Una nueva y épica razón para salir a observar fauna.

Ilustración «Otoño en Ordesa» confeccionado con materiales vegetales recolectados en dicho paraje, de Santiaga Molina Plaza

El observador de fauna moderno comparte motivaciones con los padres de la taxonomía, que cruzaron océanos, selvas y desiertos, para elaborar las primeras listas rigurosas de los animales con los que compartimos planeta. Tenemos una enorme semejanza con los naturalistas que, a mediados de la década de 1950, se lanzaron al monte para conocer lo que les rodeaba. Y, unos más y otros menos, todos los bicheros en general poseemos ese afán conservacionista que desde la década de los 90, y con el comienzo de siglo de manera más intensa, está borrando del mapa la vieja escuela de la supremacía de la especie humana sobre el resto de especies.

Con la accesibilidad del transporte, las comunicaciones, aparatos ópticos y cámaras fotográficas, el mundo natural está más al alcance que nunca. Las redes sociales -veamos el lado positivo de las cosas- acercan a todo aquel que se interese y quiera profundizar en un conocimiento básico sobre la biodiversidad. Es realmente fácil encontrarse en el monte a gente de cualquier edad y sexo pertrechada con prismáticos o cámara haciendo bien las cosas. Y aunque en España llevamos un notable retraso con estos temas y nuestro carácter desconfiado frente al asociacionismo crea ciertas desventajas, los naturalistas aficionados ibéricos ostentan ya un notable poder para realizar acciones en defensa de la fauna y la flora.

En definitiva, somos muchos, cada vez más, los que estamos equipados, tenemos conocimiento y estamos informados. Sentimos esa emoción por observar y conocer nuevas especies. Trascendemos de la “lista” para pasar a las relaciones de especies/ejemplares. Somos más los que compartimos la emoción por salir al monte, a ver qué es lo que vemos, pero que al regresar a casa nos preocupamos por lo que ya no vemos. Y lo que es más importante, dispuestos a poner nuestro granito de arena en lo tocante a la defensa activa de la biodiversidad.

Secas las lágrimas que la temporada de incendios provocaron y gratamente olvidados los calores del llamado “verano más fresco de cuantos nos quedan por vivir”, es difícil quitarse la pesadumbre de encima.

Nada nos pilla de nuevas. Todos, hasta el más desnortado de los Homo sapiens ssp occidentalis, lleva décadas oyendo hablar, primero, del calentamiento global y luego del mucho más contundente cambio climático. Y, desde hace unos años, el imponente titular, escrito en letras de neón, como si se tratase del cartel de bienvenida a este Las Vegas del Armagedón, recurrentemente vemos: “sexta extinción global”. Para miccionar y ni siquiera encontrar la cremallera.

Dejando de lado a los ciegos y a los que cierran los ojos con el ánimo de que ignorando lo que pasa todo continúe igual, tras los últimos 24 meses y la guinda de este verano, salta a la vista que la cosa, un poquillo, sí está cambiando. Pero, además, todo parece indicar que lo que queríamos entender que iba a ser una progresión aritmética de disgustos es, en realidad, geométrica y plagada de variables sorpresa. Hay indicios científicos (los trabajos y artículos al respecto de Henry Gee quizá sean los más populares) de que la plácida caminata sendero abajo de la especie humana en este planeta, es, en realidad, una divertidísima montaña rusa con el trenecito dotado de turbinas de postcombustión.

Las cosas como son: “La edad de los insectos llegará” (sic) y los ojos que lo verán no tardarán en nacer.

Si los Linneo y Darwing se hincharon a nombrar y describir nuevas especies, para gloria del conocimiento y satisfacción de los humanos; si los Durrel, Attenborough y de la Fuente encontraron el placer de darlos a conocer a las masas; y si miles de científicos, con gloria o con frecuente anonimato, lograron descifrar hasta el más recóndito dato de todo ser que haya hoyado la superficie del planeta, los meros amantes de la fauna silvestre también tenemos ahora una misión.

Teniendo en cuenta, desde el escepticismo y el brumoso y pegajoso negativismo que padece -esperemos que temporalmente- el que escribe esto, que hay mucho escrito y descrito, que los bancos de ADN están bien surtidos y que la estupidez humana no tiene límites (como se puede comprobar, todo esto son datos científicos bien contrastados), nosotros los observadores, fotógrafos y naturalistas de fin de semana tenemos la obligación de disfrutar. Vamos a ser testigos del desvanecimiento paulatino de poblaciones locales, regionales y nacionales. Poco a poco, cuesta creerlo o aceptarlo, las noticias sobre la desaparición de especies en libertad serán más frecuentes. (¿Quién dijo aquella terrible frase de que en la actualidad se extinguen especies animales que no hemos llegado a conocer?). E incluso, poniéndonos dramáticos hasta la extenuación, más pronto que tarde, existirá un anglicismo con el que nombrar a las especies de nuestra lista que nunca podremos volver a apuntar.

Disfrutemos y documentemos: habrá que ir y volver, fotografiar, recoger plumas y excrementos. Grabemos los sonidos de animales y parajes. Maravillémonos, compartamos emociones y no paremos de admirar todo aquello que, en términos proporcionales, no muchos más podrán ver.

Hagámoslo como los que apuran todas las botellas de vino antes de que el enemigo quebrante las murallas de la ciudad.

Bienvenidos a una nueva época para el observador de fauna.

Feliz otoño y jarana y tira para el monte.