El consistorio madrileño parece empeñado en minimizar el efecto beneficioso para la biodiversidad que supone la renaturalización del Manzanares a su paso por la capital y ,aparentemente, apuesta por convertirlo en un nuevo lugar para eventos iluminando su cauce.
Recreación del resultado final.
Recientemente, el Ayuntamiento de Madrid ha anunciado su plan para iluminar cerca de un kilómetro del tramo urbano del Manzanares. Para ello, se emplearán 61 proyectores lumínicos -ampliables si así se requiriese- y 950.000€ de las arcas públicas. El objetivo es “impulsar el atractivo del ámbito, poniendo en valor su arquitectura, su patrimonio verde y ofreciendo una experiencia nocturna amable y más segura a vecinos y visitantes”. El proyecto recalca su supuesto carácter sostenible ya que “se realizará de manera compatible con los criterios de naturalización del tramo urbano del Manzanares, sin reducir las zonas con especies vegetales consolidadas ni aquellas en las que existe un desarrollo incipiente de especies que, en los próximos años, se afianzarán”. Especies vegetales, que aquí la fauna silvestre no cuenta.
Curiosamente, la propuesta destaca que se evitará la contaminación lumínica, ya que “los focos se sitúan en un cajetero del río, limitando las emisiones luminosas hacia el cielo”.
El proyecto termina con una amenaza: “El conjunto lumínico permitirá crear y activar espectáculos de luces desde cualquier lugar, con muchas posibilidades”.
Las obras comenzarán a finales de junio.
Sobra decir que la posibilidad de que la fauna, en especial las aves, elija Madrid Río como lugar de invernada o reproducción desaparece ante la idea de mantener el Manzanares iluminado.
En la carrera por recuperar las viejas políticas medioambientales.
Una lectura de los frecuentísimos programas electorales de anteriores elecciones despeja las dudas sobre las ideas regresionistas en el campo medioambiental que propugnan las derechas. La radicalización de ambas formaciones y su tendencia al mimetismo para pescar votos en los mismos caladeros, hacen que sea difícil saber de qué partido es cada promesa electoral. Así, por ejemplo, VOX proponía que para acabar con los problemas de contaminación del Mar Menor de Murcia sencillamente se quitasen a las lagunas todas las protecciones medioambientales. Mientras que el PP en su programa electoral hacía referencia al “medio natural” siempre como parte del “medio rural” y todas sus propuestas acababan por hacer referencia a la explotación agrícola, ganadera, cinegética o forestal.
Al contar este tipo de propuestas con lo que podríamos catalogar como “tradiciones arraigadas”, el paso entre teoría y práctica, que a priori podría parecer difícil de tomar, sorteando una multitud de barreras legales, a los lideres conservadores les basta un “sujétame el cubata, que voy” para aplicarlas. Por desgracia, sobran los ejemplos. Recordemos, como muestra, que en Extremadura se puede cazar el meloncillo, que ha pasado a ser un temible depredador de ganado -con sus formidables 2 kilos- sin que, aparentemente, nadie en sus cabales haya revisado dicha norma.
Si la derecha propone que los espacios naturales estén fundamentados en un uso, disfrute y regocijo -tanto de ocio como económico- de los seres humanos, Almeida lo lleva a la práctica. Y su objetivo es reivindicar el curso renaturalizado del Manzanares y sus márgenes, como espacio de ocio y para la celebración de eventos.
Debimos todos darnos cuenta de ello cuando Almeida importó de Valencia la mascletá. El espectáculo pirotécnico, pagado a cinco veces su precio y que no cuenta con ningún tipo de arraigo o tradición en Madrid, fue programado en Madrid Río. De nada sirvieron los avisos sobre la presencia de fauna sensible en el rio y el próximo comienzo de la actividad reproductora.
El evento se realizó. Isabel Díaz Ayuso se permitió, incluso, hacer bromas sobre ello y la aparición de animales muertos relacionados con los petarditos.
Pero lo más sintomático era el uso de ese tono chulesco y despectivo con el que ambos políticos se referían tanto a las advertencias como a los que emitían los avisos. En cada una de sus declaraciones se transmitían, de manera más o menos velada, varios sencillos mensajes: “esto es un espacio humano, no animal”, “ya hay muchas palomas, me importan un bledo tus agachadizas chicas” y “¿qué más da ese valor medioambiental, si solo disfrutáis de él cuatro frikis?”. Porque es así: tanto vales tanto importas. Y aquí el valor se mide en votos.
Las tres palabras al final del proyecto –“espectáculos de luz”- en realidad parecen significar mascletás, castillos de fuegos, conciertos, programación regular de eventos culturales o un nuevo lugar para Veranos de la Villa.
Almeida, la garduña.
Este dislate medioambiental podría estar inspirado en la técnica de marcaje territorial de las garduñas. Muy celosas de su territorio -como los zorros- las garduñas defecan con intenciones fronterizas. Y si encuentran en sus dominios la hez de otro carnívoro no dudarán en plantar encima su monolito oloroso.
Pues bien, el equipo municipal de Almeida, lo que está haciendo con esta cagada medioambiental es plantar un hito territorial.
Hay que remontarse unos años. En el primer mandato consistorial de Alberto Ruiz Gallardón se ordenó el soterramiento de la M-30. En mayo de 2007, sobrecostes faraónicos de por medio, la obra estaba terminada. Mientras los madrileños valorábamos positivamente el resultado y la balanza del “si nos lo podíamos permitir” parecía decantarse afirmativamente, los buitres especuladores afilaban sus uñas. La hecatombe de la zona se evitó gracias a la crisis de 2008. Pero Gallardón se iba, habiendo dejado para la posteridad el soterramiento de la M-30.
Luego llegó Carmena y optó por naturalizar el canal que era el Manzanares. Las impolutas y muertas aguas estancadas que adornaban dieciochescamente el rio capitalino empezaron a correr libres. Mucho más pronto de lo esperado, llegó una vegetación exuberante, autóctona y natural y, también de manera inmediata, una fauna espectacular. La nutria que localizó y fotografió Paco García, colaborador de esta publicación, fue el culmen, pero también se ha visto zorro y especies de aves bastante inimaginables un año antes. Agachadizas chica y común como invernantes, hasta cinco especies de láridos y otras tantas de ardeidas, una población fluctuante de martín pescador y así hasta un total de cerca de 140 especies avistadas. Éxito absoluto.
Con ese espíritu, que por evitar la palabra revanchista diremos reformador, de borrar el paso de la alcaldesa por la ciudad de Madrid, el actual consistorio borró “Madrid Central” del mapa para luego pintar un “Madrid Central” de nuevo cuño llamado “Madrid 360”. Hasta de los marrones quieren apropiarse. Porque, tanto para la derechita cobarde como para la derechona envalentonada, cargarse las limitaciones de tráfico es una inspiración política. Almeida bien podría haber elegido el papel de “a mí no me miréis, que fue cosa de Carmena”. Aunque, también es verdad, siempre quedará el comodín de la pérfida Agenda 2030.
Con Madrid Río, el alcalde, disfrazado de garduña, se dispone a soltar su bosta olorosa y conseguir que el nuevo tesoro medioambiental de la ciudad pase a ser el más glamuroso, chic y refrescante lugar de ocio del sur de Europa. Un nuevo río Sena en el que pedir matrimonio románticamente. Otro destino turístico.
Y toda esa gloria y rédito político/populista volverá a cambiar de manos. A las de la garduña y a las del Partido Popular de Madrid. Quien caga último… la caga más, pero mejor.
Y si no, al tiempo.
(Desde la redacción de El Vuelo del Grajo queremos pedir disculpas si algún lector ha podido sentir que la comparación entre el mustélido y el político encerraba el perverso fin de reducir a la categoría de alimaña a la garduña. Nada más lejos de nuestra intención).
Otra imagen virtual del resultado.