Hemos hecho un viaje.

Los que viajamos motivados por ver las glorias del mundo natural que se desvanece ante nosotros, somos unos afortunados. Somos de los pocos que, en ocasiones, podemos decir: “yo he hecho un viaje”.

Lago Iriki, 1 de enero 2025.

Si Roy Batty hubiese dicho “he visto atascos kilométricos a las afueras de Burdeos que no creeríais; vi encender las luces de navidad de Vigo desde el puente de Rande sobre la ría”, hubiese dado lo mismo que sus recuerdos se perdieran como lágrimas en la lluvia o como detritus intestinal por el sumidero. Su “autoepitafio” no habría pasado a la historia del cine como la frase más épica que un robot jamás pronunció, y la cita más recurrente de los cinéfilos de tres al cuarto podría haber sido: “como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo os la voy a pagar”.

Ese gato del pantanal transoceánico que has inmortalizado es el mismo magnífico ejemplar que han fotografiado 52 turistas antes que tú, ese mismo día. Y ¡mira que madrugaste!


No sabemos si el personaje encarnado por Rutger Hauer, en su misión como “supersoldado”, viajó hasta la constelación de Orión para quemar naves de ataque o estaba allí de paso hacia las puertas de Tannhäuser. No sabemos, por tanto, si esos eventos increíbles fueron el objetivo del viaje o fruto de la contemplación durante el trayecto.


Mucho se dice que lo importante del viaje es el trayecto y no el destino, que es algo muy bonito. Pero se dice en un tiempo en que el trayecto se compone, en la mayor parte de los casos, de fase 1, avión, fase 2, Uber. Destino: centro ciudad.

Y, a su vez, ese objeto del deseo por el que se han atravesado continentes enteros (en tres horas de vuelo, si no hay retraso) es algo que sabes encontrar porque lo tienes localizado en Google maps con una chincheta que le copiaste a un influencer, con varios millones de seguidores.

Hay viajes, por muy costosos, exóticos y lejanos que sean, que directamente se pueden guardar en la lata de las anécdotas y solo ser sacados de ahí si las condiciones sociales son muy determinadas o se quiere acabar con una reunión en casa que ya va durando demasiado.

Esto también puede decirse de esos viajes en el que nuestro codiciado destino natural -paisaje o animal, da lo mismo- sea algo localizado, seguido y, en cierta medida, garantizado.

Ese gato del pantanal transoceánico que has inmortalizado es el mismo magnífico ejemplar que han fotografiado 52 turistas antes que tú, ese mismo día. Y ¡mira que madrugaste! Esas 186 imágenes obtenidas en ráfaga de cámara sin espejo, en el 99% de las ocasiones, solo van a tener un valor realmente trascendental para el autor de las mismas.

Sí, tenemos que aceptarlo: somos parte de ese contingente turístico responsable del 8,8% de las emisiones de CO2. La diferencia es que las colas que hacemos para ver un quetzal en mitad de la selva son mucho más discretas que las que hay frente a la Gioconda. 

Sin embargo, hay ocasiones en las que surge la oportunidad de hacer un viaje al que llamar viaje. Un ir en el que tanto el camino como el destino suman los componentes esenciales para que el que está en ello sienta lo excepcional, lo único. 

Paisajes de noche y paisajes diurnos: ambos inolvidables.


En el camino y en el destino.

Imagino que los que han hecho el Camino de Santiago tendrán en su memoria la satisfacción por haber llegado a la plaza del Obradoiro. Pero apostaría a que lo que cuentan a familia y amistades, más que el abrazo al santo, serán los problemas con las ampollas a partir del sexto día, el calor terrible al pasar por San Miguel del Camino o lo cerquita que el narrador se sintió de aquella atractiva persona de procedencia austrohúngara. 

Si se lee En el camino, de Jack Kerouac, en la juventud, es fácil recordar algunos pasajes treinta años más tarde. ¿Pero cuál era su destino al comenzar el viaje? 

Alejandro, por conquistar la India, llegó a Samarkanda. Y los comerciantes de seda que iban y volvían de la China tenían en Samarkanda el punto central de la ruta. ¿Cuántos hoy se acuerdan de cuál fue la última ciudad que tomó el conquistador o en qué comarca se compraba la seda? La ciudad Uzbeka era el hito en el viaje, el lugar de encuentro donde hacer aguada y conseguir víveres. Era el viaje y hoy es la ciudad con resonancias épicas.

Quizá la más conocida de las excepciones fue el viaje de Colón, que iba a la India, se topó con un continente -claramente un componente de la parte viaje de la expedición de Cristóbal- y se olvidó del destino.

Cuando los cuervos grandes dejan espacio a los cuervos desertícolas.

Especulando y generalizando a lo loco, podríamos decir que el destino es el objetivo de comerciantes y conquistadores. Y de la misma forma charlatana, apuntar que el trayecto es lo codiciado por geólogos, biólogos y literatos.

Pero la realidad es que son muy pocos los que en 2025 pueden disponer de tres meses -o años- y las perras para viajar, y son muchas las facilidades para poder ir y volver en el día a ver un eider de anteojos a Holanda. Y menos mal que es así.

Y, sin embargo.

Sin embargo, este pasado cambio de año viajamos. Y lo hicimos en el más amplio sentido del concepto. Con su destino, su objetivo y su trayecto, como fines en sí mismos.

Tras cuatro años de intensas lluvias, el lago Iriki, al sur de Marruecos y en el borde noroccidental del Sahara, se había inundado. Hacía 50 años que el humedal, si acaso, no pasaba de charca.

A consecuencia de lo anterior, los reportes de viajeros atentos hablaban de “desierto florido”.

Objetivo: cabalgar por las dunas saharianas teñidas de verde hasta alcanzar el espejo del lago Iriki y quitarse el polvo del camino en sus saladas aguas. Y, además, pasar el fin de año en su orilla norte.

1.739 kilómetros a Mhamid para llegar al punto de partida y 1.609 desde Foum Zguid hasta Madrid, para regresar. Entre esos dos pequeños pueblos, 139 kilómetros de arena, piedras, dunas. En medio Iriki, el destino.

Hacer de un camino algo interesante se puede lograr de varias formas. Esos 139 kilómetros como viaje con mayúsculas, con una distancia tan ridículamente corta y con la mística reventada por un número asombroso de todoterrenos con chofer, dedicados a pasear a turistas a toda velocidad, se sostenía en este capítulo por algo más que el paisaje y el omnipresente sentimiento de aventura que invade a la mayor parte de europeos, en cuanto salimos del asfalto y el alfabeto latino.  

Cuando los franceses se apropiaron de las tres cuartas partes occidentales del Sahara, se encontraron con su impenetrabilidad. El mismo borde ya da miedo. Incluso hoy en día, en cuanto te adentras unos cientos de metros en la arena y compruebas que el GPS del móvil tiene una señal débil, se acciona un motorcito que hace que el esfínter de cola pase a estar sometido a un sobresfuerzo sorprendente.

Ellos, los colonizadores franceses, trataban de trazar rutas dirección sur desde los puertos mediterráneos hasta las ciudades situadas al otro lado del desierto, ya en el Sahel, ciudades que eran conocidas o supuestas. Tampoco era muy importante. El asunto era atravesar el infierno. Ya en el purgatorio encontrarían lo necesario. 

A principios del XIX, dieron con una ciudad llamada Tombuctú. Laing y Caillé fueron los primeros occidentales que pusieron sus ojos en ella, pero el primero murió en un asalto de los tuaregs durante el viaje de regreso y el segundo almacenaba suficiente carga microbiana como para despedirse del mundo poco después de llegar a Francia. 

Hasta 1880 se lanzaron un buen número de expediciones que se saldaron con la muerte de la mitad de los exploradores que lo intentaron. No fue hasta 1913 que se materializase la unión entre el Mediterráneo y Tombuctú y para 1920 llegó la primera columna mecanizada. Cinco auto-orugas Citroën lo lograron.

Pero mucho antes de que los blanquitos llegásemos para buscar algo que robar hasta en el mismísimo desierto, alcanzar la ciudad de Mali era ya una necesidad para los habitantes del norte y centro de África. Las rutas comerciales llegaban a Tombuctú desde los cuatro puntos cardinales.

Camachuelo trompetero y el desierto tapizado de manzanilla.

En 2019 Mar y yo peregrinamos en Tánger, a la tumba de uno de los más grandes viajeros que nunca pisó la tierra: Ibn Battuta. En su ir, que comenzó en 1.325, cuando contaba con 22 años, con la inocente idea de cumplir con el mandato de acudir a La Meca, recorrió el noroeste, las costas orientales y norte de África; parte del sur y el este de Europa; Oriente medio, Asia central y, haciendo la Ruta de la Seda, grandes zonas de China; el sureste asiático y la India. Para cuando regresó a su Tánger natal 24 años más tarde se calcula que había recorrido 120.000 kilómetros. En cuestión de viajes, se merendó a su contemporáneo Marco Polo.

Cuatrocientos años antes de que los franceses soñasen con la ciudad dorada al otro lado del Sahara, Ibn Battuta había estado ya en Samarkanda y Tombuctú.

Varios siglos después de que las caravanas bereberes de dromedarios cargados de sal se arriesgasen a una ruta transahariana de 50 días, expuestos a la climatología y los asaltos de las tribus del desierto, los grajos recorríamos un tramo de aquella pista. Sin ningún riesgo, sin más peligro que un pinchazo, con aire acondicionado y las app de orientación y de listas de música, por si la cosa se alargaba, sí. A todo, sí. Incluso cerveza fría, sí. No es comparable, pero estábamos recorriendo un tramo de la mítica ruta transahariana a Tombuctú.

31 de diciembre de 2024. Acampamos a la orilla del Iriki. El lago tenía agua, pero estaba claro que meses atrás la superficie inundada debía de quintuplicar su tamaño. Con apenas unos centímetros de profundidad, la idea del baño reparador desapareció más rápido que mis pies engullidos por la masa viscosa sobre la que trataba de caminar.

Habíamos llegado tarde. El paso postnupcial debió de ser un absoluto espectáculo. Fosilizadas en el que fuera el limo más fino que uno pueda imaginar, las huellas de miles de aves de todos los tamaños tapizaban la superficie, a 200 o 300 metros de donde estaba ahora el agua.

Al día siguiente, lo primero que escuchamos fue el “cur-liii” de un zarapito real. 50 tarros canelos sobrevolaban nerviosos la superficie del agua, mientras un faraón oteaba desde la cresta de una loma hacia el oeste. Por la perspectiva, daba la sensación de que la hubara caminaba demasiado expuesta al búho, mientras otros dos ejemplares volaban de manera más ligera de la que cabía esperar. 

En el suelo había zonas donde las huellas indicaban que allí se habían reunido las gangas, pero ninguna apareció esa mañana. Hacía dos tardes, siete Lichtenstein en vuelo, a través de la depresión entre dos dunas, fueron la gran alegría pajarera del viaje.

La noche anterior encendimos una buena hoguera con encina acarreada desde Madrid. Guisamos un estofado durante cuatro horas en una olla de hierro fundido. Bebimos cerveza y brindamos con vino. Mantuvimos los ojos abiertos con esfuerzo el tiempo suficiente para ver el 00:00 en el reloj y descansamos.

Estábamos haciendo un viaje y el desierto florido olía a manzanilla. 

La máquina de viajar: La Numenius.

Apuntes para un próximo viaje de observación de fauna a Sahara Occidental y Marruecos. 1ª Parte.

Tras dos primaveras consecutivas viajando a Marruecos y Sahara Occidental me encuentro con suficiente experiencia como para aconsejarme a mí mismo las cosas que he de tener en cuenta a la hora de afrontar un próximo viaje. Y es que parece que a pesar de la experiencia sigo tropezando en las mismas piedras, cometiendo los mismos errores y, sobre todo, olvidando las mismas cosas. Estas son las razones que fundamentan esta publicación y el empleo constante del imperativo: me dirijo a mí mismo.

Halcón borní.

Antes de seguir, es conveniente recordar que en El Vuelo del Grajo andamos con la idea de viajar despacio y de manera lo más autónoma posible. Es lo que llamamos Birding-overland. Esta rimbombante terminología anglófona viene a significar pajareo-trashumante. Esto es, nos subimos al coche con todo lo necesario para poder evitar contacto alguno con el resto de la humanidad o, al menos, intentarlo. Comida, nevera para conservarla, agua potable, tienda de campaña, equipos y un número de objetos que nos permiten tener un más que razonable confort.

Las notas aquí recopiladas resultarán sofisticadas unas, otras elementales y algunas, incluso, obvias, pero todas surgen del análisis y pesan en la conciencia tras la experiencia de los dos viajes. Son, por tanto, subjetivas, relativas a mis gustos y querencias y muy relacionadas con nuestra forma de entender el viaje de observación de fauna. También son sinceras.

La noche.

Trabaja la noche. Recuerda la increíble cantidad de animales que se mueven tras la caída del sol: aves, mamíferos de todos los tamaños, reptiles e insectos asombrosos.

“No se puede ser búho de noche y águila de día”. Vytautas Lapenas, piloto acrobático. (Lituania 1958-2008).

Aunque te fastidie, tu energía tiene un límite. Si vas a salir a nocturnos, fuérzate a descansar.

La noche: todos los animales grandes y pequeños.

Recuerda que en la noche sahariana todo es posible. Incluso que un pajarero con un altavoz y un coche te tenga andando tras un chotacabras dorado un par de horas.

No molestes más de lo necesario a la fauna nocturna. Estate preparado para conseguir, a la primera, la imagen que necesites.

El punto anterior es imposible si estás demasiado cansado o solo piensas en dormir.

Configura el equipo para trabajo nocturno. Luego comprueba que lo tienes correctamente configurado. Cuando esté listo, haz pruebas para confirmar que lo tengas bien configurado. El primer animal con el que te topes puede ser un jerbo egipcio saltando entre las matas de una duna y que ni siquiera lo puedas admirar porque estás liado con algo que se te olvidó configurar bien. Aprovecha las posibilidades de las cámaras modernas para que anda falle: configurar y confirmar.

Recuerda que la luz puede causar molestias a los animales, especialmente a los diurnos. Vela por su seguridad.

Terrera negrita y carraca.

Cuida de no estar cerca de una carretera con tráfico o interrumpe la búsqueda si momentáneamente aumenta el flujo de vehículos. Murphy conseguirá que ese pollo de corredor sahariano salga despavorido justo cuando pasa un tráiler de 15 toneladas.

No te olvides de registrar el sonido. Y tampoco el sorprendente silencio, a pesar de los cientos de animales pululando a tu alrededor.

Si vuelvo a intentar usar vídeo, tengo que buscar una antorcha que no parpadee a alto número de fotogramas.

La foto testimonial existe y es útil. Para que una grabación sea testimonialmente útil requiere unas condiciones ambientales y técnicas, infinitamente más complejas de conseguir: no pases por alto esos momentos donde es posible la obtención de un buen sonido.

Emplea tiempo y dedicación a los grandes mamíferos y aves nocturnas, pero no dejes de lado a los espectaculares gekos, pequeños roedores o impresionantes insectos nocturnos como los solífugos.

El Sonido.

Dedica tiempo a preparar tus oídos antes del viaje. Cuando estes allí, dedica tiempo a escuchar los sonidos para los que te has preparado.

No menosprecies el periodo de espera hasta que se den las condiciones adecuadas para tener una grabación aceptable.

Trata el sonido con el mismo empeño que la imagen, que la búsqueda de sitio de acampada o que el mantenimiento de la despensa y el agua potable. Es parte esencial del viaje.

Si no puedes cargar con todo el equipo, al menos, SIEMPRE, lleva a mano la grabadora lista para registrar el sonido ambiente o el de algún animal..

Caminas kilómetros, madrugas y esperas horas para que la foto sea buena, ¿por qué no hacer lo mismo con el sonido?

Si no regresas con una buena grabación de este grillo con plumas, te has dejado la parte más característica del ave.

La foto testimonial existe y es útil. Para que una grabación sea testimonialmente útil requiere unas condiciones ambientales y técnicas, infinitamente más complejas de conseguir: no pases por alto esos momentos donde es posible la obtención de un buen sonido.

Los guías no profesionales.

Trata bien y con respeto a todos los guías con los que te encuentres, requieras sus servicios o no; tanto a los profesionales como a los que se apañan la vida enseñando aves a los extranjeros, por el hecho de saber dónde se encuentran, a cambio de unos dirhams.

En muchas ocasiones estos guías no profesionales son la única protección que tienen algunas aves.

No seas rácano. Has empleado días y muchos litros de combustible para llegar al lugar único donde ver un animal excepcional y alguien te ayuda a conseguirlo.

Ten en cuenta que en la mayoría de los casos no tienen excesivo conocimiento, ni tan siquiera un aprecio especial por ninguna especie animal: están ahí para ayudarte por necesidad, no por pasión.

Contar con un buen guía, como Mohamed Lamine, puede ayudar mucho al observador y a la conservación de los especies.

Paga algo, aunque no haya sido de ayuda, aunque ya conozcas la localización del ave. Al establecerse la idea de que los occidentales valoramos la sola visión de un ave, se ha generado una red de personas que están muy atentas a su conservación. Sin ese intercambio económico, esa salvaguarda se acaba inmediatamente. Incluso se puede forzar la desaparición del animal para buscar un nuevo lugar desconocido para los turistas.

Si durante la observación o la búsqueda la estrategia del guía no ofrece garantías para el animal, rechaza sus servicios. Trata de ser pedagógico y aguántate las ganas de ver al bicho, retirándote de la zona.

Que el e-bird y tus contactos no acaben con el sustento de Alí Tamarzit o Mohamed Lamine.

No te olvides de quedarte con el teléfono de todos los guías espontáneos que te cruces. Puede ser muy útil para tus amigos o futuros viajes.

Recuerda: mantén siempre presente que, salvo excepciones, por lo general para un marroquí o para un saharaui los animales tienen la misma importancia que una piedra. Para lo bueno y para lo malo. Esto es aplicable también a los guías sin formación.

No aceptes técnicas poco adecuadas o directamente peligrosas para las especies, por parte de guías no profesionales. Si la observación o la búsqueda no se está realizando con todas las garantías para el animal, rechaza los servicios. Trata de ser pedagógico y aguántate las ganas de ver al bicho, retirándote de la zona.

Presta atención a la época del año o a la hora. Algunos guías no dudarán en levantar, a plena luz del día, a aves nocturnas incubando o a migrantes en descanso.

Pregunta siempre. Cualquier pastor o agricultor se mostrará, por lo general, encantado de echarte una mano. No dudes en enseñarle lo que andas buscando, mostrándoselo en tu guía. La Svensson tiene las ilustraciones muy pequeñas: piensa en alternativas.

Primavera 2022

Es 21 de marzo. Comienza la primavera entre lluvias y toca publicar portada: la quinta vez que lo hacemos, en esta ocasión ilustrada por José María de la Peña. Sí, eso significa que El Vuelo del Grajo cumple un año y lo vamos a celebrar por todo lo alto.

Cuando definíamos las líneas maestras de la revista, manejábamos conceptos e ideas como observación, emoción y conservación. También estudiábamos fascinados que era todo aquello del overland: viajar de la manera más autónoma posible, sin que nada te pueda parar, teniendo la capacidad de atravesar montañas, cruzar desiertos y vadear ríos, reduciendo al mínimo la dependencia de otras personas. Todo eso se cocía en nuestras cabezas mientras estábamos confinados. Y le añadimos la idea del “pajareo” o, mejor, del “animaleo”. “¿Y si nos fuéramos de viaje allá dónde nos diese el viento, con el único objetivo de ver bichos?” Un coche lo menos sucio posible, una tienda de campaña, una nevera, una cocina y millones de animales a los que conocer. Así nació el «pajareo-viajero» que, en un arranque de internacionalismo, cambiamos por birding-overland. Podríamos decir que durante este año de vuelo de la revista hemos estado poniendo a punto todo ello. Ahora toca dar el gran salto.

Marruecos: “¡Allá vamos!”

(Hoy la frontera y el tráfico marítimo entre España y Marruecos están cerrados. Están así desde que se declaró la pandemia, luego la política no ha ayudado a mejorar la situación y los últimos hechos -tan incomprensibles como inesperados- aún no sabemos cómo afectarán. Tenemos un plan B por si fuera necesario).

En febrero se anunció la apertura de fronteras para el día 31 marzo. El Ramadán empieza el 4 de abril y nosotros nos pondríamos en marcha el 9. Luego, veintiún días para recorrer lo más agreste del país norteafricano.

Para organizar el viaje, hemos consultado todas las fuentes a nuestro alcance, tanto de viajeros como de pajareros. Y así, apuntados sobre mapa plegable Michelin, tenemos marcados, con diferentes colores, casi cuarenta puntos de interés ornitológico y rutas, de más de 250 kilómetros de longitud, por zonas no habitadas por el ser humano y de las que no tenemos ningún registro de fauna, salvo los valiosos apuntes de distribución de mamíferos.

Los acantilados interminables del Atlántico, castigados por el incesante viento; el antiguo fuerte de Bou-Jerif, por el que se accede a la pista de Plage Blanche que lleva a Tan-Tan y que corre entre el océano y las dunas; el ibis eremita en el Souss-Massa y el búho moro en Merja Zerga; gacelas y zorro famélico en el desierto, más allá del Atlas; gorrión del desierto y fenec en Merzouga; las gargantas de Todra y Dadés; macacos de Berbería en los fríos bosques de cedros… ¡Son tantos los destinos y suenan tan bien en nuestros oídos!

Será un primer raid a Marruecos, que trataremos de contaros en próximos meses. Dejamos pendiente, entre otros lugares, el Alto Atlas y el Sahara Occidental.

Despegamos en este trimestre deseando que nos acompañéis en El Vuelo del Grajo. Os recordamos que podéis suscribiros al boletín de la página y seguirnos en nuestro canal de YouTube, página en Facebook e Instagram.

Pasad la mejor de las primaveras, haced planes gloriosos y recordad siempre: ¡Jarana y tira para el monte!



Valle del Guadarranque

El valle de Guadarranque, un lugar para la observación de ungulados.

Desde rocas en sierra hasta valles planos, pasando por bosques húmedos, este es el paisaje que puedes recorrer en Las Villuercas. Toda la variedad de verdes que nos ofrecen sus robles, alcornoques, encinas y madroños, se ven flanqueados por grandes tajos de cortafuegos que atraviesan el paisaje como una cicatriz. El valle está incluido dentro del Geoparque Villuercas Ibores Jara con un marcado interés, debido a la antigüedad del terreno y los fósiles encontrados en él. Este relieve apalachense huele a jara y a tomillo.

El amanecer siempre es un momento especial, el cuerpo aún está pesado y calmo y parece que ese estado alerta aún más nuestra percepción. Entramos por un camino de la carretera CC-20.2 entre Navatrasierra y Guadalupe. Estamos rodeados de montañas. Atravesamos la enorme herida que dejan entre ellos. Desde aquí, vemos la cima de dos riscos coronada por una nube. Los robles que se concentran en esta zona son viejos y grandes, los pequeños duran poco, debido a las necesidades alimenticias del mayor habitante herbívoro del lugar, el ciervo. Es por esto que vemos muchos pequeños árboles plantados y rodeados con red, para evitar ser comidos. Sobre ello nos cuenta Pepe que hay que cuidar de la regeneración de este lugar y propone que incluir a un depredador natural podría ser una buena solución..

Ahora accedemos a un llano. Por encima del amarillo del suelo se ven los verdes y grises del paisaje. La luna todavía mantiene su huella en el cielo. Cualquier lugar del camino es apto para refugiar un ciervo o acompañar su carrera. Subiendo una pequeña loma con el mínimo ruido que pudimos, nos cruzamos de frente con una cierva. Ni ella ni su cría ni nosotros esperábamos un encuentro tan cercano, unos cuatro metros. Es imponente escuchar la salida del aire filtrado por su nariz y esas pequeñas pezuñas frenando en seco y buscando el camino hacia la libertad.

La sierras se suceden en paralelo hasta llegar a los riscos cuarcíticos.

Donde crees que no vas a encontrar asentamiento reciente humano, ahí aparece humilde una construcción de los años 90, la quesería bioclimática construida por José Luis Martín, más conocido como Martín Afinador y en la que se concibió el queso, muy premiado, de Guadarranque. Los perros vienen a saludarnos, conocen muy bien a Pepe, nuestro guía y regalo caído del Facebook. Pepe no solo conoce a los perros y la historia de la quesería, sino que casi podría mimetizarse con el lugar, igual que los muchos rabilargos y arrendajos que cruzan entre las ramas de los árboles abriendo el camino a nuestros oídos.

Al llegar a la Lorera de la Trucha, donde podemos encontrarnos con una acumulación importante de Prunus lusitánica -la mejor considerada de España-, recordamos casi instantáneamente un lugar de Madeira. Esta isla está arropada por la poca laurisilva que ya queda en las antiguas selvas y, al igual que aquí, tiene esa esencia mágica de los lugares sabios. Volvimos con nuestros recuerdos a aquel lugar, al intuir la luz que entraba por las grandes copas y esos verdes brillantes del musgo que tapiza todo a su paso. Sabes que estás en un sitio húmedo, aunque no veas agua. En un primer vistazo, sientes que ahí también podrían ser reales los cuentos de hadas y duendes.

Sabes que en cualquier centímetro de tierra explota la vida a nivel micro, ese nivel que es difícil ver y al que cada vez tratamos de acercarnos con mayor conocimiento y respeto.

Parece que entre la historia natural de este geoparque también hay historias de humanos. Dicen que es una zona empobrecida y que fue tierra de maquis. Allí también, escondidas en las cuevas, las mujeres parían, cuidaban, mataban y formaban parte de la naturaleza de una manera salvaje y sencilla (no en cuanto a penurias) que hemos querido abandonar y que poco entendemos ya.

Ahora también hay historias de humanos, unos que hacen carreras montados en dos ruedas atravesando Las Villuercas, sin ningún miramiento hacia el lugar, por simple diversión personal, que no revierte en nadie más ni en nada más y que, por supuesto, perjudica todo a su alrededor.

Las actividades humanas en entornos naturales deberían conllevar cierto grado de participación, comunicación y aportación, con respecto, a lo que tienes bajo tus pies y no bajo tu bolsillo. Apelemos a esa diversidad de sensibilidades ocultas tras siglos de educación y cultura, que son las que verdaderamente hacen cambiar los comportamientos y empatías necesarios para la convivencia mutua.

Seamos motoristas y naturalistas y abramos así los múltiples y ricos contextos que nos rodean, las prioridades, las opciones y las decisiones para poder encontrar así nuestro verdadero poder: la capacidad de flexibilidad y adaptación sobre lo que nos une.

Con este pensamiento, dirigí mi mirada a la Canchera del Ajo, llena de buitres leonados. Subimos hasta allí y vemos de cerca los aviones comunes y zapadores, de paso hacia el estrecho, que vuelan con agilidad en torno al pico, rodeándolo y haciendo cabriolas en el aire, mientras van cogiendo todos los insectos que se encuentran. Juegan y comen. Ahí, en ese lugar, podíamos divisar toda la heterogeneidad del paisaje. Girabas a la derecha y era completamente diferente de si lo hacías hacia la izquierda o delante o detrás. Veíamos el campo amarillo con encinas diseminadas, los bosques bajos, las piedras grises que componen los riscos con sus afiladas puntas y su perfil fino (extrañamente fino, delgado, de hecho), la jara mano a mano con los madroños. Las nubes, con esa luz dura de la mañana, creaban sombras sobre los valles y, de repente, todo tenía un volumen especial. Los colores formaban capas múltiples y relieves que demarcaban los espacios, tan claramente que podían ser únicos. Era como si pudieras quitar trocito a trocito, recortando por los bordes bien definidos de cada color y llevarte en el bolsillo una calidad única e indivisible de toda esa belleza. Como si alguien hubiera puesto las cosas juntas pero muy ordenadas, sin mezclarse.

Y yo me pregunto:¿cómo es posible que se cumplan todas las necesidades que cada lugar requiere, si están en un mismo espacio? Y pienso que tenemos la diversidad diseminada en nuestra tierra, pero creo que, en el fondo, aunque lo entendamos, aunque tengamos respuestas científicas, nos cuesta abrazarlo. Parece que no deberíamos ni alejarnos ni contemplarnos como especie, fuera de lo que ocurre en la naturaleza y, muchísimo menos, como especie a extinguir. Formamos parte de esta ecuación y podemos, de hecho, ayudar a resolverla. ¿Estamos preparados para comprendernos dentro de ella?