Seamos otras. La osa que dejó una huella en el cielo.

“Preferiría no hacerlo”

Así llevo días, con esta frase en mi cabeza. Hace mucho que no escribo, pero si encima tiene que ser sobre La osa que dejó una huella en el cielo pues “preferiría no hacerlo”. A alguien se le ha ocurrido que tenía que ser precisamente yo la que escribiera unas líneas y pensé que estaría bien enfrentarme a ello, que seguro lograba sacar algo en claro. A veces funciono transformando la desgana en obligado reto. Esta, por suerte o por desgracia, es una de ellas. Así que como dije una vez a las alumnas de danza: “Hay que coger al cuerno por los toros” (las muy desgraciadas me han regalado una libreta con esa frase).

Es la primera vez que hago algo que se acerque a cualquier género cinematográfico. Bueno, una vez hice un vídeo de danza para una asignatura del Conservatorio. Me pusieron un cinco raspado, sin verlo siquiera. La profesora en cuestión decidió que como yo no había asistido a las clases no podía saber lo que hacía falta para hacerlo en condiciones. Luego lo vio y el cinco se mantuvo en el expediente. También hice un montaje a los 14 años, del típico vídeo de excursión para una asignatura, cuando estaba en 1º de BUP, y siempre me gustaba coger la cámara casera de mi padre y grabar a mis amigas o los paisajes y ponerle música -que de aquella era lo único que se podía hacer- a modo de hobby. Ya después, dediqué mi tiempo a las cosas del danzar, así que sin pensarlo muy bien cuando había que decir: “no, ¡coño!, ¿cómo se te ocurre que yo dirija un documental? Deberías hacerlo tú, es tu idea y tú eres el que sabe sobre audiovisual” dije: “mmm…bueno, vale”.

Todo comenzó con un posible reportaje, resultante del encuentro con tres mujeres conservacionistas para una revista de aviones. Con la reserva de la casa rural ya realizada, llegó la pandemia. Punto y aparte. Tuvimos mucho tiempo de pensamiento esos meses, cosa que da un poco de miedo conociendo los posibles senderos de las conexiones neuronales de mi amigo y compañero Marquerie, que ya solo con ese posible reportaje se había lucido. Así fue. Puntos suspensivos y el ideón; ¡Vamos a hacer una revista de observación y conservación de la naturaleza!

Mil párrafos, seiscientas comas, algún que otro punto y coma y varias enumeraciones de dos puntos. Los días pasaron y los trotamos recogiendo las mil posibilidades de proyecto. Nuestra primera portada, que inauguró la actividad que me ha robado a gran parte de mi compañero de batallas, fue en primavera de 2021. A partir de ahí, punto y seguido.

Entre todos estos signos de puntuación, las chicas esperaban pacientes e inconexas en nuestras cabezas, sin saber muy bien cuántas cosas queríamos hacer con ellas. Sin embargo, sabíamos que tenían un lugar importante y que había que dedicar mucho tiempo y cuidado a esa decisión. Íbamos construyendo el Grajo e íbamos dejándolas entrar y así, ellas, sin saberlo, viajaron con nosotras desde el nacimiento de El Vuelo hasta el día de hoy. Y lo que queda. Creo que es imposible entender la revista y sus derivas sin ellas. Lo que nos fueron enseñando ya con su presencia es harina de otro costal.

Las Osas.

Luisa, Sofía y Lorena son tres mujeres únicas que habitan en lugares rurales de la llamada España vaciada. Son mujeres que viven el día a día de una sociedad que piensa poco o nada en la conservación de las especies y la biodiversidad. Son mujeres que se enfrentan al ostracismo de las personas que no comprenden sus verdades. Trabajan incansablemente, casi de espaldas al nefasto futuro que se augura al planeta. Y a todo esto, además, son “mujeres en un mundo de hombres”. A pesar de todo, eso no hace que se paren, ellas siguen, como dice la propia Luisa. Es su incansable actividad, empeño y valentía, lo que genera la esperanza que muchas necesitamos.

Las grabaciones realizadas en el documental están hechas en sus lugares de trabajo, porque la idea era acompañarlas y conocerlas en su terreno. Los viajes y el tiempo compartido se transformaron en un regalo; su confianza y generosidad hizo posible encontrar el lugar desde dónde querer narrar. Mientras escuchábamos sus relatos no podíamos dejar de pensar en ese hilo invisible que nos une en lo desconocido. Nos maravillaba todo lo que no contaban, su presencia y su ausencia. Nos parecen el ejemplo perfecto del poder que uno puede tener sobre lo colectivo. Ellas no lo saben, también ahí radica su belleza y su verdad.

Nuestra tarea era más fácil: escucharlas, observarlas desde la pantalla y dejar que nuestra mirada construyera ese diálogo hacia el afuera; abrir la ventana por la que podáis mirarlas, por la que poder dejar entrar la luz y que el calor que a nosotras nos llegó entre en vuestros cuerpos. Creemos que tienen mucho que contar. A nosotras nos han cambiado, nos tienen paseando por nuevos senderos, nos tienen intentando ser otras.

El Nido, un nuevo antiguo salón de encuentro ha nacido.

En este no hay ostentosas lámparas ni oropeles, ni se pretende conspirar, en inicio, aunque si el fin es derrocar a un gobierno y nos ponemos, lo conseguimos. ¡Vaya si lo conseguimos! Aquí no hay muebles oscuros de ébano. Hay unas luces delicadas y pequeñitas que los visitantes más cercanos sabemos, claramente, son luciérnagas. Venidas de algún bosque remoto o cercano, quién sabe, pero seguro que también movidas por la curiosidad. No creemos que Dios los críe, pero está claro que los curiosos se juntan.

O para el pájaro perdido que siente el frío de la calle tras muchas horas de vuelo y quiere guarecerse acompañado y camuflarse tras una buena charla.

Este nido, tejido con las más suaves ramas que tú, ave de ciudad -en muchos de los casos- puedas encontrar, te ofrece acogida. Acogida y calor alrededor de una conversación.

Ubicado en uno de los rincones más emblemáticos de Madrid. Mar y Javier han dado (permitidme la imagen obvia) alas a un proyecto precioso que busca unir deseos, aunar ganas y creación.

La creación puede venir de la mano de la literatura, de la danza, del cine, de la observación, de todo junto o de nada en concreto. En este sentido, los grajos están abiertos a mostrar opciones que reúnan la calidad deseable.

Mar y Javi, padres de la revista El vuelo del ídem, se aventuran ahora en esta apuesta por juntar públicos, por enlazar personas, en una sala que comparte con otras, fundamentalmente, el deseo de intercambio. Pero este no es un espacio al uso, no se asienta en aforos ni en subvenciones, es, nada menos, que un lugar de acogida para el interesado, para el amante de la cultura en su más amplia concepción, para aquel que ve sus ideas o sus palabras respaldadas por un sello editorial y quiere compartir un rato y una conversación, lejos de tumultos y en calma; para el ave pollo que quiere asomarse por primera vez a un auditorio sin vislumbrar aún cual será el camino a seguir, o para el pájaro perdido que siente el frío de la calle tras muchas horas de vuelo y quiere guarecerse acompañado y camuflarse tras una buena charla.

Allí, pudimos escucharlas y mirarlas a los ojos, igual que ellas miran a los animales con los que trabajan.

Un espacio para el debate

Así, de esta forma, el pasado sábado pudimos intercambiar pensamientos con dos de las protagonistas de La osa que dejó una huella en el cielo, documental dirigido por Mar López que pone en el foco el trabajo de Luisa Abenza, Sofía G. Berdasco y Lorena Juste, mujeres que trabajan en el medio natural, recuperando especies, ayudando a encontrarlas o favoreciendo al profano la posibilidad de verlas y disfrutarlas.

Allí, en el séptimo -primer nombre tentativo de este nido, redacción de la revista- pudimos escucharlas y mirarlas a los ojos, igual que ellas miran a los animales con los que trabajan.

Técnicos y especialistas en fauna, rastreadores, conservacionistas y periodistas, junto a personas ajenas a este nada mundano entorno, pudimos adentrarnos en una conversación que fluyó por caminos rurales y montañas heladas, poniendo de manifiesto que lo importante, una vez más, es compartir.

Charlamos durante casi dos horas en torno a una mesita, sin conocernos, aprendiendo los unos de los otros y jurando volver a encontrarnos. En el mismo lugar.

Ahora que los bares de los barrios más míticos de la ciudad, aquellos en los que nos enamoramos y en los que hablamos y reímos hasta perder la cordura, echan el cierre, ahora que las calles de Madrid se han globalizado y a la esencia de la barra de zinc le ha sustituido un neón led, de menor consumo, pero agresivos efectos, ahora hemos inaugurado este lugar único en el que, por un rato, que suele ser largo, aviso, olvidarte de las rutinas y los quehaceres cotidianos, olvidarte de tus miserias, para ser tú. Solo tú, compartiendo en grupo.