Bienvenidos a la cueva de las tentaciones.

Una tienda de efectos para policías, un comercio digital especializado en cuerdas de escalada y un artesano de la fabricación de objetos de cuero pueden satisfacer las necesidades de los aficionados y aficionadas a ciertos deportes de alcoba. Otra cosa es que se sientan a gusto pidiendo comprobar el tacto de unos grilletes a un armario de gimnasio de nuca rapada y que viste una camiseta negra tres tallas más pequeñas de las recomendadas por las autoridades sanitarias para el correcto flujo del torrente sanguíneo. Podrían quedar defraudados al ver que la flexibilidad de la cuerda no es la adecuada, o al notar que el fabricante de marroquinería utiliza un tinte que cuesta quitar de la piel humana si, por alguna inesperada casualidad, el usuario de la pieza suda mientras la usa.

De la misma manera, el naturalista puede sentirse igual de desconcertado cuando al entrar en una armería para encontrar un visor térmico o una red de camuflaje el dependiente le pregunta si es para hacer esperas nocturnas de jabalí o para el puesto de la media veda. Lo mismo pasaría, si al entrar en una óptica de barrio, para interesarse por unos prismáticos adecuados para manejar en un bosque cerrado, le ofrecieran unos “que van muy bien en la playa”, con unos cristales rojo atmósfera marciana. O si entrara en una librería generalista para preguntar por una guía de herpetos recientemente publicada y le remitieran a la sección de “hongos” en las estanterías de “salud y bienestar”.

Sí, existe el comercio digital, pero… ¿Cuál de las dos guías de aves de Sumatra publicadas en el mundo es la más adecuada? ¿Cuál tiene las ilustraciones más útiles? ¿Tendrá este libro el tacto, olor, peso y dimensiones que encajen en mis manías adquiridas a base de compras fallidas en internet? Esos prismáticos 10×42 tan económicos ¿para qué servirán mejor: para ver pardelas o para generar úlceras en el orbe ocular?

No hay nada como dejarse asesorar por expertos profesionales, ojear y toquetear. Y si los amantes de las bolas de billar rojas sujetas a un arnés bucal tienen establecimientos con nombres como Hot Área o Sex Machine, nosotros, los naturalistas, tenemos Oryx. Y es un paraíso de las tentaciones.

30.000.

El establecimiento físico está en Barcelona y lo primero es advertir que, a pesar de lo dicho anteriormente, la librería Oryx tiene una web fantástica donde puedes adquirir todo lo que está disponible en la tienda. O, al menos, echar un vistazo al catálogo. Y aquí dejamos caer una cifra para poner al lector en circunstancias de lugar: Oryx presume de tener un catálogo de 30.000 títulos relacionados con la fauna, la biodiversidad, el ecologismo y los viajes surgidos de todo lo anterior. Repetimos: treinta mil títulos.

Nada más entrar -tras caminar con largos escaparates, no muy saturados, a ambos lados- viene la sensación de que, sea cual sea la agenda del día, se ha cometido el error de no reservar tiempo suficiente para la visita al establecimiento. .

Al rebasar el umbral se abre ante el visitante un pasillo de aproximadamente diez metros de longitud con volúmenes colocados en los anaqueles, desde el techo hasta el suelo. Todo perfectamente ordenado y organizado. Se siente vértigo ante guías de campo e identificación de todo tipo de animales, de todos los países a los que quieres viajar e incluso de algunos otros que añades inmediatamente a la lista, tras echar un vistazo a la guía en cuestión.

La caja registradora por la que habrás de pasar a la salida está parapetada tras la temible estantería de los diez más vendidos: crees que ya llevabas todo lo que estabas buscando, pero la estadística de ventas te hace añadir otro par de títulos. Ojito con pararse demasiado, quizá encuentres algún incunable que andabas tiempo buscando. Menos mal que tenías la famosa agenda.

Caminas y se abre el espacio. Literatura más técnica, monografías de fotografía, y otra mesa con best sellers -todo lo super ventas que puedan ser unos libros hoy (y de naturaleza)- dan paso al salón de los deseos de cualquier naturalista. Allí: equipos ópticos que van desde lupas de campo hasta formidables telescopios, un amplio catálogo de prismáticos y aparatos de visión nocturna de diversos tipos. Por supuesto, trípodes para soportar todo eso y mochilas para llevarlos. Sillas, hides y redes de ocultación para que no lo vean. Y, si no, fototrampeo, nidales y comida para aves.

A todo esto, miras el reloj y te das cuenta de que llegas tarde. La agenda, la maldita agenda y, sí: también hay sección de regalos para subsanar el problema.

Todo lo que un observador de fauna necesita sin salir de un local o de su página web.

Cata y Pepa

A Cata lo que más le gustan son las cabras. Pepa no puede escoger, se queda con todas las habitantes de la granja. Pepa tiene 10 años y Cata 11. Solo se llevan 16 meses.

A Pepa no le gustaría ser cazadora ni zoóloga, no le gusta estudiar a los animales encerrados y no le gusta la ciudad, porque allí se siente como si no cogiera el suficiente aire. Cata conoce el nombre de todas las cabras. No le gusta que haya muchos niños en las aulas, porque así no se puede aprender bien -pese a que saca unas excelentes notas- y le encanta provocar a su hermana. Ambas saben lo que comen, lo que beben y de dónde sale.

Pepa dice que no hay sitios para esconderse en Trujillo, que ella no tiene sitios. Ahora estudian allí y están a caballo entre la ciudad y el campo. Cata, sin embargo, usa toda la casa para esconderse, eso dice Pepa mientras ríen las dos. Cata sujeta la cámara en silencio dentro del hide que han construido con su padre, mientras Pepa me habla. Ayer pasamos dos horas aquí Javi y yo y apenas vimos nada. Hoy no llevamos ni diez minutos y ya se ha acercado el ruiseñor. Cuando cogen la cámara para hacer fotos aparecen todos los animales, parece que estuvieran esperándolas.                                                                                                                                   

En Las Lucías, Cata busca a sus dos amores, Cafetito y Marítima, dos chivitos. Pepa cuando necesita estar sola se va a la charca, aunque todo el mundo sabe dónde está. Las dos hacen gimnasia acrobática y tocan el piano. Les gusta la música y ver pelis en el ordenador resguardadas en la sombra de la siesta, después de un buen baño en la piscina.

Pepa no sabe porqué su padre tiene tantas cabras y además no le parecen tantas, porque «la mayoría de la gente tiene mil». Su padre a veces mata algún cabrito para la cena, que están muy ricos. Lo mata, lo destripa, le quita la piel, los cuernos y al día siguiente lo corta y lo mete en la nevera. A la oveja Rosita la criaron a biberón y ahora ya es bien vieja. Tampoco saben cuánto dura la vida de una oveja, ni hace falta, ese tiempo no es importante ahora.

Hablan de la jara pringosa, de la oropéndola y del bosque de robles, con la misma naturalidad que de lo que pasa en Piratas del Caribe, en sus juegos o en sus fotos. Les encanta enseñarlas y no es para menos. También me cuentan la historia de Martín Copo de los Milagros y me dicen que fue un cabrón prematuro nacido en la montaña. Su padre dijo que era un milagro, Pepa lo quería llamar Copo y Cata, Martín. Le encantan las flores amarillas y que le rasquen entre los cuernos y la cabeza, doy fe, pero no le gustan las margaritas, porque saben mal. Aquí en Las Lucías todos colaboran en las tareas y forman parte de los milagros diarios.

Ya no se tienen hijos con veintipocos, ahora se tienen con 30 tardíos. Educar a alguien, cuando tú estás en tu propia vida aprendiendo a saber lo que quieres, conlleva más intuición que prudencia (esta idea no es mía, me la contó una amiga y me parece muy real). Mi generación, e incluso la anterior, son padres cuyos hijos son, además de hijos, proyectos. Los hijos aparecen cuando ya se tienen muchas cosas claras en la vida. Para lo bueno y para lo malo, los padres son hoy, más que nunca, educadores activos de sus hijos.

Vivimos en una sociedad donde prima la “experiencia”, la aparente idea de ser más consciente solo por el mero hecho de dormir en el campo o hacer yoga en un retiro. Nos creemos más espirituales que el de al lado, porque hemos dejado el móvil apagado un día. Solo nos estamos mirando el ombligo, solo estamos pensando en nosotros y en nuestras vivencias. No tenemos ni idea del tipo de araña que nos acompaña en nuestra “experiencia” con la naturaleza, pero vamos pregonando las bondades y ventajas de estar en ese medio. Utilizamos la naturaleza en nuestro beneficio como terapia personal o como moda pasajera, como un medio para sanarnos, sin conocerla. La conservación implica conocimiento para saber comprender. Sin saber no podemos respetar, por mucho que insistamos en que hay que hacerlo.

Escuchando a Pepa en nuestro paseo tuve un alegrón; igual todavía podemos renacer como especie dentro del círculo que nos corresponde. Igual los más pequeños pueden encontrar la verdadera comunión con todo lo que nos rodea y enseñarla a los demás desde la naturalidad y la vivencia real. Estamos programados para conocer, lo sabes cuando escuchas y observas a Cata y Pepa, pero también sabes que es muy fácil programarnos por el camino de la ignorancia, la incomprensión y la falsa empatía.

Por eso, cuando miramos esos cuerpos pequeños que huelen a curiosidad, con cada paso y avance que dan, pensamos que hay algo que se nos había olvidado.

Por eso, Cata y Pepa nos delatan a través de sus actos y sus palabras.

Por eso, Pepe y Gema se han empeñado en que sus hijas descubran el territorio en el que viven para amarlo, respetarlo y, por lo tanto, tomen conciencia de poder conservarlo.

Por eso, esa vuelta al campo, a lo que nos conecta con el mundo, porque andábamos un poco desconectados.