Estar en el lado correcto del presente. – El editorial otoño 2025.

¿Parar el genocidio armados con prismáticos?

¡Qué tontería!

Hablamos con Imad Atrash, presidente de la Palestine Wildlife Society – Birdlife Palestine. Mucho pudor ante la sola idea de interesarse por la fauna en un lugar dónde la media veda está establecida para seres humanos.

La organización es muy pequeña, apenas los miembros de la junta directiva y un puñado de voluntarios que en tiempos de paz hacían lo que podían. Por suerte, ninguno de ellos ha sufrido daño, gracias a estar en Cisjordania. De hecho, continúan trabajando sobre el terreno, aunque, nos cuenta, son pequeñas labores de contención de daños. Tienen el movimiento muy limitado y el simple uso de prismáticos puede resultar muy peligroso.

En Gaza, todos los trabajos han parado. Como era de esperar, las organizaciones no gubernamentales con las que colaboraban en la franja se han visto afectadas. Con ellas operaban de manera conjunta en proyectos en el Wadi Gaza, uno de los humedales más importantes de Palestina. Pero como dice Imad, todo se ha visto afectado.

Nos pide que no dejemos de reflejar el lema de Palestine Wildlife Society: ‘Juntos por las personas y la naturaleza’. Explica que lo llevan a efecto con proyectos y actividades que ayudan tanto a unos como a otros. 

Le hemos preguntado cómo podríamos colaborar con su organización y nos indica que han abierto una donación en línea en su página web (www.wildlife-pal.org) con la que podemos contribuir a la sostenibilidad de Palestine Wildlife Society, tanto en el presente como en el duro futuro que les aguarda. Tampoco descarta la posibilidad de crear un proyecto conjunto con alguna organización española como forma de cooperación.

En un tiempo en el que competir o no en un concurso hortera de música es una decisión de estado, que puede generar una crisis diplomática al tiempo que caldear los ya ardientes reactores nucleares en que se ha convertido la política española, y se impone como la principal medida de presión para parar un crimen de magnitudes bíblicas (solo la destrucción y muerte de todos los habitantes de Sodoma y Gomorra parece comparable a lo que está ocurriendo), echo un vistazo a los medios de comunicación que reflejan al día siguiente lo que ocurrió en Madrid y la cancelación de la última etapa de la Vuelta Ciclista. Dedico especial atención a los profesionales relacionados con el mundo del deporte. La decepción es absoluta. 

Miro la fotografía de Tommie Smith y John Carlos en el podio de las Olimpiadas del 68, sus puños al cielo y su mirada al suelo recordando al mundo el segregacionismo racial de los Estados Unidos de Norteamérica. Recuerdo el boicot de ese mismo país a los juegos de Moscú 1980 por la invasión de Afganistán y esto me lleva a pensar en que el Comité Olímpico Internacional no dudó un instante en vetar a Rusia mientras siguieran martirizando a los ucranios. Y no me olvido de que Sudáfrica dejó de existir olímpicamente desde 1964 hasta 1994 por su Apartheid. 

Ahora veo a antiguos campeones de ciclismo sin un ápice de solidaridad en sus narraciones de la jornada, a un famoso cronista deportivo de La Sexta convulsionando ante las acciones de los manifestantes y, sobre todo, no veo ni un solo deportista de cualquier disciplina, ni un organismo o federación que se plantee que quizá es hora de decir: “ya está bien”.

Tendrán miedo a pisar algún callo que pueda resultar en veto, en expulsión o en rescisión de contrato de patrocinio. Hay que recordar que son profesionales y que para jugar con los garbanzos del puchero hay que estar muy concienciado y más decidido. 

El escudo con el que se protegen para hacer eso se llama “no mezclar la política con el deporte”.

Pero nosotros, los observadores de fauna, los disfrutones de la naturaleza silvestre, los preocupados por la conservación de las especies, los fotógrafos de aves, los soñadores con viajes para ver animales en lugares remotos, no estamos en el mismo lugar. Principalmente aficionados, patrocinados por nuestras carteras y expertos en comprobar lo que ocurre cuando no se mueve el culo para salvar un espacio y la vida que alberga, no estamos en esa misma situación. Perico Delgado, Josep Pedrerol o, ya puestos, la presidenta de las cañitas felices y el alcalde del Barrio de Salamanca no saben quiénes somos: no nos van a dedicar palabras gruesas ni nos van a llamar terroristas. Podemos, pues, preocuparnos y hacer lo que esté en nuestras manos. 

También pienso en las expresiones de horror en las caras de los vecinos de la ciudad de Weimar cuando los soldados norteamericanos les obligaron a ver las montañas de cadáveres en el recién liberado campo de concentración de Buchenwald y comprobar con sus ojos y olfato lo que sus compatriotas habían hecho. Todos decían lo mismo y usaban otro famoso escudo: “nosotros no sabíamos nada”. Mentira. Todos los días veían cómo sus jardines y tejados se cubrían con las cenizas de los crematorios igual que ahora vemos en la televisión y nuestros móviles los cadáveres envueltos en sudarios y los edificios, uno por uno, reventados.

Este editorial comenzó a fraguarse el 8 de agosto con una conversación digital de los grajos. Desde entonces, cuando la conciencia mundial estaba de vacaciones en Neptuno, las cosas han cambiado mucho: la ONU se ha pronunciado, el jefe del estado español se ha pronunciado, han zarpado flotillas cargadas de esperanza y mucho valor e incluso los que pararon La Vuelta parece que no son ya tan malos. De hecho, da la sensación de que han sido ellos y ellas, con su actitud y determinación, banderas y kufiyas, los que han encendido la llama que parece extenderse como un incendio. La Federación Vasca de Futbol, Lewis Hamilton y, por supuesto, Eric Cantona han alzado la voz. Ahora toca continuar.

Con nuestros prismáticos no pararemos el genocidio, pero modestamente pueden estar alzados como los puños al aire de Smith y Carlos o extendidos en las carreteras como las banderas en el recorrido de La Vuelta. 

El Vuelo del Grajo si está en el lado correcto del presente.

Desde estas páginas, os proponemos el uso de estos avatares para visibilizar la posición.






Javier Marquerie 18/09/2025.


Del cuento del lobo al chiste de las decisiones. – El editorial verano 2025.

Van un neerlandés, una finesa y un español y se encuentran en un bosque en Carelia del Norte. Dice la finlandesa: “en mi país, tras unos años de moratoria, parece que van a volver a cazar grandes depredadores”. Y el holandés añade: “en mi país han regresado los lobos después de 150 años de ausencia y ya quieren matarlos”. Y dice el español: “en mi país hay una ley que dice que no se pueden matar lobos y los gobiernos autonómicos han autorizado la matanza”.

Esta introducción demuestra dos asuntos. El primero es que las cosas importantes siguen permaneciendo como tales, aunque a través de un discurso ajeno a la problemática los disfraces de otra cosa. Desde luego que para convertir la muerte en un chiste hace falta mucho más que una idea chispeante con la que comenzar un artículo, aunque sin duda habrá genios del humor que lo logren. Sin embargo, pese a que en la barra de un oscuro chigre en la montaña asturiana media docena de paisanos -convenientemente adobados- se desternillen con la ocurrencia de un contertulio, la decisión de matar a una especie nunca será un chiste.

Igual que no es una decisión de broma tampoco es una decisión política. Ni lo es económica o social. Tampoco responde a cuestiones éticas, empáticas o espirituales. Y mucho menos ideológicas. Pero sobre todo no es política.

Incluir o no a una especie en las listas cinegéticas debería ser un asunto puramente científico. Todo lo demás debería quedar reducido al espectro de “opinión de expertos” y que sean consideradas y tenidas en cuenta por los que realmente saben del tema, que no son otros que los científicos. Ni cazadores, ni animalistas, ni ganaderos, ni observadores de fauna, ni, por supuesto, políticos. 

Podría parecer muy radical, pero basta echar un vistazo a lo que ha ocurrido con el lobo en Europa en los últimos años. Es breve. Dado el estado de conservación de extrema gravedad en que se encontraba el lobo en Europa, en 1982 se le incluyó en el Apéndice 2 del Convenio de Berna como especie estrictamente protegida, lo que implicaba limitaciones y restricciones en su caza.  En 2023, un lobo mata al pony de la presidenta de la Unión, Ursula von der Layer, y pide públicamente que se dé caza al cánido. Al lobo lo degradan en la escala de protección y tres ciudadanos europeos se pueden juntar muy lejos de sus casas para comentar que vuelve a haber plomo para el lobo en sus países de origen.

La segunda cosa que se puede extraer de la introducción del artículo apareció en los siguientes minutos de la conversación, cuando nos cuestionamos los motivos que se esgrimían para sacar los rifles a relucir. ¿Cuál es la verdadera razón por la que se pide la cabeza del lobo?

En España la presión lobera sobre el ganado que anda suelto por el monte parece ser el argumento más firme de todos. Es cierto que no son pocos los ataques y que, por bien que se pague -que se paga muy bien-, siempre está el factor de lucro cesante de la ternera que, por lo visto en todas las ocasiones, tenía un gran porvenir como madre de magníficas vacas y que iban a ser el embrión de toda una estirpe de ganado que sacaría al concejo de la pobreza. Pero también es cierto que muchos ganaderos tienen sus chanchullos y se arreglan las navidades con vacas que nunca mueren, ni de viejas ni por enfermedades.

En Países Bajos, donde estamos hablando de solo 100 lobos situados en un par de zonas protegidas bien delimitadas, las quejas de los ganaderos son las mismas, aunque las bajas sean mínimas y las medidas preventivas establecidas muchas, por lo que no son un verdadero factor de presión. Sin embargo, un lobo causó heridas, menores, pero heridas, a una niña y “un animal de grandes dimensiones compatible con cánido” tiró al suelo a un niño en una huida. Ambos eventos tomados en cuenta han servido para sembrar el miedo y el deseo de muerte.

En Carelia, a falta de ganado, que no lo hay en extensivo pues es puro bosque, la petición de caza se produce amparada en el miedo a tener un encuentro cercano cuando alguien va a recoger bayas o setas. Basta que en una zona un recolector dé el aviso de un avistamiento para que, por lo visto, la gente se organice para reclamar la eliminación de semejante peligro.

Si los lobos no generan un perjuicio económico determinante, ni un peligro real, y no impiden las actividades en el monte si se toman las medidas preventivas adecuadas, ¿por qué generan tanta animadversión?  ¿Por qué, sea el país que sea, hay tanta gente dispuesta a acabar con ellos?

Hoy en día, en Europa, en donde no llegan los sistemas preventivos llegan las medidas compensatorias, el cuento del miedo atávico hace mucho que se acabó. 

Ahora es el deseo de victoria total y aplastante del llamado mundo rural y el mundo urbano sobre el poco nombrado mundo natural. Ahora, ya sin máscaras, es el deseo de imponer la voluntad del individuo de hacer lo que le plazca más allá del asfalto. Quiero dejar mi ganado suelto, quiero que mi hija juegue despreocupada y quiero ir a setas sin prestar atención ni respeto al territorio en el que me adentro ni la vida que alberga. Y el lobo simboliza el pie en pared de la naturaleza. Y también simboliza el profundo desconocimiento de ganaderos, padres y seteros actuales. ¡Qué equivocados están! Si pensasen un poco, mirasen estadísticas y/o echasen números, caerían en la cuenta de que las interacciones no deseadas con víboras, insectos, vacas o perros generan un número inmensamente mayor de accidentes. Accidentes que, al contrario de lo que ocurre con los grandes depredadores europeos, son mortales en muchos casos. Solo la garrapata y su enfermedad de Lyme se han llevado a más europeos en el último año que el oso y el lobo juntos en el último siglo.

Y luego está el deseo de sangre por parte de los cazadores. Ellos también quieren adentrarse en el bosque en sus Toyotas, o a pie, sabiendo que son el animal más poderoso que campea por la zona. El puto amo con su flamante 7mm Remington a cuestas. Aunque también cometen el error de menospreciar a su peor enemigo, que los cazadores muertos por arma de fuego se cuentan por cientos en Europa, mientras que por garra y colmillo no constan en el último siglo. Ellos y su deseo de abatir poderosos carnívoros, sin tener que pagar una pasta en África, son la gasolina del incendio antilobo.

Y todos aquellos que visitan lo natural, ya vengan del rural o del urbano, y ya sean ganaderos, runners, cazadores, esparragueros, campistas furtivos, amantes de la naturaleza de postal, instagramers o lo que quiera que sean y que se adentran en el monte o el bosque sin aceptar que son invitados -no necesariamente bien recibidos- votan. Por eso el político jamás debería decidir sobre estos temas. 

Me temo, somos minoría.

Desde estas páginas, LOBO VIVO, LOBO PROTEGIDO.




Javier Marquerie 28/06/2025.

Esta estación la ilustra María Álvarez Orgaz.

Elefantes naranjas, agendas y lobos con mantequilla en la espalda. – El editorial primavera 2025.

Elefantes naranjas, agendas y lobos con mantequilla en la espalda.

El editorial de esta primavera iba a tratar sobre la difícilmente explicable idea de que, efectivamente, el viejo Walt no andaba tan desencaminado y que aquellos que espetan: “¡Cuánto daño ha hecho Disney!” con intenciones hirientes, quizá deberían darle una repensada. Nos lo íbamos a pasar bomba con decenas de comentarios airados, pensábamos. Pero la velocidad a la que se suceden los acontecimientos mundiales en las últimas semanas deja esas diatribas semiológicas del insulto semi-sofisticado totalmente fuera de juego.

Qué lejanos parecen ya los días en que la sensación de que la lógica científica y la ligera presencia de políticos progresistas enarbolando su bandera brindaban un poquito de esperanza a la naturaleza. Al menos en ciertas partes del mundo, entre las que estaba la paleártica Europa, vivíamos, hace unas semanas, en un continente que parecía estar preocupado por las especies, aprobando leyes para la recuperación de una cantidad impresionante de espacios naturales y destinando fondos para ello. ¡Qué años de un poco de esperanza!

¡Y qué imbéciles fuimos por dejar filtrar ese chorrito de buen rollo en nuestros desalentados corazones!

No nos engañemos, todo eso se hacía por el bien del ser humano, ya que es mucho más bonito, sano y mejor valorado -en lo económico y en lo emocional, pero sobre todo en lo primero- tener un continente aseado y lleno de bichitos. De hecho, es tan saludable y beneficioso que permitiría respirar y seguir creciendo demográficamente a las generaciones venideras. Al menos el planeta daría para llegar a ver el siglo XXI. Quizá.

En realidad, las alternativas, hace unas semanas, eran dos.

A.- Nos hemos pasado y ya estamos jodidos: tratemos de parchear un poco a ver si podemos seguir viviendo de forma progresista un tiempo por aquí.

B.- Nos hemos pasado y ya estamos jodidos: tratemos de seguir viviendo liberalmente como hasta ahora y ya encontrarán nuestras empresas tecnológicas cómo seguir unas generaciones más por aquí.

Así que, a grandes rasgos, tanto A como B estaban de acuerdo en que había que cuidar un poco el tema si no queríamos que ese mismo asunto nos lo pusiera muy complicado y muy pronto.

Pero ni A ni B decían algo sobre dejar de crecer. No hablamos de crecimiento económico. Dejar de crecer en número de habitantes. Tanto A como B saben perfectamente que hay que elegir entre todos los modelos económicos existentes e imperantes, que implican crecimiento económico asociado a crecimiento demográfico, o dar una oportunidad de salvación para el planeta (y por tanto al ser humano) que pasa por decrecer la población. La única forma que tenemos de consumir menos es siendo menos. No hay otra.

Tal y como me dijo una amiga: “vete de viaje tranquilo en lo ecológico, no teniendo un hijo has reducido tu huella de carbono, al menos, a la mitad”.

En Europa habíamos aprendido a sortear con bien las crisis importantes, evitábamos conflictos y teníamos la conciencia y los bolsillos tan sorprendentemente sosegados que nos podíamos poner a pensar en Agendas 2030 y en cómo capear el temporal. Los malos de la película cumplían su papel de servir de preocupación para los bienpensantes y de alterarnos (y distraernos de alguna que otra cosilla importante) con sus negacionismos de pacotilla. Pero a la hora de la verdad, los Orbanes y Melonis europeos, al tocar poder, la tomaban con los inmigrantes y emitían alguna ley absurda y, si se pasaban, llegaba Europa y les paraba los pies.

¡Si hasta estallaba una guerra dieciochesca en Europa, con un país invadiendo otro a bayoneta calada, y nos lo tomábamos con calma! No corríamos en tropel a meternos en la fiesta de la sangre. ¡Quién nos ha visto y quien nos ve! Si parecía que hacíamos bien las cosas y teníamos un futuro. ¿O lo estábamos haciendo realmente mal?

Todo era así hasta hace unas semanas.

Ahora ha entrado un elefante teñido de naranja acompañado de una panda de navajeros sociales en el escenario. No, no me he confundido con la frase hecha: la escena puede cambiar con la entrada de un personaje, pero estos mamarrachos con gorra de aparcacoches y bailecitos y poses de tiktokers de medio pelo vienen con intención de romper el escenario consensuado, no de cambiar la trama.

Así que ahora tenemos un tercer punto de vista.

C.- Nos hemos pasado y ya estamos jodidos: “Afila el cuchillo que voy a por la gallina de los huevos de oro”.

Y es en estas semanas cuando varía la escala de valores. En estos días todo cambia.

Unos párrafos más arriba he escrito, quitando importancia y dramatismo, que cuando los fascistas llegaban al poder en Europa se conformaban con complicarle más la vida, si cabe, a los inmigrantes. Me ha costado escribirlo, pero lo cierto es que salvo un puñado de corajudos y corajudas en barcos por el Mediterráneo y algunas reacciones airadas en un primer momento, mucho más no se hizo. Es complicado hacer más cuando se está bien tal y como se está. Europa había servido para algo: habíamos pasado la pandemia y ningún país se había quedado tirado. Todos los miembros se quejaban, pero lo hacían con la boca chica. Éramos fuertes. ¿Ahora nos moveremos por los cambios en la política medioambiental?

Todo eso se desvanece a marchas forzadas. Con el estado social en mínimos en media Europa y sabiendo que todo va a encarecerse, la nueva realidad (qué agotadito estoy ya de nuevas realidades) es que, atención, hay que rearmarse. Trump haciendo chistes y comentarios con invadir territorios europeos y Putin sin ocultar que desea anexionarse las noruegas Islas Svalbard, la famosa OTAN se muestra inútil e incapaz de operar por la propia naturaleza del tratado. La solución al problema es, sí, rearmarse. Hasta los dientes. Crear una Europa independiente en lo armamentístico para ser independiente en lo estratégico. Todas las facilidades económicas para ello. Créditos a precio de derribo. Plazo de entrega, cinco años.

¿Cinco años? Eso es 2030. No hagamos apuestas: gana el más fuerte. La primera víctima de los flamantes misiles va a ser la Agenda Verde. No pueden coincidir dos 2030 tan costosos en el mismo plano temporal.

Lobos con mantequilla en la espalda.

Cuando hace tres años y medio comentábamos en esta revista que la moratoria que se iba a aplicar a la caza de la tórtola, achacábamos que solo fuera un cese temporal de la matanza a la coincidencia en el tiempo con la prohibición total de la caza del lobo. Para cualquier gobierno era inasumible políticamente tachar de la lista de animales cinegéticos a dos especies en una sola legislatura. Así de fuerte es el lobby de los septuagenarios.

En cualquier caso, los yonkis del plomo iban a tener que dejar en paz a esas dos especies durante una temporadita. Todo un reflejo de lo comentado más arriba: unas decisiones de carácter eminentemente científico se imponían con cordura en una Europa que desaparece.

En paralelo y a nivel de toda la Unión, el sector primario empieza a mostrar su disgusto. Agricultores, ganaderos y pescadores se echan a la calle, organizan huelgas y tractoradas que paralizan capitales y cortan carreteras. Piden firmeza a los gobernantes para poder tener un futuro económico viable. En resumen, el sector agropecuario obtuvo promesas sobre el control fronterizo para la importación de terceros países y una reducción muy grande de las pretensiones verdes de la Unión Europea.

Unos meses antes, cuando la tensión agropecuaria crecía, el lobo volvía a estar en primera página en toda Europa. A Dolly, el pony favorito de Ursula Von der Leyen, se lo había zampado un lobo. La presidenta expresa sus dudas sobre la protección del cánido y se manifiesta a favor de una revisión de su estatus de protección.

¿La presidenta estaba utilizando su cargo para influir en decisiones por una cuestión personal o la presidenta había encontrado una razón Disney (un ejemplo de lo que queríamos haber tratado en este editorial) para cambiar las leyes por encima de lo dictado con criterios científicos y satisfacer así otra de las peticiones del sector primario? La protección europea del lobo desaparece en un abrir y cerrar de ojos.

Ahora, y en una sola semana, se ha autorizado volver a masacrar 100.000 tórtolas al año en España y el Partido Popular, VOX, Partido Nacionalista Vasco y Junts (liberales, fascistas y conservadores ellos, ¡oh casualidad!, todas las ramas de la derecha unidas) han votado a favor de quitar la protección al lobo para que le vuelvan a dar matarile al norte del Duero.

Todo, ya sabemos, es una cuestión económica y mantener contento al sector primario es un tema de pasta. ¿Y qué forma más barata existe de satisfacer sus peticiones que dejar al lobo al alcance de sus rifles? Es gratis y las balas las pagan ellos. Y son votantes.

Atendiendo a Murphy, en la tostada de la naturaleza, hagamos lo que hagamos los conservacionistas, el capital siempre untará su mantequilla en el lomo del lobo.



Javier Marquerie 20/03/2025.

Esta estación la ilustra Pedro Mecinas.

¡Hasta que no ocurra una desgracia, no harán nada!

Esta frase y otras similares son frecuentes en declaraciones de sindicatos agropecuarios, federaciones de caza y medios de comunicación afines a estos sectores. Dan la sensación de vivir atenazados por el miedo y generan, a su vez, una sensación de inseguridad muy alta al resto de la población.

Pero, ¿es la fauna salvaje un peligro real para los humanos? Veamos qué dicen los datos:

Algunos titulares de noticias que señalan a los peligros reales.

Hay que partir del hecho de que no se conocen casos fiables de ataques mortales de osos o lobos a personas en la península. Recientemente hubo un encontronazo de una señora con un oso, del susto, la mujer cayó al suelo y resultó herida. Inmediatamente fue considerado como un ataque en toda regla por la prensa antifauna. La investigación posterior e, incluso, las declaraciones de la damnificada, no dejaban lugar a dudas de que el asunto no había pasado de encontronazo, muy poco afortunado. A nadie, ni propios ni ajenos, se le escapa que si el plantígrado, como los mismos sectores acusadores no dejan de repetir, es capaz de poner en peligro la ganadería vacuna ¿cómo es posible que una señora mayor salga casi indemne de un ataque de semejante animal?

Los ataques de jabalíes son más frecuentes. También es cierto que la mayoría de estos ataques los sufren los mismos cazadores durante la práctica de la afición cinegética. La fauna ibérica no es un peligro para las personas, pero tampoco son los animales de las películas de Disney que muchos creen. Son animales salvajes y, si los molestas, persigues o acosas, es muy probable que se defiendan. Pero eso no es un ataque, es un comportamiento de defensa y como tal ha de ser considerado.

Si tenemos en cuenta el número de animales salvajes potencialmente peligrosos y lo comparamos con el número de ataques graves o mortales que se producen, vemos que no es, al menos, uno de los principales peligros por los que tengamos que tomar medidas urgentes.
Pero eso no quiere decir que pasear por el campo no pueda tener riesgos. A diferencia de los animales salvajes, la caza sí es un peligro real para las personas. Existen muchas informaciones falsas y datos tergiversados. Los medios de comunicación, según sea su posición con respecto a la caza, “cocinan” las cifras recopilatorias en un sentido u otro. Evitando estas publicaciones más tendenciosas y centrándose en medios solventes, basta con una simple búsqueda en internet para hacerse una idea de la gran cantidad de muertes que provoca la caza al año. Sin alejarse mucho en el tiempo, entre noviembre y diciembre de 2022, murieron cinco personas en los montes de España a causa de accidentes cinegéticos.

A pesar del peligro real y demostrado de la práctica de la caza, no parece que se haga nada para poner remedio y proteger a la población. La aversión del sector a la implementación de medidas que hagan de su afición una práctica segura y menos dañina para el medioambiente es rotunda. Es una negativa férrea a cualquier modificación de sus leyes, rituales y tradiciones.

Hace unas semanas, el colectivo cinegético se quejaba públicamente porque las fuerzas del orden habían interrumpido una batida para realizar una prueba de alcoholemia a los que portaban armas. Es bien sabido que los desayunos y almuerzos en las monterías y batidas no son precisamente ligeros y las bebidas alcohólicas son parte de la tradición del llamado ”taco”. Una medida eficaz y coherente, que debería haber sido aplaudida, como es que se controle el estado de embriaguez de gente armada para evitar precisamente estas desgracias, fue recibida como un ataque.

Pero hay más peligros. Los animales silvestres, por lo general, temen al humano, por lo que ante nuestra presencia suelen huir. El enfrentamiento, de darse, será con carácter defensivo ante el acoso o la persecución. Así, por ejemplo, una manada de lobos en el campo no es un peligro para el hombre, como demuestra que no exista ni un solo caso confirmado de agresión en los últimos siglos. En cambio, una rehala de perros de razas seleccionadas genéticamente para cazar no teme a los seres humanos. Esto hace que, sí, puedan llegar a ser muy peligrosos para las personas, como en el caso de la joven embarazada que fue devorada por los perros de unos cazadores que se encontraban en la zona, en el sur de Francia, cerca de la frontera con España.

Al igual que los perros, el ganado doméstico tampoco suele tener miedo al humano. Ello le convierte en un peligro potencial para los habitantes y visitantes de estos lugares. El ejemplo de los escapes recurrentes en Brieva (Segovia), donde un grupo de toros bravos llegó a embestir a varias personas, obligó a sus habitantes a quedarse encerrados en sus casas por seguridad. En este caso, las autoridades parece que no fueron excesivamente tajantes, a juzgar por el retraso en reparar y reforzar el vallado. Estas desgracias se producen de forma cotidiana sin que nadie haga nada.

En este artículo se ha hecho referencia principalmente a hechos con consecuencias fatales, pero el número de heridos es muy elevado.
Urge bastante más acabar con las desgracias mortales que ocurren diariamente en nuestro mundo rural que preocuparse por peligros hipotéticos, basados en miedos y leyendas. Todo esto, suponiendo que la caza deportiva pueda ser considerada un modo fiable de evitar supuestos ataques. En el caso del jabalí, hasta el momento, la gestión cinegética deportiva tradicional se ha mostrado absolutamente inútil.
La realidad es que todos los años se producen muertes y accidentes muy graves en el mundo rural, causados por los peligros comentados anteriormente y nadie hace nada. ¿Parece coherente tener miedo a los ataques de lobos, que nunca han ocurrido, mientras se obvian las escopetas o el ganado doméstico, que han demostrado un peligro mortal real? A mí no.

CABS: A la caza del cazador furtivo.

Leo el título que le hemos puesto a este vídeo y pienso que se ha apoderado de nuestras entendederas el mismísimo cabrón de Harvey Weinstein. Creo que nada más darle al play aparecerá cualquier estrella rutilante de Hollywood repartiendo hostias con mucho glamur. Y algo hay de eso.

Cuando el activista anónimo del vídeo me llamó para proponerme que los grajos volásemos un par de semanas junto a ellos para ver, en primera persona, cómo localizan, persiguen y denuncian delincuentes, le pedí algunos datos, cifras y detalles. En realidad, no hacía falta: estaba absolutamente interesado de antemano. Pero me hice el interesante. Vino bien esa conversación. Al pensar luego en todo lo que me había contado, vino a mí, cual rayo luminoso y textual, la frase: “Mi nombre es Aldo Raine y estos son los Bastardos. Nos dedicamos a matar nazis y eso lo hacemos de puta madre”.

Claro que aquello era ficción, con mucho de comedia y acción a borbotones en gama de rojos. Y esto es la realidad. Realidad a las 5 de la madrugada y con la caza ilegal como tema principal: La tensión de la búsqueda y el acecho. El hecho de andar en equilibro inestable sobre el pretíl de cazar a los cazadores furtivos con técnicas y medios furtivos: jugar en su propio terreno y con sus propias armas. Si, emoción y acción brotan a chorros.

En determinados entornos hostiles, cuando hablas de la matanza masiva de aves migratorias te proponen que cruces el Mediterráneo y se lo digas a los del otro lado del charco, que se pasan la ley por el forro y matan mucho más que ellos y con artes carentes de toda moral. Hacen esa propuesta de viaje cultural con la letanía implícita, reiterada y machacona de “a ver si tiene huevos de decírselo a ellos”. Pues bien, estos activistas lo hacen. Se meten en el mismísimo Líbano a tocar las narices en el lugar más complicado que quepa imaginar. Y te cuentan que “lo más importante para actuar en Malta, es saber conducir bien para poder huir rápido”. O en su Instagram ves a un tipo con la cabeza reventada por un palo que le dio un furtivo en Chipre. Y entonces ya sabes que contestar en esos ambientes hostiles.

CABS, que así se llama la organización de origen alemán, actúa en los países mediterráneos desde hace 40 años. Primero se dedicaban a destruir y fastidiar las trampas y lugares de caza. Veinte años más tarde cambiaron de estrategia: se habían dado cuenta que aquello solo paraba la matanza el tiempo justo que tardaba el vicioso del delincuente en comprar una nueva red o levantar un nuevo parapeto. Fue entonces cuando se pasaron a la acción en cooperación con las autoridades. El cambio fue radical. Por ejemplo, cuando desembarcaron en España hace once años, lo primero que hicieron fue un censo de lugares donde los tramperos le daban matarile a la fauna. Salió una lista de cerca de 3000 instalaciones permanentes. Hoy en día quedan muy pocas operativas y por el camino se han llevado por delante a más de 300 cazadores furtivos. ¿Cuántas aves han podido salvar?

Y al final resulta que si: Se llaman CABS, se dedican a cazar cazadores furtivos y eso lo hacen de puta madre.

Disfrutad del vídeo y celebrad la existencia de CABS. Por cierto, el acrónimo es de Committee Against Bird Slaughter, que significa Comités Contra la Matanza de Aves.