Este enorme encinar, en su mayor parte adehesado, pero con parte de carrasca, tajado por el río Manzanares, se encuentra embalsado en la mitad norte del paraje. También hay piñonero, quejigo, alcornoque y enebro, todo tapizado con jara, especies que van dejando hueco a los chopos, álamos y otros árboles propios del bosque de ribera, según descendemos hacia el río y sus arroyos tributarios. Esta riqueza y variedad, el estado de conservación y las posibilidades que ofrece el pequeño pantano y su cola, hacen de El Pardo una riquísima reserva animal. Sin duda, hoy en día, la ausencia de una presión cinegética real y la absoluta protección del lugar también han favorecido que se dé está situación. De las 16.000 hectáreas que ocupa, solo 900 son visitables por el público. Las otras 15.100 están detrás de una verja -y del antiguo muro- y están continuamente vigiladas por un nutrido equipo de agentes forestales y vigilantes de seguridad que dependen directamente de Patrimonio Nacional. Solo algunas organizaciones científicas y conservacionistas obtienen la autorización para pasar a hacer algunos trabajos muy determinados. La biodiversidad se ve reforzada con la presencia de núcleos urbanos, palacios, los jardines de estos últimos, construcciones aisladas y algunos establos de equinos. Todo ello junto hace que sea un lugar excepcional para la observación de fauna… al que, por suerte y por desgracia, no se puede entrar.
El Pardo es una riquísima reserva animal de la que solo son visitables 900 ha.
La buena noticia
De acuerdo que casi toda la riqueza de El Pardo se queda detrás de la reja y del muro, pero llegado este punto hay que recordar que: 1º el cielo es muy permeable a las aves y 2º los equipos de observación y fotografía permiten tener una buena perspectiva desde puntos elevados y, por suerte, el monte de El Pardo es una sucesión de colinas y cerros con buenos balcones a la zona prohibida. Desde el norte, y ya en el Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares, hay buenas vistas sobre la cola del pantano, desde algunos puntos. Alrededor de estos puntos, se congregan gran cantidad de aves y durante las migraciones nos puede sorprender la presencia de cualquier especie, incluso en bandos muy notables.
En El Pardo se observan todas las especies características del monte mediterráneo
Al oeste, detrás del restaurante El torreón, el paisaje es adehesado, muy abierto, y es un buen punto para ver los cásicos -a corta distancia-, ciervos, gamos, jabalíes, con suerte algún zorro, y todas las aves propias del bosque mediterráneo: desde el águila imperial y el buitre negro, hasta las paseriformes que cabe esperar. Todos, aves y mamíferos, muy habituados a la presencia humana, para lo bueno y para lo terrible (gente dando de comer porquerías como espaguetis y pan duro a los de pelo). Al este, los caminos que parten de la zona recreativa de El Pardo, junto al Lar de Domingo, nos llevarán hasta la verja en una zona también muy interesante para observar ungulados, esta vez, con su carácter silvestre más inalterado.
Muy recomendable, especialmente para los más interesados en pequeñas aves, es el paseo a ambos lados del Manzanares, desde el barrio de El Pardo hasta la presa del pantano. Aunque quizá demasiado frecuentado por gente no siempre silenciosa, en las horas más tranquilas, el paseo puede depararnos buenos avistamientos. El bosque de galería y la vegetación de ribera, además de ser ricos en biodiversidad y con un buen grado de conservación, ofrecen ese resquicio de frescor en los veranos castellanos capitalinos.
En definitiva
En definitiva, es un paraje al que puedes llegar subido en un autobús municipal desde el centro de la ciudad, bajarte y ver un águila imperial en su posadero, mientras en el cielo ves perderse una cigüeña negra que ha salido disparada, asustada por el berrido de un ciervo, para, poco después, mientras descansas sentado a orillas del río, sobresaltarte por el chapoteo de una nutria. Y aunque este cuadro es complicado conseguirlo, sí puede estar en tu lista de deseos: al ir a El Pardo ya la posibilidad es real.
Si eres de Madrid, El Pardo es un lugar perfecto para iniciarte o, si ya posees experiencia, para introducir al tema a otros. Y si no eres de la capital, pero las cosas de la vida te llevan a ella a pasar unos días, no olvides los prismáticos y prepárate para disfrutar de los mejores paseos de avistamiento que puedes hacer sin salir -geográficamente- de la ciudad.
Cazadero real
Para comprender cómo es posible este grado de conservación a menos de diez kilómetros del centro de la capital, es importante conocer, de manera esquemática, un poco de la historia del lugar. Tan pronto los Austrias instalaron su corte en Madrid, pusieron sus ojos y sus manos en el monte de El Pardo. Carlos V convirtió, en el siglo XVI, un antiguo pabellón de caza de la época de Enrique III (1405), en él vivieron, de manera temporal, todos y cada uno de los monarcas. Fernando VI, decidió levantar un muro de 66 kilómetros de longitud para hacer un gran corral para sus presas y ponérselo difícil a los cazadores furtivos. Luego llegó el dictador e instaló allí su residencia permanente. Y fue este mismo señor bajito el que el 24 de diciembre de 1961 tuvo un accidente de caza allí. Su sucesor en la jefatura del Estado, Juan Carlos I, se instaló en el palacio de la Zarzuela, también situado en ese monte. La propiedad de los terrenos recaía en los sucesivos monarcas hasta que en 1931 el gobierno de la República optó porque la importante cantidad de palacios, parques, tierras, conventos y obras de arte a nombre de la corona, pasasen a ser de titularidad pública agrupados en el ente Patrimonio de la República. En 1939 el organismo pasó a llamarse Patrimonio Nacional y su disfrute se mantuvo más o menos de la misma manera: las residencias oficiales de los jefes de estado (Palacios del Pardo y Zarzuela sucesivamente) y el 95% del Monte de El Pardo quedaban para uso y disfrute exclusivo del dictador y posteriormente de la Casa Real.