El guardián del puente de Valsordo

Nacho Sevilla, ilustrador científico.

Hace unos años tuve un cumpleaños muy especial y Nacho Sevilla tiene mucho que ver en eso. Desde hace tiempo, tengo fascinación por los córvidos, por todos ellos, y Javier decidió regalarme cuatro láminas a tinta de cuatro de ellos, dibujadas por Nacho: cuervo (Corvus corax), chova piquiroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax), grajilla (Coloeus monedula) y corneja (Corvus corone). La precisión del dibujo del plumaje y la elección del uso de la tinta para dibujar a estas aves son verdaderos aciertos. Hay una pared de nuestro salón solo para esos cuatro sobrios dibujos. Lógicamente, la primera portada de nuestra revista estaría protagonizada por una graja y quién mejor que él para realizarla.

El primer encuentro que los grajos tuvimos con Nacho, hasta entonces solo nos conocíamos virtualmente, fue inesperado y cómico. Javier se encontraba cubriendo el ‘NatureWach Villafáfila 2021’ y estaba contándole a Pipe Nebreda, director técnico de Ornitocyl, los detalles de nuestra web, en compañía de una tercera persona. Cuando Javier estaba explicando que las portadas no iban a llevar fotografías, sino que íbamos a contar con artistas plásticos, el desconocido interrumpió con un “la primera portada la he hecho yo”, levantando el dedo y con los ojos enseñando una sonrisa oculta por las normas de seguridad. La situación pudo darse por dos razones: la omnipresente mascarilla y que Nacho, además de con la plumilla, es preciso con los tiempos y la palabra.

Su último trabajo -junto con Felipe Nebreda Mariscal y Ángel Pérez Menchero- es la ilustración, autoría y coordinación de la Guía de las aves de Ávila. Pena que el dibujo impreso en el papel no haga justicia a los originales. La mayoría de sus pinturas son aves, pero su acercamiento a la naturaleza es tan amplio que tiene un gran abanico de especies guardadas en sus valiosos y delicados cuadernos de campo y en sus láminas.

Algo que es muy obvio cuando hablas con él es su amor por la divulgación y, sobre todo, por la educación. Hace seis años que ya no vive de trabajar en educación medioambiental, pero la pedagogía se lleva por dentro y esto es perfectamente claro; empatía, templanza, amor y generosidad. Tiene la mezcla perfecta entre la implicación y la desafección, para amar su trabajo y seguir luchando sin caer en la decepción. Lo dicho, esa templanza que tanto se echa en falta en estos tiempos. Aunque su profesión se centre en la actualidad en la ilustración, realiza una labor continua con talleres, charlas, jornadas, cursos, rutas ornitológicas, etc.

Ala de pájaro, de Alberto Durero

Cuando llegamos a El Tiemblo, Nacho nos recibe en su casa con toda su hospitalidad. Decidimos salir a dar un paseo, quiere llevarnos a un sitio muy especial, el lugar que le susurró: “aquí tienes que quedarte”. La primera parada es en el Puente de Valsordo, de origen romano, que fue sobre todo usado para la trashumancia de ganado, ya que formaba parte de la cañada leonesa. Además del gran valor histórico del puente, existe una interesante inscripción labrada en un gran bloque granítico sobre el cobro del paso del ganado.

Mientras estuvimos sobre el puente nos acompañaron los trinos del carricero tordal y el trajín de una sorprendentemente numerosa población de oropéndolas. Cogimos un camino paralelo al río, donde los colores de las flores llamaban la atención de plantas preciosas y simples. Nacho no solo sabía perfectamente cual era cada una, sino que, además, te contaba anécdotas como el uso del gordolobo como papel higiénico. «Esta planta, cuyo nombre científico es verbascum -nos dice- se utilizaba también para enverbascar las aguas y así, obligar a los peces a salir a flote y poder pescarlos». Todo esto lo contaba mientras apartaba con delicadeza los caracoles del camino.

Volvimos sobre nuestros pasos y remontamos el río hasta una antigua central eléctrica en ruinas. Al llegar, un búho real levantó el vuelo un tanto airado, pero yo no alcancé a verlo, porque iba mirando las pequeñas manchas violetas de la flor del ajo. La vegetación había devorado los muros de la construcción.

Nacho ha recorrido este paisaje durante más de 20 años. Conoce su flora y su fauna al dedillo y lo ha visto respirar y transformarse. Nos cuenta, desde el puente, todas las huellas del tiempo sobre el río. Es precioso escuchar cómo habla de esa vivencia y pensar cómo debe afectar eso a su día a día. Este paisaje es su sitio de referencia. En él pinta, escucha y observa las aves, guía a grupos organizados, disfruta con su pareja y con sus hijos, aprende. Cuando un lugar te regala todo esto, debes devolverle algo. Nacho cuida este lugar, lo respeta, lo comparte con cariño y lo ama. Estaba tan integrado ahí con el paisaje como luego en su casa con su mandil, cocinando para nosotros unas alubias con verduras

Nacho es un tipo tranquilo que habla de la gente con afecto. Tiene un aura de vulnerabilidad que define su sensibilidad, aplicada, no solo al dibujo, sino a todo lo que observa y luego comparte sin reserva. Su biblioteca está repleta de guías, tratados, literatura, ensayos, etc., referentes al mundo de la biodiversidad.  Aprendió de su abuelo todo lo que pudo, que además de pintor era cazador, y habla de él con un inmenso respeto. En su estudio tiene una reproducción en papel del Ala de pájaro de Durero y nos cuenta que es la máxima perfección del ala de una carraca. Albrecht Durer dijo: “cuánto más fiel sea tu obra a la figura viviente, tanto mejor será”. Yo creo que ambos siguen la misma máxima dibujando y viviendo.

Gracias Nacho por acompañarnos en nuestra primera portada, por dotar al grajo de esa fiel realidad que necesitábamos, por dar imagen a ese primer vuelo.