Aves y arroz.

La Albufera, para el atisbador de aves, es un conjunto enorme de posibles sorpresas. Con categoría de Parque Natural -es LIC y ZEPA y está incluido en el listado RAMSAR- La Albufera recibe su nombre del lago, pero incluye también los arrozales, canales artificiales, marjales, lagunas y playas. Bosques mediterráneos cerrados y vigorosos y sistemas dunares, el Parque parece tener todo lo necesario para ser un lugar asombroso para las aves.

Como es lógico, todo en La Albufera gira en torno al agua. Y por “todo” nos referimos a absolutamente todo: lo humano, lo animal, lo bueno y lo fatal. El cultivo masivo de arroz, que supone un movimiento de aguas artificial enorme, establece un sistema de estaciones anuales alternativo a las tradicionales primavera, verano, otoño e invierno. Así, en marzo y abril se secan los arrozales, mientras que en el tiempo de estío están inundados. Pero la comarca siempre mantiene suficientes zonas húmedas, incluido el lago.

Por otro lado, el parque y la fauna que alberga soportan el hecho de estar rodeados por un cinturón industrial limítrofe a una ciudad de un millón y medio de humanos, además de sufrir la presión de visitantes y turistas. Habría que añadir la necesaria actividad agrícola para entender el espacio tal y como es, y la fortísima acción de la caza y sus tradiciones cinegéticas, fuera de cualquier lógica. Además, el lago se alimenta de ríos que reciben un importante caudal de depuradoras que deja mucho que desear. Sin olvidar que, aunque el suministro principal de agua llega de los ríos Júcar y Turia, en La Albufera desemboca, entre otros, el barranco del Poyo. Esta rambla, ahora tan tristemente conocida, atraviesa muchas poblaciones, huertas y polígonos industriales que aportan abundante material indeseable para la salud del lago.

Por si fuera poco, a este sindiós hídrico hay que sumar la variabilidad pluvial. Además de afectar a los volúmenes y calidades del agua presente localmente, a nivel pajarero es importante conocer el estado en otros humedales peninsulares. En años pasados, con un Doñana al borde de la desecación total, La Albufera tenía registros históricos en número de aves. Quizá por encima de sus posibilidades, según algunas fuentes.

Todo esto significa que La Albufera es una maravilla con una protección muy relativa, siempre en un equilibrio incierto que se sitúa entre la estabilidad y el borde del precipicio, con una facilidad pasmosa.

Pajarear en La Albufera.

Desconocedores absolutos del Parque, fuimos introducidos en él de la mano de Yanina Maggiotto, guía de fauna de reconocimiento internacional y afortunada residente desde hace muchos años en la mismísima Albufera. (A partir de esos días de trabajo conjunto, próximamente se presentará la tercera entrega de Local Patchers, cuyos capítulos anteriores fueron dedicados a Alfonso Rodrigo y sus Lagunas de Villafáfila y a Antonio Sandoval y Estaca de Bares.

Gracias a Yani pudimos hacernos una buena idea de lo que es ir a observar aves en un paraje así. Aquello es muy extenso, con muchos espacios diferentes y con una avifauna muy abundante, pero que parece moverse de manera coordinada entre un punto y otro y con el fin -dato no contrastado- de desquiciar al más paciente de los observadores. Así que tener una agenda de contactos pajareros muy amplia y activa dentro del Parque es extremadamente útil. Y tener el cerebro del tipo esponja absorbe/procesa datos, también. Yani posee ambas cualidades. Dejando de lado patigualdos grandes y chicos, rarezas lógicamente identificables individualmente, es asombroso el número de aves que Yani reconoce como ejemplares aislados. Va de ilusión en ilusión al leer anillas de animales semimíticos del lugar. Y ¡qué emoción cuando se percata de la presencia de un viejo conocido que ha visto cada primavera desde hace 8 años!

Es difícil hacerse una composición de este enorme territorio si eres nuevo en el lugar. Hay sitios clave e inexcusables como son el Estany del Pujol y el Racó de l’Olla, fáciles de encontrar. Pero luego está la infinitud de los arrozales, el momento de cultivo por el que pasan y el desplazamiento de -ahora llega la ocasión de empezar a hablar de ello- los inmensos bandos de aves. Y quizá “inmensos” se quede corto.

Yani, hace aproximadamente un año, lo tuvo muy claro: “si lo hacemos aquí tiene que ser en febrero”. Sacó agenda y cerró la fecha. “Tiene que ser esa semana”. Sabe bien lo que dice. En febrero los agricultores fanguean los arrozales. Sacan el agua de las plantaciones y con los tractores realizan una especie de arado de sus ahora embarradas propiedades. Revuelven el fango para enterrar los restos de plantas y cenizas de las matas de arroz de la campaña anterior. Las hasta entonces dispersas aves, en esos días, van concentrándose en las parcelas que aún conservan agua y acuden en bandos increíbles a los tractores, que al tiempo que cubren cañas sacan cangrejos y todo tipo de alimentos. Un auténtico bufé que reúne a infinidad de garzas, muchas gaviotas de diversas especies y buenos bandos de limícolas y moritos hasta oscurecer el cielo. Y seguimos sin exagerar.

En cifras, un par de días por La Albufera, al menos en febrero y caminando en buena compañía, se puede saldar con un final que supere las 50 especies y con abundantes conteos, en términos de centenares e incluso miles.

Andar por la Devesa es una delicia, rodear el Estany es obligatorio y el Racó y su manera de gestión de la zona semi-restringida es, definitivamente, muy interesante.

Luego están los arrozales. Allí ir a observar aves es cuestión de coche. Están muy acostumbradas a la presencia de tractores, furgonetas y todo tipo de vehículos desplazándose de un lugar a otro. Los seres humanos a pie son una rareza y, como es habitual, los pájaros pondrán alas en polvorosa mucho antes de estar a una distancia interesante. El telescopio es necesario, sin lugar a dudas.

Más importante aún es tener una imagen clara de lo que supone el laberinto de los terrenos de cultivo. Puedes tener tu coche y tu telescopio. -“Allí, a un kilómetro, han aterrizado esas 400 agujas” y recorrer ese kilómetro, si no conoces los arrozales, puede ser lo último que hagas esa mañana. Así pues, si vas a visitar este espacio natural, es recomendable disponer de un poco más de tiempo del previsible o, en su defecto, contar con la compañía de algún pajarero de la zona o contratar los servicios de algún guía local profesional.

Recordemos, además, que es una llanura sin obstáculos visuales, así que
-especialmente para los fotógrafos- hay que estar listos para una jornada motorizada y ópticas de acuerdo con esta característica.

En definitiva, los arrozales ofrecen campos de observación de 360º grados y horizontes muy lejanos, con una ventaja añadida muy obvia: terminada la jornada se vuelve a disfrutar de esos cultivos. Saber que una vez satisfecha la curiosidad ornitológica podrás celebrarlo con gastronomía de proximidad es todo un incentivo. Al menos para los enfermos del arroz.

Y eso puede suponer un almuerzo paella, cena paella, y otro almuerzo paella. Y seguimos sin exagerar.

Tuéjar, una pequeña gran reunión.

Grandes ferias, pequeñas ferias, festivales, fiestas, para profesionales, veteranas, nacientes, internacionales, municipales, genéricas, específicas, alegóricas, de grullas, de vencejos, de buitres, de migrantes… hay reuniones para todos los gustos y colores. Hay citas pensadas para rozar la decena de miles de asistentes, las hay de carácter más íntimo e incluso alguna de eminente sentido festivo-nocturno. Para celebrar la llegada estacional o la marcha primaveral. Con intención didáctica, comercial o divulgadora. Las hay por toda la geografía y en (casi) cualquier mes del año.

Como actividad opcional, promocionando la industria local y como reconstituyente espiritual perfecto, tras un paseo pasado por agua, la organización del festival contó con Cervezas Galana para hacer una cata de sus productos artesanales. Maravilla de la cual El Vuelo del Grajo logró adquirir cierta cantidad para poder analizar con detenimiento en la redacción.

Un aficionado podría ir saltando de feria en festival por toda la geografía estatal y hacerse un gran año “socio-pajarero”, de lo más entretenido. Aunque quizá para que esto fuera cierto del todo, alguien tendría que montar algo en Baleares y las ciudades autónomas.

El Vuelo del Grajo, por ejemplo, ha asistido este año, de una u otra forma, a la Feria Internacional de Ornitología (F.I.O.) y al Festival del Vencejo en Alange (Extremadura), a la Feria de Ornitología de Castilla y León (OrnitoCyL) y al Festival de los Buitres de Tuéjar, en la Comunidad Valenciana. Tuvimos que cancelar nuestra visita a la Fiesta del Buitre en Castilla y León y al Delta Birding Festival por diversas razones. Terminaremos el periplo anual en el entrañable Letras Verdes de Canarias. Y empezaremos el 25, si no hay imprevistos, en el más radical de todos los encuentros: ‘El Raro’, de Galicia. Es tan así, que ni siquiera sé si se puede hablar de él en un medio de comunicación.

Sí, somos muy festivaleros. ¿Cómo no serlo si es una mezcla perfecta y equilibrada entre ciencia, conservación, diversión, amigos y panceta?

Tras la inauguración oficial del II Festival del Buitre de Tuéjar, Carlos de Hita introdujo a los asistentes en medio de una carroñada para aprender los roles de los buitres en una situación de competencia, según los sonidos que emiten. Mostró las voces de las diferentes especies de buitres ibéricos y como extra-ball puso la grabación que hizo recientemente, al encontrarse rodeado y en proximidad de una manada de lobos.

Receta sencilla para un buen festival.

El Festival de los Buitres de Tuéjar es una iniciativa que parte de un ayuntamiento con sensibilidad hacia los temas naturales y la conservación, y que se materializa con la participación de Numenius, con Virgilio Beltrán al frente y con la inestimable colaboración de Yanina Maggiotto.

La cita no estaba planteada como las del tipo “prepárate una agenda para poder encajar todas las actividades a las que quieras asistir”. No necesitas llevar un carné de baile para organizar lo que vas a hacer. Más bien se trató de un plan de fin de semana bien pensado. Fue una apuesta a un programa único. Del modelo: “empiezas por un lado, una cosa lleva a la otra, y, para cuando te das cuenta, has pasado dos días fantásticos”.

Pero si todo lo que se le ofrece al público es una combinación de actividades y conferencias, sin alternativas, sin una avenida llena de puestos comerciales o promocionales, ni una carpa con otras actividades, entonces los organizadores tienen que afinar bien. Si no dan con la combinación correcta y con los ponentes adecuados, el asunto se puede convertir en catastrófico.

Hay que tener algo especial para que si en una salida para la observación de fauna el cielo se abre y cae lo que no está escrito, el plan no se interrumpa y el resultado sea igual de interesante. Yanina Maggiotto lo tiene, vimos los buitres y disfrutamos de su buen humor y de una naturaleza impactante.

¿Y si además quieres que los habitantes del pueblo (invadidos por la manada de pajareros conservacionistas) se vinculen a los actos? No es fácil. Nada fácil.

Se trató de un plan de fin de semana bien pensado. Fue una apuesta a un programa único. Del modelo: “empiezas por un lado, una cosa lleva a la otra, y, para cuando te das cuenta, has pasado dos días fantásticos”.

Con esa trama, Virgilio se empeñó en tejer una buena manta que abrigase las expectativas de los asistentes. Los hilos a emplear –ahí está el secreto- tenían que tener buena calidad y una combinación de colores atractiva y armoniosa, pero con contrastes que le diesen chispa al asunto.

Como él mismo dijo, quizá se trate de un nuevo libro, pero por el momento Antonio Sandoval hizo recapacitar a todos los asistentes sobre las diferentes -y a menudo sorprendentes- razones para pajarear.

Si en el programa lees que todo empieza con un taller de ilustración impartido por Nacho Sevilla, ya sabes que la fiesta es de las buenas. El mismo Virgilio dirigió una de las salidas al campo que se organizaron durante la celebración del festival. Hubo anillamiento científico y hasta un concierto de jazz en un programa de actividades que, sin abrumar, resultó sencillamente perfecto.

*La descripción del resto del programa lo puedes encontrar en los pies de foto que ilustran este artículo.

La quinta especie. Javier Elorriaga, desde su experiencia como observador conservacionista, introdujo a los asistentes en el mundo del moteado, que es ya el quinto tipo de buitre presente en la península.

Bienvenidos a Tuéjar.

Si hay algo que sorprendió a todos los que acudían por primera vez a este festival fue el lugar de la cita y su entorno.

Llegar a Tuéjar desde cualquier punto de la geografía que implique no pasar por Valencia, te expondrá a utilizar una carretera de esas que hacen que se te caiga la mandíbula: la CV390. Hay que tomarse su tiempo para recorrerla. Es estrecha, revirada y con ascensos a varios puertos de montaña. Poco reformada -aún hay tramos con quitamiedos de pilones de hormigón con tela de valla rojiblanca entre ellos- de esta carretera podríamos decir que tiene “aires vintage”. Perfecta.

Esta ruta te llevará por el valle del Turia, cruzándolo por la presa del pantano de Benagéber, las estribaciones de la Sierra de Javalambre (cubiertas de pino carrasco principalmente) y atravesando la comarca de Los Serranos, topónimo que da una idea clara de por dónde nos movemos.

El lado más duro de la conservación lo mostró Itziar Almarcegui que habló de los trabajos para la recuperación del águila de Bonelli.

El pueblo de Tuéjar, además de bello, es agradable de visitar. Con 1.200 habitantes y mucho movimiento de fin de semana, tiene todo lo que hay que tener para que el ecoturista pueda disfrutar de unos buenos días. Camping, hoteles, restaurantes y, lo que es más importante, una red de pistas y caminos por los que acceder a paisajes realmente preciosos.

El festival, pueblo y comarca son cita y destinos muy recomendables.