Kite 16×42 APC: potencia estabilizada.

“Vista – prismáticos – telescopio” es el mantra de la cadena de observación. En las mejores circunstancias, con este orden de las acciones, buscas, localizas y observas el bicho de manera ordenada y sistemática. Pero no siempre puede ser así. Quizá estos prismáticos vengan a solucionar el problema. Gracias a Ópticas Roma podemos probarlos.

El aspecto de los Kite APC 16×42 es tan sorprendente como si tecnología.

En cuanto uno se adentra en el mundo de la observación de fauna el tema de los aparatos ópticos se sitúa en una posición prominente. Aunque no tanto como el pozo sin fondo de la adquisición de guías -básicamente por el dinero que cuestan- lo de los cristales puede convertirse en una perdición. Es una tentación permanente que puede llevarnos al engaño de estar haciendo buenas adquisiciones y que, con una supuesta seguridad fuera de toda duda, pensamos van a satisfacer nuestras necesidades para toda la vida. Una vez tras otra. Subiendo irremediablemente la calidad y el precio. Hasta que, finalmente, nos topamos con la brillante excusa de que cualquier inversión en óptica será amortizada a lo largo de cientos de horas en el monte. Y en ese momento, con esa justificación en el bolsillo, nos autorizamos a nosotros mismos a mirar los catálogos que anteriormente nos causaban risa al ver los ceros a la derecha. Y así, un día, nos pillamos in fraganti soltando el discurso a nuestra persona más querida de que si desde un principio hubiésemos comprado esos binoculares y ese telescopio premium -que ahora adoramos cual becerro de oro- nos hubiéramos ahorrado una pasta.

Otros, muy cabales, se encontraron un día con unos equipos que respondían perfectamente a sus necesidades y requerimientos. Y se plantan. Y son felices. Y tienen varios miles de euros más para poder viajar a usar sus equipos. Y se regocijan.

Esto sería un colorín colorado en toda regla si no fuera porque las marcas se empeñan en sacar cacharros prometiendo serias mejoras y, lo que es peor, innovaciones técnicas. Son auténticas excentricidades binoculares. Visores térmicos, prismáticos con un oráculo en el interior, binoculares de calidad que caben en el bolsillo y toda serie de refinamientos, ideados para hacernos salivar con ojos golosones.


Y la tentación bajó y se manifestó en mis manos.

Pensar en unos binoculares con más de 12 aumentos empieza a sonar a excentricidad en sí misma. Los factores peso y pulso, sumados a ángulos de visión estrechos y a una profundidad de campo (porción de espacio físico con un enfoque aceptable) paupérrima, invitan a pensar que pasar más de unos minutos con ellos en los ojos, se convertirá en todo lo contrario a una relajante sesión de contemplación de la madre naturaleza.

Algunas marcas ofrecen mayores aumentos de los estandarizados 8, 10 y 12, pero son excepciones. Para superar esa barrera mejor incorporar un telescopio terrestre y dar el salto a los 25 aumentos y a la maravilla del zoom, que te lleva hasta los 70.

Efectivamente, hay un salto. Se antoja que entre los portátiles -pero limitados- 10 aumentos y los engorrosos – pero magníficos- 25x, puede haber un “algo” que permita movilidad y rapidez de acción, sin renunciar a unos aumentos suficientes como para observar a distancias intermedias o animales pequeños.

En la feria OrnitoCyL ’23, Alberto López de Óptica Roma me puso en las manos algo que a primera vista recordaba a los prismáticos de Luke Skywalker. Sin tubos paralelos, al agarrarlo más bien parece una cantimplora con dos bocas. Con una funda de goma naranja (por suerte hay otros colores) que protege un cuerpo también de material ligeramente blando y protector. Las lentes frontales estaban tan pegadas, que incluso estaban achatadas por el polo colindante y escoltadas por sendas tapas de acceso a las baterías.

Al echármelos a la cara los 16 aumentos eran muy llamativos, pero mi maldito pulso y el viento helador hacían de aquel trasto algo absolutamente inútil. Hasta que Alberto giró el potenciómetro de la virguería. Una ruleta grande, ostentosa, con solo dos posiciones: infierno visual / chute opioide para nuestras retinas. Giras 90º grados y la paz regresa a tus globos oculares y cerebro. Había que probarlo.

Pruebas.

Entre ese primer momento y estas semanas que he tenido estos prismáticos conmigo pasaron varios meses. En ese tiempo hice una lista mental de posibles utilidades para estos Kite APC 16×42. Su luminosidad, reducida a unos 2,62mm de diámetro de la pupila de salida (unos 8×42 la tienen de 5,25), ya anuncia una primera limitación muy real: la oscuridad llega antes a la laguna si miras a través estos Kite. En cambio, y de manera sorprendente, el peso (730g) no parece comprometer la estabilidad, al ser muy similar a unos prismáticos tradicionales. La gran duda era si esa monstruosa ampliación para unos prismáticos sería útil en alguna circunstancia.

En la mano, el equipo se deja agarrar con mucha solidez. Tiene espacio de sobra para manos grandes y la rueda de enfoque es más bien un barrilete sobre el que puedes trabajar hasta con tres dedos. Esto no es ninguna tontería, ya que con 16 aumentos el enfoque es un asunto delicado que pasa de perfectamente nítido a perfectamente borroso con solo girar la rueda unos pocos grados. Para que este escaso margen de imagen clara no se convierta en un infierno, es necesaria precisión en el mecanismo y exactitud en nuestros dedos. Kite trabaja muy bien estos asuntos y el tamaño de la rueda de enfoque nos facilita mucho no fastidiarla en el momento más inoportuno y trabajar con ellos con guantes.

Ergonómicos y dimensionados para poder operarlos con guantes.

Primer paseo: el parque.

Árboles de porte muy grande, prácticamente sin sotobosque, praderas despejadas intercaladas, árboles caducifolios en invierno y cedros impresionantes con mucha vida en sus ramas: esas son las características de un parque como el de El Retiro de Madrid. Eso, y una avifauna bastante notable, que va desde grandes cormoranes hasta pequeños e inquietos reyezuelos.

Lo primero que descubro, gracias a estos prismáticos, es el movimiento que existe en lo alto de las copas de los enormes árboles. Con una ampliación tan fuerte, puedes situarte a buena distancia de ellos, lo que te permite escudriñar la zona más elevada con total tranquilidad y sin romperte el cuello. Como ejemplo, escuché el tamborileo de un picapinos en el culmen de un pino. No estaba cerca, casi a contraluz y el pino era alto. A pesar de ello, tardé muy poco en localizarlo dándole caña a una importante rama lateral. Luego, con la utilidad de GPS del móvil, calculé la distancia en línea recta: ¡97 metros!

Nuevas evidencias sonoras de un pícido. En este caso es el sonido sordo, rotundo y pausado del trabajo de hacer un nido. Un macho de pito ibérico se afana en profundizar un refugio. Con lo tiquismiquis que son estas aves respecto a dejarse observar en estas situaciones, la distancia que permiten y la estabilidad que brindan los 16×42 hacen que pase un buen rato y que me marche sin haber causado ninguna perturbación.

Insisto con la parte alta de los tupidos cedros y, además de sorprenderme con un número mucho más elevado del que yo suponía de las muy discretas palomas zuritas, disfruto de la evolución arriba y abajo de los agateadores, bicho que creo que nunca había visto sino por las partes bajas e intermedias de los troncos.

Estos prismáticos permiten escanear intensamente y de manera muy dinámica, zonas que con otros equipos resultarían muy complicadas. El pasito a la derecha para quitarte de en medio una rama molesta -acción mucho más lenta con un telescopio- funciona tan bien como con unos 8×40 y el estabilizador te deja concentrarte mucho en las partes más complejas del follaje.

Compruebo que la estabilidad mejora mucho la nitidez e incluso la claridad, cuando la luz va bajando. El hecho de que todo esté quieto hace que me pueda fijar más en los detalles y, no lo descarto, lograr un enfoque más fino.

Prueba de vida: tomo -sin problemas y en un pispas- una fotografía con el móvil, a través de los prismáticos. A pulso, sujetándolos con una mano, con 16 aumentos y la cámara en función x2. Las garritas de un cárabo se ven perfectas.

Probando en las estepas.

Animado por la intimidad que estos prismáticos y yo íbamos teniendo, me atreví a una breve salida donde ponerlos a prueba en un espacio en el que podrían dar todo lo que son capaces. Vamos a por sisones.

Antes de nada y para evitar emociones no deseadas, confirmaré que no vi ningún sisón.

La mañana se planteaba con recorridos por caminos de tierra, algunos escaneos más metódicos de ciertas áreas y paseos para llegar a puntos de interés. El paisaje era ondulado, con alternancia de cultivos y barbechos bien crecidos, algunas parcelas de frutales y viñedos y frecuentes arroyos, que en esta época del año tienen agua.

En las zonas más despejadas, los Kite en cuestión se mostraron perfectos para utilizar desde el coche, pudiendo observar animales a distancias que no forzaban su huida.

En la misma línea, la distancia a la que te permiten trabajar con aves pequeñas hizo que resultaran muy útiles -mucho- para localizar aláudidos. Con el ángulo y luz adecuada, el cacharro te deja fijarte en un área de manera muy rápida y con el estabilizador permanecer escudriñándola bastante tiempo.

Con otras dimensiones, también resultaron muy útiles para barrer visualmente huertas de frutales y viñedos. Ya sea porque seas prudente y no te guste pisar tierra ajena o porque sepas de buena fuente (experiencia) que esos pajaritos que has visto meterse tras la quinta fila de almendros echarán a volar tan pronto como metas un pie en el huerto, el caso es que estos prismáticos te parecerán muy adecuados para echar un vistazo rápido en sitios así.

Kite no ha usado su mejor cristalería en la construcción de estos prismáticos. La sensación óptica es de estar mirando a través de binoculares de gama media, con todo lo que eso conlleva. Así que mirar el vuelo de una imperial contra un cielo azul brillante de mediodía, teóricamente, no es lo mejor que puedes hacer con ellos. Sin embargo, el estabilizador compensa incluso las aberraciones cromáticas cian y magenta. No, por supuesto que no hay ningún milagro fotoquímico. Es sencillamente que la serenidad y paz que el artilugio le regala a las pupilas logra que los, en otro momento inaguantables chafarrinones psicodélicos multicolores en la silueta del buitre negro, pasen a ser solo unas notas de color desafortunadas.

En definitiva: la estabilización compensa, además de las vibraciones, muchos otros inconvenientes.

Las pegas.

Obviamente, no todo el monte es orégano. Si no fuera así, el artículo llevaría por título “¿Qué haces ahí sentado? Corre a por unos antes de que se agoten, pardillo”. Los Kite 16×42 APS tienen sus pegas y estas son las que yo les he encontrado.

* No sustituyen a nada. No puedes retirar de tu equipo ni los prismáticos, ni el telescopio. Es algo a añadir.

* Al tener un ángulo de visión tan estrecho, en distancias cortas pierdes referencias. Ves un pajarito que se ha metido detrás de una rama que se tuerce hacia abajo, justo encima de una piña, encaras los prismáticos y tienes que hacer varios barridos antes de encontrar la famosa piña. El pájaro hace rato que voló.

* En bosque y distancias cortas, la profundidad de campo limitadísima hace que lograr el foco sobre el área donde puede ser que estuviese el ave, se convierta en muy difícil. El pájaro hace rato que voló.

* El ángulo estrecho hace que pillar a un ave en vuelo rápido sea complicado. Dos veces vi peregrinos a simple vista, que con los prismáticos ni alcancé a encuadrarlos. También este pájaro voló antes de poder localizarlo.

* El estabilizador hace que la imagen llegue y se pare un poco después de que tú hayas terminado de hacer el movimiento. A través de ellos, entras en un mundo sin movimientos bruscos ni paradas rápidas. Como cuando tienes migrañas o resaca y haces un giro brusco de cabeza. Esa sensación puede llegar a ser mareante, dar sensación de vértigo o de que te falla el equilibrio. Nada importante, por supuesto, pero desagradable si la sesión se alarga o hasta que te acostumbras.

* En larga distancia y con tantos aumentos, si el sol calienta el ambiente (y especialmente si el suelo está frio) la refracción de la luz hará que su uso se vea entorpecido. La calidad de un telescopio compensa esta aberración visual, pero estos prismáticos no pueden con ella.

* La disposición de los oculares hace que abrirlos y cerrarlos para adaptarlos a distancia de tus ojos, no sea una tarea que puedas hacer teniéndolos ya delante de tu cara. Si los compartes puedes perderte algo interesante.

Son casi todos, como puedes ver, problemas propios de algo con tantos aumentos y una luminosidad limitada. Porque el resto del concepto funciona de maravilla: el estabilizador es magnífico y los prismáticos son cómodos de usar.

Serían una elección perfecta si vas a necesitar tantos aumentos y la carga de peso es un inconveniente, ya sea por las distancias a recorrer o por el espacio de almacenamiento disponible. Perfectos para subir a la montaña.

También podrían ser una opción para viajar. ¿Podrían cámara, prismáticos, telescopio y trípode ser sustituidos durante dos semanas por solo cámara y los Kite?

Por supuesto, es fenomenal para los que padecemos de mal pulso y sería una muy buena opción para los que usan los prismáticos con una sola mano, porque en la otra tienen la lista de Ebird abierta, una guía de identificación o el lápiz del cuaderno de campo.

Y, atención, los problemas de exceso de aumentos se solucionan adquiriendo unos más contenidos en ese sentido. La gama incluye unos 12×42 (muy razonables y equilibrados), 12×30 y 10×30.

Son, en definitiva, unos prismáticos muy interesantes y que posiblemente aumenten su utilidad según los uses y te hagas a sus particularidades. Pienso en que, para algunas aplicaciones profesionales, como guía de ecoturismo o agente forestal, pueden llegar a ser fundamentales y que para el pajarero de tomo y lomo pueden ser muy útiles. ¿Pero, son indispensables con sus 1000/1200€ de coste? Por supuesto que no: si no, no serían una maravillosa excentricidad binocular.

EN PRIMERA PERSONA.

Por nuestras manos pasan muchos equipos ópticos y fotográficos de todo tipo. Unos son adquisiciones, otros son fondo de armario y otros son préstamos por parte de comercios especializados o marcas. Pero, por el momento, no nos debemos a nadie y no hay ni perras ni favores de por medio. Las opiniones vertidas en los artículos bajo este epígrafe tratan de ser lo más equilibradas, sinceras y amplias. Pero no serán del todo objetivas, ya que responden exclusivamente a nuestros gustos, querencias y experiencias.

No somos ingenieros ópticos ni técnicos especialistas. Somos usuarios con espíritu crítico y con el ojo hecho a estos temas, por años de profesión fotográfica.


Swarovski 8×25: tan pequeños como útiles.

La búsqueda de unos prismáticos que me permitieran caminar durante largos paseos cargando con el equipo fotográfico o el telescopio con trípode (o ambos trastos a la vez), hizo que mi atención se centrase en unos binoculares de bolsillo. Esta fue mi elección.

Una herramienta para tener siempre a mano.

Mis cervicales son el culmen de una condición física que podría ser mejorable en muchos aspectos. Hace años ya me obligaron a cambiar de marca y sistema fotográfico. Mi trabajo como tal, por entonces, me exigía caminar durante jornadas interminables -cargado con equipos ridículamente pesados- que siempre terminaban con vértigos, condicionando mi inquebrantable plan de ir a captar tal o cual escena nocturna.

Aunque el peso de los equipos fotográficos de hoy en día no es el mismo y que el uso de un buen arnés de hombros para eliminar la carga sobre el cuello mejora mucho la situación, en mi caso no era cuestión de ir añadiendo peso a mis espaldas, como si de una mula arriera se tratara.

Y luego está el tema del pulso. La genética me privó de muchas de las virtudes y excelencias de mi madre, pero, como testigo de mi origen familiar, me otorgó ser portador del mal del temblor vital. En mi caso es una pequeña vibración en los dedos que, en momentos de esfuerzos físicos, de un mal descanso o de tener el día loco, empieza a ser más visible. Sobre todo, cuando te echas a la cara unos prismáticos. Con un poco de concentración y cuidando la respiración, la cosa no es para nada limitadora. Pero ¿cómo contener el aliento y la emoción cuando llevas horas subiendo, -cargando con equipos y tras haber dormido poco (maldito chotacabras)- y ves por fin al animal que te ha llevado hasta ese remoto lugar? Mejor un 8x que un 10x.


Una cómoda funda para cinturón viene incluida en la caja.

Teniendo esto claro, me planté en Ópticas Roma, de Madrid. Hay muchas cosas que puedes permitirte comprar por catálogo o en páginas web. Unos calzoncillos, por ejemplo, si son de algodón y tu talla, con elegir el color o el estampado ya están las decisiones tomadas. O, vamos con algo más serio, un objetivo de varios miles de euros: sabes el que quieres o necesitas y no hay tantas posibilidades donde elegir. Lo puedes adquirir en tu web de confianza, que normalmente coincide con la que ofrece un mejor precio, pero sin pasarse. Sin embargo, con los temas de óptica, esto no es tan así. Hay varios condicionantes que exigen probar en primera persona los posibles candidatos. Dicen que no hay dos ojos iguales y que lo que es inmejorable para uno, es medianito para otra. Tras darle muchas vueltas, creo que hay más agentes. Peso, tacto, ergonomía, todo ello en relación con tus sentidos y miembros. A lo que habría que añadir los condicionantes, requisitos y manías personales, sin olvidar las características técnicas. En definitiva, mejor ir y probar y sentirse cuidado por verdaderos expertos.

La elección.

Cuando acudes a una tienda de ópticas de observación, a diferencia de una especializada en calzoncillos, la gracia está en que puedes probar todo lo que más o menos se adapta a tus necesidades. No es como un concesionario de coches, donde te abren las puertas, te sientas, te ponen la miel en los labios y te cascan el presupuesto. En estas puedes mirar a través de ellos, tantear su manejabilidad, espiar palomas o cómo alguien se hurga en la nariz y comprobar así el manejo y tu adaptación a ellos.

Una vez en el establecimiento, un primer despliegue elemental de equipos. Tres prismáticos de gamas media, media-alta y alta para empezar el ritual. Vas comparando de dos en dos, uno en cada mano, buscando defectos. Yo soy muy quisquilloso con las aberraciones cromáticas. Esas líneas azules, verdes o magentas que aparecen en el borde de los objetos, especialmente cuando están a contraluz. Ese coloreado que echa al traste cualquier identificación de un pajarito pardo-verdoso y pequeño en lo alto de un árbol.

Aunque en un principio se trataba de un equipo secundario, algo que iba a trabajar colgado del lado izquierdo, mientras en el derecho está la cámara, tenía que ser necesariamente resistente. Porque sí: cuando tienes dos manos y llevas colgado tu mejor equipo fotográfico, ante la lluvia, el polvo o una caída, a lo demás lo pueden ondular. Quería, pues, algo resistente, estanco, con buen servicio post venta y que no se empañase. Además de ligero, cómodo y pequeño. Tenía que ser una primera marca.

Tras eliminar de la ecuación excelentes opciones de menor categoría, soñé con los buenos de verdad. Allí, sobre el mostrador de cristal, estaban el Swarovski CL Pocket 8×25 y el Leica Ultravid 8×20 BR Aqua Dura.

Ante materiales así, sabiendo que los dos cumplen con creces todas las exigencias técnicas, para decidirse solo queda estudiar cuál se adapta mejor a tus ojos, cuál encaja mejor en tus manos. En definitiva, cuál de esas dos obras maestras, claramente, fue fabricada para pasar grandes y emocionantes momentos contigo.

Y los Swarovski se vinieron al nido conmigo.

Cámara colgada: los 8×25 apenas añaden peso al arnés. Los pequeños oculares pueden ocasionar algún problema que se soluciona apantallando la luz con los pulgares.

… mucho tiempo después…

… aproximadamente dos horas, había descubierto que esta pequeña maravilla entraba en los bolsillos de una cazadora o en los laterales del pantalón. 11 centímetros de largo, plegables a lo ancho, y 345 gramos es lo que tienen. Entonces me acordé de la gran máxima del fotoperiodismo: la mejor cámara es aquella que llevas encima cuando aparece la fotografía ante ti. Estos eran un poco igual. Se acabaron las dudas sobre si aquella gaviota que vi en un paseo por la playa después de comer con unos amigos era cáspica. Estos prismáticos podían venir conmigo en cualquier ocasión y a cualquier parte.

Normalmente, si voy al monte, al campo o al parque (este 2024 ha empezado muy de ir a ver pájaros dónde sea, por cierto) siempre llevo la cámara o el telescopio, o todo a la vez. Así que esa idea inicial de situar a los 8×25 como “secundarios” y primar el uso de mis prismáticos grandes pasó rápidamente a un segundo lugar y estos pequeñines se han convertido en inseparables.

No voy a cometer la estupidez de decir que no tienen defectos. De hecho, voy a listarlos por si a alguien le son útiles.

* Que sean plegables tiene sus ventajas, pero al hacerlo sobre dos ejes, abrirlos para que la distancia entre los oculares y los dos ojos coincida lleva, materialmente, el doble de tiempo. Todos sabemos que tardar dos segundos, en lugar de uno, a la hora de fichar un pajarillo nervioso y fugaz, es un mundo. Aunque te haces pronto a ello, hay que tenerlo en cuenta y recordar guiñar un ojo y no perder tiempo en caso de necesidad.

* Por esa misma razón, no es un equipo apto para compartir durante una salida.

* Tengo manos normales, quizá tirando a grandes, y no tengo problemas de uso con estas lentes. Pero quizá a alguien con dedos gruesos y una mano de mayores dimensiones estos prismáticos le resulten como un cacahuete en la boca de un mastín: imposibles de asir y manejar.

* Los cristales son buenos y dan mucho de sí. Es el caso de ese limitado 25 de luminosidad, que arroja una pupila de salida de tan solo 3,25mm . Se comporta muy bien en zonas de sombra y bosque, tiene un contraste muy ajustado y ni rastro de aberraciones cromáticas. Responde en días extremadamente bajos de luz, pero cuando baja el sol se te acaba la fiesta antes que a nadie.

* Son unos binoculares de localización, para una observación pausada no son cómodos. Su campo de visión de 119m a una distancia de un kilómetro tampoco te permiten ver la escena en toda su extensión. No son los más indicados para escanear la ladera de una montaña boscosa en busca de una manada de lobos.

* Sobra decirlo, son 8x y si tu lugar de campeo favorito son unos humedales o te apasionan las marinas, estos no son tus prismáticos.


Se trata de limitaciones más que de defectos. Para subsanarlos solo hay que irse a unos 10×42 o más allá, es sencillo.

Por lo demás, son unos binoculares discretos, que sin correa llevas en la mano con total seguridad, resistentes a la intemperie -mi unidad ha probado el agua de mar, la lluvia y la fina arena del Sáhara sin decir ni mu- y con toda la calidad de una marca con un prestigio conseguido haciendo las cosas bien.

Tienen un precio que ronda los 800€, similar a los prismáticos tope de gama 8×42 u 8×44 de casas como Minox, Nikon o Kite, excelentes marcas de gama media o media/alta. Entiendo que la “menor” cantidad de cristal -que es lo realmente caro en la óptica- de tener una luminosidad reducida de tan solo 25 (el diámetro de la lente frontal), hace que puedas tener la calidad de una primera marca por la misma cantidad de dinero. Y, de verdad, y aquí sí me mojo, ese extra de calidad general que ofrece la marca suple muy bien la limitada luminosidad de este pequeño modelo. 

EN PRIMERA PERSONA.

Por nuestras manos pasan muchos equipos ópticos y fotográficos de todo tipo. Unos son adquisiciones, otros son fondo de armario y otros son préstamos por parte de comercios especializados o marcas. Pero, por el momento, no nos debemos a nadie y no hay ni perras ni favores de por medio. Las opiniones vertidas en los artículos bajo este epígrafe tratan de ser lo más equilibradas, sinceras y amplias. Pero no serán del todo objetivas, ya que responden exclusivamente a nuestros gustos, querencias y experiencias.

No somos ingenieros ópticos ni técnicos especialistas. Somos usuarios con espíritu crítico y con el ojo hecho a estos temas, por años de profesión fotográfica.


AEFONA se pasea por las Tablas de Daimiel.

Aún con la noche cerrada rodeándolo todo, los vehículos de los socios de AEFONA se dirigían a la entrada del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel. Este espacio, que ostenta la máxima protección desde el año 1973, tiene la buena cosa de ofrecer un área de interés suficientemente amplia, para que el visitante pueda disfrutar de la fauna y flora y hacerse una idea muy real del Parque Nacional y los motivos de su protección, sin que eso suponga abrirlo a la vorágine de curiosos, observadores y fotógrafos.

Porque siempre conviene recordar que los fotógrafos de naturaleza y fauna silvestre podemos llegar a ser un elemento muy dañino. Ya sea de forma puntual o continuada, o por la gestión que hagamos de nuestra afición o profesión -en cualquier caso, pasión- los fotógrafos, si nos descuidamos, nos convertimos en un agente nocivo para la biodiversidad. No hace falta profundizar en este punto: lo sabemos propios y ajenos.

Por eso, ahora que este tipo de actividad está tan en boga, es imprescindible la existencia de asociaciones como AEFONA. Velar por una práctica sensata de la actividad es defender su continuidad. Y proponer un desarrollo sostenible de este tipo de fotografía es cuidar de su futuro. En el caso de AEFONA, la preocupación -que podríamos llamar fundacional- por mantener una línea de reafirmación del potencial conservacionista de la fotografía, así lo manifiesta. Ahí queda el decálogo sobre fotografía ética, que debería ir impreso y adjunto con cada objetivo de más de 400mm de distancia focal que se venda.

AEFONA tiene reservado con carácter perenne el puente de diciembre, el de la Constitución, para celebrar su congreso anual. Todos los años, como una tradición, fotógrafos y fotógrafas de naturaleza ponen rumbo allá dónde la Junta Directiva propone. Esta era la ocasión número 31. Durante los días del evento, además de la junta anual de socios, se suceden conferencias, exposiciones, presentaciones y mesas redondas. Ya sea a través del concurso de la asociación, de la expo temporal, de los libros o las introducciones a sus trabajos dentro del programa oficial, los miembros aparcan por unos días los visionados vía Instagram y practican el excelente ejercicio de la contemplación del trabajo de los demás en directo. ¡Qué manera de aprender!

La asociación está viva y se actualiza. Hay socios, fotógrafos de la vieja guardia, que recuerdan lo difícil que era todo cuando había que pelearse con las diapos. El vídeo y los drones culebrean entre las instantáneas abriéndose hueco. Los asistentes permanecen absortos ante la brillante calidad de la joven fotógrafa, que se convierte en referente instantáneo. Todo junto a jóvenes fotógrafas y fotógrafos marcando el ritmo del futuro con sólidas ideas. ¡Qué manera de aportar y trabajar por la asociación!

Una concienzuda organización y un uso de los contactos muy adecuado. Se manejaba la posibilidad de que los más interesados en entrar en el Parque Nacional pudieran acceder, de manera excepcional y en número limitado, a algunas partes de la zona de reserva. Finalmente se anuló. Por lo visto, el nivel de desecación del Parque y la proporcional ausencia de fauna hacían más recomendable la visita a la zona abierta al público: “A nadie le gusta que vean su casa sin barrer”, parece ser que comentó el enlace en el organismo público.

Rompiendo la oscuridad, la luz de los faros iluminaba una interminable cantidad de cultivos alineados, filas paralelas de árboles de dimensiones ridículamente iguales, como parterres versallescos, pero con el suelo roturado, en lugar de cuidado césped. A través del rabillo del ojo, el ritmo constante del pasar del ejército de ramas entra en la materia gris creando una vibración que no ayuda, en absoluto, a mantener la forzada vigilia.

Son olivos jóvenes. De intensivo, con su regadío y dimensionados para que la máquina que lo hace todo pase entre ellos recogiendo el fruto. Arrancaron los viejos. Este nuevo sistema es mucho más rentable. Se apuesta todo a unos pocos años de vida del árbol, se exprime a tope y en unas temporadas se reemplazan. No se dejan crecer en altura y, vistos desde arriba, son como un seto -estrecho, largo y cuadriculado- para que la máquina pase entre ellos sin posibilidad de engancharse con las ramas. Una planta de producción robotizada al aire libre.

Entre sus inconvenientes, las aves que se refugian en ellos por la noche y que mueren al ser sorprendidos por el robot vareador durante la recolección nocturna. Nocturnidad por intensivo y porque, dicen, se extrae más aceite debido al fresco de la noche.

Divididos en dos grupos, los socios caminan al amanecer por los senderos y pasarelas del Parque. Hay un interés especial por ver a las grullas. Sorprendente, no es el mejor lugar para ello. El cielo es gris plomo y el sol solo asoma de forma ocasional y muy desganado. Grullas y gansos rompen el silencio y atraviesan el cielo, muy bajos. Patos colorados nadan tranquilamente. Todos los habitantes parecen estar, hasta cierto punto, acostumbrados a la presencia humana, incluida la confiada pareja de cerceta pardilla. Personas con cámaras de fotos en un día perfecto para tomar instantáneas.

En el último tramo del recorrido, casi junto a la salida, se escucha un borboteo grave, profundo. La zona abierta al público general del Parque Nacional se mantiene con agua gracias al aporte artificial. Se riegan cultivos artificiales y se riegan artificialmente sistemas lagunares naturales.

Olivos en regadío. Aves muertas y regadíos junto, pegado, a un Parque Nacional que se muere de sed. Arriba decía “desecado” y no “víctima de la sequía”. No era un error.

Ojalá fuera tan fácil actualizar los criterios y protocolos encaminados a asegurar el futuro y buen estado de un espacio natural como lo es en el caso de una asociación.


Aves de España y de Europa. Una guía (fotográfica) de identificación.

Aún felices por poder tener en mano las famosas fichas Zumeta digitales en formato libro ( Atlas de identificación de las aves continentales de la Península Ibérica , Blasco-Zumeta y Heinze, Tundra Ediciones 2023) y por el lanzamiento de la 3ª edición de la mítica e inigualable guía de campo Svensson ( Guía de aves. España, Europa y región mediterránea , Svensson, Mullarney y Zetterström, Ediciones Omega 2023), esta última editorial nos sorprende con la impresión en castellano de Aves de España y de Europa: una guía de identificación, escrita por Rob Hume, Robert Still, Andy Swash y Hugh Harrop.

Como muestra de la renovada y contundente apuesta de Omega por el mundo pajaril, nos fijaremos en un precioso detalle. Ambas guías, la Svensson y esta que hoy os presentamos, tienen en portada al pechiazul. Como elemento diferencial, la tapa de una es un hermoso dibujo y la de la otra una espectacular fotografía.

La guía está abalada por BirdLife International y utiliza el tratamiento de las especies y subespecies, así como los nombres científicos que marca esta organización. Esto lleva a la paradoja de que, en las dos guías, editadas por la misma empresa y en el mismo año, la curruca zarcerilla aparece de dos maneras diferentes: en la clásica, como “Sylvia curruca” y en la novedosa, como “Curruca curruca”. Un sinsentido que realmente debería terminarse con una conciliación universal de la nomenclatura.

Un ejemplo de collage de identificación de actitudes y especies que pueden generar conflicto.

Dos datos definen el concepto con el que se creó esta obra: se trata de un manual de identificación (no una guía de campo) y las ilustraciones son fotográficas. Lo primero significa que nos encontramos con un libro que, a pesar de sus dimensiones contenidas (24×17 cms), sus 640 páginas de excelente papel de calidad fotográfica lo convierten en un volumen pesado. En cuanto a lo segundo, solo cabe maravillarse de los magníficos resultados fotográficos que se obtienen al aplicar una perspectiva científica.

Es, efectivamente, una guía de identificación. Todo en ella está destinado a convertirse en una máquina de papel para definir el ave que estamos viendo. La primera sorpresa agradable es que la estructura de cada apartado es diferente: no es igual identificar gaviotas -con sus plumajes juveniles, tan complejos y semejantes- que limícolas y sus mudas de reproducción o rapaces, con las diferencias por edades, sexo y fases, todo ello, en vuelo y paradas. Como detalle interesante, si una especie tiene un conflicto de identificación con otra u otras aves, han incluido un cuadradito verde bien visible con los nombres y páginas donde las puedes encontrar de forma inmediata.

Una ficha cualquiera incluirá diferentes plumaje teniendo en cuenta mudas o edades.

Si el grupo, o fracción de grupo, de aves así lo requiere, el apartado comenzará con una lámina compuesta por fotografías de los pájaros involucrados, en actitudes semejantes. Por supuesto, si el conflicto de identificación lo generan las edades, sexos o subespecies, también saldrán reflejados. Por ejemplo, “Alcas y afines” comienza con dos collages titulados “Alcas y afines en vuelo”, uno, y “Alcas y afines” en invierno”, el otro.

Una vez terminado el compendio de aves del continente -con los escribanos, claro-arrancan los apartados para rarezas (muy extenso), divagantes e introducciones. El conjunto total de especies tratadas en el volumen es de 928, que son el total de las registradas en Europa. Para ello, los autores han empleado 4.700 fotografías, obtenidas gracias a la colaboración con agami.nl, que es una agencia de stock fotográfico especializada en aves, asombrosamente amplia.

Podría parecer que toda esta extensión y amplitud llegaría a complicar un uso rápido de la guía. Nada más lejos de la realidad. Hay que hacerse a su peculiar diseño, a cómo este libro te entrega la información, y confiar en el magnífico trabajo de los maquetadores. Llegado este punto, hay que describir el índice. Se acabaron los megacapítulos tipo “limícolas”. En este libro esa categoría la componen 12 apartados. En total -sin contar rarezas y divagantes- son 97 divisiones de aves, cada una de ellas ilustrada con un ave referencial que, de un solo vistazo, te pone sobre la pista en tu proceso de identificación. Para hacerse una idea, el índice de la Svensson lo conforman 65 apartados.

La guía tiene muy en cuenta los «jizz» de las especies.

En definitiva, estamos ante una herramienta de identificación muy útil. Apta para noveles, útil para avanzados, indispensable para fotógrafos de fauna y fundamental para veteranos, a los que difícilmente aportará algo nuevo, pero que necesitarán perentoriamente tener un futuro clásico en su nutrida librería.

Como fabricar una funda para teleobjetivo.

No, no es tan bueno como los de fabricación industrial y no protege tanto del agua, pero es 30 veces más barato y un sustituto accidental si las marcas no fabrican o importan uno para tu modelo de lente.

Arrancamos nueva sección: fotografía. Y lo hacemos de una manera un tanto rara. No es un editorial que indica la senda que seguiremos, no es un reportaje en profundidad sobre un autor o una técnica, ni una toma de contacto con un nuevo equipo. Lo hacemos con un tutorial, en vídeo, y que además es el primero que hacemos. El vídeo, en formato tutorial clásico, realizado con todo el cariño, consiste en una adaptación del sistema ya presentado por Manuel Mariscal, y empleando materiales económicos y fáciles de conseguir.

Esperamos que os se útil y ya nos contareis en comentarios que os parece y como lo habéis adaptado a vuestros objetivos.

El fotógrafo de fauna

Antonio Liébana acaba de publicar El fotógrafo de fauna, un libro llamado a convertirse en el manual indispensable para todos los que comienzan en esta especialidad fotográfica.

Para todos los que comienzan y para los que llevan media vida documentando la vida silvestre, ya que Liébana ha tenido la generosidad de contar muchas de las técnicas y trucos personales que él emplea para desarrollar su trabajo. Pero empecemos por la primera página. Estamos ante un manual eminentemente práctico, didáctico y muy real. Está dividido en capítulos y a su vez organizado por categorías que se subdividen en temas. Bien, pues es tan práctico y tan real que el primer asunto que trata lleva por título “El Precio”. A partir de ese punto, desgrana de forma ordenada, lógica y muy sucinta todo lo que el aficionado que se quiera adentrar en este proceloso mundo de la fotografía de animales silvestres necesita saber sobre equipos y principios básicos de fotografía. Se pasan páginas -que como cabía esperar están brillantemente ilustradas- y se empieza a leer sobre composición y situaciones lumínicas especiales, ya para fotógrafos que saben lo que hacen. Y así, como quien no quiere la cosa, uno está leyendo sobre técnicas avanzadas o una interesantísima docena de casos prácticos de cómo fotografiar especies concretas.

Por muy veterano que se sea en estas lides, la profesionalidad y los 25 años de experiencia de Liébana esconden conocimientos interesantes para todo el mundo.

En El fotógrafo de fauna no se deja nada atrás: se tratan temas como la mochila más adecuada, cómo afecta la meteorología a nuestros trabajos y algunos consejos para viajar. Por supuesto, explica técnicas de acercamiento, detalles sobre posaderos y se explaya en el mundo hide. Mucho del trabajo producido por Liébana sale de largas jornadas de espera en todo tipo de escondites, así que no es de extrañar que dedique espacio a los aguardos y sus modalidades y variaciones: hides comerciales y públicos, de lujo, baratos, artesanales, hidrohides, con cristal o de tela, comportamiento dentro del escondite, sillas adecuadas e incluso habla de temperaturas, asuntos fisiológicos o calendarios de ocupación.

Ética fotográfica

También tiene un hueco para introducir el capítulo de la ética fotográfica y el comportamiento que ha de tener el fotógrafo frente a la fauna silvestre, sin olvidarse de la conservación. Ofrece un par de páginas recordando las normas básicas. Este tipo de contenido es frecuente y siempre que toca asuntos potencialmente delicados o directamente peligrosos para los animales no duda en explicar cómo no hay que hacer las cosas, repitiendo en varias ocasiones las máximas esenciales de la fotografía de naturaleza, tales como “el animal prevalece siempre sobre la fotografía”.

La edición del libro es sencillamente excelente y a las impresionantes fotografías, solo por las cuales ya merecería la pena la adquisición de la publicación, se suman unos dibujos y gráficos explicativos muy adecuados. Lo conciso de los textos, yendo directamente al grano con claridad y sin ambages, recuerda a los contundentes párrafos explicativos de Michael Langford en su mítico La fotografía paso a paso.

Tras darle muchas vueltas, solo soy capaz de encontrar un defecto, que al tener tantas ventajas deja de ser defecto y es virtud. El formato, grande y apaisado de proporción 4:6, es una gloria para la reproducción y visionado de fotos. Da gusto abrir el libro y pasar hojas, que siendo tan grandes hacen de abanico para acercarte el olor a buen papel y mejor tinta. ¿Que con esas dimensiones pierde algo de la practicidad propia de un manual didáctico de uso frecuente? Sí. ¿Que muchos grandes libros de este tipo, aunque de otras temáticas, llevan el mismo formato? También. ¿Y que, ¡qué más da!, si además este libro está pensado para ser devorado tranquilamente en un lugar confortable?.


Dejamos para el final el espíritu que Antonio Liébana ha sabido añadir a la publicación. Cabría esperar que, con la infinidad de datos técnicos, dificultades y costes descritos en el libro, el lector se viese abocado a contemplar la fauna desde el balcón, mientras medita sobre lo leído, pero no. El carácter eminentemente práctico y la invitación permanente al factor “disfrute de la naturaleza”, empujan al fotógrafo -ya sea aficionado o profesional- a echarse al monte y poner en práctica lo aprendido. Porque, ¡ojo!, que por muy veterano que se sea en estas lides, la profesionalidad y los 25 años de experiencia de Liébana esconden conocimientos interesantes para todo el mundo.