Leer la tierra, dejar entrar el paisaje.

La poeta Mary Oliver solía decir: «Presta atención. Sorpréndete. Cuenta lo que ves». Este texto, que bien podríamos considerar una especie de mapa, nos invita a explorar diversos ecosistemas narrativos. Será una guía que nos llevará hacia libros que han moldeado un género literario en el que numerosos escritores, asombrados por su entorno, han relatado su conexión con el mundo natural del que todos formamos parte.

La escritura de naturaleza o liternatura, no es solo un género literario; es una continua invitación a reflexionar; es un puente entre la experiencia sensorial del entorno y la inmersión profunda en el mismo, puesto que surge de la necesidad y el deseo de sentirse parte de lo que nos rodea, de comprender el territorio, el paisaje, no solo como un recurso o telón de fondo, sino como la protagonista viva que es, esencial y a menudo vulnerable. Escribir sobre naturaleza es escribir sobre nosotros mismos, sobre nuestras elecciones y las consecuencias de nuestros actos. Y estos textos nos recuerdan que la literatura también es un acto de observación y de denuncia. Así, al leer estos libros, caminamos por sendas donde el lenguaje se convierte en herramienta de exploración, y nos recuerda que somos criaturas de la tierra que narramos. 

En este recorrido que transitará todos los ecosistemas posibles partiremos del bosque, que alberga más del 80% de las especies terrestres y que bien sabemos que desempeña un papel crucial en la regulación del clima y en la provisión de servicios ecosistémicos. Subiremos después a las montañas, fuentes de agua dulce, refugio de especies únicas adaptadas a condiciones extremas. De allí nos dirigiremos al litoral, donde la costa se encuentra con el mar, para luego llegar hasta la vastedad del desierto. Cruzaremos regiones polares, quizá humedales, paisajes diversos donde la vida se abre camino en su forma. 


Entre los textos clásicos que exploran los bosques y montañas, podemos destacar algunos ejemplos como Virgilio en sus Geórgicas o Plinio el Viejo, en su Historia Natural, ya subrayaban en sus escritos la importancia del árbol y el bosque en la vida cotidiana. Si de textos fundacionales hablamos, uno de los principales, sin duda, es Diario Rural(1850), de Susan Fenimore Cooper, donde documenta las estaciones y la ecología de los bosques de su localidad, en ella se funde la observación, la necesidad de conservar y el profundo aprecio por esa conexión espiritual que podemos establecer con el paisaje. Y si hablamos de bosques, es inevitable no pensar en Walden (1854), de Henry David Thoreau, donde relata su experiencia viviendo en una cabaña junto al lago Walden, rodeado de bosques en Concord, Massachusetts. 


El conocido como padre del conservacionismo estadounidense, John Muir, nos dejó un texto precioso, Mi primer verano en la Sierra (1911), donde nos embelesa con su experiencia en las montañas de Sierra Nevada, allí trabajó como pastor. Su necesidad de proteger el entorno era tal que contagio tal pasión a generaciones enteras de lectores y activistas. Querría vivir en sus descripciones de los bosques de secuoyas. En Winsconsin nos espera Aldo Leopold, quien introduce el concepto, tan necesario, de ética de la tierra, donde plantea la necesidad de respetar y preservar las comunidades ecológicas en su totalidad. Su obra, Un año en Sand County (1949), y él mismo, continúa siendo hoy en día una referencia indiscutible por el modo en que contribuyó a fijar conceptos clave. Nos habla de la necesidad de atesorar un mundo que se está perdiendo, que nos adaptemos al ritmo de vida de la tierra y no a la inversa. 

Algunas obras se encargan de cartografiar lo que somos, de renombrar lo que se nos olvida que ya existía (porque no nos es útil o no nos interesa ver). Y es fascinante el papel de los bosques en nuestras vidas y en el equilibrio del planeta.

El bosque en muchos casos ha marcado el límite de la civilización occidental, tanto en los límites literales como imaginarios. Muchas cosas no han cambiado, pero las que sí como la pérdida de esa exterioridad nos lleva a la pérdida de la memoria, y la memoria del bosque es la de la historia de la humanidad. 

Algunas obras se encargan de cartografiar lo que somos, de renombrar lo que se nos olvida que ya existía (porque no nos es útil o no nos interesa ver). Y es fascinante el papel de los bosques en nuestras vidas y en el equilibrio del planeta. Obras como las de Roger Deakin que, en Diarios del bosque nos invitan a recordar, al tiempo que viajamos, en este caso, a través de los árboles, explorando no solo los de Inglaterra, sino también los de otras partes del mundo. Fascina porque su enfoque es tan diverso como el bosque mismo y nos deleita con una mezcolanza entre historia, arte, botánica y experiencias personales que hace que no queramos salir de esos bosques. Deakin ve los árboles como guardianes de un pasado profundo y como símbolos de resiliencia, nos alienta a establecer vínculos desde la memoria cultural y la observación/contemplación. Por su parte, Sue Hubbell, en Un año en los bosques, nos atrapa mientras leemos su experiencia personal en una cabaña en las montañas Ozark donde explora y pone en funcionamiento conceptos como la interdependencia, los ritmos estacionales o la autosuficiencia. 

Si Deakin nos lleva a un recorrido global, Hubbell nos sumerge en la intimidad de un rincón concreto del mundo, demostrando que los bosques también son espacios de refugio personal y descubrimiento. 

Sue Hubbell y su diario vital.

Más recientemente, hace unos meses, la bióloga Anne Sverdrup-Thygeson, publicó en nuestro país, El bosque, donde adopta una perspectiva científica que complementa las narrativas más personales de Deakin y Hubbell. En este texto, Sverdrup-Thygeson nos acerca con rigor y de manera muy divulgativa, a procesos biológicos y a las relaciones entre los organismos que habitan los bosques (cómo se comunican los arboles a través de las raíces, la interacción de los hongos, etc) para ofrecernos una visión completa de este ecosistema vital para la vida en el planeta.  Pero esa conexión no es únicamente visual o intelectual, sino también sonora. La acústica la trae Carlos de Hita con Viaje visual y sonoro por los bosques de España, donde a través de sus paisajes sonoros, nos acerca al centro del bosque donde el canto de los pájaros o el crujir de las ramas cuenta numerosas historias y que no siempre somos capaces de escuchar. 

Estos cuatro libros, desde sus distintos enfoques, convergen en un mensaje común: el bosque es un entramado de contactos en el que la cooperación es lo más importante. Al escritor italiano Mario Rigoni Stern le preguntaron en una ocasión: “¿Qué es para usted la oración? Estar solo en el bosque, respondió él».

Esta visión, complementa la que nos ofrecen Shepherd y Macfarlane, puesto que aquí la montaña se convierte en un espacio para encontrar lo sagrado. La visión que nos aporta Matthiessen contrasta con las historias de logros que suelen asociarse a estos colosos de roca.

Y en este punto, quiero hablar de ese diálogo que establecemos a través de la obra de Robin Wall Kimmerer, Una trenza de hierba sagrada, una obra donde la autora, bióloga y miembro de la Nación Potawatomi, teje una narrativa que entrelaza tres aspectos clave: la sabiduría indígena, el conocimiento científico y las historias personales. El libro explora cómo las prácticas ancestrales y la observación científica no son incompatibles, es más, nos aportan una visión integradora del cuidado del medio ambiente. Su escritura es de una belleza poética única mientras nos va narrando historias de plantas, ecosistemas o comunidades humanas que se establecen en reciprocidad con la tierra y en continúo agradecimiento por todo lo que recibimos de ella. 

Con Susan Fenimore Cooper con su Diario rural empezó todo.

En el diálogo que se establece entre la montaña y quien escribe, ésta se torna en algo más que una simple formación geográfica. La fascinación que han ejercido las cumbres es tal que abraza, casi desde sus inicios, un halo de misticismo que ha llevado a numerosos escritores a intentar comprender no solo su belleza, también su dureza y el misterio que envuelven los picos graníticos. Estos relatos abordan tanto la majestuosidad de sus cumbres como la búsqueda de respuestas, tanto a nivel personal como cultural. Obras como La montaña viva de Nan Shepherd, Las montañas de la mente de Robert Macfarlane, El leopardo de las nieves de Peter Matthiessen o Everest, 1924 de Wade Davis nos invitan a reflexionar sobre la profunda conexión entre el ser humano y las alturas.

La montaña se convierte en una experiencia sensorial a través de la mirada que Nan Shepherd nos ofrece en La montaña viva, puesto que ella en lugar de centrarse en la conquista de cimas o el desafío físico, opta por habitar la montaña con los sentidos como herramientas. Sus relieves son los Cainghorns donde sube una y otra vez y donde cada roca, arroyo o ave adquiere un significado propio y profundo, puesto que el diálogo es total, es lo orgánico respirando a través de la poesía que transforma su experiencia y que enseña. Esta aproximación se aleja del concepto tradicional de la montaña como un objeto a superar, algo que resuena en Las montañas de la mente de Robert Macfarlane. Mientras Shepherd asciende a lo más íntimo de la montaña, Macfarlane nos guía por esas alturas simbólicas mostrando cómo han sido interpretados (y percibidos) a lo largo del tiempo y la historia, puesto que han pasado de ser considerados lugares hostiles, temidos y respetados a convertirse en símbolos de desafío, autodescubrimiento o inspiración en tiempos más modernos. La montaña como idea nos atrapa desde el inicio de este libro que mezcla historia, filosofía y las propias aventuras y experiencias personales del autor; la montaña como un paisaje que ha vertebrado nuestra conciencia colectiva. 

En este sentido, Macfarlane amplía la perspectiva íntima de Nan Shepherd y conecta el acto de explorar montañas con un anhelo humano más extenso: el deseo de comprender nuestra relación con lo sublime. La montaña, en sus palabras, “no es solo un lugar físico, sino también un estado mental, un espacio de confrontación con nuestros límites y nuestras aspiraciones. Las montañas como espacios para habitar y escuchar.” 


El Himalaya, con su imponente visión y su belleza austera, se convierte en el telón de fondo idóneo para la búsqueda de Peter Matthiessen en El leopardo de las nieves. El escurridizo animal es el punto de partida de esta expedición que acaba siendo un viaje espiritual, una reflexión sobre nuestra conexión con el planeta y todas sus especies. Esta visión, complementa la que nos ofrecen Shepherd y Macfarlane, puesto que aquí la montaña se convierte en un espacio para encontrar lo sagrado. La visión que nos aporta Matthiessen contrasta con las historias de logros que suelen asociarse a estos colosos de roca. 

Y mientras Matthiessen se adentra en la dimensión espiritual de las montañas, Wade Davis, en Everest, 1924, nos mete de lleno en una de las expediciones más legendarias al Everest, narrando la trágica historia de George Mallory y Andrew Irvine, dos escaladores que desaparecieron cerca de la cima del Everest en un tiempo en que las montañas eran vistas como los últimos grandes desafíos de la humanidad. Aquí las motivaciones son distintas: la obsesión por las cumbres es el motor de arranque. Aquí la montaña no es una idea, es un símbolo de poder, perseverancia y ambición durante el auge del imperialismo británico. Aunque el enfoque de Davis dista del presentado por los otros autores sí que vienen a contarnos algo así como que las montañas nos reflejan a nosotros, a nuestras ideas y obsesiones como sociedad. 

Siguiendo el recorrido de este artículo-mapa, descendemos de la montaña y antes de entrar en ríos, lagos, humedales o llegar al litoral, nos espera el mar seco, esa vastedad llamada desierto cálido. Obras como El solitario del desiertode Edward Abbey, El mundo inconmensurable de William Atkins, La tierra de la lluvia escasa de Mary Austin, así como los textos de Gary Paul Nabhan y Joseph Wood Krutch, las reflexiones de Wilfred Thesiger y las vívidas descripciones de la América árida en la obra de Willa Cather, conforman un mosaico literario que revela la complejidad y la profundidad espiritual de este espacio. Exploran este entorno único desde prismas muy distintos puesto que el desierto no solo es un espacio físico, también es una metáfora de resistencia y contemplación. 

Edward Abbey, en El solitario del desierto, celebra la libertad del desierto del suroeste estadounidense con una mezcla de lirismo y crítica social, puesto que lo considera un lugar donde se libra una batalla entre lo indómito y el avance implacable del capitalismo, es decir, de la civilización moderna. Alterna la descripción de las tierras áridas, no exentas de humor, con su preocupación por la destrucción ambiental, convirtiendo al desierto en un símbolo de lo que puede perderse si no protegemos nuestros espacios. Por otro lado, el periodista Williams Atkins en El mundo inconmensurable, recorre los desiertos del mundo para explorar no solo sus características geográficas, sino también sus implicaciones históricas y culturales. Su enfoque es tan amplio como profundo: cada capítulo abarca un desierto distinto, desde el Sáhara hasta el Gobi, y reflexiona sobre cómo estos paisajes han moldeado las vidas de quienes los habita, puesto que nos muestra un lugar no solo de dureza o soledad, también un escenario donde se despliegan historias humanas cargadas de significado. 

… obras que, no sólo describen la belleza del mundo líquido, sino que también reflejan la fragilidad de la vida en lagos u océanos, la importancia de la memoria cultural asociada al agua y la necesidad de un enfoque sostenible hacia unos entornos cada vez más amenazados.

Gary Paul Nabhan, por su parte, aunque no está traducido en nuestro país, en libros como The Desert Smells Like Rain (El desierto huele a lluvia), conecta las tradiciones indígenas del suroeste con el conocimiento ecológico y botánico. Nabhan examina cómo los pueblos nativos han cultivado un entendimiento profundo del desierto, adaptándose a sus rigores y revelando una relación sostenible y respetuosa con la tierra. Otro texto no traducido sería el de Joseph Wood Krutch, en The Desert Year que celebra la serenidad y la espiritualidad del desierto a través de observaciones profundamente personales, ya que, para él, el desierto no es un lugar desolado, al contrario, es refugio y conexión. La perspectiva se amplía aún más con Wilfred Thesiger, quien en Arenas de Arabia se sumergió en el corazón del Rub al-Jali, el “Cuarto Vacío” de la Península Arábiga, retratando la vida de los beduinos y el rigor de la supervivencia en un territorio que desafía cualquier confort. Por otro lado, Willa Cather, aunque más conocida por las Grandes Llanuras, también supo capturar en sus obras el sutil equilibrio entre la aridez del paisaje y la espiritualidad que emerge de él, reflejando la manera en que las comunidades y los individuos encuentran sentido y arraigo incluso en la escasez. Ejemplos como Mi Antonia, Pioneros o El canto de la alondra.  

Antes de cambiar de escenario, quería mencionar el fantástico ensayo de Virgina Mendoza, La sed. Una historia antropológica (y personal) en las tierras de lluvia escasa. Un viaje narrativo que recorre pueblos donde la falta de agua define cada aspecto de la vida cotidiana. Desde la lucha por el acceso al agua potable hasta los rituales y creencias que surgen en torno a este recurso escaso y donde Mendoza da voz a las comunidades que habitan en la vulnerabilidad hídrica. Y con ese guiño a la maravillosa obra de Mary Austin, donde se dedicó a explorar el valle Owens en California, con una mirada ecologista y alejada de lo antropocéntrico, atiende las necesidades de la tierra y se dirige a aquellos que buscan una existencia más acorde con el entorno. 

Nuestro mapa nos acerca a los ríos, lagos, humedales, costas y mares con obras que, no sólo describen la belleza del mundo líquido, sino que también reflejan la fragilidad de la vida en lagos u océanos, la importancia de la memoria cultural asociada al agua y la necesidad de un enfoque sostenible hacia unos entornos cada vez más amenazados. En el ámbito español destacan publicaciones recientes como Delta de Gabi Martínez, donde el autor se sumerge en las entrañas del Delta del Ebro, donde el cambio climático está acelerando la pérdida de tierra frente al avance del mar y bajo un paisaje en rápida transformación donde laten las tensiones mantenidas desde hace años entre las administraciones, vecinos, turistas, ecologistas, cazadores y pescadores. El texto muestra la presión ejercida sobre un sistema vulnerable, evidenciando la dificultad de armonizar aprovechamiento económico y protección del entorno. Por su parte, la obra más reciente de Noemí Sabugal, Laberinto Mar acerca al lector a las costas españolas, explorando la tensión entre turismo, actividad industrial y el impacto del cambio climático en el litoral. Así, Sabugal retrata un paisaje en transformación que urge comprender y conservar.

Siguiendo con las costas y litorales, un clásico sería el texto de Henry Beston, La casa más lejana, pasó un año en la costa de Cape Cod, inmortalizando la danza entre las mareas, las arenas y las criaturas que pueblan ese litoral, celebrando la interdependencia entre el ser humano y las fuerzas naturales.

Antonio Sandoval da un largo paseo por sus paisajes naturales en su ¿Para qué sirven las aves?

Annie Dillard, en Una temporada en Tinker Creek plasma la experiencia de observar minuciosamente un arroyo en Virginia. Su mirada convierte la contemplación cotidiana de insectos, anfibios, aves y corrientes en un ejercicio de introspección mística y filosófica. La conexión íntima entre la autora y el agua fluye con naturalidad, recordando que la grandeza del mundo natural puede residir en lo diminuto y aparentemente insignificante. Tanto Dillard como Terry Tempest Williams (ambas autoras de referencia para quien suscribe este mapa), con su maravilloso texto Refugio(Refuge: An Unnatural History of Family and Place) que entrelaza su historia familiar con la del Gran Lago Salado de Utah y las marismas que lo rodean. Encuentra en las aves migratorias y en la capacidad de resistencia del humedal un consuelo a la par que metáfora del dolor y la esperanza justo en el momento en el que su madre le detectan cáncer.

Por otro lado, Olivia Laing, en To the River, emprende un peregrinaje a lo largo del río Ouse en Inglaterra, conectando el paisaje fluvial con la memoria literaria y personal, incluida la huella de Virginia Woolf. Laing funde historia, biografía y naturaleza, retratando el río como un espejo líquido de la identidad, la memoria y el paso del tiempo.  Por supuesto, no podemos dejar de mencionar a Rachel Carson, pionera en conciencia medioambiental, publicó Bajo el viento oceánico antes de Primavera silenciosa, describiendo con maestría la vida en el océano y presentando un mundo submarino delicadamente entrelazado. Nos recuerda la complejidad y el valor de los entornos acuáticos a través de una prosa que integra lirismo, rigor científico y reflexión personal.

En este mapa no podemos dejar de ubicar libros como Leviatán o la ballena de Phillip Hoare, un libro que combina la historia natural con la investigación cultural, la reflexión literaria y el ensayo personal. A través de su exploración, Hoare desvela la compleja y a menudo contradictoria relación que la humanidad ha mantenido con las ballenas a lo largo de los siglos. No es un libro sobre ciencia o biología marina o quizá un libro de aventuras, es un recorrido brillante que va alternando el mito con la historia, la literatura, la ciencia y sus propias experiencias con ballenas. A Hoare le fascina Moby Dick y entra de lleno en las historias de los balleneros del siglo XIX, marcado, sin duda alguna, por la explotación sin parangón de estos mamíferos marinos y la construcción de toda una mitología a su alrededor.  

Y este mapa no podría avanzar sin la que se considera una de las obras más importantes del género en el siglo XX, El peregrino de J. A. Baker, quien dedicó años a observar la vida cotidiana de un halcón peregrino en los humedales de Essex. Un texto meticuloso, de un lirismo único, que no solo describe el comportamiento de un ave, también se adentra en el paisaje con una cadencia única. También sobre aves escribe Helen Macdonald, pero en un registro más contemporáneo, con H de halcón, un híbrido entre memoria personal, ensayo naturalista y meditación literaria. Al entrenar a un azor tras la muerte de su padre, Macdonald convierte al ave en un puente entre el dolor humano y la vitalidad indomable de la naturaleza. Es una reflexión sobre el duelo, la soledad y la conexión con lo salvaje. Por su parte, Sy Montgomery en El alma de los pulpos se adentra en la vida de estos invertebrados marinos tan enigmáticos, explorando su inteligencia, capacidad emocional y el impacto que este encuentro tiene en la propia autora. El pulpo, con su extraña forma de consciencia, amplía nuestra noción de “animal” y nos invita a reformular la relación humano-no humano.

Antonio Sandoval, en libros como ¿Para qué sirven las aves?, se sumerge en la riqueza ornitológica ibérica, transmitiendo la pasión por el avistamiento de aves y ofreciendo una visión divulgativa, cercana y, a la vez, profundamente reflexiva sobre su importancia ecológica y cultural. Mas recientemente, la editorial Bichomalo ha publicado Territorio Pajarero, una obra coral coordinada por el propio Sandoval y Alfonso Rodrigo donde se habla de ese lugar próximo al que acudes casi cada día en busca de novedades ornitológicas. Hablan de esos espacios que se conocen y donde cada uno se reconoce, la vinculación al entorno más cercano en relación a las aves que habitan esos lugares. 

Barry Lopez, autor de Sueños árticos, pieza indispensable para muchos.

Fieras familiares, de Andrés Cota, y Solo un poco aquí, el libro de relatos breves de María Ospina, son obras que, desde perspectivas distintas, exploran la conexión entre seres humanos y sus entornos inmediatos. Cota indaga en la relación con los animales que habitan nuestros hogares, revelando cómo estas fieras domésticas pueden reflejar aspectos profundos de nuestra humanidad. Por su parte, Ospina aborda, con una prosa delicada, los vínculos que construyen sus personajes con los lugares y personas que los rodean, tejiendo historias de desarraigo y pertenencia. Ambos libros comparten una sensibilidad especial por las conexiones esenciales que nos transforman y definen como seres humanos.

Por otro lado,  El Reinado del Lobo 21 es una obra fascinante que explora la compleja relación entre los lobos y su entorno natural. A través de la historia del Lobo 21, líder de una manada en el Parque Nacional de Yellowstone, el autor describe cómo este carismático animal logró mantener el equilibrio dentro de su grupo y con otras especies. Se pone de manifiesto la importancia de la reintroducción de los lobos en el ecosistema. Y en estas relaciones se basa la obra de Baptiste Morizot, filósofo y escritor, que destaca por explorar la relación entre los humanos y la naturaleza desde una perspectiva ética y poética. Maneras de estar vivo reflexiona sobre las formas de vida no humanas y plantea una convivencia basada en el respeto y la comprensión mutua. Por su parte, El rastreador profundiza en el arte de leer los rastros de animales como una forma de redescubrir el vínculo ancestral con el entorno. 

Finalizamos este viaje a través del mapa que teje la naturaleza con las regiones polares. El caso de Olivier Remaud es muy interesante, porque reflexiona sobre cómo nos relacionamos con las especies no humanas en los paisajes fríos. Nos recuerda que el hielo no es  símbolo de aislamiento, sino también de vida y resistencia como demuestra en su magnífica Pensar como un iceberg donde se adentra en la vida de los icebergs, no solo como masas de hielo, sino como entidades vivas que forman parte de un ecosistema dinámico. A través de reflexiones sobre la fragilidad del hielo y su constante transformación, el autor aborda temas como la soledad, el cambio climático y la conexión entre los humanos y los paisajes extremos. Su escritura combina una sensibilidad única con una perspectiva ética, resaltando la importancia de los polos para el equilibrio del planeta.

Y cierro con la maravillosa Sueños Árticos, donde Barry Lopez, a través de una prosa evocadora y profundamente reflexiva, nos transporta al Ártico, un territorio inmenso y fascinante, cargado de belleza y misterio. Combina observaciones científicas, relatos históricos y anécdotas personales para retratar no solo la geografía y la vida salvaje de esta región, sino también las culturas indígenas que han habitado estas tierras durante milenios. Barry Lopez decía que el paisaje físico resulta desconcertante por su capacidad para trascender cualquier idea que uno pueda hacerse de él. Su expresión es tan sutil como los matices del pensamiento y más vasta de lo que alcanzamos a abarcar; y sin embargo, aun así, es posible conocerlo. 

Con su lectura y sus palabras cierro este mapa de lecturas, gracias a ellas y a otras tantas -es imposible abarcarlas todas- podemos comprender mejor la diversidad de la vida, la compleja red de interdependencias que sostiene el planeta y nuestro lugar, nada excepcional, dentro de ese intrincado tapiz.

Sobre zorros y hombres.

Desde pequeña, mi animal favorito ha sido siempre el zorro. Por ello, no es de extrañar que verlo fuera uno de mis intereses vitales cuando visité el país de fuego y hielo por primera vez. Sin embargo, la ilusión acumulada a lo largo de los años se convirtió en decepción y preocupación cuando descubrí que la relación entre el ser humano y el zorro ártico en Islandia se asemeja a la situación que tenemos con el lobo en España. Tras más de quince viajes a mis espaldas y de haber vivido algunos de los momentos más mágicos fotografiando fauna salvaje, me pregunto si esto podrá cambiar algún día y de qué modo puedo contribuir a ello.

El primer poblador, un ser odiado.

El zorro ártico es el único mamífero nativo de Islandia. Llegó antes de la retirada del hielo hace unos 12 000 años, convirtiéndose en el primer poblador de esta tierra, antes de que cualquier ser humano pisara la isla. Aun así, los islandeses siempre lo han considerado una plaga a erradicar.

El folclore islandés está plagado de ejemplos sobre la relación entre la gente y el zorro: canciones que hablan de un animal siniestro, peligroso y sanguinario; cuentos infantiles; sagas islandesas. Un ejemplo curioso de esta relación atávica se puede ver en el museo de la brujería de Hólmavík, que alberga símbolos mágicos grabados en boles, en graneros e incluso en las mismas ovejas, para protegerlas del ataque de los zorros.

Históricamente siempre se ha creído que el zorro ártico es una alimaña que hay que erradicar. Los granjeros estaban convencidos de que sus ovejas eran asesinadas indiscriminadamente por esta temible criatura. Tanto era así que se dictó una ley que obligaba a todo aquel que poseyera seis o más ovejas a matar un zorro adulto o dos cachorros al año. Para demostrar que se había cumplido con la ley esta persona debía presentar el cráneo del animal, que las autoridades rompían en público para que no pudiera ser utilizado de nuevo al año siguiente. Si un granjero no cumplía con su obligación debía pagar una multa, conocida con el nombre de fox tax -el impuesto del zorro-, cuyo importe se utilizaba para contratar a un cazador profesional. Esta ley estuvo vigente aproximadamente seis siglos. La persecución histórica del zorro ártico se recrudeció en 1958, año en que se redactaron nuevas leyes que animaban a eliminarlo totalmente de Islandia.

El motivo principal de esta persecución incesante es que siempre ha existido la creencia de que el zorro ártico ataca y se alimenta del ganado. Sin embargo, estudios realizados por el biólogo Páll Hersteinson demostraron ya en la década de los 80 que el 90 % de las ovejas encontradas en las madrigueras de los zorros habían muerto por causas naturales. Pese a ello, y aunque a día de hoy está prohibido cazar fauna salvaje en Islandia, cualquier granjero puede solicitar un permiso para defender sus tierras, además es recompensado económicamente por ello.

La histórica relación entre el ser humano y el zorro ha convertido a este animal en un ser huidizo, de costumbres nocturnas y reticente a dejarse ver en zonas habitadas. Sin embargo, más allá del pueblo pesquero de Ísafjördur existe un paraíso donde los zorros no se pueden cazar. Se trata de la reserva natural de Hornstrandir, un área protegida de 600 km2 habitada por entre 45 y 47 parejas fértiles (datos facilitados por Ester Rut Unnsteinsdóttir, directora del Arctic Fox Center e investigadora en el Icelandic Institute of Natural History).

Aun así, muchas personas, arrastradas por la tradición, siguen mirando al zorro con recelo, temiendo que esta pequeña zona protegida se convierta en una fábrica de zorros que amenace la avifauna y el ganado.

Un superviviente del Ártico.

El zorro ártico es un superviviente de las zonas más frías del hemisferio norte, un animal capaz de medrar durante los duros meses del invierno sin apenas alimento y bajo temperaturas extremas. Su tamaño, su visión, su olfato, su oído y su pelaje están perfectamente adaptados a las duras condiciones climatológicas que debe soportar. Según explica el escritor Garry Hamilton en su libro Arctic Fox: Life at the Top of the World, “El zorro ártico es un superviviente. Gracias a su pequeño tamaño -no es mucho más grande que un gato doméstico- puede vivir casi de la nada, en medio de ninguna parte y en condiciones tan duras que parecen incompatibles con la vida”. Estas extremas condiciones de su hábitat obligan al zorro ártico a alimentarse de todo lo que su estómago puede digerir: algas, frutas silvestres, pequeños insectos y sus larvas, moluscos y mariscos, cangrejos, peces, aves y sus huevos, pequeños mamíferos, etc. Además de una adaptación metabólica específica para entornos gélidos, sin apenas disponibilidad de alimento, el zorro ártico posee un sistema de aislamiento térmico muy eficiente, compuesto por una capa de grasa subcutánea y dos capas de pelo de diferente densidad y grosor. Según han demostrado experimentos científicos realizados en un ambiente controlado, el zorro ártico no muestra estrés por frío hasta -80 °C.

La población de zorro ártico en Islandia es muy elevada, sobre todo si la comparamos con la extensión de terreno que ocupa. Aun así, después de alcanzar su pico máximo en 2008 (aproximadamente 10.000 ejemplares), su número ha ido descendiendo hasta los 6.000 que se calcula existen hoy en Islandia. La causa de este descenso de población se desconoce, pero se estudian varias posibilidades. A saber: algunas presas comunes del zorro, como el fulmar boreal, han experimentado una reducción considerable en los últimos años; recientemente se ha descubierto que muchos zorros tienen altos niveles de mercurio en su organismo; en los últimos tiempos se han identificado familias infértiles, que consecuentemente no tienen descendencia; y, finalmente, el cambio climático, que afecta de forma directa a las poblaciones de animales que depreda el zorro.

El zorro azul.

A nivel global el zorro ártico cuenta con dos fuentes de alimento: los lemmings (pequeños roedores muy fáciles de cazar) y los restos de animales cazados por otros depredadores, como el oso polar. En Islandia, sin embargo, los hábitos alimenticios del zorro ártico han de ser obligatoriamente distintos, pues no hay lemmings ni osos polares. De hecho, esta es la razón fundamental por la cual los zorros de Islandia son mayoritariamente de pelaje oscuro (blue morph) y no blanco (white morph), a diferencia de lo que sucede en otras regiones del planeta.

Un minúsculo porcentaje de la población mundial de zorro ártico es blue morph, mientras que el resto es white morph. En Islandia el porcentaje de zorros con este raro pelaje de color oscuro es el predominante. Esto se debe a que el tono marrón proporciona un camuflaje más eficiente entre las rocas de la costa, donde las fuentes de alimentación son más abundantes. También por este motivo la mayoría de las madrigueras se encuentran cerca del agua salada, sobre todo en la parte oeste y en los fiordos, donde la línea de costa es más larga que en el resto del país.

Cruzar la mirada con el zorro libre.

Como decía al comienzo de este artículo, mi ilusión por ver al zorro ártico en libertad en mi primer viaje se vio truncada. El único ejemplar de zorro que pude ver no solo estaba cautivo, sino que además jamás volvería a la naturaleza: se acaba de redactar una ley conforme a la que ningún animal salvaje que ha tenido contacto con el hombre podrá devolverse a la naturaleza. Aquel zorrito quedó huérfano porque un granjero disparó a sus padres y el cachorro fue trasladado al Centro del Zorro Ártico, donde viviría el resto de sus días en una pequeña jaula. Aquel día decidí que quería ver a estos animales en libertad y no enjaulados, de modo que me preparé para realizar mi primera expedición por la península de Hornstrandir, un lugar deshabitado, inaccesible por carretera y sin apenas caminos con la intención de ver a estos bellos animales en libertad.

Con mi mochila de 75 litros, mi tienda, mi saco de dormir, el hornillo, la comida para 10 días y mi equipo fotográfico recorrí cimas y valles, crucé gélidos ríos y dormí bajo el sol de medianoche. Todo por un momento de suerte. Por verlos libres.

Hasta el día de hoy he visitado la zona diez veces, tanto en verano como en invierno, a través de excursiones en autosuficiencia y también acompañando a otros fotógrafos que quieren compartir esta experiencia conmigo. ¿Será posible que los islandeses se percaten de que hay grupos de personas viajando a Islandia con la única intención de cruzar su mirada con este bello animal? ¿Podrá esto generar dudas sobre el trato que se le da actualmente?



No conseguiremos un cambio radical con este libro, ni haremos que los cazadores dejen de matar a este bello animal, pero ayudaremos a introducir este tema de conversación en las sobremesas islandesas.


Melrakki: the hidden lord of Iceland. Un libro para difundir el mensaje.

Cada año miles de zorros mueren a manos de los cazadores islandeses, pese a que los estudios científicos confirman que esto no sirve para regular la especie, además de certificar que el zorro no es realmente un problema para el ganado. Aun así, el gobierno sigue motivando y premiando estas prácticas atroces.

Por ello, quiero hacer este libro y llevarlo a las librerías islandesas. Con esta finalidad en mente, la mejor opción es sin duda editarlo allí, pero las editoriales islandesas no se sienten cómodas con todo lo que explico en él. Así que debo autoeditarlo e importarlo por mi cuenta. Ahí es donde entras tú y el motivo por el que necesito tu ayuda.

No conseguiremos un cambio radical con este libro, ni haremos que los cazadores dejen de matar a este bello animal, pero ayudaremos a introducir este tema de conversación en las sobremesas islandesas. Si quieres ayudarme y llevarte un bonito libro con mis mejores fotografías, puedes participar en la campaña de micromecenazgo que he iniciado en la plataforma Verkami.

Puedes consultar la campaña, difundirla o hacer tu aportación en este enlace.

¿Cómo funciona esto del Verkami (micromecenazgo)?

El micromecenazgo no es una donación económica, sino una compra anticipada de un producto. Como comprador puedes hacerte con él a un precio rebajado, a la vez que adelantas el dinero para que el autor tenga fondos suficientes para crearlo, en este caso el libro (no te preocupes, haré una versión en inglés y otra en castellano).

Entra en la página de mi campaña y escoge tu aportación económica. Cada aportación tiene relacionada una recompensa. Cuando aportes al proyecto se te pedirá un método de pago, pero no se cargará el importe a menos que alcancemos el objetivo de la campaña, en un plazo máximo de 40 días. Todos los mecenas seréis informados del avance del proyecto hasta obtener vuestras recompensas.

Si llegado el último día de la campaña no se alcanza el objetivo económico, no se te cobrará nada y el proyecto no podrá realizarse, así que no esperes al último momento para participar..

GRACIAS POR TU APOYO A MI PROYECTO Y AL ZORRO ÁRTICO.

¡No te olvides de darle a “seguir” a la campaña para estar atento a las actualizaciones!.

Avetimología: el origen de los nombres de las aves de Europa.

Amar es conocer.

La atención que se presta a las aves en la última década es impresionante. Las redes sociales, la necesidad que siente el ser humano de tomar contacto con la naturaleza y la accesibilidad a datos, aparatos ópticos y cámaras son algunas de las principales razones para esta explosión ornitológica. Proliferan las páginas y grupos digitales para identificación de especímenes. Son miles las personas que exhiben sus magníficas fotografías. Y la posibilidad de lanzarse al vacío de montar una empresa ligada a la observación de aves ya no es una locura. El “pajareo” es todo un fenómeno social de carácter global. Y no es extraño. Cualquier sitio del planeta -desde la ciudad más contaminada, hasta el paraje de climatología más adversa- puede ofrecer unos instantes de intensa emoción al descubrir un magnífico ejemplar de las, aproximadamente, 15.000 especies de emplumados que viven en el planeta.

Por desgracia, y hablando desde un punto de vista del gusto por lo clásico, las facilidades digitales y técnicas antes citadas propician una adquisición de datos rápida que sacia el apetito de conocimiento, de manera inmediata, del aficionado novel. Pero, igual que las hamburguesas colman las necesidades semanales de proteínas y carbohidratos de un humano en diez minutos, que alguien te diga como llaman en su comarca al pájaro que has fotografiado no es la mejor base para la pirámide del conocimiento pajaril. Es solo un buen principio y puede ser suficiente para un gran número de personas.

Cuando se cambia el: “¿De qué tipo es esta ave?”, por el: “¿Cómo puedo hacer para ver un chotacabras?” se da el primer paso hacia la afición, que muchas personas identifican como “amor por las aves”. Al llegar el: “¿Por qué veo al chotacabras cuellirrojo en verano, por la noche y tendido en el camino?” se entra en la zona de interés por la ornitología. El siguiente paso, al que los propios identifican como “lo de los pájaros o cosas de bichos”, se da cuando al reconocimiento y a la etología se suma el estado de conservación, sus huellas y rastros, sus voces, subespecies, endemismos, dispersiones no habituales, protección o, ya para cum laude, la etimología y variedad de sus nombres latinos y vulgares. En referencia a esto último, y parafraseando a Luis Piedrahita, urge encontrar aquella palabra que defina la ciencia que se adentra en el bosque de los orígenes de los nombres comunes y científicos de las aves y sus significados. José Manuel Zamorano propone: “Avetimología”.

Avetimología.

Avetimología es un volumen editado por Omega, de 446 páginas y olor, en sentido figurado y real, a libro de texto. Ilustrado con más de 300 fotografías en color, abarca 423 aves de distribución paleártica occidental. Comienza con una magnífica cita de Isaac Newton en relación con que el libro que se presenta es deudor de otros que vinieron antes. En la primera página de la introducción, ya hay una referencia al colosal trabajo que Francisco Bernis hizo, en lo relativo a la nomenclatura popular de las aves de España. Seriedad y elegancia van por delante.

Organizado por órdenes y familias, esta obra estudia el origen y significado de los nombres de los diferentes taxones y su vinculación con la etología, aspecto o características de la especie.

Lejos de limitarse a las denominaciones científicas, profundiza -y mucho- en los nombres comunes, con la misma rigurosidad que los anteriores. Por supuesto, el autor amplía el círculo abarcando regionalismos y localismos, frecuentemente saltando fronteras, creando así redes de datos que aportan mucha información.

Esta mezcla entre lo científico y lo popular se trasmite también a la escritura, ya que, tratándose de un libro eminentemente científico, su lectura resulta amena, ágil, al tiempo que profundamente didáctica.

Y como ejemplo, y ya que el chotacabras (Caprimulgus sp.) ha salido a relucir, Avetimología nos dice que Caprimulgus se origina a partir de los términos latinos capra (=cabra) y mulgeo (=ordeñar) y hace referencia a que, debido a que estas aves suelen estar en lugares donde pace el ganado, existía la creencia de que se alimentaban amamantándose de las cabras. Curiosamente, en España ese mito tomaba el nombre de chupacabras y de ahí el nombre común en Castilla. Esta vinculación, añade el autor, se repite también en inglés, alemán e italiano e indirectamente en catalán, donde se utiliza enganyapastors. Y así describe 423 especies.

Un libro muy necesario para los fijos del “pajareo”, que ayuda a entender y amar a estos bichos y, dicho sea de paso, mejorar nuestro fondo de armario a la hora de contar cosas interesantes sobre aves.

Javier Marquerie.

Aves de España, guía fotográfica de identificación.

¿Guía fotográfica de aves?

La identificación de aves requiere de muchísima precisión. Especies semejantes en su librea y tamaño, variabilidad según la edad o las señas identificativas, realmente difíciles de apreciar, hacen que sea un mundo de detalles al que solo pueden llegar los ojos, las herramientas y el conocimiento de los ilustradores científicos más preparados. Además, una guía de identificación que se precie como tal, tiene que mostrar actitudes clásicas del ave en cuestión. En muchos casos es fundamental mostrarla en vuelo -ya sea silueta rapaz o fulgurante limícola en vuelo rasante- y evitar la influencia de la temperatura de color de los rayos solares, dependiendo de la hora y el clima. Es una labor ingente que requiere de muchísimo conocimiento. Esto, entre otras cosas, hace de la Svensson la más loada de todas las guías, aunque, curiosamente, para citarla siempre nos olvidamos de los ilustradores Killian Mullarney y Dan Zetterström.

Parece que todo ello hace que la fotografía quede al margen de estas obras tan necesarias para el aficionado y el profesional de la observación de aves. De hecho, es difícil encontrar guías que basen la ilustración en imágenes tomadas con una cámara. En la librería de El Vuelo del Grajo solo hay tres libros de identificación en los que la fotografía tiene presencia.

La primera, La Guía INCAFO de las aves de la Península Ibérica, de Ramón Saez-Royuela (INCAFO 1980), es la primera que tuvo el que escribe estas líneas. Tomo de 975 páginas, con una entrañable nota escrita por mi padre que dice “A Javier, por su cumpleaños, 1984”, es plenamente fotográfica. 334 especies documentadas con una sola fotografía que, sinceramente, de poco vale, pero cuya parte escrita es muy recomendable, dedicando dos páginas por especie.

Solo hace falta ver las frecuentes recomendaciones en redes sociales, para darse cuenta de que la fotografía quedaba totalmente descartada como elemento de identificación. Pero algo ha cambiado.

La segunda, Aves terrestres, de Frieder Sauer (Blume, 1983) tampoco se puede considerar demasiado útil para la identificación de las aves, pero incorpora en casi todos los casos imágenes de los nidos, huevos y pollos, lo que aporta mucho valor a la edición.

Y finalmente la magna obra de Klaus Malling Olsen, Gulls of Europe, Asia and North America (Helm, 2003, edición de 2018) aborda la locura de la identificación de las gaviotas, utilizando tanto la ilustración como la fotografía. Las primeras son usadas para las descripciones básicas, para mostrar los patrones por edades, las segundas para abrir el inmenso abanico de variables y ángulos. Esta combinación hace de esta guía un básico para todos aquellos que quieran adentrarse en el confuso mundo de los láridos.

Aves de España. Guía fotográfica de identificación

Solo hace falta ver las frecuentes recomendaciones en redes sociales, para darse cuenta de que la fotografía quedaba, hasta ahora, totalmente descartada como elemento de identificación. Pero algo ha cambiado.

Aves de España. Guía fotográfica de identificación, de Carlos Pérez Naval (Otro Matiz, 2022) es un trabajo valiente y valioso. Y sí, conociendo la afición y saber hacer de su autor, utiliza únicamente fotografías. Pero, ojo, no se trata de una colección de postales más o menos virtuosas. Es, sin lugar a dudas, una auténtica y muy útil guía de identificación con mayúsculas.

A través de sus 415 páginas el usuario podrá consultar todas y cada una de las especies presentes en la Península Ibérica, insulares y pelágicas, las accidentales más frecuentes e incluso las presentes en los territorios españoles del norte de África. Cada una de las especies está ilustrada cumpliendo con los cánones fundamentales anteriormente descritos. Esto es: en unas magníficas composiciones (a modo de láminas propias de la ilustración científica) el autor muestra cada ave en diferentes ángulos, edades y actitudes, incluyendo variedades de plumajes y unas muy útiles fotos en vuelo. Respecto a este último detalle, lo sabemos bien los que somos fotógrafos, cabe destacar el meritorio trabajo de obtener fotografías en vuelo de prácticamente todas las limícolas.

No es un catálogo de aves fotografiadas con luces espectaculares, en actitudes curiosas o interactuando graciosamente.

Además, y en esto hay algo de apreciación personal, da la impresión de que el autor ha sabido controlar el impulso de mostrar sus imágenes más hermosas y limitarse a seleccionar las mejores fotografías posibles para el fin con el que han sido elegidas. Así pues, no veremos un catálogo de aves fotografiadas con luces espectaculares, en actitudes curiosas o interactuando graciosamente. No, en esta obra las aves aparecen con luces planas que no dan lugar a equívocos, en actitudes características, posadas en los elementos y plantas esperados y, en definitiva, ayudando a su correcta identificación.

Cada página se completa con un párrafo muy conciso sobre su presencia en la península, hábitos fundamentales y consejos para su observación e identificación. Un preciso mapa de distribución y una pequeña ficha de datos morfológicos completa la información.

El libro está organizado por familias, con una breve e interesante introducción para cada una de ellas, ordenadas de la manera tradicional, así que su uso será el habitual para todos aquellos que estén acostumbrados al empleo de este tipo de publicaciones. Unos útiles anexos finales redondean la publicación.

El autor.

Carlos Pérez Naval, natural de Calamocha, Teruel, es un fotógrafo que a los 5 años andaba ya trasteando con cámaras aptas para la naturaleza. Con 8 fue el ganador más joven que jamás ha obtenido el Young Wild Life Photographer of the Year, otorgado por el Natural History Museum de Londres, el reconocimiento más prestigioso de este tipo. Desde entonces, ha logrado cuatro primeros premios de categoría (tres de ellos en años consecutivos) y otras tantas menciones de honor en este mismo certamen. En su espectacular currículo también figura como ganador de FOTOFIO y su nombre se ha visto destacado en MontPhoto, entre otros certámenes de prestigio internacional.

Y dejo para el final, para que no distorsione la calidad del trabajo del que se habla, ni modifique la apreciación que se pueda tener sobre él, el dato significativo de que Carlos, este fotógrafo consagrado y autor de este magnífico libro tiene… 16 años.

Guía de aves. España, Europa y región mediterránea

Es una opinión generalizada. Cuando un nuevo aficionado pregunta por una guía con la que adentrarse en el mundo de la identificación de aves, los más veteranos contestan de manera unánime recomendándole, cueste lo que cueste, la adquisición inmediata de la guía negra.

Lo del reto no va en balde, que encontrar un ejemplar de la segunda edición en castellano comienza a ser difícil y su precio se sitúa por encima de los 50€. Precio, que para ser de un libro -teóricamente- de bolsillo, no deja de ser elevado. En cualquier caso, lo cierto es que cada céntimo de euro estará bien invertido. Lars Svensson (Suecia, 1941) es un ornitólogo, especializado en paseriformes, que ya en la adolescencia dedicaba su tiempo a traducir y adaptar guías de identificación británicas a las necesidades suecas. En 1970, con solo 29 años, editó su Guía de identificación de paseriformes europeos. Un año más tarde, era ya una personalidad en su terreno, gracias a sus trabajos de identificación, sus expediciones y publicaciones. En 1999, se publicó la primera edición del volumen que nos ocupa y que desde entonces ha sufrido continuas actualizaciones.

Lars Svensson.

La característica principal de esta guía no es solo la calidad de la información que contiene, sino la densidad de datos por centímetro cuadrado que la Svensson ofrece. Los textos, encomiable labor la de los traductores, se apoyan en una gran, sabia e intuitiva, utilización de las abreviaturas. Entre esto y la disciplina respecto a la economía de lenguaje, Svensson consigue, con los escasos párrafos utilizados para cada especie, aportar una cantidad sorprendente de información.

Las Ilustraciones

El tema de las ilustraciones -obra de K. Mullarney y D. Zetterström- es otro de sus puntos fuertes. Si generalmente en las guías se presenta al macho, la hembra (en el caso de que exista dimorfismo sexual) y, como mucho, un ejemplar juvenil, en esta pequeña enciclopedia se añaden una o más imágenes con algún jizz característico, silueta en vuelo, detalles comparativos con especies semejantes, explicación de los distintos plumajes por edades, si los hubiere, o actitudes en el medio, que ayudan a identificar. En la galería encontrarás ejemplos de todo ello. Además, la precisión en el dibujo es tal que, aún teniendo unas dimensiones pequeñas, la claridad de los trazos y magnífica impresión resalta mucho los detalles clave para la identificación. Esto es así, aunque el usuario tenga la vista cansada. Todo ello se completa con algunas láminas concretas, muy útiles, como la de híbridos de anátidas o los breves sobre las especies divagantes, o las de las aves introducidas y escapadas.

Hay que señalar que este es un libro de consulta. Por sus dimensiones, que no le permiten ser guardado en un bolsillo, y su peso, que sobrecargará en exceso la mochila, es mejor dejarlo en casa. Quizá, como guía de campo, existan opciones mejores.

En definitiva, 450 páginas llenas de información muy precisa que en su conjunto conforman, sí, la que posiblemente sea la mejor guía de identificación general de aves. Es el libro-herramienta que tarde o temprano comprarás.


El fotógrafo de fauna

Antonio Liébana acaba de publicar El fotógrafo de fauna, un libro llamado a convertirse en el manual indispensable para todos los que comienzan en esta especialidad fotográfica.

Para todos los que comienzan y para los que llevan media vida documentando la vida silvestre, ya que Liébana ha tenido la generosidad de contar muchas de las técnicas y trucos personales que él emplea para desarrollar su trabajo. Pero empecemos por la primera página. Estamos ante un manual eminentemente práctico, didáctico y muy real. Está dividido en capítulos y a su vez organizado por categorías que se subdividen en temas. Bien, pues es tan práctico y tan real que el primer asunto que trata lleva por título “El Precio”. A partir de ese punto, desgrana de forma ordenada, lógica y muy sucinta todo lo que el aficionado que se quiera adentrar en este proceloso mundo de la fotografía de animales silvestres necesita saber sobre equipos y principios básicos de fotografía. Se pasan páginas -que como cabía esperar están brillantemente ilustradas- y se empieza a leer sobre composición y situaciones lumínicas especiales, ya para fotógrafos que saben lo que hacen. Y así, como quien no quiere la cosa, uno está leyendo sobre técnicas avanzadas o una interesantísima docena de casos prácticos de cómo fotografiar especies concretas.

Por muy veterano que se sea en estas lides, la profesionalidad y los 25 años de experiencia de Liébana esconden conocimientos interesantes para todo el mundo.

En El fotógrafo de fauna no se deja nada atrás: se tratan temas como la mochila más adecuada, cómo afecta la meteorología a nuestros trabajos y algunos consejos para viajar. Por supuesto, explica técnicas de acercamiento, detalles sobre posaderos y se explaya en el mundo hide. Mucho del trabajo producido por Liébana sale de largas jornadas de espera en todo tipo de escondites, así que no es de extrañar que dedique espacio a los aguardos y sus modalidades y variaciones: hides comerciales y públicos, de lujo, baratos, artesanales, hidrohides, con cristal o de tela, comportamiento dentro del escondite, sillas adecuadas e incluso habla de temperaturas, asuntos fisiológicos o calendarios de ocupación.

Ética fotográfica

También tiene un hueco para introducir el capítulo de la ética fotográfica y el comportamiento que ha de tener el fotógrafo frente a la fauna silvestre, sin olvidarse de la conservación. Ofrece un par de páginas recordando las normas básicas. Este tipo de contenido es frecuente y siempre que toca asuntos potencialmente delicados o directamente peligrosos para los animales no duda en explicar cómo no hay que hacer las cosas, repitiendo en varias ocasiones las máximas esenciales de la fotografía de naturaleza, tales como “el animal prevalece siempre sobre la fotografía”.

La edición del libro es sencillamente excelente y a las impresionantes fotografías, solo por las cuales ya merecería la pena la adquisición de la publicación, se suman unos dibujos y gráficos explicativos muy adecuados. Lo conciso de los textos, yendo directamente al grano con claridad y sin ambages, recuerda a los contundentes párrafos explicativos de Michael Langford en su mítico La fotografía paso a paso.

Tras darle muchas vueltas, solo soy capaz de encontrar un defecto, que al tener tantas ventajas deja de ser defecto y es virtud. El formato, grande y apaisado de proporción 4:6, es una gloria para la reproducción y visionado de fotos. Da gusto abrir el libro y pasar hojas, que siendo tan grandes hacen de abanico para acercarte el olor a buen papel y mejor tinta. ¿Que con esas dimensiones pierde algo de la practicidad propia de un manual didáctico de uso frecuente? Sí. ¿Que muchos grandes libros de este tipo, aunque de otras temáticas, llevan el mismo formato? También. ¿Y que, ¡qué más da!, si además este libro está pensado para ser devorado tranquilamente en un lugar confortable?.


Dejamos para el final el espíritu que Antonio Liébana ha sabido añadir a la publicación. Cabría esperar que, con la infinidad de datos técnicos, dificultades y costes descritos en el libro, el lector se viese abocado a contemplar la fauna desde el balcón, mientras medita sobre lo leído, pero no. El carácter eminentemente práctico y la invitación permanente al factor “disfrute de la naturaleza”, empujan al fotógrafo -ya sea aficionado o profesional- a echarse al monte y poner en práctica lo aprendido. Porque, ¡ojo!, que por muy veterano que se sea en estas lides, la profesionalidad y los 25 años de experiencia de Liébana esconden conocimientos interesantes para todo el mundo.



Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros

Konrad Lorenz dedicó básicamente toda su vida a comprender el desarrollo de aprendizaje en ciertas especies, sobre todo en las aves. Junto a su compañero Niko Tinbergen es, por muchos considerado, el padre de la etología, que comprende el estudio del comportamiento de las especies animales, incluida el hombre. El libro se publicó en 1949 en un momento en que la etología no era aún definida como ciencia autónoma.

A través de sus páginas, encuentras temas aún candentes más de setenta años después de su primera publicación, como la todavía muy actual discusión sobre la necesidad de que la fauna salvaje siga siendo salvaje y no domesticada ni en cautividad, a excepción, por supuesto, de determinados estudios llevados a cabo por profesionales en la materia.

Una de las imágenes más representativas del autor.


Algo bien preciado que tiene su lectura es que a pesar de su rigor científico la manera en la que nos relata sus experiencias es más poética y narrativa, sin dejar de apoyarse en vivencias contrastadas y rigurosas. Ahí radica, desde mi punto de vista, uno de los mayores aciertos del libro y que tiene que ver, a su vez, con una idea divulgativa, pero muy claramente pedagógica de la ciencia; podemos aprender desde un lenguaje claro y cercano, podemos conocer a través de la pasión y del amor de los otros por su profesión sin que por ello esos conocimientos sean menos concisos. Cuando decidí empezar a leerlo, lo hice por el capítulo sobre las grajillas, estoy un poco enamorada de los córvidos en general y de su comportamiento en particular, sin embargo, me cautivó esa primera parte del libro en la que habla sobre varias especies de peces y como es su comportamiento reproductor y social. Nunca hubiera imaginado tanto ingenio en un pez.

Podemos aprender desde un lenguaje claro y cercano, podemos conocer a través de la pasión y del amor de los otros por su profesión sin que por ello esos conocimientos sean menos concisos.

El anecdotario y las descripciones de su día a día resultan tan atractivas que podrías imaginarte dedicándote a eso el resto de tu vida, aun teniendo en cuenta que podría volver loca a cualquiera, como el caso de la gansa Martina. Su manera un poco desfasada de escritura incrementa la ironía y el humor y contribuyen al interés con el que vas adentrándote en sus vivencias, pero es a través de ellas que comprendes que escuchar, convivir y conocer a los animales es lo más maravilloso que te puede suceder.

Si no lo habéis leído, si lo tenéis reservado para hacerlo o incluso si lo queréis volver a leer, tengo que deciros que es muy fácil entregarse a él y que el tiempo pasa volando, yo lo devoré.