UN VIAJE INICIÁTICO DESDE EL NIDO

El Vuelo del Grajo, desde su nuevo espacio de intercambio, nos regaló un viaje a través de la literatura de naturaleza, un periplo de altura, capitaneado por un zarapito fino.

La novela ¡Por todos los escribanos hortelanos!, de Carlos Lozano Robledo, editada por Bichomalo libros fue el pretexto y punto de partida del encuentro que tuviera lugar el pasado sábado 18 de febrero en El Nido.

Junto al autor y a la ilustradora del libro, María Álvarez Orgaz, el encargado de conducir el acto y darnos a conocer al zarapito protagonista fue el periodista Pablo Caruana Húder, crítico y especialista en artes escénicas, y, sobre todo, avezado lector, que confesó haber disfrutado con la historia de Fino, el ave protagonista de la novela de Robledo.

Comenzó Pablo su exposición realizando un estudio taxonómico de la obra, proporcionándonos características físicas del libro, al modo en que los biólogos hacen con las especies que estudian. Nos estábamos acercando al mundo de las aves.

A continuación, para entrar en harina, Pablo leyó un fragmento sobre los escribanos hortelanos que dan nombre a la novela, centrándose en la tradicional y vergonzante costumbre culinaria que se remonta al siglo XVII de cebar a los escribanos hortelanos y ahogarles en Armagnac, para mayor disfrute de los comensales, que vieron cómo se prohibía esta liturgia, a finales del siglo pasado.

A partir de estas palabras, que sirvieron como denuncia, botón de muestra de lo que los humanos somos capaces, Lozano ofreció datos de censo de estas especies en peligro de extinción. Ya estábamos claramente posicionados al lado de las aves y, por ende, preparados para emprender el vuelo.

Desde este momento, el auditorio congregado, compuesto por biólogos, observadores expertos y otras aves ajenas a la biología, la fauna y la observación, disfrutamos de la literatura con mayúsculas y de las aventuras del zarapito y sus alados amigos que, provistos de cualidades humanas, se convirtieron durante casi dos horas en compañeros de tarde.

Fino, el zarapito protagonista de ¡Por todos los escribanos hortelanos! emprende un viaje desde Asia, atravesando la estepa rusa y la vieja Europa, hasta llegar a África. Fino busca la comida que le permita volar kilómetros y kilómetros, pero, sobre todo, busca ese cisne negro que le acompañe más allá del día a día. Ese motivo para seguir viviendo.

El viaje, las migraciones y su inevitable traslación al contexto humano quedaron patentes, como no podía ser de otra manera.

Lozano que como hemos dicho humaniza a los animales a los que describe y que participan en la novela, profundizó en el sentir del protagonista, en su soledad, hasta llegar al momento de la depresión de Fino, aludiendo al tiempo en que, recalado en Marruecos, carece de fuerzas para levantar el vuelo. En este momento, los oyentes congregados empatizamos, más aún, con el ave.

Nos estábamos convirtiendo en pájaros. Como propusiera Kafka en su Metamorfosis, pero de forma infinitamente más amable.

Ya estábamos integrados como parte de la pandilla que acompaña a Fino en la ficción, dejándonos llevar y saboreando las anécdotas que trufan el discurso de autor y presentador.

Caruana -que traza un paralelismo entre la novela de Carlos y aquellas de aventuras que firmara Jack London y que tanto nos hicieran disfrutar- plantea una serie de preguntas a Lozano, gracias a las que descubrimos datos, nuevas especies de las que muchos no habíamos escuchado hablar y curiosidades como el número de horas de autonomía en vuelo.

Destaca Pablo que, si bien los personajes están humanizados y así reza el subtítulo de la novela, en su opinión, no se trata de una fábula, no hay un mensaje ejemplarizante. Lozano no es Samaniego, ni quiere serlo. Lozano, profesor de instituto habituado a la dialéctica y al uso oral de la palabra, responde rápido y ágil a las preguntas de su entrevistador, con ironía y a veces hasta con retranca que desata la carcajada en el auditorio.

Caruana señala en un momento de la conversación el hecho de que el autor parece haber leído a Sócrates y sus discípulos y cómo en los diálogos queda patente esta lectura. Nos queda claro entonces que Lozano no quiere sentirse seguidor de, ni influido por, pero, que si encabeza los capítulos con citas de autores, como Dickinson, Borges, Keruac o Dylan es más que probable que los haya leído, aunque en la charla citara a Ibañez y una anécdota protagonizada por el autor de Mortadelo y Filemón para, humildemente, desentenderse de estas influencias.

Para el final quedan las evocadoras ilustraciones de María, que, sentada al lado de Carlos destaca la locura de su autor y de la propuesta que acaba fascinándola y para la que hizo frente al lienzo en blanco, ilustrando las descripciones de Lozano, con color y calor.

Si la novela, según pudimos constatar, está cuajada de humor, la tarde también lo estuvo, de la mano de estos tres autores, que tuvieron la gentileza de acercarse a El Nido y que nos hicieron planear metros arriba en lo que para algunos de nosotros significó un viaje iniciático hacia la literatura de naturaleza.

El Nido, un nuevo antiguo salón de encuentro ha nacido.

En este no hay ostentosas lámparas ni oropeles, ni se pretende conspirar, en inicio, aunque si el fin es derrocar a un gobierno y nos ponemos, lo conseguimos. ¡Vaya si lo conseguimos! Aquí no hay muebles oscuros de ébano. Hay unas luces delicadas y pequeñitas que los visitantes más cercanos sabemos, claramente, son luciérnagas. Venidas de algún bosque remoto o cercano, quién sabe, pero seguro que también movidas por la curiosidad. No creemos que Dios los críe, pero está claro que los curiosos se juntan.

O para el pájaro perdido que siente el frío de la calle tras muchas horas de vuelo y quiere guarecerse acompañado y camuflarse tras una buena charla.

Este nido, tejido con las más suaves ramas que tú, ave de ciudad -en muchos de los casos- puedas encontrar, te ofrece acogida. Acogida y calor alrededor de una conversación.

Ubicado en uno de los rincones más emblemáticos de Madrid. Mar y Javier han dado (permitidme la imagen obvia) alas a un proyecto precioso que busca unir deseos, aunar ganas y creación.

La creación puede venir de la mano de la literatura, de la danza, del cine, de la observación, de todo junto o de nada en concreto. En este sentido, los grajos están abiertos a mostrar opciones que reúnan la calidad deseable.

Mar y Javi, padres de la revista El vuelo del ídem, se aventuran ahora en esta apuesta por juntar públicos, por enlazar personas, en una sala que comparte con otras, fundamentalmente, el deseo de intercambio. Pero este no es un espacio al uso, no se asienta en aforos ni en subvenciones, es, nada menos, que un lugar de acogida para el interesado, para el amante de la cultura en su más amplia concepción, para aquel que ve sus ideas o sus palabras respaldadas por un sello editorial y quiere compartir un rato y una conversación, lejos de tumultos y en calma; para el ave pollo que quiere asomarse por primera vez a un auditorio sin vislumbrar aún cual será el camino a seguir, o para el pájaro perdido que siente el frío de la calle tras muchas horas de vuelo y quiere guarecerse acompañado y camuflarse tras una buena charla.

Allí, pudimos escucharlas y mirarlas a los ojos, igual que ellas miran a los animales con los que trabajan.

Un espacio para el debate

Así, de esta forma, el pasado sábado pudimos intercambiar pensamientos con dos de las protagonistas de La osa que dejó una huella en el cielo, documental dirigido por Mar López que pone en el foco el trabajo de Luisa Abenza, Sofía G. Berdasco y Lorena Juste, mujeres que trabajan en el medio natural, recuperando especies, ayudando a encontrarlas o favoreciendo al profano la posibilidad de verlas y disfrutarlas.

Allí, en el séptimo -primer nombre tentativo de este nido, redacción de la revista- pudimos escucharlas y mirarlas a los ojos, igual que ellas miran a los animales con los que trabajan.

Técnicos y especialistas en fauna, rastreadores, conservacionistas y periodistas, junto a personas ajenas a este nada mundano entorno, pudimos adentrarnos en una conversación que fluyó por caminos rurales y montañas heladas, poniendo de manifiesto que lo importante, una vez más, es compartir.

Charlamos durante casi dos horas en torno a una mesita, sin conocernos, aprendiendo los unos de los otros y jurando volver a encontrarnos. En el mismo lugar.

Ahora que los bares de los barrios más míticos de la ciudad, aquellos en los que nos enamoramos y en los que hablamos y reímos hasta perder la cordura, echan el cierre, ahora que las calles de Madrid se han globalizado y a la esencia de la barra de zinc le ha sustituido un neón led, de menor consumo, pero agresivos efectos, ahora hemos inaugurado este lugar único en el que, por un rato, que suele ser largo, aviso, olvidarte de las rutinas y los quehaceres cotidianos, olvidarte de tus miserias, para ser tú. Solo tú, compartiendo en grupo.