El sueño pajarero de Rivendel: FIO23

Da lo mismo las veces que hayas acudido a la Feria Internacional de Turismo Ornitológico, que, año tras año, te sorprenderá la magnitud del evento: la FIO es grande, la mires por donde la mires. Este texto no es una crónica de la XVIII edición, sino una descripción que sirva de invitación para asistir, sin falta, a este enorme sarao que monta anualmente la Dirección General de Turismo con Vanessa Palacios al frente y su increíble equipo.

Situada entre las grandes citas anuales -hay voces que la colocan como la segunda más importante de Europa, tras la British Birdwatching Fair, ahora conocida como Global Birdfair- la FIO supo sobrevivir al año de las ediciones virtuales y salir indemne.

El buitre más curioso de Monfragüe.

Sus dieciocho años de tradición la han convertido en una de esas convocatorias a las que más que ir, se peregrina. Si llegas desde oriente, por la carretera que atraviesa el Parque Nacional, sabes que pasada la curva la altura te dará una perspectiva perfecta de las dimensiones de la feria, en contraste con el tamaño del pequeño pueblo de Villareal de San Carlos. Si conoces bien la movida, sabrás que o madrugas o lo mismo te toca aparcar justo antes de esa curva. Pero llegues antes o después, siempre tendrás que subir ese repechito asfaltado que oculta a la mirada lo que está por llegar. Ahí está el truco del efecto peregrino.

Es raro el acercamiento. Dejas atrás coches y guardias civiles de verde, sigues las instrucciones de los empleados de seguridad de negro y de los voluntarios de naranja. A ambos lados, parkings llenos y en lo alto empiezan a asomar las puntas blancas de los techos de las carpas. A estas alturas, tras haber hecho planes, cruzado mensajes con amigos y grupos y haber estudiado con detalle el programa de actividades, se te supondría impaciente y con ganas de ver qué es lo que ocurre. Casi como si estuvieses a punto de descubrir las maravillas y glorias de un Camelot pajarero y de conocer con qué otros peregrinos te encontrarás para saber de sus aventuras.

A nivel personal y rompiendo esta estúpida épica, tengo que decir que por alguna razón desconocida y probablemente ligada a la querencia por quemar la ansiedad rellenando la andorga, en esa rampa de acceso siempre echo de menos que llegue hasta mí el olor de una plancha churrascando panceta. Da lo mismo la hora de llegada: mis neuronas pierden el hilo de lo realmente importante y se concentran en dibujar en mi cerebro montaditos de productos locales.

Por suerte para todos los expositores que encontrarás al subir la pequeña pendiente, no hay churrascos. Pero sí mucho por ver y escuchar.

Cola para posar junto a el Elanio de la FIO.

La avenida de las maravillas.

“¿Ha pensado en adquirir su primer equipo óptico serio? ¿Quizá quiera renovar su obsoleta réflex y dejarse deslumbrar por las sorprendentes ventajas de las cámaras sin espejo? ¿Quiere ardientemente dejar de ver las asombrosas aves con una incómoda línea verde perfilando su silueta? ¡Venga al paseo de entrada de la FIO y deje que sus ojos se salgan de las órbitas y su cerebro haga números a la velocidad del rayo!” Imagino que diría el vocero del mercado del mítico e imaginario castillo, si mi fantasía en forma de colesterol entre crujiente pan no hubiese tirado por el suelo la magia del momento.

En cualquier caso, has entrado. Las últimas vallas amarillas quedan atrás y ante ti se abre la avenida hasta el sancta sanctórum de la feria: la gran carpa de conferencias. Estás en el paseo asfaltado, convertido durante tres días en el bazar de las maravillas. Es el lugar donde comienzan los sueños técnicos y el origen de las pesadillas de tu tarjeta bancaria. Allí, metro a metro, carpa a carpa, verás expuestos novedosos equipos para tu afición y complementos para tu profesión.

Las más importantes marcas fotográficas, los más famosos fabricantes de telescopios y prismáticos y las tiendas y distribuidores de materiales relacionados con la observación de fauna extienden sus más tentadoras novedades y sus clásicos más solventes para que los asistentes puedan sacar sus propias conclusiones. Es un lugar donde además de tocar se puede mirar. Y comparar y echar cuentas. Y, en la mayor parte de los casos, sonreír y seguir caminando.

Por desgracia, este fenomenal despliegue de potenciales perentorias necesidades para los pajareros asistentes al evento se vio mermado ante la ausencia del magnífico tenderete de la librería que solía estar presente. ¡Cuántas guías Zumeta se quedaron sin viajar a sus nuevas estanterías este fin de semana!

Tres carpas y media y una capilla.

Una vez sobrepasado el territorio de las tentaciones, el visitante continúa su peregrinar entre los espacios pensados para dotar de contenidos la feria. Cada una de las cinco zonas cerradas está preparada para albergar un tipo de tema para que todas las personas interesadas en las aves encuentren su espacio. Ese es el secreto que hace de la FIO la gran cita anual para todos, ya sean aficionados, recién llegados, veteranos curtidos por mil experiencias o profesionales: nadie se siente defraudado.

Si te arrimas a las aves con un claro interés conservacionista en el más amplio de los sentidos, tienes tu sitio en la gran carpa de conferencias. Monográficos de especies, resultados arrojados por estudios, exposición de proyectos, profundización en biodiversidad e, inevitablemente, el cada vez más presente y diversificado eje de la sostenibilidad, son los temas principales que se pueden escuchar y ver en este cómodo espacio.

Quizá lo tuyo sea el apasionante mundo de la fotografía, su técnica y arte. La magnífica carpa de Foto-FIO será tu lugar favorito. En esta gran sala portátil tiene unos equipos de proyección y sonido de excelente calidad y un forro negro interior que permite la opacidad total de la lona y silenciar los ruidos exteriores. Fotógrafos, técnicos y representantes de marcas y empresas hacen aquí sus presentaciones. Además, es el lugar donde se exponen las fotografías finalistas del concurso anual, cuyo visionado por si mismo ya merece la visita a Villareal de San Carlos. ¡Qué trabajos más inspiradores! Cómo ayuda a otros fotógrafos ver obras tan selectas y creativas. Así, en grande, en papel, iluminados y vistos con calma. Sin saturaciones ni estridencias. Con sentido y sentimiento.

Los viajeros, los que gustan de contratar los servicios de guías especializados y turoperadores o, sencillamente, los que quieren conocer nuevos espacios naturales o colaborar con organizaciones no gubernamentales, encontrarán en la carpa de turismo toda la información. Una buena cantidad de entidades despliegan allí sus encantos, informaciones y recomendaciones en un carrusel de puestos informativos.

Abajo, en la recoleta y sabia ubicación cercana a la única calle que tiene este precioso pueblo, la carpa donde los artistas, ilustradores y artesanos muestran sus trabajos. Más pequeña que las anteriores, allí encontrarás a maestros de las más diversas técnicas, que te ofrecerán una buena variedad de soportes. Originales, láminas reproducidas, tazas, colgantes, bolsas, pendientes, camisetas, tallas, juguetes artesanales… con un poco de organización puedes solucionar los cumpleaños de todos los allegados. Pero, sobre todo, se puede disfrutar de muy buenos artistas y adquirir piezas realmente bonitas.

Por último, casi reflejando lo mágico e íntimo de lo que allí se suele programar, está la iglesia. Una pequeña construcción de planta rectangular dedicada durante los días de feria a los asuntos a los que le va bien el recogimiento y a los que, independientemente del interés que suscite entre los visitantes, el aforo limitado ayuda. Por allí, pasan año tras año, autores de libros, instalaciones audiovisuales o conferenciantes con propuestas alternativas.

Sea cual sea tu facción, puedes encontrar en FIO el lugar idóneo para dar alas a tu pasión. Estar en el meollo del asunto, encontrarte con -a priori- divergentes, para descubrir ser convergente al tomarte una cerveza con el adyacente.

Otros espacios -e incluso las calles y praderas circundantes- acogen talleres, actuación de animadores y actividades para los más pequeños, consiguiendo que junto a los paseos de observación, las experiencias nocturnas y un sinfín de propuestas, la agenda personal se pueda ver muy ajetreada.

¡Qué absurdo sería hablar de la FIO y de su capacidad para reunir gente de pájaros en la cabeza y no citar esos espacios y mesas redondas espontáneas en las que tantas amistades y proyectos se han forjado! Son pocos y sus sillas y mesas son muy codiciadas, ¿pero que sería de está feria sin su par de bares?

Bienvenidos a Rivendel.

En noviembre de 2021 publicamos un alegato a la cordura pajarera, firmado por Carlos Lozano, titulado “Yo soy pajarero, ¿tú qué eres?” . Aunque yo creo que es de obligada lectura para los interesados en salir al monte a ver pájaros, me voy a permitir desguazar un poco el argumento para luego expoliar algunas de las ideas en él expuestas.

Lozano, después de vapulear por derecho y por revés a todo aquel que tiene relación con la avifauna silvestre, hace un llamamiento general para que, mediante una elección de delegados, todos los sectores -en ocasiones no muy bien avenidos, sobre todo en ausencia de testigos que escuchen las críticas- puedan hacer un frente común, una unión de personas e intereses para encarar asuntos como la conservación de las especies. Siempre presente la máxima de “no se puede amar (defender) lo que no se conoce”.

A ese cónclave le dio por llamarlo “La comunidad del prismático”, por ser este instrumento óptico el punto en común entre observadores (noveles y de “culo pelao”), anilladores “sin proyecto”, fotógrafos, foteros y coleccionistas de cromos, amantes de los hides y puretas del indómito sendero, y todo tipo de gentes cercanas a las aves. Por encima de las diferentes aproximaciones, aproximarse con los cristales.

Pues bien: si los enemigos de Sauron se reunían en el maravilloso bosque donde Elrond había levantado el refugio para todos los seres de bien, donde confabular contra el mal común, contar viejas historias y dejar que la dulzura de la buena compañía inunde el espíritu, nosotros proponemos la FIO como el Rivendel -de facto- para los pajareros de cualquier plumaje. De hecho, ya en el artículo se proponía como posible ubicación de tan transcendente reunión.

Los poemas y fotos de Luis Alfonso Apausa también tuvieron un sitio especial.

El sitio y la cita son perfectos para que la idea de Carlos se desarrolle y tome forma. Sea cual sea tu facción, puedes encontrar allí el lugar idóneo para dar alas a tu pasión. Estar en el meollo del asunto, encontrarte con -a priori- divergentes, para descubrir ser convergente al tomarte una cerveza con el adyacente. Hablar y escuchar, arrebatarse con la pasión y entender que las aves van por delante. Seas el elfo del prismático, el hombre de la cámara, el enano de la anilla o el mediano del taxón, en este Rivendel siempre podrás encontrar la paz.

Y, además, desde que el Gobierno terminó con la moratoria que permitía cazar en los Parques Nacionales, los orcos del valle de Cuernaymedia y los troles de las cuevas de Carajillocargao son menos frecuentes. ¿Qué más se puede pedir?

Lo que nos dice el sonido

Para tener un contacto con la naturaleza lo más pleno posible, los que realmente saben de esto recomiendan afinar y poner en acción todos nuestros sentidos. La vista es el sentido maestro en esto de la observación de fauna (aunque no indispensable, como luego veremos) y el 99% del contenido de esta revista así lo parece indicar. Personas hechas a ello presumen de saber si hay un jabalí cerca gracias a su olfato y si se trata de distinguir el autor de una deposición, la nariz es una excelente herramienta. Algo parecido se hace con el sabor -aunque no con heces- para distinguir sustancias. Aún recuerdo a Luisa Abenza indicándome que doblase y sintiese cómo se quebraba un pelo encontrado en la yema de un arbusto para saber que era de corzo: no se podía pedir más al tacto.

Hita, Matheu y Sires iluminados por un sonograma.

¿Y qué hay del sonido?

Sonidos de mamíferos, reconocimiento de aves, el movimiento de fauna en general y todo el mundo nocturno es, de primeras, lo que viene a la cabeza a la hora de aplicar el sentido auditivo en la naturaleza. Si hurgas un poco más aparecen los insectos, anfibios y reptiles y se produce la identificación de especies. Con un oído entrenado y el conocimiento adecuado, el oído puede contarnos tanto como el visual, lo que hace que, a efectos prácticos, se pueda contemplar el desarrollo de la biodiversidad a nuestro alrededor. Tanto es así, que se puede aplicar, con absoluta precisión y rigor científico (y poético), el verbo escuchar a la hora de salir a lo natural y satisfacer todas nuestras ansias de escudriñar a los bichos. Escuchar la fauna, escuchar la naturaleza y escuchar la vida, de la misma manera que el observador, el fotógrafo o el rastreador sale a ver qué es lo que hay.

De todo ello, a modo de resumen de posibilidades, el asistente a la XVII edición de la Feria Internacional de Ornitología, celebrada los días 18, 19 y 20 de febrero en Monfragüe, pudo tener conocimiento. En el programa de actividades de dicho certamen, se encontraba una cita que, a priori, causaba mucha expectación entre un gran número de visitantes. En la gran carpa ‘Escenario’, con el aforo completo, la organización reunió para un coloquio a Carlos de Hita, Eloïsa Matheu, José Luis Copete y José Carlos Sires, todos ellos grandes escuchantes de la vida.

Incluso para los iniciados en asuntos de sonido, la conversación de los cuatro ponentes, a cada minuto, se tornaba más y más interesante. Con pocas incursiones en el territorio de lo puramente técnico -las justas y necesarias únicamente- el diálogo transcurrió por terrenos realmente emocionantes y didácticos. Carlos de Hita, que para la ocasión ejercía también de maestro de ceremonias, supo mantener un buen ritmo y llevar a los contertulios a lugares muy interesantes.

Cuatro aproximaciones a la escucha sonora

Sería inútil tratar de narrar todo lo que allí se pudo hablar, explicar y detallar. Impresiones, experiencias y anécdotas fueron trazando un discurso a cuatro voces. Los puntos comunes eran solo eso: lugares donde ellos coincidían en mitad de un vastísimo campo que iban abriendo a la audiencia. Ninguno de ellos se acuartelaba en una posición o acción respecto al sonido. Cada uno con sus viajes, sus historias, sus motivaciones y sus objetivos, hablando de un mundo maravilloso, tan puro como íntimo. Porque la audición es un asunto muy íntimo. El sonido, según entra por el pabellón auricular, va directo al cerebro del escuchante, actuando de manera muy abstracta en sus neuronas. A determinados ejemplares bípedos, una secuencia cinematográfica visual le podrá generar una serie de emociones muy intensas y variadas, pero siempre bajo el control que supone poder ordenar y clasificar esas imágenes en su cerebro. El descontrol del sentimiento llega cuando aplicas el sonido a esa secuencia. Un violín, el sonido ambiente de la naturaleza, las risas de un niño y, por arte de magia, un espectador sonríe mientras que otro, situado a su lado, rompe a llorar. El sonido actúa de maneras sorprendentes. El cineasta Robert Bresson en su colección de aforismos Notas sobre el cinematógrafo (1975) apuntaba que “cuando un sonido puede sustituir una imagen, suprímela o neutralízala. El oído va más hacia dentro y el ojo más hacia fuera”.

Un tema omnipresente durante todo el coloquio fue el silencio. Nadie mejor que ellos para ser conscientes del significado de las palabras “primavera silenciosa”

A la sutilidad e intimidad de los mimbres con los que trabaja esta gente, se suma la soledad. Modificar la distribución del peso del cuerpo de un pie a otro y que chasque una ramita; contener la respiración ante la aproximación de un zorro y que al recuperar el ritmo pulmonar se escape un ligero suspiro; o girarse levemente para orientar la cabeza y así escuchar mejor y que roce la manga de la prenda de abrigo son acciones que podrían desatar la ira del técnico de sonido y hacerle desear, durante unos breves instantes o largas horas, dependiendo de la importancia de la grabación echada a perder, que se abra la tierra y succione a su insoportablemente ruidoso acompañante hasta el mismísimo depósito magmático. Por la naturaleza de sus materiales, el técnico de sonido de naturaleza tiene que trabajar en soledad y alejado de cualquier rastro de sociedad humana: en el silencio del valle, la motosierra se oye a océanos de distancia, la carretera situada a 10 kilómetros se coloca en el primer plano sonoro y, cuando has conseguido evitar todas las fuentes de ruidos, descubres que el cielo es autopista de aviones.

Irónicamente, un tema omnipresente durante todo el coloquio fue el silencio. Ellos viven la naturaleza a través del sonido y su acción en el monte es registrar ese sonido. Nadie mejor que ellos para ser conscientes del significado de las palabras “primavera silenciosa” y de cómo, año a año, las voces se van apagando y donde antes cantaban 10 ahora son 5.

Sires, Copete y Matheu escuchan a Hita durante su intervención.

Todos, los cuatro, son artistas, científicos, conservacionistas y documentalistas y es la inutilidad de este narrador la que otorgará a cada uno de los protagonistas un concepto, un terreno de trabajo prioritario, particular.

La documentación y la ecología del sonido.

“La Ecología del Paisaje Sonoro, es una nueva corriente que consiste en el estudio del sonido de los espacios para entender mejor su estado y su funcionamiento. Por ejemplo, permite valorar ecosistemas sin saber lo que hay realmente. Esto es especialmente interesante en ecosistemas tropicales, donde sabemos que están desapareciendo especies que ni siquiera sabemos que existen”. Eloïsa sabe bien de lo que habla y lo hace con calma. Por desgracia, la fascinación de ese mundo que descubre con sus palabras lleva de la mano la gasa negra de los datos negativos.

También nos habla de nocmig (migración nocturna) y de las grabaciones loquísimas que se están haciendo y de la cantidad de datos que están arrojando sobre las costumbres migratorias y el sobrevuelo nocturno terrestre de aves marinas. “El sonido ha pasado de ser anecdótico a mitad del S.XX a ser una herramienta utilísima”, concluye Eloïsa.

Quien más y quien menos en este mundillo ha escuchado las grabaciones de Eloïsa Matheu, aún sin saber que las había hecho ella. A principios de los 90 fundó el sello discográfico ALOSA y con él publicó las primeras guías sonoras de fauna en España y sus registros han ido sonando por todas partes. Lo que probablemente empezó con un “¿y si…?” se convirtió en 30 años viajando por todo el mundo documentando e identificando sonidos de la naturaleza. Ese inmenso archivo por ella creado le hace ser especialmente consciente de cómo cambia todo. La descripción que hace del delta del Llobregat y todo lo que está allí sucediendo es un buen ejemplo. Ello la lleva a salir para grabar la degradación con un claro intento de denuncia: “pero la ausencia de aves me está quitando un poco las ganas”.

Para recordar su momento dorado los recuerdos de Eloïsa van más lejos en el tiempo y en el espacio. Malasia, año 1989. El sonido de la grabación protagonista del recuerdo llena el espacio de la carpa. Son gibones. El final de una agotadora expedición, final de jornada y ya retirándose para descansar. Entre cientos de sonidos comienza a predominar uno que lo llena todo. Un dueto de una pareja de gibones. A ella este momento le abrió un mundo nuevo.

El sonido de la ciencia.

Indudablemente ligado al sonido -Copete es el 50% de la valiosa Radio Somormujo- y a la rama más científica de la ornitología -miembro del comité de rarezas de SEO, consultor en el ciclópeo Handbook of the Birds of the World y “publicante” activo en las revistas más prestigiosas del sector-, José Luis no se traiciona a sí mismo durante la conferencia. Nos cuenta dos experiencias personales que ilustran a la perfección cómo el sonido -más bien las personas pegadas a un micrófono con parábola y unos cascos en las orejas- puede ser determinante en el estudio profundo de las aves.

La imagen del certamen la firma el gran Killian Mullarney. Carlos de Hita en un momento del coloquio.

Etología. En una búsqueda activa del búho pescador en Turquía, junto a Dani López y Emin Yoğurtcuoğlu, una vez localizado el animal, realizó una excepcional grabación del macho reclamando. Pero había algo raro en ella y el sonido de un torrente no le permitía averiguar qué era. Más tarde, analizando el sonograma de dicha toma, le pareció descubrir que lo que había captado era una pareja haciendo duetos: ambos miembros repetían al unísono la misma llamada. Sorprendido por el hallazgo y buscando la necesaria confirmación, se puso en contacto con Arnoud van den Berg, miembro destacado del grupo científico The Sound Aproach, que gracias a otra grabación pudo confirmar que era cierto.

Cada uno con sus viajes, sus historias, sus motivaciones y sus objetivos, hablando de un mundo maravilloso, tan puro como íntimo. Porque la audición es un asunto muy íntimo.

Taxones. Copete también explicó cómo durante una expedición en China surgió la duda sobre si los Mosquiteros de Hartert (Phylloscopus goodsoni) a los que estaban observando pertenecían a dos especies independientes, se encontraban ante subespecies diferenciadas, o si se trataban de notables variaciones morfológicas entre miembros del mismo taxón. José Luis, argumentando que los ejemplares de ambos patrones de plumaje cantaban igual, organizó un complejo plan de comprobación de datos. Se propuso capturar varios ejemplares de ambas coloraciones tras haber grabado sus cantos. Los sonogramas indicaban que eran la misma especie y el ADN lo confirmó.

Su gran recuerdo sonoro tiene por protagonista al zorzal dorado. En bosques lejanos, suena de noche cuando empieza a clarear la mañana en el horizonte y se calla cuando el resto canta. Solo hay media hora para escucharlo. Recuerdos en el centro de China oyéndolo cantar en las mañanas de lluvia en las que no podía grabar por el ruido de las gotas al caer.

A la defensa de los espacios, armado con grabadoras.

“¿En un bosque, cuántas aves oyes y cuántas puedes ver?”, dice José Carlos Sires. Está pregunta retórica es un buen punto de partida para la explicación del proyecto en el que actualmente está trabajando. Este cordobés, invidente desde los seis años, siente con horror cómo dos territorios de indudable valor para la biodiversidad van camino de su desaparición. Y no solo es que las autoridades no hagan nada por impedirlo, sino que apoyan y fomentan el desmantelamiento de esas zonas. Por un lado, el área cordobesa de Sierra Morena infestada de construcciones ilegales, que no solamente no se derriban, sino que aumentan. Por otro lado, el “Doñana visitable” y la acción constante de la agricultura y la caza furtiva. El parque natural que rodea y protege el nacional está siendo atacado frontalmente con la extracción de agua y con el total apoyo de las autoridades autonómicas, que han legalizado los pozos y motobombas hasta ahora ilegales. No hace falta decir nada sobre lo que pasará con Doñana después.

Sires propone “sonotrampear”. Mediante la colocación de grabadoras en lugares interesantes o críticos y con una planificación muy estudiada de los horarios de activación, José Carlos está registrando el espacio sonoro de aquellos lugares. Con ello pretende, no solo documentar la fauna que allí habita, sino registrar la progresiva devaluación ecológica que están sufriendo. Defender lo que es de todos y en caso de perder en esta lucha contra titanes, poder arrojar a la cara de los culpables el sonido de lo desaparecido.

Para José Carlos su momento sonoro está ligado a Zaragoza. Buscar todo el día en el Planerón a la alondra ricotí y una vez localizado el núcleo, pasar noche allí cerca para poder estar temprano a la mañana. Y comenzar a llover y permanecer así toda la noche. El agua cesó al amanecer. Y entonces, en el aire húmedo, tres machos cantaron cuando aún todo el mundo estaba en silencio.

El arte, la comunicación y la difusión.

“Respeto mucho a los bioacústicos, a los ecólogos acústicos, pero no es mi campo de actuación”. Carlos de Hita, con este -casi- alegato inicial parece alejarse del objetivo conservacionista de su trabajo. Él ha pasado sus últimos 30 años sonorizando películas –“un documental con música es muy emocionante; un documental con sonido natural es muy real”- y dando a conocer la biodiversidad a través de su sonido en la radio. Ha publicado libros deliciosos y en los últimos años ha desarrollado unas instalaciones audiovisuales, donde, a través de los sonogramas proyectados, el sonido en su forma visual desplaza a la imagen tradicional.

Más tarde, Carlos pasa dos grabaciones tomadas desde su casa y en fechas semejantes con unos años de diferencia. En la primera, se escucha todo lo que uno espera oír en un bosque serrano. En la segunda, todo queda aplastado por las chicharras. Es el cambio climático avanzando. Su experiencia le indica que todo ha subido 200 metros y los insectos, que antes estaban en los bosques de abajo, ya han llegado a su casa.

Esas grabaciones breves y concisas, pequeños haikus sonoros, son una de las especialidades de Hita. Emite a diario en la SER un microespacio llamado Amaneceres. A las 6 de la mañana despide la noche con una breve pieza sonora que, con cuatro trazos, te lleva lejos.

Y Carlos pasa a reconocer que ha sufrido una crisis. “Durante el confinamiento vivimos en ese paisaje sonoro limpio. Tras haber estado en el paraíso -con toda la consternación del mundo, insisto-, cuando volvió el ruido yo entré en una cierta depresión, que paradójicamente me curó el volcán. Tras haber retrocedido 100 años, nos devolvieron esa balsa de aceite que es el ruido y que lo ocupa todo y yo me pregunté: ¿Para qué seguir grabando?”. Y cuando el turno de palabra regresa a su boca anuncia que en dos días se irá “a Doñana, porque quiero estar dentro de la marisma por la noche y grabar el sonido de las bombas de agua. Porque las bombas son lo que está secando Doñana. Y es la primera vez, en mi vida, que voy a ir a un sitio a grabar el ruido de lo que lo está matando. (…) Y seguiré saliendo a grabar y comunicándolo para que se entienda que necesitamos seguir escuchándolo, porque lo primero que se rompe con la crisis ambiental es el paisaje sonoro”.