Ahora ya no. Ahora, las golondrinas manchan las paredes, a las cigüeñas hay que darles plomo, que son demasiadas, y las palomas son una plaga que trae millones de enfermedades, todas ellas mortales por necesidad. Pero no hace mucho, unas eran las mensajeras del amor cuando hacían sus nidos, otras representaban la natalidad con sus viajes cargados de esperanza y las últimas eran las emisarias de la paz y -agárrense los machos con ambas manos- la encarnación del mismísimo Todopoderoso.
Antes, estos poéticos superpoderes hacían que estas especies tuvieran cierta protección frente a las acciones humanas. Aunque posiblemente fuese porque la gente sabía que las golondrinas comían mosquitos o que esa misma gente criaba y se zampaba a las palomas.
En cualquier caso, esta alianza de aves de Marvel tenía un cuarto miembro en el equipo. Pero más que un poder, lo que guardaba este cuarto pájaro entre sus plumas era un anhelo humano. Era la viva imagen de la libertad indómita. Del deseo de hacer mejor lo que nadie más quería hacer. Del volar solo y dónde a uno le saliese de las narices y de la manera que mejor le pareciese. De trascender a la muerte para volar con los otros que antes se atrevieron a romper las reglas de lo establecido y convertirse en un ser plateado y refulgente. La libertad individual llevada hasta sus últimas consecuencias. Sí, más allá de las cañitas y los rebaños, existía un cielo y la gaviota de Bach era su representación.
Las gaviotas, y por extensión e incultura general todos los demás bichos que vuelan sobre el mar, pasaron a ser uno de los pósters más vistos en las paredes de las habitaciones de los adolescentes del mundo occidental. Especialmente en los que salían a contraluz sobre amaneceres dorados reflejados en pacíficos mares y con una cita en blanco del famoso libro.
Si no habías leído Juan Salvador Gaviota, todavía quedaba el comodín Perales, que de alguna forma conseguía vincular a un barquito y las gaviotas con el nexo de la palabra “libertad”.
Pero, ni bestsellers jipis, ni melodías pegadizas han librado a las gaviotas del mismo odio, muy racional y mucho racional, que padecen las otras tres componentes del Fantastic Flying Team. Ahora que las patiamarillas sufren en España una pérdida brutal en sus efectivos (las parejas reproductoras han bajado un 70% en las últimas décadas), los españoles hemos decidido que son un incordio. Como resultado, los ayuntamientos no escatiman esfuerzos y fondos para cambiar gaviotas por votos y cada año son eliminados miles de pollos y retirados otros tantos huevos. Y que no me malentienda nadie, que por eliminados quiero decir matados. Sí: a cientos y en ayuntamientos muy civilizados.
Por arte de magia un día encarnabas la más pura de las libertades y al día siguiente te enteras por los titulares de la prensa que has pasado a ser “rata voladora”.
Golondrinas, cigüeñas y palomas -que entre los tres órdenes suman 470 especies- son relativamente fáciles de ver, si te encuentras en el sitio y momento adecuados. Si las quieres ver todas significa hacer un disparatado número de kilómetros y visitar la práctica totalidad de islas, que las palomas tienen la sorprendente capacidad de tener una especie endémica en cada terruño.
Al margen de ese detalle, por lo general, si vas a ver las palomas, golondrinas y cigüeñas que habitan un espacio, solo tienes que ir allí con tus prismáticos y tu lista de pajaritos e ir tachando nombres mientras caminas, según te sonría la suerte y te empuje tu pericia.
Ya olvidado el asunto de que todo el que vuela sobre el mar es gaviota, pensemos ahora en aves marinas. E incluso en oceánicas. Y supongamos que quieres verlas más o menos de cerca, que para eso El Vuelo del Grajo es una revista de observación de fauna.
Sí, son marinas.
Efectivamente, la cosa se complica mucho. Puedes pensar en cómo empeñar tus higadillos y conseguir fondos para dejar una huella de carbono impresionante mientras visitas los lugares más remotos del orbe. Todo ello para ir tachando de tu lista especies de una en una. Puedes tener la bella costumbre de la observación a distancia y seguir los pasos de Antonio Sandoval (tal y como contaremos en un próximo artículo). O te puedes embarcar e ir en su busca, que es lo que hemos hecho en esta ocasión.
Como si fuera un embudo, la esquina noroccidental de la península recoge muchas de las vías migratorias de las aves marinas que crían en el hemisferio norte en su viaje posnupcial. Desde mediados de agosto, hasta finales de noviembre, doblan el cabo de Estaca de Bares decenas de miles de aves provenientes de las colonias de cría situadas en los lugares más dispares. Porque otra cosa que hay que tener en cuenta cuando pones tu interés en estas aves, es que su famosa libertad las lleva, en algunos casos, a viajar de círculo polar a círculo polar, de forma recurrente. Y esos viajes loquísimos reúnen en las proximidades de la costa gallega, además de a Juanes Salvadores, a alcatraces, patos marinos, charranes, págalos, alcas, paiños, pardelas e incluso petreles y fulmares.
El 9 de octubre era la cita. Nos embarcaríamos en el Eureka de Carlos San Claudio, patrón muy experimentado en estos asuntos llamados “salidas pelágicas” para atisbar aves marinas, con base en el puerto de Muxía. Además, es un maestro cocinando el “chum” o atrayente de aves marinas. Digamos que el pescado triturado, agua, aceite y tiempo de maceración son las bases de la receta. Una explicación más detallada del guiso en cuestión pondría en un brete a los estómagos más delicados.
Dani gritó con claridad: págalo polar a las 2. Y ahí estaba él, con su vuelo firme y pesado. Cuerpo macizo y fuerte, oscuro entre la oscuridad del cielo plomizo, el Stercorarius maccormicki es de esas especies que no figuran en el cuerpo principal de la guía Svensson.
En la embarcación viajaba un grupo de ornitólogos de Ávila: Juan, María, Gica, Alfonso, Ángel, Miguel y Eneko, un grupo envidiable y entrañable. Con ellos también estaba Toño, Dani y Marcel, personas que jugarían un papel muy importante durante la salida.
Según nos acomodábamos en la toldilla del Eureka me quedó claro que no había hecho bien mis deberes y que mi autonomía para identificar las aves marinas con las que nos toparíamos en las siguientes horas era nula. Mis compañeros, para los que mayoritariamente también era su primera vez, lo tenían muchísimo más claro. ¡Hasta Eneko, un chaval que rondaría los 9 años manejaba los jizz (detalles que ayudan a identificar la especie) infinitamente mejor que yo!
Elegí una solitaria silla para instalarme. Eso permitía al grupo seguir unido durante la salida, pero yo quedaba separado de Dani, que actuaba como líder.
Daniel López-Velasco se dedica a eso. Es Tour Leader profesional, que es como se conoce en el mundo de la observación de fauna a la persona en la que confían los aficionados para satisfacer sus anhelos de ver tal o cual animal. Ahora con su propia empresa, Ornis Birding Expeditions, Dani organiza viajes por todo el mundo para observar aves y mamíferos. Pero no penséis en safaris en un Land Rover rodeado de manadas de otros Land Rovers por pistas keniatas. No, lo de este tipo es otro asunto. Por ejemplo, ir a Mongolia, dormir en una yurta durante una semana a una buena altitud, para, desde ahí, subir un poco más hasta las zonas de observación del leopardo de las nieves, el animal más deseado del momento. ¿Destinos para ver aves? Mejor visitar la web de Ornis pinchando aquí.
Con el fantasma de la lluvia y un poco más de viento del deseado, Carlos ponía proa al mar, dejando atrás la tranquilidad de la ría de Camariñas. Dani llamaba la atención de las gaviotas dándoles algo de comida. Llevar una buena escolta de patiamarillas juveniles es una buena estrategia para atraer otras aves. Pronto se dejaron ver los primeros grandes alcatraces. Más adelante, fueron las pardelas cenicientas y capirotadas las que rondaron el barco. Ni un momento de calma y eso que el chum aún seguía cocinando en los bidones de plástico.
La lista de aves vistas iba creciendo, pero yo me preguntaba cuántas habría identificado mal o directamente no hubiese visto sin la ayuda de los demás, en especial de Dani. Su capacidad para ver más allá de lo posible, cantar y posicionar los ejemplares y, finalmente, identificar, podría ser tachada de excepcional. Y digo podría, porque a su lado estaba Marcel Gil, otra persona encantadora a la que, al oírla hablar, con la misma naturalidad y conocimiento que López-Velasco, uno se pregunta de qué pasta están hechos estos ornitólogos de bota puesta y sonrisa emocionada. A él lo conoceréis por ser una de las cabezas visibles del fundamental y necesario Subalpine Live.
Ver a los dos, codo con codo, localizando y cantando aves a 12 millas de la costa, mientras el resto de ocupantes giraban los teleobjetivos en una u otra dirección, era todo un espectáculo.
Chum time.
En un momento dado, Carlos, muy satisfecho de la velocidad que desarrollaba su barco con la nueva reductora, decidió que era el momento adecuado para soltar el atrayente. La maniobra consiste en verter el chum y, mientras hace su efecto, dejar el barco a mínimo gas rodeando la zona.
La lluvia no había aparecido y el mar estaba tranquilo, así que el Eureka apenas se mecía. Aún así, pedí una pastilla antimareos, para prevenir una mala pasada.
Pequeños y veloces paíños pasaban de largo ignorando nuestra suculenta estrategia. Págalos grandes, pomarinos y parásitos volaban más cerca y a alturas y velocidades menos comprometidas para nuestros intereses fotográficos. Las preciosas pardelas, también muy variadas en especies, pero sin números demasiado elevados, nos daban más opciones.
Mis compañeros, para los que mayoritariamente también era su primera vez, lo tenían muchísimo más claro. ¡Hasta Eneko, un chaval que rondaría los 9 años manejaba los jizz infinitamente mejor que yo!
Cuando la sorpresa y el temor viajan juntos y solo queda recordar que la naturaleza es así, aparece una pequeña lavandera blanca desesperada por posarse en el barco y descansar. Volando cerca, dando círculos y aproximándose para luego alejarse. Una nueva visita minutos más tarde, frustrada también. ¿Sería una enlutada (ssp. yarrelli) proveniente de Reino Unido y que se desvió en su vuelo nocturno unas millas al oeste? Su necesario descanso se vio una y otra vez imposibilitado por las hambrientas patiamarillas juveniles. ¿Llegaría a la costa?
De nuevo en marcha. Íbamos a alejarnos un poco más y probar suerte en otra zona en la que Carlos había tenido éxito con anterioridad.
Y llegó el gran momento de la jornada. Dani gritó con claridad: págalo polar a las 2. Y ahí estaba él, con su vuelo firme y pesado. Cuerpo macizo y fuerte, oscuro entre la oscuridad del cielo plomizo, el Stercorarius maccormicki es de esas especies que no figuran en el cuerpo principal de la guía Svensson, la biblia de las aves del Paleártico occidental. Ni tan siquiera aparece entre las divagantes, con sus pequeños dibujitos al final del libro. Para encontrarla en el libro negro hay que seguir pasando hojas y llegar al apartado de “Accidentales”. Allí, después del zarapito esquimal y del playero siberiano, encontrarás al págalo polar. Y solo especifica tres citas: Jordania 1993, Israel 1983 e Islas Feroe septiembre de 1889.
No es, por supuesto, tan excepcional. Probablemente su parecido con el págalo grande lo hiciese pasar desapercibido. Pero gracias a ornitólogos tan grandes como Marcel y Dani, capaces de ver una p. 10 en muda -lo cual descarta en el mes de octubre que sea un págalo grande-, las citas de esta especie se están multiplicando. Es una gloria de la ornitología ver pasar de regreso a la Antártida para criar, a un ave que ha pasado su invierno en los mares al norte del Atlántico.
Otro chum.
Poco más tarde, el patrón vuelve a repetir la maniobra de la siembra de chum. Yo, con cierto ojo fotográfico, decido dejar la toldilla y bajar a la cubierta de popa. Perderé perspectiva, pero ganaré cielo y un ángulo muchísimo mejor para fotografiar las aves. Tampoco tendré acceso a lo que ocurra a proa, pero hay que arriesgarse. Además, Antón hace tiempo que optó por ello e intuyo que está consiguiendo unas magníficas tomas
Bajo las escalerillas que me llevan a la cubierta y empiezo a hacer una serie de cosas que sé que no hay que hacer por anteriores ocasiones trabajando en pequeños barcos con cierta mar.
Por una razón que no viene al caso, paso unos minutos girando sobre mí mismo, preocupado y vigilando los movimientos -que a mí me parecen claramente peligrosos- de algo que pulula por el barco. Cuando pongo fin a la situación y mientras Carlos prepara el chum, decido revisar algunas fotos mirando por el visor y perdiendo el horizonte. Errores consecutivos. El olor del humo del diésel que se acumula en la popa al estar el barco parado y el bamboleo que genera hacen el resto. Mi cabeza se prepara para el impacto que puede suponer el aroma del chum que Carlos empieza a esparcir, pero para mi sorpresa no se produce ningún cambio en mi ya declarado mareo. No dejo de recordar que dormir menos de cinco horas tampoco era buena idea sin tomar un gazpacho de biodraminas antes -importante: antes- de embarcar.
– Toño, que lo mismo echo por la borda mi chum particular que estoy cocinando en las tripas…
Toño, que no se si ha comprendido mi balbuceante humor o que con solo verme la cara ya entiende lo que pasa, para mi satisfacción reacciona con tranquilidad y sin moverse de su sitio.
– No pierdas el horizonte y si te pones peor túmbate y cierra los ojos.
Yo, desde el mismo momento en que el sabor acre de la bilis llega a mi paladar, tengo la vista fija en el horizonte y solo me muevo para buscar el sotavento y que, en caso de que la cosa vaya a mayores, el viento ayude a esparcir mi chum por la mar océana.
– Si llevas algo de comer es el momento de hacerlo- me sugiere Toño.
Es verdad. Recuerdo lo bien que sentaba comer algo cuando la situación parece invitar a todo, excepto a echar más combustible al incendio gástrico. Además, el hecho de estar con el bocata de jamón entre las manos parece justificar que no esté con el ojo en el visor de la cámara, como hacen los compañeros de viaje. No deja de ser curioso que mi estúpido ego masculino, normalmente bastante discreto, aflore en esta situación y esté dispuesto a hacer lo que sea con tal de parecer que estoy en perfecto estado.
El bocadillo hizo su efecto y ya podía pensar en algo que no fuese qué sería mejor: si vomitar de rodillas tratando de mantener la compostura o perder la dignidad y tirarme al suelo, sacando la cabeza por la borda, y garantizar la integridad higiénica de mi ropa y la cubierta. Una preciosa pardela se empeñaba en volar cerca ofreciéndome su mejor perfil, así que decido recuperar el papel de aguerrido fotógrafo de naturaleza, curtido en mil y una batallas, y encarar la cámara.
Ya en movimiento y rumbo a puerto, Toño, mi salvador, está sentado en la cubierta en la aleta de estribor a popa. Las “patis” y los alcatraces le pasan a escasos centímetros. Me sigue dando mucha envidia su actitud y su opción a la hora de disfrutar de la salida y de la fauna.
Con el barco ya navegando por aguas más tranquilas en la ría, pienso ya en la siguiente ocasión para repetir la salida. Pienso, también, que me queda mucho para estar listo para encarar el proyecto Oceánicas. Le doy vueltas a lo afortunado que soy y cruzo los dedos para que al salir del barco, y a pesar de que sea domingo y todos tengan que volver a sus distantes casas, alguien proponga celebrar con cerveza y buena comida.
Correlimos pectoral.
Y tras la magnífica comida y como chupito ornitológico final, me vi tirado en una playa fotografiando un correlimos pectoral que, por la fecha, debería estar en Nueva Zelanda o en la Patagonia, después de haber criado en Alaska o en Siberia, pero no en Muxía, A Coruña. A mi lado, haciendo lo propio, estaban Dani, Marcel y Toño. Los cuatro éramos conscientes de lo magnífico del momento de estar a escasos 3 metros de un ave de poco más de un palmo, llegada después de un vuelo de 4.000 o 5.000 kilómetros.
Y a mí me explotaba el corazón de emoción por la jornada vivida.