En este no hay ostentosas lámparas ni oropeles, ni se pretende conspirar, en inicio, aunque si el fin es derrocar a un gobierno y nos ponemos, lo conseguimos. ¡Vaya si lo conseguimos! Aquí no hay muebles oscuros de ébano. Hay unas luces delicadas y pequeñitas que los visitantes más cercanos sabemos, claramente, son luciérnagas. Venidas de algún bosque remoto o cercano, quién sabe, pero seguro que también movidas por la curiosidad. No creemos que Dios los críe, pero está claro que los curiosos se juntan.
O para el pájaro perdido que siente el frío de la calle tras muchas horas de vuelo y quiere guarecerse acompañado y camuflarse tras una buena charla.
Este nido, tejido con las más suaves ramas que tú, ave de ciudad -en muchos de los casos- puedas encontrar, te ofrece acogida. Acogida y calor alrededor de una conversación.
Ubicado en uno de los rincones más emblemáticos de Madrid. Mar y Javier han dado (permitidme la imagen obvia) alas a un proyecto precioso que busca unir deseos, aunar ganas y creación.
La creación puede venir de la mano de la literatura, de la danza, del cine, de la observación, de todo junto o de nada en concreto. En este sentido, los grajos están abiertos a mostrar opciones que reúnan la calidad deseable.
Mar y Javi, padres de la revista El vuelo del ídem, se aventuran ahora en esta apuesta por juntar públicos, por enlazar personas, en una sala que comparte con otras, fundamentalmente, el deseo de intercambio. Pero este no es un espacio al uso, no se asienta en aforos ni en subvenciones, es, nada menos, que un lugar de acogida para el interesado, para el amante de la cultura en su más amplia concepción, para aquel que ve sus ideas o sus palabras respaldadas por un sello editorial y quiere compartir un rato y una conversación, lejos de tumultos y en calma; para el ave pollo que quiere asomarse por primera vez a un auditorio sin vislumbrar aún cual será el camino a seguir, o para el pájaro perdido que siente el frío de la calle tras muchas horas de vuelo y quiere guarecerse acompañado y camuflarse tras una buena charla.
Allí, pudimos escucharlas y mirarlas a los ojos, igual que ellas miran a los animales con los que trabajan.
Un espacio para el debate
Así, de esta forma, el pasado sábado pudimos intercambiar pensamientos con dos de las protagonistas de La osa que dejó una huella en el cielo, documental dirigido por Mar López que pone en el foco el trabajo de Luisa Abenza, Sofía G. Berdasco y Lorena Juste, mujeres que trabajan en el medio natural, recuperando especies, ayudando a encontrarlas o favoreciendo al profano la posibilidad de verlas y disfrutarlas.
Allí, en el séptimo -primer nombre tentativo de este nido, redacción de la revista- pudimos escucharlas y mirarlas a los ojos, igual que ellas miran a los animales con los que trabajan.
Técnicos y especialistas en fauna, rastreadores, conservacionistas y periodistas, junto a personas ajenas a este nada mundano entorno, pudimos adentrarnos en una conversación que fluyó por caminos rurales y montañas heladas, poniendo de manifiesto que lo importante, una vez más, es compartir.
Charlamos durante casi dos horas en torno a una mesita, sin conocernos, aprendiendo los unos de los otros y jurando volver a encontrarnos. En el mismo lugar.
Ahora que los bares de los barrios más míticos de la ciudad, aquellos en los que nos enamoramos y en los que hablamos y reímos hasta perder la cordura, echan el cierre, ahora que las calles de Madrid se han globalizado y a la esencia de la barra de zinc le ha sustituido un neón led, de menor consumo, pero agresivos efectos, ahora hemos inaugurado este lugar único en el que, por un rato, que suele ser largo, aviso, olvidarte de las rutinas y los quehaceres cotidianos, olvidarte de tus miserias, para ser tú. Solo tú, compartiendo en grupo.