Tuéjar, una pequeña gran reunión.

Grandes ferias, pequeñas ferias, festivales, fiestas, para profesionales, veteranas, nacientes, internacionales, municipales, genéricas, específicas, alegóricas, de grullas, de vencejos, de buitres, de migrantes… hay reuniones para todos los gustos y colores. Hay citas pensadas para rozar la decena de miles de asistentes, las hay de carácter más íntimo e incluso alguna de eminente sentido festivo-nocturno. Para celebrar la llegada estacional o la marcha primaveral. Con intención didáctica, comercial o divulgadora. Las hay por toda la geografía y en (casi) cualquier mes del año.

Como actividad opcional, promocionando la industria local y como reconstituyente espiritual perfecto, tras un paseo pasado por agua, la organización del festival contó con Cervezas Galana para hacer una cata de sus productos artesanales. Maravilla de la cual El Vuelo del Grajo logró adquirir cierta cantidad para poder analizar con detenimiento en la redacción.

Un aficionado podría ir saltando de feria en festival por toda la geografía estatal y hacerse un gran año “socio-pajarero”, de lo más entretenido. Aunque quizá para que esto fuera cierto del todo, alguien tendría que montar algo en Baleares y las ciudades autónomas.

El Vuelo del Grajo, por ejemplo, ha asistido este año, de una u otra forma, a la Feria Internacional de Ornitología (F.I.O.) y al Festival del Vencejo en Alange (Extremadura), a la Feria de Ornitología de Castilla y León (OrnitoCyL) y al Festival de los Buitres de Tuéjar, en la Comunidad Valenciana. Tuvimos que cancelar nuestra visita a la Fiesta del Buitre en Castilla y León y al Delta Birding Festival por diversas razones. Terminaremos el periplo anual en el entrañable Letras Verdes de Canarias. Y empezaremos el 25, si no hay imprevistos, en el más radical de todos los encuentros: ‘El Raro’, de Galicia. Es tan así, que ni siquiera sé si se puede hablar de él en un medio de comunicación.

Sí, somos muy festivaleros. ¿Cómo no serlo si es una mezcla perfecta y equilibrada entre ciencia, conservación, diversión, amigos y panceta?

Tras la inauguración oficial del II Festival del Buitre de Tuéjar, Carlos de Hita introdujo a los asistentes en medio de una carroñada para aprender los roles de los buitres en una situación de competencia, según los sonidos que emiten. Mostró las voces de las diferentes especies de buitres ibéricos y como extra-ball puso la grabación que hizo recientemente, al encontrarse rodeado y en proximidad de una manada de lobos.

Receta sencilla para un buen festival.

El Festival de los Buitres de Tuéjar es una iniciativa que parte de un ayuntamiento con sensibilidad hacia los temas naturales y la conservación, y que se materializa con la participación de Numenius, con Virgilio Beltrán al frente y con la inestimable colaboración de Yanina Maggiotto.

La cita no estaba planteada como las del tipo “prepárate una agenda para poder encajar todas las actividades a las que quieras asistir”. No necesitas llevar un carné de baile para organizar lo que vas a hacer. Más bien se trató de un plan de fin de semana bien pensado. Fue una apuesta a un programa único. Del modelo: “empiezas por un lado, una cosa lleva a la otra, y, para cuando te das cuenta, has pasado dos días fantásticos”.

Pero si todo lo que se le ofrece al público es una combinación de actividades y conferencias, sin alternativas, sin una avenida llena de puestos comerciales o promocionales, ni una carpa con otras actividades, entonces los organizadores tienen que afinar bien. Si no dan con la combinación correcta y con los ponentes adecuados, el asunto se puede convertir en catastrófico.

Hay que tener algo especial para que si en una salida para la observación de fauna el cielo se abre y cae lo que no está escrito, el plan no se interrumpa y el resultado sea igual de interesante. Yanina Maggiotto lo tiene, vimos los buitres y disfrutamos de su buen humor y de una naturaleza impactante.

¿Y si además quieres que los habitantes del pueblo (invadidos por la manada de pajareros conservacionistas) se vinculen a los actos? No es fácil. Nada fácil.

Se trató de un plan de fin de semana bien pensado. Fue una apuesta a un programa único. Del modelo: “empiezas por un lado, una cosa lleva a la otra, y, para cuando te das cuenta, has pasado dos días fantásticos”.

Con esa trama, Virgilio se empeñó en tejer una buena manta que abrigase las expectativas de los asistentes. Los hilos a emplear –ahí está el secreto- tenían que tener buena calidad y una combinación de colores atractiva y armoniosa, pero con contrastes que le diesen chispa al asunto.

Como él mismo dijo, quizá se trate de un nuevo libro, pero por el momento Antonio Sandoval hizo recapacitar a todos los asistentes sobre las diferentes -y a menudo sorprendentes- razones para pajarear.

Si en el programa lees que todo empieza con un taller de ilustración impartido por Nacho Sevilla, ya sabes que la fiesta es de las buenas. El mismo Virgilio dirigió una de las salidas al campo que se organizaron durante la celebración del festival. Hubo anillamiento científico y hasta un concierto de jazz en un programa de actividades que, sin abrumar, resultó sencillamente perfecto.

*La descripción del resto del programa lo puedes encontrar en los pies de foto que ilustran este artículo.

La quinta especie. Javier Elorriaga, desde su experiencia como observador conservacionista, introdujo a los asistentes en el mundo del moteado, que es ya el quinto tipo de buitre presente en la península.

Bienvenidos a Tuéjar.

Si hay algo que sorprendió a todos los que acudían por primera vez a este festival fue el lugar de la cita y su entorno.

Llegar a Tuéjar desde cualquier punto de la geografía que implique no pasar por Valencia, te expondrá a utilizar una carretera de esas que hacen que se te caiga la mandíbula: la CV390. Hay que tomarse su tiempo para recorrerla. Es estrecha, revirada y con ascensos a varios puertos de montaña. Poco reformada -aún hay tramos con quitamiedos de pilones de hormigón con tela de valla rojiblanca entre ellos- de esta carretera podríamos decir que tiene “aires vintage”. Perfecta.

Esta ruta te llevará por el valle del Turia, cruzándolo por la presa del pantano de Benagéber, las estribaciones de la Sierra de Javalambre (cubiertas de pino carrasco principalmente) y atravesando la comarca de Los Serranos, topónimo que da una idea clara de por dónde nos movemos.

El lado más duro de la conservación lo mostró Itziar Almarcegui que habló de los trabajos para la recuperación del águila de Bonelli.

El pueblo de Tuéjar, además de bello, es agradable de visitar. Con 1.200 habitantes y mucho movimiento de fin de semana, tiene todo lo que hay que tener para que el ecoturista pueda disfrutar de unos buenos días. Camping, hoteles, restaurantes y, lo que es más importante, una red de pistas y caminos por los que acceder a paisajes realmente preciosos.

El festival, pueblo y comarca son cita y destinos muy recomendables.

La gloria del buitre está en el cielo

Seguro que acudiendo al local adecuado podremos ver a Perico Delgado apretándose unos judiones de La Granja y un cochinillo. Tanto el pequeño cerdo como las legumbres son algo muy segoviano, como él. Así que estaremos atendiendo al momento en que un famosísimo deportista se alimenta con fruición, de la misma manera que podría hacerlo cualquier otro humano que accediese a un banquete. Por esa misma razón, esta observación sería anodina y carente de interés y emoción. Sí, estaremos ante el gran Perico Delgado y su fama y triunfos nos hará apreciar el momento, pero, para valorarlo en toda su dimensión, habría que verlo encima de su bicicleta, donde la ocasión se convertía en un momento épico, digno de ser recordado y narrado a las generaciones venideras.

Su envergadura, su forma de vuelo, su elegancia y, sencillamente, su belleza flotando son total y absolutamente maravillosas

Obtuvo grandes resultados, pero su palmarés quedó eclipsado por un compañero de equipo -un tal Indurain-, ganó el Tour y la Vuelta Ciclista en dos ocasiones, pero la mala suerte le hizo perder otras tantas rondas. Le faltaba velocidad en las contrarrelojes, pero trepando, escalando los puertos más duros, no tenía rival. Y su manera de bajarlos le hizo recibir el apelativo de “el Loco”, al otro lado de los pirineos.

Con los grandes buitres ibéricos pasa un poco lo mismo. Sus espectaculares reuniones en los muladares, con las cabezas ensangrentadas por haberlas metido previamente en el tórax de una vaca reventada, riñendo con un par de docenas de congéneres por un trozo de intestino delgado, levantando polvo y arremolinados por cientos, se han convertido en las imágenes icónicas de estas aves. Es la experiencia y fotografía que todos los aficionados quieren tener. Es Impresionante, si, pero no excepcional, ya que comer en grupo, pelear por el mejor pedazo y carroñear, por costumbre o excepcionalmente, lo hacen muchas especies. Por ejemplo, yo he visto a mi familia hacer desaparecer en un santiamén a una hembra de jabalí encontrada recién atropellada en la carretera, aunque todo sea dicho, no nos peleábamos -aparentemente- por los solomillos y el veterinario analizó antes la pieza.

No, verlos comer es casi vulgar. Los buitres encuentran la verdadera gloria en el cielo. Su envergadura, su forma de vuelo, su elegancia y, sencillamente, su belleza flotando son total y absolutamente maravillosas. Podemos disfrutar de sus interminables espirales mientras hacen altura en lugares insospechados: de las arribadas a sus nidos, desde el otro lado del cañón del Duratón o en el Salto del Gitano en Monfragüe, o verlos despegar intempestivamente de cualquier carretera secundaria al ser sorprendidos mientras acaban con algún animal atropellado. Pero siempre será a distancia, rompiéndonos el cuello o en una fase de vuelo corta y reiterativa, como es la llegada o despegue de la colonia de cría. Y esto sería hablando de buitre leonado (Gyps fulvus), que para ver al negro (Aegypius monachus) la cosa se complica, por su menor número de efectivos, su distribución más limitada y por ser menos gregario.

No es el espectáculo del movimiento propio de una buitrera con cientos de parejas yendo y viniendo. No es la cantidad, sino la calidad de la observación

El balcón de los buitres

Sin embargo, existe una alternativa, totalmente respetuosa con las aves, para ver a ambas especies en su elemento, observar sus vuelos en térmica o en ladera, mientras cobran altura o se desplazan de un lugar a otro, desde una posición más elevada que ellos. Mejor dicho, primero desde una posición más elevada, luego a la altura de los ojos y después a una escasa veintena de metros de tu cabeza mientras rebasan la sierra. No es el espectáculo del movimiento propio de una buitrera con cientos de parejas yendo y viniendo. No es la cantidad, sino la calidad de la observación. No es ver a los individuos moviéndose en el cielo, sino observando sus evoluciones durante minutos, pudiendo seguirlos con la mirada 360º y con una perspectiva de cientos de kilómetros para que nada se interponga. Y que cuando estés atento a la evolución de un grupo de leonados en el valle, el silbido de las alas cortando el aire de un negro te avise de la presencia de un animal de tres metros de envergadura a 15 metros de tu cabeza. A tus pies una ladera cubierta de pino y granito y otra tapizada de piornos. La cabeza acariciada – o azotada, que también- por el viento serrano. Es La Najarra, montaña de 2.120 metros que forma parte del Parque Nacional de la Sierra del Guadarrama de Madrid.

Senda de montaña

Para acceder a este magnífico observatorio natural, deberemos llegar al puerto de la Morcuera y desde allí subir por la, inicialmente tranquila, senda de la cara norte, que te llevará al collado de la Najarra, para luego subir, ahora de manera abrupta, hasta la cumbre. El desnivel es de 400 metros, se trata de senda de alta montaña y, aunque sencilla, sobra decir que hay que ir preparado y siendo muy consciente del equipo que se acarrea y de la ropa que se viste. En el collado de La Najarra y mirando hacia el Sur se encuentra el escenario del espectáculo que hemos subido a buscar. La ladera, cubierta de pino, hacia el oeste se transforma en el Hueco de San Blas, hondonada cerrada por tres cuartas partes gracias al collado, el pico de los Bailanderos, y la Pedriza. Ahí veremos ascender a los buitres aprovechando las corrientes térmicas y pasar veloces en dirección a las agujas de la Najarra, donde hay varios nidos de leonado. Pero también habrá ejemplares que ascenderán un poco más y, aprovechando el collado, pasarán al valle del Lozoya en la falda norte. Estos serán a los que puedas ver las pupilas sin necesidad de telescopios.

Exageraciones al margen, el paseo continúa hasta la cumbre de la Najarra. Una vez en ella, tendremos unas vistas más amplias si cabe, y, con ello, el acceso a presenciar otros vuelos de buitre. El paso entre valles es frecuente y cuando llegas al extremo oeste el fenómeno se vuelve grandioso. Tanto leonados como los casi más frecuentes buitres negros aprovechan la depresión natural del puerto de montaña de la Morcuera para transitar entre valles, siendo muy habitual que pasen a una distancia relativamente corta y, lo que es muy interesante, más bajos que la posición en la que nos encontramos.

Seguro que existen más sitios en la geografía peninsular como el descrito, pero este reúne todas las condiciones para estar en el top 10.