Con este título arrancamos las entregas de la serie de cortos documentales, centrados en las personas que han optado por desarrollar su afición a las aves en un espacio concreto. Pajareros y pajareras con zona de campeo regular.
Lo de la observación de aves es todo menos monocromo y, efectivamente, demuestra que, para gustos, los colores. Están los que aprecian los tonos fosforescentes discordantes, pero relumbrones, y están los que tratan con ahínco de conseguir la gama más amplia de sienas y ocres.
Hay aficionados que lo ponen todo para ver cualquier bicho raro que caiga en su zona de influencia, que puede ser provincial y hasta estatal. Basta que alguien cite algo poco frecuente en las islas para que se colapsen las reservas de vuelos para El Hierro.
Otros encuentran el gran placer en añadir cierto componente competitivo -contra sí mismo o contra rivales más o menos desconocidos- y se esfuerzan en lograr la lista de especies observadas más larga, en un tiempo determinado. Es el caso de Antonio Cerecillo y su glorioso 5º puesto conquense el año pasado, como él mismo nos recuerda en este vídeo.
También, por ejemplo, abundan los que no le hacen ascos a nada y hacen todo lo anterior o nada de eso y que al final lo que quieren es ver aves, sin otra pretensión que disfrutar. Y luego, al darle una vuelta al asunto, te das cuenta de que todos y todas tenemos un poco de cada cosa.
Más allá, están los que hacen todo a la vez, pero sin salir del paisaje/espacio elegido. Van en una y otra ocasión a ver y contar las (casi) mismas aves, una semana tras otra. Sueñan, como los casos antes citados, con añadir una especie rara a la lista. Les quitará el sueño ver si este año será, por fin, en el que rompan la barrera de las citas absolutas locales. Pero esas rarezas, esos ejemplares fetiche, pueden llegar a ser bichos frecuentes 50 kilómetros más allá. Límites geográficos en los que desarrollar una pasión.
Son los que han optado por militar en las filas de la constancia. Su afición se acerca a la profesión y cumplen a rajatabla con la “pseudobligación” de registrar todo lo que sucede en su territorio. Notarios de la avifauna. Quién, cuántos y cuándo, año tras año, arrojando datos con indudable valor científico. Son los que prefieren estudiar los matices de la cosecha anual del vino de la tierra, antes que explorar denominaciones de origen de renombre, aunque, por supuesto, no le hagan ascos a ningún caldo.
Y son los que con paciencia observan, además de aves, cómo evoluciona su ecosistema personal.
Cuando la observación se aproxima a la contemplación.
Las Lagunas de Villafáfila de Alfonso Rodrigo.
En este primer capítulo los protagonistas son Alfonso Rodrigo y las Lagunas de Villafáfila. Y también sus pájaros; sus increíbles masas de aves y compactos bandos.
De Villafáfila poco se puede decir que aún pueda sorprender a un aficionado a estos temas. Suaves lomas y ligeros repechos que se vuelcan hacia el centro universal: las lagunas. Terreno despejado, mosaico agropecuario, en el que, por descontado, para cuando ves al bicho este ya sabe el color de tus botas. Distancias de observación poco amables para cualquier pajarero y desesperantes para los fotógrafos de naturaleza.
Un día normal allí puede ser con la niebla más espesa de la península. O con insufribles aberraciones visuales en la óptica, debido al contraste de temperaturas de la tierra, el agua poco profunda y la atmosfera, todo ello, mientras que, sorprendentemente, el bichero está sufriendo un frío atroz a pleno sol, azotado por vientos persistentes de noroeste. Una de las dos cosas, sin descartar la posibilidad de que las dos concurran en la misma jornada, y que el airecito “quitanieblas” salvador se convierta a mediodía en la tortura que mantiene a los bichos pegados a la superficie.
Los caminos podrás encontrarlos desprendiendo el más fino y escandaloso de los polvos posibles o cubiertos de una papilla pegajosa que hará que tu coche se cimente a la tierra. O lo uno o lo otro.
Y si quieres saber lo que es frío o lo que es sufrir calor, ¡hale, vete a Villafáfila!
Terminada la lista de tópicos para justificar un sincero y vulgar “es tierra de contrastes”, cerrada la enumeración de las no tan exageraciones, Villafáfila es un paraíso ornitológico que nunca defrauda. Sobria, dura y bella, cuando sale el día bonito, ya sea con niebla o con sol aplastante, corta la respiración.
“Pajarero de sangre”, Alfonso es un roquero que creció pegado a unos prismáticos y pateando esta tierra zamorana de sobriedad leonesa. Carácter firme y espíritu sensible, da todo lo que puede, y una miaja más, por su reserva, su espacio, su ecosistema personal. Porque si la tierra fuera para el que la trabaja, Villafáfila sería suyo. Más de 1.000 visitas lo constatan.
Este es el Alfonso que nosotros conocimos y este es su local patch.