Swarovsky AX VISIO 10×32: los prismáticos que identifican.

La inteligencia artificial de campo ha llegado al pajareo de la mano de Swarovsky, con sus prismáticos AX VISIO 10×32. Entre sus habilidades está la de identificar 9.000 especies de aves con tan solo oprimir un botón. Gracias a nuestro colaborador, Óptica Roma, hemos podido ir a las marismas de Santoña para probarlos en primera persona.

Ya la estética de los AX VISIO adelanta su sorprendente tecnología.

El mundo de la observación de aves es un remanso de paz donde todo se promete relajante, instructivo y hasta contemplativo. Luego resulta que, sin quitar lo primero, es una afición emocionante, inagotable en sí misma y que puede llegar a ser muy absorbente. Por supuesto, salpicada de momentos explosivos, solo comprensibles para los que están inmersos en el trajín del pajareo: la alegría incontenible al escuchar el primer bando de grullas del año, la emoción al regresar a un lugar donde hace años disfrutaste de una gran jornada de observación y el trallazo de adrenalina que se sufre entre el “me parece que…” y la confirmación de que lo que tienes encuadrado en tus binoculares es una especie que ves por primera vez.

Tanta convulsión emocional y tanto esfuerzo y tiempo dedicado por tanta gente hace que haya, lógicamente, temas candentes que hagan temblar hasta los más templados espíritus. Asuntos que, una vez más, si no estás en el meollo parecen nimios… hasta que ves brillar el acero al alba. Cosas como los recurrentes cambios de taxones, los límites éticos o la aparición de la enésima guía de identificación pueden generar discusiones, sin sangre, por lo general.

En este mundo, donde la mayor de las tensiones se da a la hora de decidir si aquello es Certhia brachydactyla o familiaris, ha tenido que ser un avance tecnológico lo que hiciese brotar las diferencias conceptuales sobre lo que significa pajarear.


En general, la idea de que algo electrónico te ayude a identificar sobre la marcha y en el campo parece no gustar a los que han gastado muchas botas en el monte y se manejan bien con el material impreso. También rompe el corazón a los que asocian preparar un viaje pajarero con la adquisición de las guías del lugar y las noches estudiando para tener más opciones de identificación. Y, por supuesto, a los que consideran que un aparato del infierno así manda al traste la imagen romántica del naturalista, que cuando no está haciendo cumbres, está en el despacho rodeado de pilas de libros y cuadernos de campo y con olor de la madera noble de los anaqueles de las guías.

Pero también están los que ven en ellos una herramienta práctica para andar ligeros por la marisma y que piensan más en la rápida identificación, que en la relajada observación. El plan satisface potencialmente a los que confían en una rápida solución del enigma como método de aprendizaje. Y, claro, a los que consideran que hay que estar con los tiempos.

Dejaremos para el final, ya que parece candente, el tema de la identificación y así, en frío, valoraremos las posibilidades de este oráculo de la observación de fauna.

Mucho más que un identificador.

La asombrosa aplicación de identificación de especies ha dejado en un segundo plano una colección de funciones muy interesantes para el observador de fauna.

La base de todo son unos prismáticos 10×32 que, como cabría imaginar en unos cristales firmados por Swarovsky, son fantásticos. El 32 quizá deje un poco mermada la capacidad luminosa de esos 10 aumentos, pero la calidad, definición y contraste suplen el problema.

Los dos clásicos cilindros que forman los binoculares tienen una curiosa panza en la parte inferior. Uno de ellos está ocupado por la batería, mientras que el otro es donde se aloja un prisma y la electrónica. Todo ello hace del AX VISIO un equipo que no puede presumir ni de ligero ni de ergonómico. Nada que un buen arnés de hombros pueda paliar, en gran medida.

Los prismáticos tienen tres botones al alcance de los dedos de la mano derecha y se pueden pulsar sin afectar a la observación ni a la estabilidad. Uno de ellos es el encendido de la electrónica. Porque se trata de un equipo óptico conviene aclarar: puede ser utilizado sin que las funciones estén en marcha. No entrega una imagen digital, ni nada por el estilo.

Esto es lo que da de si la cámara con un gran recorte.

Pero lo que nos pone sobre aviso de las capacidades de esta extravagancia óptica es el selector de funciones. Si se seleccionan los símbolos del pajarito, la ardilla o los de las estrellas, pondremos el aparato en función adivinatoria para aves, mamíferos u otras categorías de animales. En este sentido, ya está disponible “mariposas”.

Localizador.

Desde pajarito hacia la izquierda, marcado con una flecha y un círculo, está la selección que podríamos llamar localizador.

¿Cuántas veces en esto de la observación de fauna se ha dado el momento de dar indicaciones de dónde has visto un espécimen y el momento mágico se pierde sin que tu acompañante llegue a disfrutar de él?

– Sí, hombre: al final de la segunda rama gorda del pino de la derecha.

– ¿Pero del pino doblado o de ese tan bonito y cargado de piñas?

– ¿Hummm… a qué te refieres con bonito? Es, de los más altos, el de la derecha.

– ¿Pero la rama es a la izquierda o a la derecha del tronco?

– Déjalo: voló.

Con la función localizador oprimes el botón y pasas el prismático. Una flecha luminosa señalará permanentemente en la dirección en la que se encuentra el animal. Solo tienes que seguirla para encontrarlo.

Compás.

Se trata de una función con un fin parecido, tremendamente útil si la persona con la que estás tiene otro AX VISIO. Con la rueda selectora situada en el dibujo de la brújula aparecerá en nuestro visor un indicador numérico que oscila entre 0º y 359º, siendo el 0, claro, el norte. También aparece en un lateral una cifra que marca los grados de inclinación en números positivos o negativos.

Pongamos, por ejemplo, que estamos en una salida pelágica donde las referencias de localización son peores que en el caso de los dos pinos. “Donde ha roto la ola” suele ser demasiado difuso y no siempre hay boyas de colores. Bastaría con cantar “¡yelkouan a 138º -4!” y tu acompañante tardaría 2 segundos en poder contestar “vista” mientras que el resto de los observadores abordo -tras comprobar que se han perdido cuatro sabrosos avistamientos- empezarían a echar números mentalmente.

Sí las condiciones son adecuadas (proximidad y luz) tanto cámara como identificador funcionan muy bien.

Cámara.

Todo observador de fauna lo ha pensado de forma recurrente. La idea de tener una cámara incorporada en los prismáticos es una fantasía universal. Poder fotografiar ese bicho que no has llegado a identificar, registrar en vídeo ese comportamiento sorprendente o tener imágenes testimoniales de nuestras observaciones: toma mi dinero y dámelo.

Estos Swarovsky cumplen ese deseo tantas veces soñado: ruleta en pictograma de cámara de fotos y ya tienes vídeo y fotografía con una resolución de 13MP (4208 x 3120px).

No tiene ni la resolución, ni la velocidad de funcionamiento, ni la potencia óptica -apenas debe alcanzar los 50mm-, ni la gestión de parámetros fotográficos que permitan soñar con hacer fotografías medio buenas. Pero tendrás una cámara siempre y en todo momento en el lugar adecuado -en la mano y con dos ojos puestos en ella- dispuesta a guardar un registro de eso que has visto.

El oráculo de la IA en tus manos.

Giras el selector de la fortuna (el aparato te lo llevas a casa por 4.600€) hasta la posición del pajarito. El prisma proyecta sobre la lente una circunferencia luminosa rojo brillante, dividida en cuatro tramos. El aspecto de los indicadores, como en el resto de las funciones, se mantiene en equilibrio entre el minimalismo funcional que no nos distrae y la tecnología militar que aparece en las películas de Tom Cruise.

Centras al ave de turno en el punto de mira sin cruz, presionas hasta medio recorrido el botón y los trazos de las cuatro porciones se irán iluminando de forma más intensa. A mayor número de tramos destacados, mayor precisión y garantía en la identificación. Presión del botón hasta el fondo, momentos para dejar al chip que le de vueltas y, bajo el círculo y con la tipografía en el mismo rojo, aparece el nombre común del ave.

La Inteligencia Artificial que mueve el cerebro digital de estos prismáticos está muy conseguida: es muy humana. O, al menos, necesita de las mismas cosas que un humano ante un ave totalmente desconocida. Hasta que la visión no sea clara, sin demasiados obstáculos ni muy lejana, sin contraluces excesivamente fuertes, con luz suficiente y con la cabeza del ave a la vista, los trazos no se irán iluminando.

La función de ubicación tiene más aplicaciones de las que cabía esperar.

¿Funciona? Diferencia sin problemas y en vuelo entre cormorán grande y moñudo, teniendo este último el copete arriado; parece que distingue patiamarillas y sombrías de segundo año y pitos ibéricos y no reales. Puedes oprimir 30 veces el botón con un colimbo ártico en su momento de higiene (posiciones raras, encrespado y con las plumas revueltas) y 28 veces te contestará “colimbo ártico”. Y aquí radica su talón de Aquiles: las otras dos ocasiones propuso “colimbo de Adams” (imagino que el juvenil puede efectivamente llevar al error). Y, de repente, el 20% de los gorriones que hay en la umbría del parque urbano son italianos y no comunes.

Ya se da por herramienta solvente el identificador de cantos que ofrece la aplicación Merlin de Cornell Lab. Ello a pesar de tener varias némesis en forma de taxones bien comunes. Así, de la misma manera -por el momento- para utilizar estos prismáticos hace falta tener conocimiento, observar con calma y añadir un poco de RC (razonamiento científico) a la IA. De lo contrario, en lugar de tener opciones compatibles, podremos conseguir una lista de aves distópicas. Es lo mismo que ocurre con el identificador de audios: o implementas en la ecuación el conocimiento, la experiencia y el uso de bibliografía, o un estornino te la meterá doblada y te irás al aeropuerto de regreso a casa pensando que has escuchado a un cernícalo amenazar a una oropéndola -mientras esta reclamaba un poco de amor- Todo ello al atardecer de un frio día de enero, en mitad de una ciudad europea de cuatro millones. (Caso -casi- verídico).

Tarde o temprano estos errores caerán con el peso de la tecnología. Dicho de otra manera: los troleos que el estornino negro le hace a la aplicación sonora tienen los años contados y los colimbos de Adams desaparecerán de Santoña. Todo gracias a que los AX VISIO admiten actualizaciones mejorando las bases de datos y motores de búsqueda, sin tener que cambiar de aparato… hasta que, como siempre, aparezca uno más rápido, más potente y con mayores aplicaciones.

Un excelente ayudante.

Se trata de una herramienta muy potente, que puede resultar muy útil en determinadas situaciones. Las aplicaciones para la ubicación de animales observados y su identificación cuando se trabaja en equipo o con clientes en zonas con fauna a la que no estamos acostumbrados, abren un abanico de posibilidades impresionante. Sin olvidar el tema fotográfico.

Pero no es un identificador mágico. No sustituye al pajarero, ni a las guías, ni a la experiencia y conocimiento. Y, por supuesto, su aparición no significa el apocalipsis de la observación de fauna, tal y como la conocemos hoy en día.

La IA de estos prismáticos parece necesitar que las condiciones óptimas para la identificación se den a un mismo tiempo. Es como identificar a posteriori basándonos en una foto con una calidad aceptable. El ser humano, en cambio, puede ir componiendo la identidad del animal con los datos que va recabando por separado. Además, no hay que olvidar la gran, enorme, diferencia, de que los humanos contamos con los datos sonoros y comportamentales que podemos obtener durante la observación.

Tras haberlos probado en primera persona, se puede concluir que estamos ante una guía de consulta instantánea, una extensa enciclopedia que podemos hojear en el momento y sin dejar de mirar al bicho. No necesitamos bajar los binoculares, coger el libro, buscar el capítulo del grupo de aves adecuado y confirmar nuestra suposición o buscar una alternativa. Oprimimos el botón y obtenemos una sugerencia que nos puede poner sobre la pista, tener una segunda opinión digital o confirmar nuestras sospechas, es un excelente ayudante. Pero siempre descartando animales inquietos, fugaces o demasiado lejanos.

Lo que es seguro es que esto es solo el primer paso. Id practicando el gesto de sorpresa para la tecnología pajarera que se aproxima.

EN PRIMERA PERSONA.

Por nuestras manos pasan muchos equipos ópticos y fotográficos de todo tipo. Unos son adquisiciones, otros son fondo de armario y otros son préstamos por parte de comercios especializados o marcas. Pero, por el momento, no nos debemos a nadie y no hay ni perras ni favores de por medio. Las opiniones vertidas en los artículos bajo este epígrafe tratan de ser lo más equilibradas, sinceras y amplias. Pero no serán del todo objetivas, ya que responden exclusivamente a nuestros gustos, querencias y experiencias.

No somos ingenieros ópticos ni técnicos especialistas. Somos usuarios con espíritu crítico y con el ojo hecho a estos temas, por años de profesión fotográfica.


Kite 16×42 APC: potencia estabilizada.

“Vista – prismáticos – telescopio” es el mantra de la cadena de observación. En las mejores circunstancias, con este orden de las acciones, buscas, localizas y observas el bicho de manera ordenada y sistemática. Pero no siempre puede ser así. Quizá estos prismáticos vengan a solucionar el problema. Gracias a Ópticas Roma podemos probarlos.

El aspecto de los Kite APC 16×42 es tan sorprendente como si tecnología.

En cuanto uno se adentra en el mundo de la observación de fauna el tema de los aparatos ópticos se sitúa en una posición prominente. Aunque no tanto como el pozo sin fondo de la adquisición de guías -básicamente por el dinero que cuestan- lo de los cristales puede convertirse en una perdición. Es una tentación permanente que puede llevarnos al engaño de estar haciendo buenas adquisiciones y que, con una supuesta seguridad fuera de toda duda, pensamos van a satisfacer nuestras necesidades para toda la vida. Una vez tras otra. Subiendo irremediablemente la calidad y el precio. Hasta que, finalmente, nos topamos con la brillante excusa de que cualquier inversión en óptica será amortizada a lo largo de cientos de horas en el monte. Y en ese momento, con esa justificación en el bolsillo, nos autorizamos a nosotros mismos a mirar los catálogos que anteriormente nos causaban risa al ver los ceros a la derecha. Y así, un día, nos pillamos in fraganti soltando el discurso a nuestra persona más querida de que si desde un principio hubiésemos comprado esos binoculares y ese telescopio premium -que ahora adoramos cual becerro de oro- nos hubiéramos ahorrado una pasta.

Otros, muy cabales, se encontraron un día con unos equipos que respondían perfectamente a sus necesidades y requerimientos. Y se plantan. Y son felices. Y tienen varios miles de euros más para poder viajar a usar sus equipos. Y se regocijan.

Esto sería un colorín colorado en toda regla si no fuera porque las marcas se empeñan en sacar cacharros prometiendo serias mejoras y, lo que es peor, innovaciones técnicas. Son auténticas excentricidades binoculares. Visores térmicos, prismáticos con un oráculo en el interior, binoculares de calidad que caben en el bolsillo y toda serie de refinamientos, ideados para hacernos salivar con ojos golosones.


Y la tentación bajó y se manifestó en mis manos.

Pensar en unos binoculares con más de 12 aumentos empieza a sonar a excentricidad en sí misma. Los factores peso y pulso, sumados a ángulos de visión estrechos y a una profundidad de campo (porción de espacio físico con un enfoque aceptable) paupérrima, invitan a pensar que pasar más de unos minutos con ellos en los ojos, se convertirá en todo lo contrario a una relajante sesión de contemplación de la madre naturaleza.

Algunas marcas ofrecen mayores aumentos de los estandarizados 8, 10 y 12, pero son excepciones. Para superar esa barrera mejor incorporar un telescopio terrestre y dar el salto a los 25 aumentos y a la maravilla del zoom, que te lleva hasta los 70.

Efectivamente, hay un salto. Se antoja que entre los portátiles -pero limitados- 10 aumentos y los engorrosos – pero magníficos- 25x, puede haber un “algo” que permita movilidad y rapidez de acción, sin renunciar a unos aumentos suficientes como para observar a distancias intermedias o animales pequeños.

En la feria OrnitoCyL ’23, Alberto López de Óptica Roma me puso en las manos algo que a primera vista recordaba a los prismáticos de Luke Skywalker. Sin tubos paralelos, al agarrarlo más bien parece una cantimplora con dos bocas. Con una funda de goma naranja (por suerte hay otros colores) que protege un cuerpo también de material ligeramente blando y protector. Las lentes frontales estaban tan pegadas, que incluso estaban achatadas por el polo colindante y escoltadas por sendas tapas de acceso a las baterías.

Al echármelos a la cara los 16 aumentos eran muy llamativos, pero mi maldito pulso y el viento helador hacían de aquel trasto algo absolutamente inútil. Hasta que Alberto giró el potenciómetro de la virguería. Una ruleta grande, ostentosa, con solo dos posiciones: infierno visual / chute opioide para nuestras retinas. Giras 90º grados y la paz regresa a tus globos oculares y cerebro. Había que probarlo.

Pruebas.

Entre ese primer momento y estas semanas que he tenido estos prismáticos conmigo pasaron varios meses. En ese tiempo hice una lista mental de posibles utilidades para estos Kite APC 16×42. Su luminosidad, reducida a unos 2,62mm de diámetro de la pupila de salida (unos 8×42 la tienen de 5,25), ya anuncia una primera limitación muy real: la oscuridad llega antes a la laguna si miras a través estos Kite. En cambio, y de manera sorprendente, el peso (730g) no parece comprometer la estabilidad, al ser muy similar a unos prismáticos tradicionales. La gran duda era si esa monstruosa ampliación para unos prismáticos sería útil en alguna circunstancia.

En la mano, el equipo se deja agarrar con mucha solidez. Tiene espacio de sobra para manos grandes y la rueda de enfoque es más bien un barrilete sobre el que puedes trabajar hasta con tres dedos. Esto no es ninguna tontería, ya que con 16 aumentos el enfoque es un asunto delicado que pasa de perfectamente nítido a perfectamente borroso con solo girar la rueda unos pocos grados. Para que este escaso margen de imagen clara no se convierta en un infierno, es necesaria precisión en el mecanismo y exactitud en nuestros dedos. Kite trabaja muy bien estos asuntos y el tamaño de la rueda de enfoque nos facilita mucho no fastidiarla en el momento más inoportuno y trabajar con ellos con guantes.

Ergonómicos y dimensionados para poder operarlos con guantes.

Primer paseo: el parque.

Árboles de porte muy grande, prácticamente sin sotobosque, praderas despejadas intercaladas, árboles caducifolios en invierno y cedros impresionantes con mucha vida en sus ramas: esas son las características de un parque como el de El Retiro de Madrid. Eso, y una avifauna bastante notable, que va desde grandes cormoranes hasta pequeños e inquietos reyezuelos.

Lo primero que descubro, gracias a estos prismáticos, es el movimiento que existe en lo alto de las copas de los enormes árboles. Con una ampliación tan fuerte, puedes situarte a buena distancia de ellos, lo que te permite escudriñar la zona más elevada con total tranquilidad y sin romperte el cuello. Como ejemplo, escuché el tamborileo de un picapinos en el culmen de un pino. No estaba cerca, casi a contraluz y el pino era alto. A pesar de ello, tardé muy poco en localizarlo dándole caña a una importante rama lateral. Luego, con la utilidad de GPS del móvil, calculé la distancia en línea recta: ¡97 metros!

Nuevas evidencias sonoras de un pícido. En este caso es el sonido sordo, rotundo y pausado del trabajo de hacer un nido. Un macho de pito ibérico se afana en profundizar un refugio. Con lo tiquismiquis que son estas aves respecto a dejarse observar en estas situaciones, la distancia que permiten y la estabilidad que brindan los 16×42 hacen que pase un buen rato y que me marche sin haber causado ninguna perturbación.

Insisto con la parte alta de los tupidos cedros y, además de sorprenderme con un número mucho más elevado del que yo suponía de las muy discretas palomas zuritas, disfruto de la evolución arriba y abajo de los agateadores, bicho que creo que nunca había visto sino por las partes bajas e intermedias de los troncos.

Estos prismáticos permiten escanear intensamente y de manera muy dinámica, zonas que con otros equipos resultarían muy complicadas. El pasito a la derecha para quitarte de en medio una rama molesta -acción mucho más lenta con un telescopio- funciona tan bien como con unos 8×40 y el estabilizador te deja concentrarte mucho en las partes más complejas del follaje.

Compruebo que la estabilidad mejora mucho la nitidez e incluso la claridad, cuando la luz va bajando. El hecho de que todo esté quieto hace que me pueda fijar más en los detalles y, no lo descarto, lograr un enfoque más fino.

Prueba de vida: tomo -sin problemas y en un pispas- una fotografía con el móvil, a través de los prismáticos. A pulso, sujetándolos con una mano, con 16 aumentos y la cámara en función x2. Las garritas de un cárabo se ven perfectas.

Probando en las estepas.

Animado por la intimidad que estos prismáticos y yo íbamos teniendo, me atreví a una breve salida donde ponerlos a prueba en un espacio en el que podrían dar todo lo que son capaces. Vamos a por sisones.

Antes de nada y para evitar emociones no deseadas, confirmaré que no vi ningún sisón.

La mañana se planteaba con recorridos por caminos de tierra, algunos escaneos más metódicos de ciertas áreas y paseos para llegar a puntos de interés. El paisaje era ondulado, con alternancia de cultivos y barbechos bien crecidos, algunas parcelas de frutales y viñedos y frecuentes arroyos, que en esta época del año tienen agua.

En las zonas más despejadas, los Kite en cuestión se mostraron perfectos para utilizar desde el coche, pudiendo observar animales a distancias que no forzaban su huida.

En la misma línea, la distancia a la que te permiten trabajar con aves pequeñas hizo que resultaran muy útiles -mucho- para localizar aláudidos. Con el ángulo y luz adecuada, el cacharro te deja fijarte en un área de manera muy rápida y con el estabilizador permanecer escudriñándola bastante tiempo.

Con otras dimensiones, también resultaron muy útiles para barrer visualmente huertas de frutales y viñedos. Ya sea porque seas prudente y no te guste pisar tierra ajena o porque sepas de buena fuente (experiencia) que esos pajaritos que has visto meterse tras la quinta fila de almendros echarán a volar tan pronto como metas un pie en el huerto, el caso es que estos prismáticos te parecerán muy adecuados para echar un vistazo rápido en sitios así.

Kite no ha usado su mejor cristalería en la construcción de estos prismáticos. La sensación óptica es de estar mirando a través de binoculares de gama media, con todo lo que eso conlleva. Así que mirar el vuelo de una imperial contra un cielo azul brillante de mediodía, teóricamente, no es lo mejor que puedes hacer con ellos. Sin embargo, el estabilizador compensa incluso las aberraciones cromáticas cian y magenta. No, por supuesto que no hay ningún milagro fotoquímico. Es sencillamente que la serenidad y paz que el artilugio le regala a las pupilas logra que los, en otro momento inaguantables chafarrinones psicodélicos multicolores en la silueta del buitre negro, pasen a ser solo unas notas de color desafortunadas.

En definitiva: la estabilización compensa, además de las vibraciones, muchos otros inconvenientes.

Las pegas.

Obviamente, no todo el monte es orégano. Si no fuera así, el artículo llevaría por título “¿Qué haces ahí sentado? Corre a por unos antes de que se agoten, pardillo”. Los Kite 16×42 APS tienen sus pegas y estas son las que yo les he encontrado.

* No sustituyen a nada. No puedes retirar de tu equipo ni los prismáticos, ni el telescopio. Es algo a añadir.

* Al tener un ángulo de visión tan estrecho, en distancias cortas pierdes referencias. Ves un pajarito que se ha metido detrás de una rama que se tuerce hacia abajo, justo encima de una piña, encaras los prismáticos y tienes que hacer varios barridos antes de encontrar la famosa piña. El pájaro hace rato que voló.

* En bosque y distancias cortas, la profundidad de campo limitadísima hace que lograr el foco sobre el área donde puede ser que estuviese el ave, se convierta en muy difícil. El pájaro hace rato que voló.

* El ángulo estrecho hace que pillar a un ave en vuelo rápido sea complicado. Dos veces vi peregrinos a simple vista, que con los prismáticos ni alcancé a encuadrarlos. También este pájaro voló antes de poder localizarlo.

* El estabilizador hace que la imagen llegue y se pare un poco después de que tú hayas terminado de hacer el movimiento. A través de ellos, entras en un mundo sin movimientos bruscos ni paradas rápidas. Como cuando tienes migrañas o resaca y haces un giro brusco de cabeza. Esa sensación puede llegar a ser mareante, dar sensación de vértigo o de que te falla el equilibrio. Nada importante, por supuesto, pero desagradable si la sesión se alarga o hasta que te acostumbras.

* En larga distancia y con tantos aumentos, si el sol calienta el ambiente (y especialmente si el suelo está frio) la refracción de la luz hará que su uso se vea entorpecido. La calidad de un telescopio compensa esta aberración visual, pero estos prismáticos no pueden con ella.

* La disposición de los oculares hace que abrirlos y cerrarlos para adaptarlos a distancia de tus ojos, no sea una tarea que puedas hacer teniéndolos ya delante de tu cara. Si los compartes puedes perderte algo interesante.

Son casi todos, como puedes ver, problemas propios de algo con tantos aumentos y una luminosidad limitada. Porque el resto del concepto funciona de maravilla: el estabilizador es magnífico y los prismáticos son cómodos de usar.

Serían una elección perfecta si vas a necesitar tantos aumentos y la carga de peso es un inconveniente, ya sea por las distancias a recorrer o por el espacio de almacenamiento disponible. Perfectos para subir a la montaña.

También podrían ser una opción para viajar. ¿Podrían cámara, prismáticos, telescopio y trípode ser sustituidos durante dos semanas por solo cámara y los Kite?

Por supuesto, es fenomenal para los que padecemos de mal pulso y sería una muy buena opción para los que usan los prismáticos con una sola mano, porque en la otra tienen la lista de Ebird abierta, una guía de identificación o el lápiz del cuaderno de campo.

Y, atención, los problemas de exceso de aumentos se solucionan adquiriendo unos más contenidos en ese sentido. La gama incluye unos 12×42 (muy razonables y equilibrados), 12×30 y 10×30.

Son, en definitiva, unos prismáticos muy interesantes y que posiblemente aumenten su utilidad según los uses y te hagas a sus particularidades. Pienso en que, para algunas aplicaciones profesionales, como guía de ecoturismo o agente forestal, pueden llegar a ser fundamentales y que para el pajarero de tomo y lomo pueden ser muy útiles. ¿Pero, son indispensables con sus 1000/1200€ de coste? Por supuesto que no: si no, no serían una maravillosa excentricidad binocular.

EN PRIMERA PERSONA.

Por nuestras manos pasan muchos equipos ópticos y fotográficos de todo tipo. Unos son adquisiciones, otros son fondo de armario y otros son préstamos por parte de comercios especializados o marcas. Pero, por el momento, no nos debemos a nadie y no hay ni perras ni favores de por medio. Las opiniones vertidas en los artículos bajo este epígrafe tratan de ser lo más equilibradas, sinceras y amplias. Pero no serán del todo objetivas, ya que responden exclusivamente a nuestros gustos, querencias y experiencias.

No somos ingenieros ópticos ni técnicos especialistas. Somos usuarios con espíritu crítico y con el ojo hecho a estos temas, por años de profesión fotográfica.