Para tener un contacto con la naturaleza lo más pleno posible, los que realmente saben de esto recomiendan afinar y poner en acción todos nuestros sentidos. La vista es el sentido maestro en esto de la observación de fauna (aunque no indispensable, como luego veremos) y el 99% del contenido de esta revista así lo parece indicar. Personas hechas a ello presumen de saber si hay un jabalí cerca gracias a su olfato y si se trata de distinguir el autor de una deposición, la nariz es una excelente herramienta. Algo parecido se hace con el sabor -aunque no con heces- para distinguir sustancias. Aún recuerdo a Luisa Abenza indicándome que doblase y sintiese cómo se quebraba un pelo encontrado en la yema de un arbusto para saber que era de corzo: no se podía pedir más al tacto.
¿Y qué hay del sonido?
Sonidos de mamíferos, reconocimiento de aves, el movimiento de fauna en general y todo el mundo nocturno es, de primeras, lo que viene a la cabeza a la hora de aplicar el sentido auditivo en la naturaleza. Si hurgas un poco más aparecen los insectos, anfibios y reptiles y se produce la identificación de especies. Con un oído entrenado y el conocimiento adecuado, el oído puede contarnos tanto como el visual, lo que hace que, a efectos prácticos, se pueda contemplar el desarrollo de la biodiversidad a nuestro alrededor. Tanto es así, que se puede aplicar, con absoluta precisión y rigor científico (y poético), el verbo escuchar a la hora de salir a lo natural y satisfacer todas nuestras ansias de escudriñar a los bichos. Escuchar la fauna, escuchar la naturaleza y escuchar la vida, de la misma manera que el observador, el fotógrafo o el rastreador sale a ver qué es lo que hay.
De todo ello, a modo de resumen de posibilidades, el asistente a la XVII edición de la Feria Internacional de Ornitología, celebrada los días 18, 19 y 20 de febrero en Monfragüe, pudo tener conocimiento. En el programa de actividades de dicho certamen, se encontraba una cita que, a priori, causaba mucha expectación entre un gran número de visitantes. En la gran carpa ‘Escenario’, con el aforo completo, la organización reunió para un coloquio a Carlos de Hita, Eloïsa Matheu, José Luis Copete y José Carlos Sires, todos ellos grandes escuchantes de la vida.
Incluso para los iniciados en asuntos de sonido, la conversación de los cuatro ponentes, a cada minuto, se tornaba más y más interesante. Con pocas incursiones en el territorio de lo puramente técnico -las justas y necesarias únicamente- el diálogo transcurrió por terrenos realmente emocionantes y didácticos. Carlos de Hita, que para la ocasión ejercía también de maestro de ceremonias, supo mantener un buen ritmo y llevar a los contertulios a lugares muy interesantes.
Cuatro aproximaciones a la escucha sonora
Sería inútil tratar de narrar todo lo que allí se pudo hablar, explicar y detallar. Impresiones, experiencias y anécdotas fueron trazando un discurso a cuatro voces. Los puntos comunes eran solo eso: lugares donde ellos coincidían en mitad de un vastísimo campo que iban abriendo a la audiencia. Ninguno de ellos se acuartelaba en una posición o acción respecto al sonido. Cada uno con sus viajes, sus historias, sus motivaciones y sus objetivos, hablando de un mundo maravilloso, tan puro como íntimo. Porque la audición es un asunto muy íntimo. El sonido, según entra por el pabellón auricular, va directo al cerebro del escuchante, actuando de manera muy abstracta en sus neuronas. A determinados ejemplares bípedos, una secuencia cinematográfica visual le podrá generar una serie de emociones muy intensas y variadas, pero siempre bajo el control que supone poder ordenar y clasificar esas imágenes en su cerebro. El descontrol del sentimiento llega cuando aplicas el sonido a esa secuencia. Un violín, el sonido ambiente de la naturaleza, las risas de un niño y, por arte de magia, un espectador sonríe mientras que otro, situado a su lado, rompe a llorar. El sonido actúa de maneras sorprendentes. El cineasta Robert Bresson en su colección de aforismos Notas sobre el cinematógrafo (1975) apuntaba que “cuando un sonido puede sustituir una imagen, suprímela o neutralízala. El oído va más hacia dentro y el ojo más hacia fuera”.
Un tema omnipresente durante todo el coloquio fue el silencio. Nadie mejor que ellos para ser conscientes del significado de las palabras “primavera silenciosa”
A la sutilidad e intimidad de los mimbres con los que trabaja esta gente, se suma la soledad. Modificar la distribución del peso del cuerpo de un pie a otro y que chasque una ramita; contener la respiración ante la aproximación de un zorro y que al recuperar el ritmo pulmonar se escape un ligero suspiro; o girarse levemente para orientar la cabeza y así escuchar mejor y que roce la manga de la prenda de abrigo son acciones que podrían desatar la ira del técnico de sonido y hacerle desear, durante unos breves instantes o largas horas, dependiendo de la importancia de la grabación echada a perder, que se abra la tierra y succione a su insoportablemente ruidoso acompañante hasta el mismísimo depósito magmático. Por la naturaleza de sus materiales, el técnico de sonido de naturaleza tiene que trabajar en soledad y alejado de cualquier rastro de sociedad humana: en el silencio del valle, la motosierra se oye a océanos de distancia, la carretera situada a 10 kilómetros se coloca en el primer plano sonoro y, cuando has conseguido evitar todas las fuentes de ruidos, descubres que el cielo es autopista de aviones.
Irónicamente, un tema omnipresente durante todo el coloquio fue el silencio. Ellos viven la naturaleza a través del sonido y su acción en el monte es registrar ese sonido. Nadie mejor que ellos para ser conscientes del significado de las palabras “primavera silenciosa” y de cómo, año a año, las voces se van apagando y donde antes cantaban 10 ahora son 5.
Todos, los cuatro, son artistas, científicos, conservacionistas y documentalistas y es la inutilidad de este narrador la que otorgará a cada uno de los protagonistas un concepto, un terreno de trabajo prioritario, particular.
La documentación y la ecología del sonido.
“La Ecología del Paisaje Sonoro, es una nueva corriente que consiste en el estudio del sonido de los espacios para entender mejor su estado y su funcionamiento. Por ejemplo, permite valorar ecosistemas sin saber lo que hay realmente. Esto es especialmente interesante en ecosistemas tropicales, donde sabemos que están desapareciendo especies que ni siquiera sabemos que existen”. Eloïsa sabe bien de lo que habla y lo hace con calma. Por desgracia, la fascinación de ese mundo que descubre con sus palabras lleva de la mano la gasa negra de los datos negativos.
También nos habla de nocmig (migración nocturna) y de las grabaciones loquísimas que se están haciendo y de la cantidad de datos que están arrojando sobre las costumbres migratorias y el sobrevuelo nocturno terrestre de aves marinas. “El sonido ha pasado de ser anecdótico a mitad del S.XX a ser una herramienta utilísima”, concluye Eloïsa.
Quien más y quien menos en este mundillo ha escuchado las grabaciones de Eloïsa Matheu, aún sin saber que las había hecho ella. A principios de los 90 fundó el sello discográfico ALOSA y con él publicó las primeras guías sonoras de fauna en España y sus registros han ido sonando por todas partes. Lo que probablemente empezó con un “¿y si…?” se convirtió en 30 años viajando por todo el mundo documentando e identificando sonidos de la naturaleza. Ese inmenso archivo por ella creado le hace ser especialmente consciente de cómo cambia todo. La descripción que hace del delta del Llobregat y todo lo que está allí sucediendo es un buen ejemplo. Ello la lleva a salir para grabar la degradación con un claro intento de denuncia: “pero la ausencia de aves me está quitando un poco las ganas”.
Para recordar su momento dorado los recuerdos de Eloïsa van más lejos en el tiempo y en el espacio. Malasia, año 1989. El sonido de la grabación protagonista del recuerdo llena el espacio de la carpa. Son gibones. El final de una agotadora expedición, final de jornada y ya retirándose para descansar. Entre cientos de sonidos comienza a predominar uno que lo llena todo. Un dueto de una pareja de gibones. A ella este momento le abrió un mundo nuevo.
El sonido de la ciencia.
Indudablemente ligado al sonido -Copete es el 50% de la valiosa Radio Somormujo- y a la rama más científica de la ornitología -miembro del comité de rarezas de SEO, consultor en el ciclópeo Handbook of the Birds of the World y “publicante” activo en las revistas más prestigiosas del sector-, José Luis no se traiciona a sí mismo durante la conferencia. Nos cuenta dos experiencias personales que ilustran a la perfección cómo el sonido -más bien las personas pegadas a un micrófono con parábola y unos cascos en las orejas- puede ser determinante en el estudio profundo de las aves.
Etología. En una búsqueda activa del búho pescador en Turquía, junto a Dani López y Emin Yoğurtcuoğlu, una vez localizado el animal, realizó una excepcional grabación del macho reclamando. Pero había algo raro en ella y el sonido de un torrente no le permitía averiguar qué era. Más tarde, analizando el sonograma de dicha toma, le pareció descubrir que lo que había captado era una pareja haciendo duetos: ambos miembros repetían al unísono la misma llamada. Sorprendido por el hallazgo y buscando la necesaria confirmación, se puso en contacto con Arnoud van den Berg, miembro destacado del grupo científico The Sound Aproach, que gracias a otra grabación pudo confirmar que era cierto.
Cada uno con sus viajes, sus historias, sus motivaciones y sus objetivos, hablando de un mundo maravilloso, tan puro como íntimo. Porque la audición es un asunto muy íntimo.
Taxones. Copete también explicó cómo durante una expedición en China surgió la duda sobre si los Mosquiteros de Hartert (Phylloscopus goodsoni) a los que estaban observando pertenecían a dos especies independientes, se encontraban ante subespecies diferenciadas, o si se trataban de notables variaciones morfológicas entre miembros del mismo taxón. José Luis, argumentando que los ejemplares de ambos patrones de plumaje cantaban igual, organizó un complejo plan de comprobación de datos. Se propuso capturar varios ejemplares de ambas coloraciones tras haber grabado sus cantos. Los sonogramas indicaban que eran la misma especie y el ADN lo confirmó.
Su gran recuerdo sonoro tiene por protagonista al zorzal dorado. En bosques lejanos, suena de noche cuando empieza a clarear la mañana en el horizonte y se calla cuando el resto canta. Solo hay media hora para escucharlo. Recuerdos en el centro de China oyéndolo cantar en las mañanas de lluvia en las que no podía grabar por el ruido de las gotas al caer.
A la defensa de los espacios, armado con grabadoras.
“¿En un bosque, cuántas aves oyes y cuántas puedes ver?”, dice José Carlos Sires. Está pregunta retórica es un buen punto de partida para la explicación del proyecto en el que actualmente está trabajando. Este cordobés, invidente desde los seis años, siente con horror cómo dos territorios de indudable valor para la biodiversidad van camino de su desaparición. Y no solo es que las autoridades no hagan nada por impedirlo, sino que apoyan y fomentan el desmantelamiento de esas zonas. Por un lado, el área cordobesa de Sierra Morena infestada de construcciones ilegales, que no solamente no se derriban, sino que aumentan. Por otro lado, el “Doñana visitable” y la acción constante de la agricultura y la caza furtiva. El parque natural que rodea y protege el nacional está siendo atacado frontalmente con la extracción de agua y con el total apoyo de las autoridades autonómicas, que han legalizado los pozos y motobombas hasta ahora ilegales. No hace falta decir nada sobre lo que pasará con Doñana después.
Sires propone “sonotrampear”. Mediante la colocación de grabadoras en lugares interesantes o críticos y con una planificación muy estudiada de los horarios de activación, José Carlos está registrando el espacio sonoro de aquellos lugares. Con ello pretende, no solo documentar la fauna que allí habita, sino registrar la progresiva devaluación ecológica que están sufriendo. Defender lo que es de todos y en caso de perder en esta lucha contra titanes, poder arrojar a la cara de los culpables el sonido de lo desaparecido.
Para José Carlos su momento sonoro está ligado a Zaragoza. Buscar todo el día en el Planerón a la alondra ricotí y una vez localizado el núcleo, pasar noche allí cerca para poder estar temprano a la mañana. Y comenzar a llover y permanecer así toda la noche. El agua cesó al amanecer. Y entonces, en el aire húmedo, tres machos cantaron cuando aún todo el mundo estaba en silencio.
El arte, la comunicación y la difusión.
“Respeto mucho a los bioacústicos, a los ecólogos acústicos, pero no es mi campo de actuación”. Carlos de Hita, con este -casi- alegato inicial parece alejarse del objetivo conservacionista de su trabajo. Él ha pasado sus últimos 30 años sonorizando películas –“un documental con música es muy emocionante; un documental con sonido natural es muy real”- y dando a conocer la biodiversidad a través de su sonido en la radio. Ha publicado libros deliciosos y en los últimos años ha desarrollado unas instalaciones audiovisuales, donde, a través de los sonogramas proyectados, el sonido en su forma visual desplaza a la imagen tradicional.
Más tarde, Carlos pasa dos grabaciones tomadas desde su casa y en fechas semejantes con unos años de diferencia. En la primera, se escucha todo lo que uno espera oír en un bosque serrano. En la segunda, todo queda aplastado por las chicharras. Es el cambio climático avanzando. Su experiencia le indica que todo ha subido 200 metros y los insectos, que antes estaban en los bosques de abajo, ya han llegado a su casa.
Esas grabaciones breves y concisas, pequeños haikus sonoros, son una de las especialidades de Hita. Emite a diario en la SER un microespacio llamado Amaneceres. A las 6 de la mañana despide la noche con una breve pieza sonora que, con cuatro trazos, te lleva lejos.
Y Carlos pasa a reconocer que ha sufrido una crisis. “Durante el confinamiento vivimos en ese paisaje sonoro limpio. Tras haber estado en el paraíso -con toda la consternación del mundo, insisto-, cuando volvió el ruido yo entré en una cierta depresión, que paradójicamente me curó el volcán. Tras haber retrocedido 100 años, nos devolvieron esa balsa de aceite que es el ruido y que lo ocupa todo y yo me pregunté: ¿Para qué seguir grabando?”. Y cuando el turno de palabra regresa a su boca anuncia que en dos días se irá “a Doñana, porque quiero estar dentro de la marisma por la noche y grabar el sonido de las bombas de agua. Porque las bombas son lo que está secando Doñana. Y es la primera vez, en mi vida, que voy a ir a un sitio a grabar el ruido de lo que lo está matando. (…) Y seguiré saliendo a grabar y comunicándolo para que se entienda que necesitamos seguir escuchándolo, porque lo primero que se rompe con la crisis ambiental es el paisaje sonoro”.