómodo, porque cuanto más tiempo pasemos, mejor. Sobre todo, llegar antes del amanecer o probar a tener suerte a la caída del sol y esperar a que se haga de noche. Ya solo quedaría contemplar. Porque de eso va la vaina: de saber contemplar lo que te rodea, esperar a que algo suceda y mientras tanto apreciar la fortuna de que una mariposa arlequín (Zerynthia rumina) se pose a libar el tiempo suficiente para poderla fotografiar.

Y no, no la vimos físicamente. Sabemos cómo anda, qué zapato gasta, cómo huele, dónde defeca, cómo caza, por dónde se mueve. Solo queda contemplar.

La pasión de Aitor o la danza de las avutardas

El Vuelo del Grajo:Un paseo, unas cervezas en la glorieta de Legazpi y algunas confidencias al darnos cuenta de que compartíamos danzas y querencias aladas. Después de eso, ha habido algunos momentos más. Aitor es biólogo ambiental y no calla ni debajo del agua. Es visceral y guerrillero, pone puntos en las “íes” y los pies en el suelo. Le gustan las barricadas y pelea como nadie. Pero todo ese inconformismo viene del amor. Él ama todo lo que contempla y ha desarrollado esa sensibilidad especial que tienen los amantes de la contemplación. Lleva 30 años contemplando avutardas y habla de ellas bailando a su lado.

Llegamos tarde, ya había amanecido y Aitor nos esperaba con su telescopio Swarovski y un precioso regalo de bienvenida; al fondo un gran macho de avutarda común (Otis tarda) disfrazado de pompón blanco no paraba de coquetear y no paró durante horas, para deleite de las tres personas que allí estábamos boquiabiertas con su espectacular tamaño.

Aitor: “Yo la primera avutarda que vi bien vista fue en 1990, en el tren de cercanías antes de llegar a la estación de Zarzaquemada, en agosto, y era uno de estos machos grandes que en esas temporadas de verano, muchas veces, recorren antiguos territorios donde habitaban. Me quedé flipado… de repente vi ese pajarraco ahí desde la ventanilla del tren…”

La avutarda está asociada a un sistema que ya no existe; el sistema agrícola de secano extensivo, la ganadería extensiva, es decir, el mundo que creó las dehesas y las grandes estepas cerealistas

V.G.: Nos vamos a desayunar y comienzo con una pregunta general (como si pudiera responderme de manera general). Cuéntanos sobre la avutarda.

A:“La avutarda es el ave más pesada que puede volar, es un bicho espectacular… Es tan característico de un tipo de paisaje humano que básicamente es una especie asociada al hombre, pero asociada a un sistema que ya no existe; el sistema agrícola de secano extensivo, la ganadería extensiva, es decir, el mundo que creó las dehesas y las grandes estepas cerealistas que tenemos en España. Estamos hablando de un ave que puede pesar 14 kg y que tiene muy pocos depredadores naturales, que yo haya observado, únicamente águila real”

Allí donde hay avutardas los agricultores están cobrando unas primas muy interesantes solo por dejarlas en paz

V.G.:Nos cuenta también que después de prohibida su caza en 1980 la población de avutardas en Madrid se ha mantenido y representa aproximadamente el 3% de la población mundial de esta ave. China y la Península Ibérica tienen las poblaciones más abundantes, pero, a pesar de esto, el número está bajando. Oficialmente, está considerada como especie vulnerable por la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza).

Le pregunto sobre el papel que tiene la especie dentro del ecosistema y me cuenta que la relación con su entorno es interesante, ya que, aunque no sea una especie clave en los sistemas esteparios, como pudiera ser el conejo o las calandrias, sí que parece ser una especie de paraguas para este tipo de hábitat. Proteger a la avutarda es, por tanto, proteger las estepas.

A:“Este es un hábitat con una riqueza de especies bastante grande y la protección de estos espacios es esencial. El verdadero problema está siendo la intensificación agraria, con el maldito uso de los herbicidas sistemáticos que acaba totalmente con los artrópodos y con la vegetación de los terrenos dónde ellas suelen vivir. El día que desaparezcan las avutardas habrá desaparecido todo lo demás”.

El macho empieza a dar vueltas y la hembra empieza a girar en torno a él como en un vals

La relación entre avutarda y agricultor…

A:“Mala. En realidad, el daño que pueden causar a la cosecha es mínimo, aunque puntualmente puede ser bastante frustrante ver toda la zona pisoteada, sobre todo si tienes un lek en tu cosecha, pero al mismo tiempo hay que tener en cuenta que todas estas actividades están subvencionadas y allí donde hay avutardas los agricultores están cobrando unas primas muy interesantes solo por dejarlas en paz”

V.G.:¡Venga! Vamos al lío, descríbenos sus danzas.

A:“Los machos se reúnen en una determinada zona y ahí compiten. En el caso de las avutardas esta competencia es hacer la rueda, que es un baile. Cuando dos ejemplares están muy parejos pueden pelearse y la pelea puede durar horas. Lo más impresionante son las patadas, a mí siempre me recuerdan a un par de luchadores de sumo vestidos con tutús jajajaj. El que gana establece un estatus en el que ya no hay más peleas y eligen su territorio.

La cópula ocurre en la periferia y la selección sexual es por parte de la hembra. Para estar realmente atractivos, los machos en la exhibición tienen que mostrar el trasero blanco y perfecto. Para conseguirlo se purgan comiendo escarabajos meloe, aceiteras, para quedarse sin ninguna mancha de excrementos alrededor de la cloaca. Antes de empezar se acicalan, agitan las alas hacia abajo y se limpian un poquito. En estas sacudidas empiezan a volcar las plumas y a prepararse. Luego se pavonean levantando la cola, mostrando ya las plumas blancas, y caminan exhibiéndose. Cuando ya creen que han captado suficientemente la atención, se paran, vuelven la cola, hinchan el buche, abren las alas y entonces ocurre la transformación; colocan todas las plumas del revés de la cola, levantan los bigotes hacia el cielo, echan la cabeza hacia atrás y se transforman en una bola blanca inmensa que baila. De ahí van oscilando, girando, pegando pequeños brincos hasta que alguna hembra se pueda interesar y ahí empieza lo que yo llamo el vals. El macho empieza a dar vueltas, la sensación es que hacen como una elipse y la hembra empieza a hacerlo en torno a él como en un vals. Todo esto tiene banda sonora a través de un canto bastante tenue, que suele ir siempre acompañado de un pequeño chasquido al final. En esos juegos el macho va tocando a la hembra con el ala y convenciéndola para ver si se agacha y entonces la pisa y le pone las patas en el dorso para yuxtaponer las cloacas. Ahí se acaba la intervención de los machos, el resto del trabajo de la reproducción lo realiza la hembra”

V.G.:¿Cuándo podemos observarlas?

A:“En la alborada están los cantos de todos los pajaritos al amanecer y es el mejor momento para ver las peleas y las cópulas, cuando ya se va pasando ese momento empezarán a volar las rapaces. Luego hace un calor terrible, lo mejor que puedes hacer es buscar una sombra. Después de eso empezará la tarde con los pajaritos otra vez, sobre todo los alaúdidos cantando y buscando artrópodos. Entonces todos los que comen insectos se ponen muy activos y acto seguido los que los cazan y otra vez a la puesta de sol los grupos de avutardas empiezan con los cantos, los celos… La época de observación es todo el año, pero principalmente entre febrero marzo e incluso diciembre. Las primeras ruedas se suelen ver a principios de marzo y ya para abril han ocurrido todas las peleas y están exhibiéndose. Entre quince días y un mes después las hembras desaparecen totalmente”

Al observarlas, lo importante es tener la vivencia del territorio y una interpretación de lo que estás viendo

V.G.:Observar la naturaleza y con ello a las avutardas de manera respetuosa no conlleva únicamente acatar un determinado código ético, sino que el resultado de hacerlo conviene en una suerte de aprendizaje y experiencia a la que no llegarías nunca si no asumieras esos principios. Y así lo ve Aitor.

A:“Lo primero es no salirse de los caminos jamás, porque estamos en un territorio en que los nidos están en el suelo y en unos terrenos donde muchos bichos han realizado sus primeras puestas. Tú no lo ves, pero si levantas a un aguilucho pálido tres o cuatro veces puede perder la puesta. Es muy importante respetar las distancias y, por supuesto, ser discretos, acercarse a ellas paulatinamente dándoles tiempo a acostumbrarse, ya que cuando tú las ves, ellas ya te han visto hace rato. De lo que se trata es de convencerlas de que no eres un peligro. Ante la duda van a huir.

Sobre todo, yo creo que lo importante es tener la vivencia del territorio y una interpretación de lo que estás viendo. Las excursiones que te llevan en un todoterreno y te enseñan los bichos te dicen muy poco, pero en cambio si tú te bajas del autobús y empiezas a caminar, un paseo de 4 horas se transforma casi en una aventura y te vas dando cuenta de cómo cambian las cuencas visuales suavemente, cómo ese paisaje levemente ondulado hace que haya puntos de intervisibilidad muy grandes. Buscando estos puntos, que es donde les gusta ponerse a ellas, puedes localizarlas a una distancia prudencial y verlas actuar como actúan normalmente, al tiempo que estás pisando el mismo terreno, viendo las huellas… ¡uf!, la vivencia es mucho más profunda de esa manera que la simple observación y te permite descubrir muchísimas más cosas que hay en estos paisajes”

V.G.:Tantas horas de observación con una mirada muy poco antropocéntrica despierta curiosamente nuestro lado más humano y bello, la creatividad. Aitor no puede no relacionar esta experiencia con el nuevo proyecto que tiene en su cabeza y nos hace una pequeña introducción sobre él.

A:“Mi primer proyecto artístico como bailarín empezó justo antes de que nos encerraran y de realizar algunos talleres con varias coreógrafas, que me llevaron a la conclusión de qué es lo que quería contar e investigar. Voy a hablar de mí, claro, pero en referencia a ellas. Por un lado, está una cosa muy íntima con mis relaciones con este sitio y mis relaciones amorosas y, por otro, una serie de vivencias muy personales que tienen también que ver con este quedarse sin espacio que les pasa a las avutardas aquí”

V.G.:A la espera de saber algo más y con Aitor -danza, pasiones y avutardas resonando en mi cabeza- iba yo muy lanzada e ilusionada, pero la realidad vuelve a darme en la cara al traer a mi teclado una frase de nuestra conversación. Puesto que esta abre otros caminos, que continuaremos más adelante, ponemos punto y aparte con ella:

“Hace unos años que se está empezando a notar en estas estepas cerealistas de la ZEPA 139 la primavera silenciosa”.