Muerte en directo

Rebobinemos una década y un lustro. Llevábamos otro tanto realizando el seguimiento de varias especies de aves rapaces en Bizkaia. Hasta entonces, las cosas habían ido dentro de un margen razonable, aunque ya habíamos publicado artículos sobre el efecto de la meteorología en la reproducción de algunas de las especies que seguíamos, como lechuzas y ratoneros comunes. La vida en esa franja norte de la península, esa que cuando dan los pronósticos del tiempo en la televisión es la excepción del buen tiempo del resto del país, nunca ha sido fácil para especies poco tolerantes a la lluvia, pero era soportable para otras muchas que se habían acostumbrado, al igual que nosotros, al eterno sirimiri. Sin embargo, en 2007 todo empezó a torcerse. Aquella primavera fue azotada por numerosas borrascas, con abundante lluvia, vientos fuertes y descenso anormal de temperaturas. Las consecuencias fueron letales para los anhelos reproductores de muchas de las especies que seguíamos. Tras esa primavera, se sucedió otra igual, y otra, y otra y, aún hoy, estoy esperando a la primavera en la que no haya un fenómeno anormalmente letal.

Todo nos lleva hasta el viernes 18 de junio de 2021 y el nido de águilas pescadoras de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, seguido en vivo por una cámara instalada por el equipo del Urdaibai Bird Center. Esta era la primera pareja que criaba en el norte de la península ibérica. El nido tenía dos pollos de 19 días que eran atendidos con mimo por sus progenitores y era seguido, al segundo, por un atento público que chateaba con asiduidad en los canales asociados. Las semanas previas habíamos tenido tiempo para todos los gustos, desde una galerna, momentos de lluvias intensas, un pico de calor de tres días, etc. Como siempre en estas fechas, yo estaba atento a los pronósticos del tiempo y veía con preocupación como el nido se libraba por los pelos de consecuencias mayores. Eso sí, con una notable atención de la madre hacia sus dos pollitos, a los que tapaba cuando llovía o daba sombra en los momentos de más calor. Pero, la víspera de aquel día todo cambió. Los pronósticos del tiempo mostraban como una DANA (depresión atmosférica aislada en niveles altos) se estaba uniendo a una fuerte depresión atlántica para formar uno de los fenómenos meteorológicos extremos que a base de años he aprendido a temer. Esa noche ya no dormí pensando en las pescadoras, los pollos de alimoche y de otras tantas especies. La experiencia me había enseñado que el momento más crítico es cuando los pollos son medianos, con un tamaño grande como para que la madre los pueda cubrir bien y proteger del frío y la lluvia, y aún pequeños como para haber conseguido la capacidad de termorregular. Así, al día siguiente revisé varias veces la página web para ver cómo se las arreglaba la madre cada vez que llovía para tapar a sus pollos. El día no fue tan malo, pero al anochecer hubo fuertes aguaceros. Aunque la temperatura no bajó de los 16ºC esa noche, al amanecer un pollito ya había muerto. El otro pollito mostraba síntomas de estar mal, con los ojos entrecerrados, la cara pálida y tiritonas. El pollito murió en directo, delante de un montón de gente que se preocupaba por saber qué pasaba. La angustia se apoderó de las redes sociales y, por primera vez, vi que no estaba tragándome yo solo esa congoja de ver como un pollo muere por hipotermia y debilidad.

Sin embargo, en 2007 todo empezó a torcerse. Las consecuencias fueron letales para los anhelos reproductores de muchas de las especies que seguíamos.

Años avisando de los problemas, publicando artículos para demostrarlo, aguantando comentarios insulsos y no había conseguido nada. Me sentía como los científicos que ven cómo, a pesar de avisar una y otra vez, especies como el oso polar estaban sufriendo las graves consecuencias del calentamiento global, sin mayor respuesta que las lágrimas de algunos incondicionales de los documentales. Sí, lo cierto es que edulcorar una noticia con una imagen de una osa con dos ositos rollizos, diciendo que, de seguir así, la especie podría estar condenada, no sirve de nada. En cambio, desgarrar los corazones y las conciencias de la gente mostrando cómo una osa esquelética llora la muerte por inanición de su último cachorro, parece que tiene un efecto notablemente mayor y se queda a fuego en la mente de todo el mundo, al menos unos días, poco más.

Bien, pues volvamos al principio. Cambio climático y calentamiento global. La gente tiene un concepto muy sesgado de lo que es esto y de lo que nos viene encima. Cuando preparaba alguno de los artículos que hemos publicado al respecto, me documenté sobre las predicciones del cambio climático, el comportamiento de los fenómenos meteorológicos extremos, etc. El problema no es solo que vaya a subir la temperatura media del planeta, ¡no! -¡algunos piensan que es un chollo!-, sino que los desajustes climáticos que se derivan de ese aumento de temperatura causan alteraciones en el orden, magnitud y periodicidad de los fenómenos meteorológicos. Así, hasta hace poco más de una década a nadie le sonaba el término de ciclogénesis explosiva, ni de ciclón extratropical y hasta este año nunca se había visto un huracán en Europa. Mucha gente piensa que es cosa de la moda, que antes no se conocía porque la información no llegaba a emplear tales términos. Además, esto no sigue un proceso homogéneo en todo el planeta, sino que, debido a los movimientos atmosféricos y sus presentes y futuras variaciones, habrá zonas en las que se sufran unos fenómenos más que en otras.

Los pollos que consiguieron aguantar ese primer envite, sufren un segundo y un tercero. El resultado es la muerte de prácticamente todos los pollos medianos de la mayoría de los nidos.

Pero, ya puestos, ¿cómo afecta un fenómeno de estos a la fauna? Vamos a sumergirnos en uno de mis seguimientos. Estamos a finales de abril (uno de tantos de los últimos años) y tengo controlados varios nidos de halcón con pollos de distintas edades y algunos aún con huevos. La primavera va como siempre, con tiempo revuelto, ratos de sol, ratos de lluvia y temperaturas suaves, pero se anuncia una ciclogénesis explosiva. Al día siguiente la temperatura se desploma, llueve intermitentemente con mucha fuerza, a veces con granizo, y el viento alcanza rachas de 125 km/h en el cabo Matxitxako. La noche previa no pego ojo por la preocupación que me invade, y esa mañana, pese al tiempo horrible, voy a ver cómo lo llevan algunas de las parejas que tienen los nidos en repisas y oquedades que podrían no tener suficiente refugio. Los halcones que tienen huevos y pollitos pequeños van aguantando, con la hembra y el macho turnándose para cubrirlos y mantenerlos calientes. Los que tienen los pollos grandes, la hembra se pega a ellos y estos resisten estoicamente, empapados hasta los huesos y tiritando. Pero los que tienen esos pollos medianos … La hembra se echa encima de ellos con las alas semiabiertas tratando de abarcarlos, con los ojos cerrados y el plumaje oscuro por el agua que lo humedece. Los pollos se aprietan debajo de su madre, con la mitad del cuerpo expuesto, empapados. La lluvia corre por sus cuerpos desnudos, con el plumón convertido en hilos chorreantes. Los pollos que consiguieron aguantar ese primer envite, sufren un segundo y un tercero, en lo que se convierte en una semana de esas anormalmente fría y lluviosa para las fechas. El resultado es la muerte de prácticamente todos los pollos medianos de la mayoría de los nidos, los huevos y pollos pequeños de los nidos menos protegidos y algunos de los pollos grandes.

Mi angustia no tiene mesura y solo espero que al año siguiente las cosas mejoren un poco, al menos que sea un año como los de antes. Y año tras año mi corazón se encoge viendo morir a todo tipo de pollos por las mismas circunstancias. Este año mucha gente ha compartido esa angustia con los dos pollos de pescadora y sabe de qué va la cosa. Mientras escribo estas líneas, 23 de junio de 2021, apenas alcanzamos 15ºC a media tarde, ha estado lloviendo y llevamos 10 días de fuertes lluvias. Mañana iré a ver cómo están algunos pollos de alimoche, con esa angustia creciendo en mí ante lo que, casi seguro, me voy a encontrar.