Refugio de ciudadanos en los días de calor, visita fundamental para turistas, plató improvisado para sesiones de fotos, lugar recurrente para que el niño estrene la bici y la pelota que le trajeron los reyes, sueño predilecto del perro urbanita, megaescenario donde dar la turra con los tambores o lugar romántico para cientos de primeros besos, los parques urbanos cumplen incontables funciones.
Otros, se ve que más sensibilizados con asuntos importantes, destacan sus funciones potabilizadoras del aire que se respira en las urbes. Los llaman pulmones y les aplican una función tan antropocéntrica como las anteriores.
Luego están los parques urbanos pensados y organizados como recursos naturales para la fauna silvestre. Como variante de los anteriores, nos encontramos con los jardines que, aun habiendo nacido como lugares de evasión humana, alguien, tras ver cómo reaccionan los animales autóctonos, toma la decisión de mantener y fomentar esa interacción con lo salvaje. De los primeros se puede citar el anillo verde de Vitoria -conjunto de parques periurbanos de la capital alavesa en el que se han citado cerca de doscientas especies de aves y existe, incluso, una población del amenazadísimo visón europeo- o la renaturalización del Manzanares a su paso por Madrid, que se concibió como canal natural para el tránsito de fauna, entre las zonas protegidas del norte de la ciudad y el parque regional del sureste y que ha sido un absoluto e inusitado éxito. Para hablar de los segundos, nos fijaremos en el Parque de Isabel la Católica, de Gijón.
Un parque no muy antiguo
Isabel la Católica está situado en unos antiguos cenagales originados por la desembocadura del río Piles. Debía de ser un foco de infecciones demasiado próximo a la ciudad y en los años 30 del pasado siglo decidieron colmatarlo con escombros. En 1941, el ayuntamiento consideró adecuado convertir lo que de facto era un basurero, en un parque. Hasta el año 55 no tuvo nombre y fue a partir de esa fecha que se sucedieron la inauguración del Parador Nacional, el parque infantil o la estatua del Doctor Fleming.
El parque tiene, además, una arboleda muy racional con variedad de especies y portes, un estanque de mediano tamaño y un canal, rodeado de amplias praderas de césped. Aunque al sur y el oeste la ciudad encorseta el jardín, hacia el este limita con el río Piles y al norte, prácticamente, con la playa. En un momento dado, se incorporó a la dotación de entretenimientos un aviario y en el estanque se inició una colección muy variada de aves ornamentales. Los grandes jaulones del aviario albergan un muestrario de pájaros tropicales y, tras él, una amplísima colección de animales de corral con muchas razas sorprendentes de gallinas y unos inmensos emúes. Por su parte, al estanque se incorporaron una surtida variedad de aves de colección, típicas de este tipo de instalaciones: cisnes, patos espectaculares y barnaclas, todos ellos preparados para que no puedan volar y convertirse en un problema para la fauna autóctona.
Este conglomerado de aves domésticas y domesticadas no dejaría de ser un mero zoo plumífero -aceptable para la educación y sensibilización, aunque delicado para la fauna y la ética humana si su gestión y cuidado cae en manos poco adecuadas- que no tendría cabida en el espacio de El Vuelo del Grajo, de no ser porque, de manera casual, se ha convertido en foco de biodiversidad y refugio de aves silvestres. Su situación geográfica, el inequívoco reclamo que supone para los pájaros el movimiento de tanta ave y, quizá lo más importante, la voluntad y actitud de brazos abiertos hacia los visitantes silvestres, han hecho del Isabel la Católica un parque de visita muy interesante para aficionados a la ornitología y fotógrafos de aves.
Por supuesto, no todo es de color de rosa y existe cierta presión política que considera que aquello es un foco de infecciones y que la salubridad es deficiente. Puede ser que tras esas palabras exista algo de verdad, aunque la querencia de las aves silvestres por el lugar y la presencia de pájaros bioindicadores, como los esquivos y montaraces zorzales alirrojos o los martines pescadores, parecen decir lo contrario. Probablemente se trate, una vez más, de ese omnipresente terror a que lo animal comparta espacio con lo humano. O, más probablemente, una china convertida en “pedrolo” que arrojar de una bancada política a la otra, con intención de hacer pupa en el temple del votante.
Un buen equilibrio
Aunque nosotros entendamos que las cosas tienen un límite físico (que el Piles esté pegado al parque no quiere decir que sea parte del parque, faltaría más), los animales se empeñan en unir: que el parque esté unido al Piles, el Piles a la playa, la playa al mar Cantábrico y este te lleve hasta Inglaterra, para un petirrojo británico significa “mira que chalecito invernal tan majo he encontrado”. Por ello, sugerimos al visitante aficionado a estos temas que entienda que el “biotopo Isabel” incluya el río, su desembocadura y aledaños marítimos.
Es perfecto para iniciar a terceros o autosumergirse en este fascinante mundo y esto incluye a los niños y niñas, a los que se quiere acercar al conservacionismo dada la cercanía y confianza de los animales.
Cuentan, incluso, de un tiempo en que una familia de nutrias residente en algún punto del Piles visitaba con asiduidad el estanque, al que consideró como buffet libre repleto de suculentas aves y que esa es la razón por la que la lámina de agua cuenta con un pastor eléctrico. Otras fuentes orales dicen que fue para impedir la depredación y molestias causadas por parte de perros de dueños desaprensivos.
Aunque se eliminase el muy deseable equilibrio natural proporcionado por el mustélido amigo del agua y de los patos, la naturaleza tiende a instalarse en el parque. Así, además del control que ejercen las numerosas ardillas y urracas -especies que no mirarán a otro lado en caso de toparse con unos huevos- la pareja residente de cárabo y la de peregrino, que parece empeñada en instalarse, se imponen en lo alto de la pirámide alimenticia del lugar. Ese punto cuenta, además, con la ventaja de que en el parque no hay ni una sola colonia de gatos, evitando así el desgaste sobre la fauna que podría suponer la presencia de felinos domésticos.
Pero ahí no queda la querencia de la fauna por esta manzana verde y la noche lo deja bien claro. Con la caída del sol, la isleta del estanque empieza a recibir una nutridísima población de aves que acuden a tan seguro lugar para pernoctar, especialmente en invierno. Cientos de garcetas con aires japoneses, negros cormoranes, garzas grises que se piensan invisibles y muchas otras especies tienen al parque por dormidero.
Las especies presentes que allí -siempre teniendo en cuenta la desembocadura del Piles- se pueden localizar llegan hasta las 150, en números redondos. A las gaviotas de varias especies frecuentes se añaden citas de otras menos habituales, de manera puntual: vuelvepiedras y correlimos oscuros extrañamente amigables, una buena gama de fringílidos, entre los que se encuentran los siempre vistosos camachuelos y picogordos, y todas las aves que uno puede esperar encontrarse en un parque, en invierno. En épocas de migración el observador puede incorporar a sus registros citas muy satisfactorias.
Para iniciarse, para matar el gusanillo y para fotógrafos y fotógrafas.
El contacto cercano y directo entre aves y humanos, la vegetación muy espaciada y el hecho de que las aves situadas en la famosa isleta tengan un protector brazo de agua, hacen que el lugar sea idóneo para el observador de aves. Independientemente del nivel de conocimiento. Es, por supuesto, perfecto para iniciar a terceros o autosumergirse en este fascinante mundo. Esto incluye a los niños y niñas, a los que se quiere acercar al conservacionismo y el estudio de la fauna, dada la cercanía y confianza de los animales.
Todo ello, no descarta el interés para pajareros más avezados. Siempre es interesante ver el baño de un reyezuelo, localizar a un rascón en la maraña o toparse con una garceta cangrejera cazando en el río. Sin olvidar las sorpresas con que uno pueda encontrarse dentro del paquete de aves migratorias, que no hay que obviar esta posibilidad tratándose de una localización pegada al Cantábrico.
Definitivamente, es un oasis para los amantes de la fotografía de aves. Esa misma tranquilidad que muestran las aves ante la presencia humana es una ventaja. Una ventaja -y esto es muy importante subrayarlo- que no causa un impacto sobre las aves, ya que están curadas de espanto y aceptan, sin perjuicio alguno, ver a una persona a escasos metros, con un enorme teleobjetivo y tirada en el suelo buscando el mejor encuadre.
Que el parque esté unido al Piles, el Piles a la playa, la playa al mar Cantábrico y este te lleve hasta Inglaterra, para un petirrojo británico significa “mira que chalecito invernal tan majo he encontrado”.
Por supuesto, un sitio así también da refugio a ornitólogos y ornitólogas que encuentran en el Isabel y alrededores un sitio perfecto para desarrollar su afición y estudios. La lectura de anillas a distancia, en especial de gaviotas, que lleva a cabo de manera infatigable Ignacio Vega, es un excelente ejemplo de ello: la información que suministra sobre avistamientos a diversos proyectos europeos de anillamiento es muy cuantiosa y de indudable valor.
Aunque se habla de mejores tiempos pasados y a pesar de que existan sectores de la población que no acepten la intromisión de lo silvestre, y, por tanto, les desagrade el parque, no cabe duda de que el Isabel la Católica es ejemplo de que una gestión adecuada puede hacer de un jardín de tamaño medio un recurso natural de primer orden.
Y sí: es una visita ineludible para cualquier aficionado a la observación de fauna.