Las Lagunas de Villafáfila de Alfonso Rodrigo.

Con este título arrancamos las entregas de la serie de cortos documentales, centrados en las personas que han optado por desarrollar su afición a las aves en un espacio concreto. Pajareros y pajareras con zona de campeo regular.

Lo de la observación de aves es todo menos monocromo y, efectivamente, demuestra que, para gustos, los colores. Están los que aprecian los tonos fosforescentes discordantes, pero relumbrones, y están los que tratan con ahínco de conseguir la gama más amplia de sienas y ocres.

Alfonso Rodrigo en la carátula del vídeo.

Hay aficionados que lo ponen todo para ver cualquier bicho raro que caiga en su zona de influencia, que puede ser provincial y hasta estatal. Basta que alguien cite algo poco frecuente en las islas para que se colapsen las reservas de vuelos para El Hierro.

Otros encuentran el gran placer en añadir cierto componente competitivo -contra sí mismo o contra rivales más o menos desconocidos- y se esfuerzan en lograr la lista de especies observadas más larga, en un tiempo determinado. Es el caso de Antonio Cerecillo y su glorioso 5º puesto conquense el año pasado, como él mismo nos recuerda en este vídeo.

También, por ejemplo, abundan los que no le hacen ascos a nada y hacen todo lo anterior o nada de eso y que al final lo que quieren es ver aves, sin otra pretensión que disfrutar. Y luego, al darle una vuelta al asunto, te das cuenta de que todos y todas tenemos un poco de cada cosa.

Más allá, están los que hacen todo a la vez, pero sin salir del paisaje/espacio elegido. Van en una y otra ocasión a ver y contar las (casi) mismas aves, una semana tras otra. Sueñan, como los casos antes citados, con añadir una especie rara a la lista. Les quitará el sueño ver si este año será, por fin, en el que rompan la barrera de las citas absolutas locales. Pero esas rarezas, esos ejemplares fetiche, pueden llegar a ser bichos frecuentes 50 kilómetros más allá. Límites geográficos en los que desarrollar una pasión.

Son los que han optado por militar en las filas de la constancia. Su afición se acerca a la profesión y cumplen a rajatabla con la “pseudobligación” de registrar todo lo que sucede en su territorio. Notarios de la avifauna. Quién, cuántos y cuándo, año tras año, arrojando datos con indudable valor científico. Son los que prefieren estudiar los matices de la cosecha anual del vino de la tierra, antes que explorar denominaciones de origen de renombre, aunque, por supuesto, no le hagan ascos a ningún caldo.

Y son los que con paciencia observan, además de aves, cómo evoluciona su ecosistema personal.

Cuando la observación se aproxima a la contemplación.

Las Lagunas de Villafáfila de Alfonso Rodrigo.

En este primer capítulo los protagonistas son Alfonso Rodrigo y las Lagunas de Villafáfila. Y también sus pájaros; sus increíbles masas de aves y compactos bandos.

De Villafáfila poco se puede decir que aún pueda sorprender a un aficionado a estos temas. Suaves lomas y ligeros repechos que se vuelcan hacia el centro universal: las lagunas. Terreno despejado, mosaico agropecuario, en el que, por descontado, para cuando ves al bicho este ya sabe el color de tus botas. Distancias de observación poco amables para cualquier pajarero y desesperantes para los fotógrafos de naturaleza.

Un día normal allí puede ser con la niebla más espesa de la península. O con insufribles aberraciones visuales en la óptica, debido al contraste de temperaturas de la tierra, el agua poco profunda y la atmosfera, todo ello, mientras que, sorprendentemente, el bichero está sufriendo un frío atroz a pleno sol, azotado por vientos persistentes de noroeste. Una de las dos cosas, sin descartar la posibilidad de que las dos concurran en la misma jornada, y que el airecito “quitanieblas” salvador se convierta a mediodía en la tortura que mantiene a los bichos pegados a la superficie.

Los caminos podrás encontrarlos desprendiendo el más fino y escandaloso de los polvos posibles o cubiertos de una papilla pegajosa que hará que tu coche se cimente a la tierra. O lo uno o lo otro.

Y si quieres saber lo que es frío o lo que es sufrir calor, ¡hale, vete a Villafáfila!

Terminada la lista de tópicos para justificar un sincero y vulgar “es tierra de contrastes”, cerrada la enumeración de las no tan exageraciones, Villafáfila es un paraíso ornitológico que nunca defrauda. Sobria, dura y bella, cuando sale el día bonito, ya sea con niebla o con sol aplastante, corta la respiración.

“Pajarero de sangre”, Alfonso es un roquero que creció pegado a unos prismáticos y pateando esta tierra zamorana de sobriedad leonesa. Carácter firme y espíritu sensible, da todo lo que puede, y una miaja más, por su reserva, su espacio, su ecosistema personal. Porque si la tierra fuera para el que la trabaja, Villafáfila sería suyo. Más de 1.000 visitas lo constatan.

Este es el Alfonso que nosotros conocimos y este es su local patch.

Villafáfila nunca defrauda.

En Villafáfila es muy posible que el observador de fauna se quede con el sentido de la vista inoperativo para ver aves. Y no porque el viento polar pueda congelar el cristalino, que también. Ni porque la cencellada se una con la niebla más densa que pueda encontrarse en la estepa cerealista zamorana, que hay altas probabilidades. Ni tan siquiera, porque en verano el fulgor del sol reflejado sobre los cultivos, ya en tonos siena, sea cegador, que lo es. Es más bien el efecto ojo de halcón: la masa de avifauna puede llegar a ser tan grande que el cerebro no te permita fijar la mirada en un ejemplar en concreto. Cuesta acostumbrarse, pero tras este primer y transitorio fenómeno, la visita empieza a ser espléndida.

Este oasis, protegido y bien conservado, es parada obligada para todos los aficionados a la observación de aves. Puede ser muy interesante en verano y durante los pasos migratorios, pero es en invierno cuando el lugar alcanza su mayor esplendor. Ya sea durante el estío o durante el periodo invernal, todo dependerá de la presencia de agua en las lagunas.

Villafáfila es un sistema lacustre endorreico. Las lagunas se deben a una pequeña depresión que hay entre los ríos Esla y Valderaduey. Salinas y de poca profundidad, son perfectas para que las aves las ocupen en cantidades inverosímiles. En una sola visita, el observador puede llevarse para siempre la visión de un bando de unos cientos de cercetas comunes, indecisas ante la elección de dónde amerizar; sumar una cincuentena de avutardas caminando majestuosas; contar -entre silbones, rabudos y frisos- mil ánades y doblar esa cantidad si añade los azulones. Y puede que entre ires y venires durante 48 horas por los caminos, observatorios y carreteras, contabilice nueve mochuelos y cinco búhos campestres, las avefrías pasen de dos mil y los grupos de alondras comunes sean de más de 20 ejemplares. Jilgueros y pardillos, por cientos, y chorlitos dorados compiten en cantidad con los tarros blancos.

Sin dejar de lado las apabullantes cifras, la fama la llevaban los gansos comunes, que hace unas décadas alcanzaban varias decenas de miles, pero que este año en el censo oficial solo han llegado a 370 ejemplares gracias, en gran medida, al cambio climático. Sin embargo, esas cantidades tan elevadas de unas aves tan grandes puede que estuviesen ocultando otros tesoros. Así, en 2024, el documento citado ha arrojado las cifras de 445 grullas, 3.090 chorlitos dorados o 6.408 avefrías. Hasta un total de 17.445 ejemplares ligados a los humedales.

No olvidar que tal movimiento pajaril, tanto trajín y tanta migración hacen que sea un buen lugar para rarezas y aves fuera de su área de distribución habitual. Este año dos flamencos juveniles despistados, una barnacla carinegra y cuatro correlimos de Temminck están siendo las estrellas invitadas.

Si todos estos datos ya hablan de un excelente año para acudir a Villafáfila, la temporada alta de observación podría alargarse hasta el otoño. El conocido crecimiento cíclico de las poblaciones de topillo parece que va a tener lugar en estos meses. Si se da esta situación, se confirma la explosión demográfica de este pequeño roedor, la abundancia de presas hará que la presencia de depredadores se multiplique. El hipotético incremento de rapaces nocturnas y diurnas, ya de por sí abundantes, a las que habría que sumar los carnívoros – zorros, comadrejas y otros mustélidos son frecuentes- que también ampliarían sus poblaciones, harían de Villafáfila un lugar más que imprescindible para añadir a la agenda de fundamentales a visitar este año.

Recursos.

La reserva de Villafáfila tiene una buena red de observatorios que parece que va a aumentar con la implementación de tres más. Están equipados con telescopios que, sorprendentemente, funcionan para que las personas sin equipos ópticos puedan atisbar las lagunas. Pero estos puntos de observación tienen -y si nadie lo remedia, seguirán teniendo- un grave problema: la distancia a la que están situados. Este inconveniente, que menoscaba el interés que despierta el paraje, es debido a una reglamentación que establece una prohibición para la construcción de cualquier elemento, a menos de 50 metros del borde del agua.

La medida, que excede con creces las distancias de observación prudentes para no interferir en el comportamiento de la fauna silvestre, aplicada a un sistema lagunar endorreico como el de Villafáfila, se convierte en un serio contratiempo. Esta longitud se calcula, parece ser, desde el límite histórico del máximo caudal alcanzado, generando unas distancias de observación y fotografía que, en algunos casos, son irrisorias. Mientras que en un año bueno como el actual, los observatorios sobre las lagunas de Rosa y Barillos son aceptables, la de la principal infraestructura para avistamiento de aves de toda la reserva, situada en Otero y que vigila la laguna Salina Grande, es -a pesar de su altura elevada- frustrante para los observadores que carezcan de ópticas muy potentes. Así pues, y por desgracia, una visita de observación a Villafáfila requiere de manera indispensable el uso de telescopio.

La reserva cuenta, además, con las instalaciones de La Casa del Parque (consultar horarios de apertura). Junto a un recorrido histórico por la comarca, comprende unas lagunas que se mantienen con agua durante todas las estaciones, amén de observatorios y caminos que permiten el avistamiento de buen número de especies durante todo el año.

Existe una pista que permite rodear la laguna principal y acceder a otros puntos interesantes, pero la mayor parte de las pistas de la comarca son de uso agrícola. También es verdad que las indicaciones advierten de la circulación restringida, pero nada sobre el uso peatonal y, sin duda, merece la pena darse un paseo por ellas.

Es importante tener en cuenta que, aunque estas vías generalmente están en buen estado, hay que prestar atención a las lluvias, ya que se convierten en auténticos barrizales. Trampas que requerirán de un tractor o una grúa de tres ejes para sacar el coche.

Respecto a alojamientos, la cosa anda bastante mal. Hasta hace poco, el hostal Los Ángeles cumplía las necesidades básicas, pero desde su cierre hay que hacer más kilómetros de los deseados. Sin embargo, la alternativa ofrece una experiencia mucho mejor que la anterior. El hotel Altejo, en el pueblo de inolvidable nombre de Manganeses de la Lampreana, ofrece buen alojamiento a buen precio y con buen servicio de restauración, incluyendo desayuno a horas propias de pajareros incluso en fin de semana. Eso sí, a 14 kilómetros de Villafáfila (pero por la carretera de los mochuelos…).

Y, para terminar, si la jornada requiere una parada estratégica para reponer fuerzas, es muy recomendable hacer una visita al restaurante El Palomar. Menú del día, tapas, un pequeño colmado con bienes imprescindibles (queso, vino, cepillo de dientes y algunos dulces tradicionales) y una impresionante colección de camisas de culebras.

Tener la suerte de ir por primera vez y descubrirlas o regresar a ellas por enésima vez, ¡qué más da!: reserva un par de días para ver uno de los atardeceres más impresionantes de panorama pajarero ibérico.

La opción NatureWach

NatureWach propone un turismo de observación conservacionista.

Durante los días 5, 6 y 7 de mayo se ha celebrado en Villafáfila (Zamora) el ‘IV Encuentro NatureWach’ cuyo hilo conductor son las aves esteparias y su situación. Su fondo, inequívoco y contundente, es sentar las bases para que el creciente turismo de observación de fauna no solo sea una fuente de trabajo para profesionales y habitantes de los parajes, sino que sea sostenible y tenga un marcado carácter conservacionista y que su práctica tienda a cero en cuanto a impacto sobre la fauna.

La asociación NatureWatch se define a sí misma como “una invitación al impulso ordenado de una de las modalidades turísticas con mayor potencial de crecimiento en nuestro país: el Ecoturismo (con letras mayúsculas) centrado en la observación de la gea, la flora y la fauna”.

Con un pequeño número de asistentes presenciales -muchos de ellos ponentes a lo largo de los días- y un número mucho mayor en público digital, las jornadas comenzaron con la participación del Consejero de Fomento y Medio Ambiente de la Comunidad Autónoma, Juan Carlos Suárez-Quiñones, dando la bienvenida. Su presencia no pasaría de ser un buen gesto e impulso para el evento de no ser porque demostró, además, conocer muy bien el terreno del ecoturismo y la fauna, salpimentando su discurso con datos y cifras que manejaba con soltura y precisión y sin necesidad de lectura. Este detalle, por sí solo, demuestra la necesidad de la existencia de NatureWach y sus encuentros. Si en las altas esferas se manejan así los datos, toca prepararse para hacer bien las cosas. Y al final es de eso, de hacer bien las cosas, de lo que fue este encuentro.

El plan de trabajo durante los tres días que duró el ‘IV Encuentro NatureWach’ consistía en una sucesión de ponencias breves (30 minutos cada una) que se completaba con una salida de campo y visita a la Casa del Parque. La salida para conocer la reserva y su fauna, con las avutardas como especie estrella, se hizo en cuatro pequeños grupos para cumplir con las normas anti-covid y con la fantástica colaboración de los agentes y celadores forestales de la reserva. El conocimiento del terreno y los datos censales y etológicos que manejan hacen de ellos los guías de excepción más interesantes que se puede tener.

Ponencias

Las ponencias, salvo las más institucionales, fueron impartidas por profesionales del sector. En ellas se exponían, a grandes rasgos, experiencias relativas a la situación del ecoturismo y la conservación con especial énfasis en el ecosistema estepario ibérico. Algunas eran resúmenes de resultados de trabajos de campo; otras explicaban las formas de acometer un negocio de manera no solo sostenible, sino beneficiosa para las especies afectadas y el entorno; otras eran presentaciones de proyectos. Hubo espacio para que los guías de naturaleza explicasen al resto de profesionales su situación, perspectivas de futuro y visión del estado de las estepas, con óptica histórica. Sectores como el de las ferias y hides comerciales tuvieron su representación e incluso se presentó La Ruta 5, último trabajo literario de Alfonso Polvorinos y del que pronto hablaremos en nuestra sección La Biblioteca.

La avutarda es la especie que mejor representa la recesión de la biodiversidad esteparia, aunque no sea la que se encuentra en peor situación.

Especialmente interesante y participativa fue la sesión abierta para definir los puntos fundamentales de comportamiento que ha de tener el observador ante una salida para conocer la fauna esteparia. El objetivo final será la publicación y distribución de dichas recomendaciones, pero durante la sesión de trabajo se puso de manifiesto el verdadero y sincero nivel de preocupación y conocimiento de los profesionales del sector y su involucración en la conservación de las especies y sus espacios.

La opción

Las jornadas, celebradas con una programación de contenidos y una coordinación humana y técnica muy destacable, de la mano de Aránzazu Marcotegui, Joaquín López y con Luis Frechilla y Alfonso Polvorinos a la cabeza, fueron intensas e interesantes.

Es difícil, máxime si se tiene la intención de no nombrar ni empresas ni personas para tener una visión panorámica del asunto, hacer un resumen más extenso de lo que dio de sí el ‘IV Encuentro NatureWach’. La impresión es que, independientemente del campo de trabajo de cada cual, del interés personal o laboral que le mueva, o de los objetivos de los proyectos que cada uno tenga, en torno a NatureWach se han reunido una serie de personas con una visión muy curtida, pero muy amplia. Las lecturas que se podían hacer de la mayor parte de las ponencias, las conversaciones mantenidas en los momentos libres y las impresiones personales de unos y otros no dejan lugar a dudas: el objetivo común y principal es velar por la biodiversidad y los ecosistemas.

«La primavera silenciosa» se mencionó repetidas veces durante las jornadas, en referencia a la perdida de aláudidos en los mosaicos cerealistas.

Está la conclusión lógica, egoísta y rápida de que, claro, si no hay fauna no hay negocio para los profesionales de la observación de fauna, Perogruyo dixit. Pero detrás de esto está la rotunda preparación y conocimiento de las personas que allí se reunieron. Y más adentro aún, aunque bien claro y a la vista, está el respeto y amor verdadero por el medioambiente que la cita transpiraba por cada poro. Y eso es quizá lo interesante de estas jornadas: proponer un desarrollo del ecoturismo absolutamente respetuoso con la fauna. Lo contrario sería alimentar un monstruo terriblemente peligroso y al que sería difícil eliminar más tarde. Y todos allí eran conscientes de ello.