Elefantes naranjas, agendas y lobos con mantequilla en la espalda.
El editorial de esta primavera iba a tratar sobre la difícilmente explicable idea de que, efectivamente, el viejo Walt no andaba tan desencaminado y que aquellos que espetan: “¡Cuánto daño ha hecho Disney!” con intenciones hirientes, quizá deberían darle una repensada. Nos lo íbamos a pasar bomba con decenas de comentarios airados, pensábamos. Pero la velocidad a la que se suceden los acontecimientos mundiales en las últimas semanas deja esas diatribas semiológicas del insulto semi-sofisticado totalmente fuera de juego.
Qué lejanos parecen ya los días en que la sensación de que la lógica científica y la ligera presencia de políticos progresistas enarbolando su bandera brindaban un poquito de esperanza a la naturaleza. Al menos en ciertas partes del mundo, entre las que estaba la paleártica Europa, vivíamos, hace unas semanas, en un continente que parecía estar preocupado por las especies, aprobando leyes para la recuperación de una cantidad impresionante de espacios naturales y destinando fondos para ello. ¡Qué años de un poco de esperanza!
¡Y qué imbéciles fuimos por dejar filtrar ese chorrito de buen rollo en nuestros desalentados corazones!
No nos engañemos, todo eso se hacía por el bien del ser humano, ya que es mucho más bonito, sano y mejor valorado -en lo económico y en lo emocional, pero sobre todo en lo primero- tener un continente aseado y lleno de bichitos. De hecho, es tan saludable y beneficioso que permitiría respirar y seguir creciendo demográficamente a las generaciones venideras. Al menos el planeta daría para llegar a ver el siglo XXI. Quizá.
En realidad, las alternativas, hace unas semanas, eran dos.
A.- Nos hemos pasado y ya estamos jodidos: tratemos de parchear un poco a ver si podemos seguir viviendo de forma progresista un tiempo por aquí.
B.- Nos hemos pasado y ya estamos jodidos: tratemos de seguir viviendo liberalmente como hasta ahora y ya encontrarán nuestras empresas tecnológicas cómo seguir unas generaciones más por aquí.
Así que, a grandes rasgos, tanto A como B estaban de acuerdo en que había que cuidar un poco el tema si no queríamos que ese mismo asunto nos lo pusiera muy complicado y muy pronto.
Pero ni A ni B decían algo sobre dejar de crecer. No hablamos de crecimiento económico. Dejar de crecer en número de habitantes. Tanto A como B saben perfectamente que hay que elegir entre todos los modelos económicos existentes e imperantes, que implican crecimiento económico asociado a crecimiento demográfico, o dar una oportunidad de salvación para el planeta (y por tanto al ser humano) que pasa por decrecer la población. La única forma que tenemos de consumir menos es siendo menos. No hay otra.
Tal y como me dijo una amiga: “vete de viaje tranquilo en lo ecológico, no teniendo un hijo has reducido tu huella de carbono, al menos, a la mitad”.
En Europa habíamos aprendido a sortear con bien las crisis importantes, evitábamos conflictos y teníamos la conciencia y los bolsillos tan sorprendentemente sosegados que nos podíamos poner a pensar en Agendas 2030 y en cómo capear el temporal. Los malos de la película cumplían su papel de servir de preocupación para los bienpensantes y de alterarnos (y distraernos de alguna que otra cosilla importante) con sus negacionismos de pacotilla. Pero a la hora de la verdad, los Orbanes y Melonis europeos, al tocar poder, la tomaban con los inmigrantes y emitían alguna ley absurda y, si se pasaban, llegaba Europa y les paraba los pies.
¡Si hasta estallaba una guerra dieciochesca en Europa, con un país invadiendo otro a bayoneta calada, y nos lo tomábamos con calma! No corríamos en tropel a meternos en la fiesta de la sangre. ¡Quién nos ha visto y quien nos ve! Si parecía que hacíamos bien las cosas y teníamos un futuro. ¿O lo estábamos haciendo realmente mal?
Todo era así hasta hace unas semanas.
Ahora ha entrado un elefante teñido de naranja acompañado de una panda de navajeros sociales en el escenario. No, no me he confundido con la frase hecha: la escena puede cambiar con la entrada de un personaje, pero estos mamarrachos con gorra de aparcacoches y bailecitos y poses de tiktokers de medio pelo vienen con intención de romper el escenario consensuado, no de cambiar la trama.
Así que ahora tenemos un tercer punto de vista.
C.- Nos hemos pasado y ya estamos jodidos: “Afila el cuchillo que voy a por la gallina de los huevos de oro”.
Y es en estas semanas cuando varía la escala de valores. En estos días todo cambia.
Unos párrafos más arriba he escrito, quitando importancia y dramatismo, que cuando los fascistas llegaban al poder en Europa se conformaban con complicarle más la vida, si cabe, a los inmigrantes. Me ha costado escribirlo, pero lo cierto es que salvo un puñado de corajudos y corajudas en barcos por el Mediterráneo y algunas reacciones airadas en un primer momento, mucho más no se hizo. Es complicado hacer más cuando se está bien tal y como se está. Europa había servido para algo: habíamos pasado la pandemia y ningún país se había quedado tirado. Todos los miembros se quejaban, pero lo hacían con la boca chica. Éramos fuertes. ¿Ahora nos moveremos por los cambios en la política medioambiental?
Todo eso se desvanece a marchas forzadas. Con el estado social en mínimos en media Europa y sabiendo que todo va a encarecerse, la nueva realidad (qué agotadito estoy ya de nuevas realidades) es que, atención, hay que rearmarse. Trump haciendo chistes y comentarios con invadir territorios europeos y Putin sin ocultar que desea anexionarse las noruegas Islas Svalbard, la famosa OTAN se muestra inútil e incapaz de operar por la propia naturaleza del tratado. La solución al problema es, sí, rearmarse. Hasta los dientes. Crear una Europa independiente en lo armamentístico para ser independiente en lo estratégico. Todas las facilidades económicas para ello. Créditos a precio de derribo. Plazo de entrega, cinco años.
¿Cinco años? Eso es 2030. No hagamos apuestas: gana el más fuerte. La primera víctima de los flamantes misiles va a ser la Agenda Verde. No pueden coincidir dos 2030 tan costosos en el mismo plano temporal.
Lobos con mantequilla en la espalda.
Cuando hace tres años y medio comentábamos en esta revista que la moratoria que se iba a aplicar a la caza de la tórtola, achacábamos que solo fuera un cese temporal de la matanza a la coincidencia en el tiempo con la prohibición total de la caza del lobo. Para cualquier gobierno era inasumible políticamente tachar de la lista de animales cinegéticos a dos especies en una sola legislatura. Así de fuerte es el lobby de los septuagenarios.
En cualquier caso, los yonkis del plomo iban a tener que dejar en paz a esas dos especies durante una temporadita. Todo un reflejo de lo comentado más arriba: unas decisiones de carácter eminentemente científico se imponían con cordura en una Europa que desaparece.
En paralelo y a nivel de toda la Unión, el sector primario empieza a mostrar su disgusto. Agricultores, ganaderos y pescadores se echan a la calle, organizan huelgas y tractoradas que paralizan capitales y cortan carreteras. Piden firmeza a los gobernantes para poder tener un futuro económico viable. En resumen, el sector agropecuario obtuvo promesas sobre el control fronterizo para la importación de terceros países y una reducción muy grande de las pretensiones verdes de la Unión Europea.
Unos meses antes, cuando la tensión agropecuaria crecía, el lobo volvía a estar en primera página en toda Europa. A Dolly, el pony favorito de Ursula Von der Leyen, se lo había zampado un lobo. La presidenta expresa sus dudas sobre la protección del cánido y se manifiesta a favor de una revisión de su estatus de protección.
¿La presidenta estaba utilizando su cargo para influir en decisiones por una cuestión personal o la presidenta había encontrado una razón Disney (un ejemplo de lo que queríamos haber tratado en este editorial) para cambiar las leyes por encima de lo dictado con criterios científicos y satisfacer así otra de las peticiones del sector primario? La protección europea del lobo desaparece en un abrir y cerrar de ojos.
Ahora, y en una sola semana, se ha autorizado volver a masacrar 100.000 tórtolas al año en España y el Partido Popular, VOX, Partido Nacionalista Vasco y Junts (liberales, fascistas y conservadores ellos, ¡oh casualidad!, todas las ramas de la derecha unidas) han votado a favor de quitar la protección al lobo para que le vuelvan a dar matarile al norte del Duero.
Todo, ya sabemos, es una cuestión económica y mantener contento al sector primario es un tema de pasta. ¿Y qué forma más barata existe de satisfacer sus peticiones que dejar al lobo al alcance de sus rifles? Es gratis y las balas las pagan ellos. Y son votantes.
Atendiendo a Murphy, en la tostada de la naturaleza, hagamos lo que hagamos los conservacionistas, el capital siempre untará su mantequilla en el lomo del lobo.
Javier Marquerie 20/03/2025.
Esta estación la ilustra Pedro Mecinas.
