Ser bichero -no necesariamente pajarero- o aficionado a la fotografía de naturaleza y no haber ido al Hostal Almanzor para utilizarlo como campamento base para las salidas al macizo de Gredos es ser afortunado: por muy viajado y experimentado que seas, aún tienes una buena experiencia que vivir.
¿No os pasa que en ocasiones acudís a un epicentro faunístico y os sentís bichos raros? Con vuestras botas, prismáticos, cámara o telescopio, la guía debajo del brazo, entráis en un bar después de haber visto algo absolutamente magnífico. Esperáis encontrar dentro un grupo de personas, o al menos al camarero, con la misma cara de haber tocado el cielo al haber visto esos galanteos de las avutardas enceladas al tiempo que un búho campestre les sobrevolaba mientras un atardecer sobrecogedor teñía de rosa el inmenso cielo. Pero os encontráis al sempiterno grupo de galgueros que llevan acodados en la esquina de la barra desde la mañana y que os miran con gesto que más hubieran querido tener los cuatreros del saloon de cualquier película de John Ford.
Villafáfila, Villar de Ciervos o Andújar y mil espacios más, da lo mismo cual, alimentarse entre cráneos con cuernos, toros con ojos de cristal y bichos naturalizados y apolillados es la tónica habitual. Son muchos años de tradiciones ancestrales y “sabiduría de monte”. Todo naturalista lo sabe: o te acostumbras a las miradas retorcidas y los decorados macabros o no encuentras donde comer y dormir.
Pero hay magníficas excepciones. Oasis dónde el imperio del plomo de la zona se queda fuera. Pasa, en ocasiones, que al entrar en un lugar en concreto esos prismáticos o ese gesto de haber encontrado el grial con pelo serán entendidos y recompensados con una cerveza fresca en una preciosa terraza, rodeado de reyezuelos, mitos y agateadores y quizá, con suerte, con la entendida conversación de un verdadero sabio de la zona.
Es el caso del Hostal Almanzor. Situado en el mejor lugar posible para organizar tus salidas a Gredos, en un entorno inmejorable – vecino del Parador Nacional e infinitamente más asumible en lo económico- y que puede presumir de tenerlo todo para convertirse en un paraíso para el naturalista medio. La decoración, el ambiente, la comida, los espacios, es todo impecable. Hay un aguardo para pequeñas (y no tan pequeñas) aves de bosque para que el visitante ya pueda desayunar con las manos en la masa y un hide elevado y otro en el suelo para carroñeras sin salir del establecimiento.
Pero, sobre todo, este Camelot, resistente castillo dorado del turismo de naturaleza, tiene a Luisal y Loli. Ellos lo son todo. Propietarios y aparejadores de este maravilloso y veterano proyecto. Son además figuras clásicas del pajareo peninsular y se dejan ver con frecuencia por las ferias y saraos ornitológicos. Luisal se maneja tan bien con la cámara como con las rimas y, por supuesto, está al cabo del día de todo lo faunístico que ocurre en su tierra. Autor de la primera referencia de la editorial El Guardabosques, se atrevió a contar lo suyo con la naturaleza con poesía y, además, a ilustrarlo con fotografías tomadas por él mismo.
Y ahora que empieza la temporada de primavera ya es tiempo de ir buscando el fin de semana para subir a Gredos a ver el elenco de aves de alta montaña.
La combinación es perfecta. Como la pizca de sal en un tomate de huerta, el pan en el huevo frito o la ginebra en la tónica, la caminata por Gredos y regresar al Almanzor lo mejora todo. No ya la experiencia, que también, si no la proporción de cosas buenas en cuerpo, corazón y mente. Los niveles de serotonina, dopamina, endorfinas y oxitocina combinados en sangre harían reventar el cacharro de soplar de la benemérita. El umami del prismático. Al leer esto puede sonar a exageración. Tanto es así, que mejor mira el par de vídeos que ilustran esta reseña y juzga por ti mismo.
Si aún no conoces este coctel, te felicito: vas a pasar uno de los fines de semana más bonitos de tu vida pajarera peninsular.