Pantanal: el latido del agua.

Al atardecer y a bordo de la barca, el calor sigue siendo intenso, solo sumergiendo el pie en el agua, una engañosa sensación de ligero frescor alivia, en parte, el bochorno. Aunque la temperatura ha bajado, todavía estamos a más de 30 grados. Avanzamos lentamente por un idílico río tropical flanqueado por bosques de ribera, con árboles inmensos separados de la lámina de agua, sin apenas corriente, por praderas flotantes de camalote o jacinto, especie invasora en nuestro país que aquí acoge una explosión de vida. Tras haber dejado atrás una pareja de tapires que bebían en la orilla del río, semisumergidos bajo la atenta mirada de varios yacarés, el barquero reduce aún más la velocidad. En medio de unos arbustos de la orilla, acecha una garza agamí, poco a poco sale a una pradera flotante y continúa su pesca a pocos metros de nuestra barca. El silencio solo lo rompen los sonidos de las cámaras y algún susurro de admiración ante el impresionante plumaje de una de las aves más espectaculares de El pantanal.

Guacamayo jacinto.

El Pantanal es el humedal temporal más extenso del mundo, con más de 182.000 km2 de extensión (700 km de norte a sur y 600 de este a oeste), situado fundamentalmente en Brasil (Mato Groso) aunque se extiende a Bolivia y Paraguay. Se trata de una gran depresión rodeada de mesetas y pequeños cerros, ubicada en el centro geográfico de Sudamérica y con una altitud media de 120 metros sobre el nivel del mar que desagua por el río Paraguay en su extremo sur, al que aún le quedan más de 1.000 km para verter al Océano Atlántico. Este mínimo desnivel dificulta el drenaje, durante los meses húmedos de diciembre a marzo: “la llenura” o “cheia” convierte esta inmensa depresión en un gigantesco paisaje acuático, jalonado de islas donde unos pocos metros facilitan que pequeños bosques sobrevivan a la inundación periódica. En este tiempo, aves, reptiles y mamíferos acuáticos se extienden a lo largo de miles de kilómetros cuadrados de humedal somero; en este momento, la única manera de visitar estos humedales es en ligeras piraguas o a caballo. Las elevadas temperaturas y ausencia de lluvias dan pie a “la seca” que va reduciendo semana a semana la extensión de estos horizontes drásticamente, hasta que en los meses de septiembre y octubre solo queda agua en los ríos más caudalosos, es el momento en el que se acumulan parte de las 152 especies de mamíferos, 582 de aves y 127 de reptiles en las riberas y en los menguantes humedales, a los que en pocas semanas volverá la ansiada inundación… Esa fue la ocasión que elegimos para organizar una incursión de once días, en la primera quincena de octubre de 2024, a uno de los destinos más impresionantes y más generosos para la observación de fauna del mundo.

Los preparativos, con sus correspondientes dosis proporcionales de ilusión y trabajo, comenzaron un año antes. Se trata de un destino cada vez más demandado y con no demasiada oferta de alojamientos (afortunadamente) que se llena rápidamente y dificulta la organización del viaje, especialmente si, como nosotros, viajas sin agencia ni guía. Con información, la de varios trip reports, especialmente el de Paco Chiclana, disponible en su blog, y las escasas guías de aves de la zona, organizamos un itinerario que nos llevó desde Cuiabá, aeropuerto de entrada al Pantanal norte, hasta Porto Jofre, 180 km al sur, en el extremo de la carretera Transpantaneira, eje principal de cualquier visita al Pantanal norte, ya que se trata del único acceso por tierra. Si bien la propia carretera tiene numerosas paradas interesantes, que varían en función del nivel de inundación, es en las “fazendas”, grandes fincas atravesadas por esta vía, donde se encuentran los alojamientos y desde donde salen distintos itinerarios y zonas de observación de fauna a los que normalmente solo tienen acceso los alojados allí.

Llegado el gran día, el 3 de octubre, y una vez recogidos los coches en el aeropuerto de Cuiabá, nos dirigimos a Poconé, ultimo pueblo con carretera asfaltada y zona de servicios (combustible, alimentación, etc…) hacia la primera parada de nuestro itinerario: la mítica Pousada Piuval. Esta fazenda es parada obligada en cualquier viaje a El Pantanal, pionera en ecoturismo y enclavada en un hábitat que supone la transición entre el ecosistema de El Cerrado y los llanos inundables. Allí disfrutamos de los primeros capibaras, yacarés, tapires y zorros cangrejeros, pero las joyas peludas de esta fazenda son el oso hormiguero gigante y el tamandua, a ambos los pudimos disfrutar escudriñando el herbazal, jalonado de termiteros, al amanecer, a bordo de una de las excursiones que organiza la fazenda con las primeras luces del día. 

Garza agamí y busardo caminero.

Llevábamos 24 horas allí y ya habíamos disfrutado de estas dos especies a las que tantas ganas teníamos. Además, pudimos observar más de cien distintas: inolvidables los primeros jabirús, ñandúes, guacamayos jacintos, tucanes y seriemas, así como la concentración de cientos de aves acuáticas: espatulas rosadas, mycterias, jacanas, busardos camineros y tachás que se movían entre los yacarés, en los restos de una gran laguna. Con este buen sabor de boca, continuamos rumbo sur hacia Pouso Alegre. Esta fazenda, regentada por el entrañable Luiz y dotada de estratégicos puntos de agua, comederos de aves y torres de observación con lo que íbamos completando la enorme lista de aves, es especialmente interesante para aves forestales y mamíferos en sus estratégicos puntos de agua permanente donde se refrescaban taira, primer ocelote, tapires, agutíes, ciervos de los pantanos… Seguimos la transpanataneria hacia el sur en una calurosa tarde, en un ambiente irreal, debido a la humareda procedente de los numerosos incendios que asolaban El Pantanal durante la “seca”. La parada fue necesaria en el Hotel Pantanal para comer, refrescarnos y pajarear un rato en los humedales y en el río Pixaim que lo flanquea. 

Recuperadas fuerzas y con un sol que nos vigilaba tras la cortina de humo, llegamos al final de la tranpantaneira: Porto Jofre, fin de la carretera y el pantanal más salvaje. Aquí pasaríamos los siguientes tres días en una pousada(antigua Pousada do Neco) sencilla, pero cómoda, situada en la orilla del río Cuiabá, uno de múltiples brazos de agua de la red de ríos y arroyos permanentes donde se refugia la fauna acuática durante el periodo seco.

Los siguientes dos días transcurrieron en barca por la red de vías de agua, en busca de jaguares o yacarés que patrullan las orillas acechando a su presa principal: el caimán o yacareté. Estos días supusieron uno de los momentos más intensos de todo el viaje, la navegación mientras se observan multitud de aves en las orillas y pequeñas playas: rayadores, patos silbadores, limícolas, avesoles, anhingas, cormoranes, capibaras, yacaretés, tapires, y grupos de nutria gigante pescando y jugueteando en familia, interrumpidos por un acelerón de la embarcación en busca de un jaguar observado por el barquero o por otra barca. 

Tucancillo caricastaño.

Conseguimos realizar nueve observaciones de jaguares en los dos días de navegación: en silencio y a escasos 20 metros (distancia de seguridad para los animales). Disfrutamos del tercer felino más grande del mundo acechando a caimanes, pescando grandes peces, nadando, soleándose, marcando… Y es que la calidad y duración de las observaciones son muy elevadas, constituyendo una de las mejores experiencias integrales de observación de la naturaleza que he vivido. 

Algo muy importante en este tipo de turismo es que podemos erróneamente centrarnos en los objetivos de observación, pero la calidad de las observaciones y el disfrute de los periodos de búsqueda son, al menos para mí, tan importantes de cara a la sensación final de la experiencia como la propia observación de las especies objetivo.

Durante estas expediciones en busca de jaguares solíamos observar diariamente desde la barca unas 60 especies de aves y varias de mamíferos y reptiles. Esta excepcional vivencia se completó la última noche en Porto Jofre, donde aprovechamos para visitar uno de los hides fotográficos de ocelote gestionado por nuestra pousada. La impresionante sensación de ver un ocelote a 10 metros de distancia durante 40 minutos compensaba esa cierta sensación de artificialidad que rodea todas estas técnicas de atracción de un animal salvaje.

Termina el día en el rio Cuibá, nutria gigante y una pareja de tapires.

Era el momento de subir y hacer de vuelta la transpantaneira hacia el norte, pero haciendo paradas en las fazendas de Rio Claro y Santa Teresa para visitar hábitats y rincones que completaran nuestra exploración de El Pantanal norte. En el camino a nuestra primera parada seguíamos disfrutando los pocos puntos de agua que desafiaban al sofocante calor, situados bajo los numerosos puentes de la carretera, y fotografiábamos a corta distancia numerosas especies de aves. En una de las paradas, refugiados en una construcción abandonada sacada directamente de una película de zombis, encontramos una colonia de vampiros, estos murciélagos parasitan a los grandes ungulados bebiendo la sangre que mana de las heridas que les producen con sus afilados colmillos. 


La llegada a Río Claro en el polvoriento mediodía recordaba la entrada a un oasis, los cuidados jardines, la piscina y los puntos de agua que rodean el alojamiento estaban llenos de aves: loros, cotorras, pavas, cardenales y hasta monos capuchinos estaban por cualquier lugar de los jardines de esta fazenda, uno de los cursos de agua permanentes con un limpio y fresco caudal que se mantiene hasta en los momentos más secos del año. Durante los dos días que pasamos aquí disfrutamos de caminatas por los bosques de ribera en busca de las numerosas aves que albergan: jamacares, saltarines, carpinteros, treparoncos…, pero lo más memorable fueron las navegaciones buscando martines pescadores (las cinco especies de El Pantanal), garzas (entre ellas a agamí), carpinteros, rapaces como el caracolero y el busardo caminero. 

La siguiente y ultima pousada fue Santa Teresa, especializada en turismo fotográfico con salidas en barca, y hides de ocelote y monos aulladores y una torre junto a un nido de jabirú, varios puntos de agua y un arroyo casi seco. La vocación fotográfica de sus instalaciones y excursiones es clara y muy recomendable para aquel que se quiera llevar una buena colección de imágenes memorables. La melancolía de nuestras últimas horas en El Pantanal se hacía notar, pero seguíamos engordando la lista de especies, especialmente de pequeñas aves, como tangaras, saltarines, trepatroncos y de varios chotacabras que viven en los interesantes bosques y pastizales secos que rodean la fazenda.

Durante los últimos tres días de estancia en El Pantanal, el intenso calor mañanero acabó en aguaceros, de no más de una hora, que dejaban varias decenas de litros de precipitación. Esto nos avisaba de que el final de la estación seca se aproximaba y pronto el corazón de El pantanal comenzaría a bombear el agua que lo inundaría por completo durante varios meses. Con esta sensación de cambio nos dirigimos al norte, al siguiente destino del viaje brasilero: el cerrado en Chapada de Guimaraes y, más tarde, a la exuberante Mata Atlántica… pero esta es otra historia.

Trio de cigüeña americana.

El Pantanal es uno de los grandes destinos mundiales para disfrutar de la observación de fauna salvaje y probablemente el mejor destino del mundo para observar jaguar. En general, la calidad y cantidad de las observaciones son muy altas, en nuestro caso, pudimos observar 22 especies de mamíferos y más de 230 especies de aves, fotografiando gran parte de ellas. Mas detalles aquí

Jaguar y jotes negros.

Georgia: Pajareando en la esquina difusa de Europa.

La región del Cáucaso en general y Georgia en particular poseen una ubicación geográfica dudosa. No es que no se sepa dónde están, es que los geógrafos no se aclaran con si es el comienzo de Asia o el confín de Europa. Y no me extraña. Cuando recorres Georgia y descubres la diversidad cultural y natural del país, comprendes perfectamente esa duda.

La ermita de Guergeti en el Alto Caucaso.

Los extremos geográficos de Europa son puntos de gran interés natural: Islandia, Noreste de Noruega, Península Ibérica y el Cáucaso constituyen algunas de las zonas con mayor biodiversidad y que además atesoran más especies y hábitats exclusivos a escala europea. Con esta motivación y con la recomendación de numerosos colegas pajareros que la habían visitado con anterioridad, como Guillermo Mayor (Guille), Javier Gomez Aoiz y Daniel López Velasco, decidimos abordar este destino. Todo estaba preparado para realizarlo en 2022, pero la guerra en Ucrania nos hizo retrasar la cita un año, para tranquilidad de nuestras familias. Y así, con la inestimable ayuda de Guille, que había trabajado durante dos años en proyectos de conservación y seguimiento de aves en el país, los consejos de otros colegas pajareros y la habitual consulta de trip reports colgados en cloudbirders, nos pusimos a preparar el viaje en busca de todas esas especies de la guía de aves de Europa que tantas veces habíamos mirado con la curiosidad de su restringida distribución: perdigallos, gallos lira diferentes, colirrojos de nombre raro… ¡por fin podíamos estrenar las tercera edición de “la Collins”!

Del 4 al 14 de mayo de 2023, los siete colegas ya habituales en estas escapadas realizamos nuestro viaje naturalista anual y descubrimos un pequeño paraíso natural en este cruce de caminos de ambos continentes. La preparación logística se basó en alquiler de “bed and breakfast” via web (Booking) y los vehículos con una empresa local de alquiler de coches donde adquirimos dos todoterrenos con los que sufrimos algún que otro percance, debido al mal estado generalizado de las carreteras. Se trata de un país seguro, amable y manejable, los precios en general eran entre un 20 y un 30% menores que en España. No se necesita visado y el único papeleo necesario es al moverte por zonas fronterizas, como es el caso de las áreas de Vashlovani y Chachuna. Por eso, es aconsejable contactar con el Parque Nacional. Ellos te asesoran en la elaboración de los sencillos, pero necesarios, trámites administrativos. También es importante saber que las carreteras se encuentran en un estado de conservación muy mejorable, por lo que es recomendable extremar la precaución en carretera y tener paciencia con la duración de los desplazamientos.

Busardo moro, mosquitero montano, camachuelo grande y colirrojo de Güldenstädt

La llegada a Tiflis fue a las cinco de la madrugada, lo que nos permitió hacer la primera visita al Lago Kumasi bañado por los primeros rayos de sol. Esos días de primeros de mayo estaba en pleno paso migratorio. De hecho, es un sitio típico de paso de grulla damisela, aunque no hubo suerte con ella. Sin embargo, el espectáculo de aves en el humedal y su entorno fue una perfecta bienvenida al país. Desde las embarradas orillas se observaban decenas de especies: pelícanos ceñudos, cigüeñas negras, canasteras, somormujos cuellirrojos y cientos de limícolas. En las líneas de teléfono del destartalado pueblo descansaban miles de golondrinas, además de especies residentes como collalbas pías e isabel, alcaudones chicos o carracas.

Tras esta espectacular bienvenida, partimos a la primera de las tres grandes zonas que exploramos: el gran Cáucaso. En la carretera de aproximación hacia el norte se atraviesan, primero, bosques templados -entre los que destacan los hayedos de haya oriental, mezclados con bosque mixtos de carpes, avellanos y tilos- donde hicimos una breve parada para observar aves forestales, como papamoscas gorguirrojo y agateador euroasiático. Continuamos nuestro ascenso al Cáucaso axial por la carretera militar, rebasando filas de cientos de camiones que esperaban interminables colas para entrar a Rusia, desde 100 kms antes de la frontera.

La siguiente parada, la realizamos en el “Monumento a la amistad entre Georgia y Rusia”. Estaba en tan malas condiciones como la supuesta amistad, pero las vistas eran impresionantes. El ave más abundante era la subespecie caucásica mirlo capiblanco, que buscaba alimento entre los pocos parches de suelo deshelado. .

Lago de Tabtskur. Pelícano común y bisbita gorguirrojo.

Continuamos ruta hacia Stepansminda (1700 msnm), pueblo de montaña desde el que en los siguientes tres días haríamos rutas de observación de aves. La situación de esta población, a los pies del Kazbeg (5100 m) y a escasos 5 km de la frontera con Rusia, es un enclave privilegiado para observarlas. A comienzos de primavera se pueden ver bajo la línea de nieve. Los distintos puntos de observación en el entorno de Stemapsminda y algunos recorridos a pie por los impresionantes valles, como el de Juta, nos permitieron la observación de toda la comunidad de avifauna de montaña del Cáucaso. Cabe destacar algunas especies endémicas como los perdigallo del Cáucaso, el gallo lira caucasiano, los mosquiteros caucasiano y verde, el serín cabecinegro, el colirrojo de Gündestaldt y el camachuelo grande, cuya distribución en el paleártico hace de estas poblaciones del Cáucaso las únicas europeas. A estas, la acompañan otras especies con mayor presencia en paleártico occidental, como quebrantahuesos, águila real, treparriscos o bisbitas alpinos. Por si todo ello no fuera suficiente, durante este periodo de finales de abril a mediados de mayo, los puertos de montaña y especialmente el impresionante enclave del monasterio de Gergueti nos permitieron disfrutar de un paso migratorio de águila esteparia, halcón sacre, busardos de estepa, abejeros europeos y la curiosa estampa de bandos de abejarucos volando contra un fondo de picos nevados de más de 4000 ms de altura. Todo ello sentados en el patio de un monasterio del siglo XI y bajo la divertida mirada de monjes georgianos. No se podía estar más cerca del cielo.

Toda la zona del Cáucaso mantiene buenas poblaciones de mamíferos: osos, linces y lobos, pero, aunque insistimos en varias esperas, sólo conseguimos observar varios rebaños de íbices caucasianos con la omnipresente banda sonora de los cantos nupciales de los perdigallos en celo.

Después de tres días explorando los alrededores de Stepansminda, era la hora de buscar nuestro siguiente destino: las estepas del despoblado y árido sureste. En poco más de 200 km, pasamos de estar rodeados de picos de hasta 5000 ms, a estarlo de unas estepas semiáridas a 200 m. De estar a 5 km de Rusia, pasábamos a recorrer un parque nacional en la frontera desierta con Azerbaiyán. El cambio no podía ser más radical.

Reserva natural de Chachuna. Francolín ventrinegro y perdiz chucar.

Y así, en este viaje al extremo suroriental de Georgia, fuimos de los neveros y glaciares, los prados alpinos, los hayedos orientales y bosques mixtos mediterráneos, a los pastizales y zonas agrícolas salpicadas de viñedos, y a interminables pastos recorridos por rebaños de ovejas. En medio de ese paisaje, llegamos a nuestra siguiente zona de visita: las estepas del Sureste. Con base en el curioso pueblo de Dedoplistkaro, donde nos alojamos en un bed and breakfast auténtico, visitamos el Parque Nacional de Vashlovani, último lugar donde vivió la subespecie caucásica de leopardo en Georgia, con un último registro en 2006. Este parque es un laberinto de ramblas temporales que erosionan unas rañas curiosamente plegadas (badlands) en un entorno semiárido que genera espesos bosques de enebros y matorral perennifolio, alternado con estepas arboladas de pistachos silvestres. Un paisaje terriblemente familiar, pero a la vez increíblemente exótico. A ese exotismo ayudaba la población de gacelas persas, recientemente reintroducidas en el Parque Nacional. Aunque fácilmente observables a distancia, las gacelas son recelosas por la presencia habitual de chacales y lobos, de los que pudimos ver dos. Las aves más destacadas que pudimos disfrutar en este ambiente fueron las collalbas de Finch, isabel y rubia oriental, terrera pálida, buitres negros, alimoches, busardo moro, perdiz chukar, escribanos cabecinegros y alcaudones chicos y dorsirrojos -si, dorsirrojos-, en un ambiente semiárido donde la especie más habitual es la carraca, omnipresente en esta zona esteparia. Además, pudimos gozar del paso migratorio de aguiluchos cenizos, águilas culebreras, alcotanes y lechuza campestre.

Era hora de continuar nuestro viaje por los badlands, siendo la siguiente parada la Reserva Natural de Chachuna, una continuación del paisaje de Vashlovani, pero con la presencia del río Lori que, aguas abajo del embalse, presentaba un impresionante bosque de ribera formado por álamos blancos, tamarindos y robles endémicos. Dichas riberas son el hábitat donde pudimos observar francolines ventrinegros, alzacolas y zarceros pálidos, así como una pareja de águila imperial oriental y otra de pigargos europeos, que criaban en las inmediaciones aprovechando la masa de agua del embalse, donde eran constantemente importunadas por gaviotas armenias. Bandos de estornino rosado nos recordaban nuestra situación a caballo entre Asia y Europa, pero las parejas de cernícalos primillas que nidifican junto a carracas en las cárcavas nos rememoraban paisajes ibéricos. La vista desde el punto panorámico de los “volcanes de lodo”, era sencillamente impresionante. Con el burbujeo de calderas naturales de lodo de fondo, se divisa la estepa infinita surcada por el verdor del bosque de ribera. Desde este ascienden áridas laderas con estratos de todos los tonos de ocre a la vista. En los ralos bosques de juniperus se encuentra una curiosa colonia de buitre negro. Después del prolongado disfrute del impresionante paisaje, y gracias a la sugerencia de Guille, nos alojamos en una casa de los guardas de la reserva, perdida entre pistachos y junto al bosque de ribera de gigantescos álamos blancos, nos dormimos entre los aullidos de chacales y nos despertamos con el canto de los francolines: un lujo de banda sonora.

Carraca, alcaudón chico, escribano cabecinegro y gacela subguturosa.

Se acercaba nuestro último día en la estepa. Tras un interminable trayecto por carriles y caminos cruzando la zona, en la que se sucedían rebaños de ovejas, y previa obtención del correspondiente salvoconducto y de mostrarlo en los innumerables puestos fronterizos, alcanzamos el monasterio rupestre de David Gareja. Como no podía ser de otra manera, allí pudimos disfrutar de trepadores rupestres que hacían sus curiosos nidos de barro en las celdas de los eremitas, excavadas en la blanda roca arenisca. El paisaje de este monasterio no podía ser más curioso: un mar de pastizales y rebaños conducidos por pastores a caballo salpicado de afloramientos rocosos de estratos multicolores. Tras un atardecer idílico entre escribanos cabecinegros, estorninos pintos, alcaudones chicos y collalbas pías, volvimos a Udabno. Este pueblo, perdido entre interminables pastizales, es hogar de una impresionante colonia de estornino rosado que pone color a las ruinas postsoviéticas que rodean este pueblo. Y así entre cervezas, amigos y la guitarra que nos dejaron nuestras anfitrionas, nos despedimos del sureste georgiano.

Para llegar a la última zona del viaje, los humedales en torno a Ninotsminda, en la zona central del país, hicimos paradas en el lago Jandari, en el bosque de ribera y los humedales de Ponichala. Esta reserva forestal, situada a pocos kilómetros al sur de la capital, protege un bosque de ribera donde destacan inmensos álamos blancos y humedales anexos al río, donde pudimos disfrutar de los picos sirio y mediano, además de las carreras de fugaces faisanes, que desde estos bosques se han introducido con intereses cinegéticos en muchos lugares del mundo. En los humedales anexos al río pudimos gozar de cormoranes pigmeos, de nutrias, y de un precioso macho de gavilán griego que trataba de cazar en los claros del bosque. Tras estas imprescindibles paradas, nos pusimos en ruta hacia el este, ascendiendo por valles tapizados de bosques mixtos hasta llegar al altiplano situado a más de 1500m de altitud en el que se sucedían grandes lagos rodeados por picos de más de 2500m, todavía nevados en esta primavera temprana. Realizamos algunas breves paradas, impresionados por los paisajes que atravesábamos, y para observar un águila moteada en paso migratorio que había elegido las orillas de uno de los lagos de montaña para dormir. Estas paradas nos hicieron acumular retraso y la noche y la lluvia nos sorprendieron a pocos kilómetros de Ninotsminda, donde dormiríamos, no sin antes tropezarnos con un socavón que destrozó el eje de uno de nuestros coches y de cuatro vehículos más que fueron cayendo en el mismo obstáculo durante las tres horas que estuvimos esperando a la asistencia en carretera. Tocaba reorganizar la logística y conseguir transporte, que solucionamos gracias a la inestimable ayuda del traductor del movil: gracias a Google pudimos alquilar a muy buen precio una furgoneta con chófer que nos ayudó a aprovechar los últimos dos días de viaje. Así con nuestro conductor autóctono, fuimos recorriendo varios interesantes lagos y humedales de montaña donde disfrutamos de pelícanos comunes y ceñudos, grullas nidificando, fumareles aliblancos, somormujos cuellirrojos, castores y nutrias, así como varias especies de limícolas y bisbitas gorgirrojos en paso migratorio. Tal vez el lago más interesante fue el de Tabatskuri. En este lago de montaña hay una pequeña colonia de cría de negrón especulado, de unas 20 parejas, algo sorprendente ya que su distribución reproductora se centra en lagos y humedales escandinavos.

El grupo de pajareros que realizaron el viaje georgiano.

Así, entre lagos de montaña, volcanes nevados y guardias fronterizos finalizábamos nuestro viaje rumbo a Tiflis que nos recibió con un día lluvioso que no nos permitió apurar el pajareo como nos hubiera gustado. En cambio, haciendo acopio de las últimas fuerzas, pudimos dar un paseo por la capital, una ciudad que bien merece una visita más sosegada y que presenta una espectacular mezcla de arquitectura tradicional, construcciones medievales y edificios vanguardistas. En cierto modo, es un buen resumen de lo diverso de este pequeño país, cuya impresionante variedad de paisajes y ambientes en una superficie equivalente algo menor a Castilla-La Mancha, nos permitió observar 200 especies de aves, algunas de ellas endémicas del Cáucaso o de única distribución en el Paleártico occidental. Todo ello, en un contexto etnográfico, gastronómico y cultural de los que dejan huella en nuestra memoria.

Accede al trip report del viaje en ebird en este enlace.

Gambia: “Érase una vez un río….”

“Érase una vez un río que era un país…” Aunque también podríamos decir: “érase un país que era un río”. Y es que Gambia, el país más pequeño de África, con una superficie similar a alguna de las provincias españolas, es eso: un río con sus dos orillas y su desembocadura. Atesora una inesperada biodiversidad, un interesante mosaico de hábitats que es solo posible gracias al caudaloso raudal que le da nombre y que discurre en un entorno semiárido como el Sahel.

Estas peculiares características hacían de este viaje un destino especial que se hizo desear; las jornadas de preparación, los contactos con nuestro guía Ebrima Korita (recomendado por Santi Villa, de Spainbirds), el estudio de los trip reports y de la guía de Helm…, preparativos para un viaje que inicialmente estaba previsto para noviembre de 2020, y que, por motivos de sobra conocidos, se retrasó hasta el mismo mes de 2021.

Pero todo llega y la noche del 4 de noviembre estábamos entrando en el aeropuerto de Banjul, no mucho más grande y equipado que una estación de autobuses de una capital de provincia, pero vibrante de esa vida y olores que relacionamos inexorablemente con África. Una vez encontramos a Ebrima, nuestro guía, y a nuestro conductor, Baba, nos dirigimos al hotel playero cuyos jardines estaban limitados por el mar y por el arroyo de Kotu, nuestra base, donde disfrutaríamos de algunos de los sitios de pajareo más interesantes de la zona costera.

El mítico puente del arroyo de Kotu es la base de la Asociación de Guías Ornitológicos de Gambia y no sin razón: un paseo de un par de horas desde este punto, por los arrozales y palmerales anexos permite la observación de decenas de especies típicamente africanas: martines pescadores gigantes, píos, pechiazules de bosque, malaquitas y pigmeos; garcetas negras, azules y dimorfas; carracas ventriazules, abisinias y de pico ancho; suimangas de varias especies, tórtolas senegalesas, vinosas y acollaradas, alimoches sombríos, milanos, cuervos píos, estorninos, avemartillos y muchas especies de limícolas. Todo un festival a las puertas y en los jardines de un hotel de playa.

Estos enclaves se complementan con bosques, como los de Tujureng y Abuko, humedales costeros y la playa Kartong, que brindan la oportunidad de observar gansito africano, chorlitejo frentiblanco, patos silbadores, culebreras beduinas. O la ineludible visita a las playas de Tanji, que al atardecer están atestadas de pescadores descargando cayucos rebosantes de peces, cuyos descartes congregan gaviotas cabecigrises y gaviones antillanos, que generan un fresco impresionante.

Jacana y toco blanquinegro

Llegados a este momento, es importante destacar que Gambia, desde el punto de vista de los viajes ornitológicos, se divide en dos grandes zonas a visitar, en función del tiempo disponible: la costa, mencionada anteriormente, y el interior, río arriba, hacia “el corazón de las tinieblas”, cuando África, sus hábitats y su gente se manifiesta en todo su esplendor. Para descubrirlo, tras las intensas jornadas en la playa, tocaba remontar el río por su orilla norte, no sin antes cruzar la impresionante desembocadura del Gambia a través de atestados ferris.

Ya desde el ferri se podían contemplar gaviones antillanos que tienen en el país africano una de sus pocas poblaciones fuera de América: charranes reales africanos, pagazas, cormoranes y págalos pomarinos, además de los vencejos moros nidificantes, en el puerto.

El trayecto por la orilla norte del río hasta la localidad de Janjaburéh (Georgetown) lo realizamos en dos jornadas -con pernocta en el acogedor lodge Morgan Kunda- durante las que atravesamos sabanas secas sahelianas, jalonadas de campos de cacahuete recién recogidos, y humedales temporales de agua dulce y salada. .

Estornino y barbudo sangrante en un bebedero cerca de Tendaba

En esta orilla pudimos observar las especies más típicas de zonas semiáridas de África occidental: alcaraván senegalés, calao terrestre, avefrías coronadas y espinosas, corredor de Temminck, sisón de Savile, barbudas, abejarucos cariblancos, gorguirrojos, chicos y pérsico y carracas abisinias, ventriazules, de pico ancho e india. No faltaron numerosas rapaces diurnas y nocturnas como la culebrera gris, halcón borní, busardo langostero, azor lagartijero y los búhos lechosos y grises. Pero la gran recompensa fue el pluvial. Avistado a corta distancia en los humedales salobres de los alrededores de Panchang, este limícola, con plumaje que le hace parecer un dibujo animado, fue la observación más destacada y deseada de la orilla norte.

Llegó el momento en que había que volver a cruzar el río en un ferri, que había hecho su último viaje del día cinco minutos antes de que llegáramos al embarcadero. La alternativa incómoda era la barcaza sin motor: ¡Cruzar un río de más de un kilómetro de ancho accionado la barcaza a brazo! Y así, de noche cerrada y con los brazos cargados, llegamos a nuestro lodge en Janjabureh.

Con base en esta población, recorrimos arrozales, bosques de ribera, pastizales y el propio río. Navegar por el cauce principal y sus arroyos adyacentes con un incontestable sabor exuberantemente africano y observar varias especies de martines pescadores y garzas, buitres moteados, dorsiblancos, marabús y pigargos africanos, es una maravilla. Una de las estrellas de la travesía, que se hizo rogar, fue el avesol africano. Se disputó el estrellato con una familia de hipopótamos que descasaba y se alimentaba en la orilla. El resto de los hábitats visitados no le fueron a la zaga. La llegada de las tórtolas Adawama del bosque de Kunkilling y los dormideros de gangas cuadricintas que entraban al atardecer al pastizal en el interior del bosque de ribera fue otros de los momentos más intensos.

Autillo cariblanco y búho grisaceo

Aún quedaba la mitad del viaje.

La orilla Sur

Esta orilla, la sur, es sensiblemente más húmeda. Si la norte es una extensión del vecino Senegal, en esta el paisaje nos recuerda más a ambientes del África tropical. Con bosques de ribera de mayor desarrollo, alternados con arrozales y sabanas subhumedas que albergan especies más típicas de África ecuatorial.

Uno de los puntos álgidos de esta orilla y del viaje en general fue el enclave de Tendaba. Desde allí salen excursiones en cayuco por varios arroyos tributarios del Gambia que atraviesan imponentes manglares. La navegación por estos iba deparando impresionantes observaciones en cada recodo. Reinaban las aves zancudas y acuáticas: grullas coronadas, cigüeñas lanudas, pelícanos, espátulas, tántalos, martinetes dorsiblancos y el diminuto suimanga pardo o de manglar, un pequeño “ratón” alado que recorre las raíces aéreas de los mangles.

En los alrededores del campamento, sabanas de impresionantes baobabs albergaban colonias de garcetas intermedias y pelícano rosado, junto con rapaces como el águila crestilarga, shikra, y numerosos paseriformes, que se pudieron observar y fotografiar gracias a la red de bebederos que mantienen los guías locales. Estos sencillos bebederos, acondicionados y bien cuidados a lo largo de todas las zonas de observación de aves del país, merecen una mención especial, puesto que logran ofrecer avistamientos de gran calidad de especies forestales que en estos lugares suelen ser fugaces.

Buitre palmero

Otro factor destacable que hace de Gambia un destino notable es la cantidad y profesionalidad de guías, que tienen muy bien localizados posaderos de especies de rapaces nocturnas, chotacabras o polluelas. Los protegen y ponen en valor, generando una economía que vincula directamente la conservación con el beneficio de las comunidades locales. Esto se evidencia en la localización de muchas de las especies forestales que serían de difícil avistamiento sin la ayuda de los guías residentes en los bosques de Farsatutu y Bonto, en los alrededores de Pirang. Estos impresionantes bosques de ribera simulan condiciones húmedas de Centroáfrica que permiten la presencia de azores africanos, turacos grises, verdes y violetas, loros senegaleses y de cuello pardo, cuclillo de Klaas, varias especies de bulbules y rapaces nocturnas como el autillo cariblanco y el cárabo africano. Pero, sobre todo, la delicada, diminuta pero impresionante, polluela pintada. Esto fue gracias a la ayuda de los guías locales que hicieron posible una de mejores observaciones del viaje.

El recorrido por la orilla sur, realizado en tres productivas jornadas, finalizaba en el campamento de Marakissa. Este imprescindible campamento se sitúa junto al arroyo del mismo nombre, en un entorno de sabana subhúmeda. El arroyo, con una curiosa población de cocodrilo africano que nada inquietantemente tranquilo en el embarcadero de piraguas de alquiler, es también hogar destacado de martines pescadores gigantes y píos, polluelas negras, gallineta africana, avetorillos pigmeos y cormoranes colilargos, entre una multitud de aves acuáticas. Los paseos por el bosque de ribera y sabanas circundantes sirven para despedimos del país observando varias especies de suimangas, cisticolas, mieleros, palomas verdes, turacos, barbudos, carracas, calaos y diversas rapaces forestales. Una variedad que destaca en el recuerdo es el obispo alinegro y su rojo destello, posado en los herbazales y arbustos.

Un viaje de poco más de una semana a este amable, fácil y genuinamente africano país nos permitió cerrar una lista cercana a las 300 especies avistadas, la mayoría de ellas con observaciones de gran calidad y posibilidades fotográficas a un precio más que aceptable. Gambia es un país de obligada visita para cualquier pajarero que no lo conozca y de necesario retorno para los que ya lo hemos hecho.