Valle del Guadarranque

El valle de Guadarranque, un lugar para la observación de ungulados.

Desde rocas en sierra hasta valles planos, pasando por bosques húmedos, este es el paisaje que puedes recorrer en Las Villuercas. Toda la variedad de verdes que nos ofrecen sus robles, alcornoques, encinas y madroños, se ven flanqueados por grandes tajos de cortafuegos que atraviesan el paisaje como una cicatriz. El valle está incluido dentro del Geoparque Villuercas Ibores Jara con un marcado interés, debido a la antigüedad del terreno y los fósiles encontrados en él. Este relieve apalachense huele a jara y a tomillo.

El amanecer siempre es un momento especial, el cuerpo aún está pesado y calmo y parece que ese estado alerta aún más nuestra percepción. Entramos por un camino de la carretera CC-20.2 entre Navatrasierra y Guadalupe. Estamos rodeados de montañas. Atravesamos la enorme herida que dejan entre ellos. Desde aquí, vemos la cima de dos riscos coronada por una nube. Los robles que se concentran en esta zona son viejos y grandes, los pequeños duran poco, debido a las necesidades alimenticias del mayor habitante herbívoro del lugar, el ciervo. Es por esto que vemos muchos pequeños árboles plantados y rodeados con red, para evitar ser comidos. Sobre ello nos cuenta Pepe que hay que cuidar de la regeneración de este lugar y propone que incluir a un depredador natural podría ser una buena solución..

Ahora accedemos a un llano. Por encima del amarillo del suelo se ven los verdes y grises del paisaje. La luna todavía mantiene su huella en el cielo. Cualquier lugar del camino es apto para refugiar un ciervo o acompañar su carrera. Subiendo una pequeña loma con el mínimo ruido que pudimos, nos cruzamos de frente con una cierva. Ni ella ni su cría ni nosotros esperábamos un encuentro tan cercano, unos cuatro metros. Es imponente escuchar la salida del aire filtrado por su nariz y esas pequeñas pezuñas frenando en seco y buscando el camino hacia la libertad.

La sierras se suceden en paralelo hasta llegar a los riscos cuarcíticos.

Donde crees que no vas a encontrar asentamiento reciente humano, ahí aparece humilde una construcción de los años 90, la quesería bioclimática construida por José Luis Martín, más conocido como Martín Afinador y en la que se concibió el queso, muy premiado, de Guadarranque. Los perros vienen a saludarnos, conocen muy bien a Pepe, nuestro guía y regalo caído del Facebook. Pepe no solo conoce a los perros y la historia de la quesería, sino que casi podría mimetizarse con el lugar, igual que los muchos rabilargos y arrendajos que cruzan entre las ramas de los árboles abriendo el camino a nuestros oídos.

Al llegar a la Lorera de la Trucha, donde podemos encontrarnos con una acumulación importante de Prunus lusitánica -la mejor considerada de España-, recordamos casi instantáneamente un lugar de Madeira. Esta isla está arropada por la poca laurisilva que ya queda en las antiguas selvas y, al igual que aquí, tiene esa esencia mágica de los lugares sabios. Volvimos con nuestros recuerdos a aquel lugar, al intuir la luz que entraba por las grandes copas y esos verdes brillantes del musgo que tapiza todo a su paso. Sabes que estás en un sitio húmedo, aunque no veas agua. En un primer vistazo, sientes que ahí también podrían ser reales los cuentos de hadas y duendes.

Sabes que en cualquier centímetro de tierra explota la vida a nivel micro, ese nivel que es difícil ver y al que cada vez tratamos de acercarnos con mayor conocimiento y respeto.

Parece que entre la historia natural de este geoparque también hay historias de humanos. Dicen que es una zona empobrecida y que fue tierra de maquis. Allí también, escondidas en las cuevas, las mujeres parían, cuidaban, mataban y formaban parte de la naturaleza de una manera salvaje y sencilla (no en cuanto a penurias) que hemos querido abandonar y que poco entendemos ya.

Ahora también hay historias de humanos, unos que hacen carreras montados en dos ruedas atravesando Las Villuercas, sin ningún miramiento hacia el lugar, por simple diversión personal, que no revierte en nadie más ni en nada más y que, por supuesto, perjudica todo a su alrededor.

Las actividades humanas en entornos naturales deberían conllevar cierto grado de participación, comunicación y aportación, con respecto, a lo que tienes bajo tus pies y no bajo tu bolsillo. Apelemos a esa diversidad de sensibilidades ocultas tras siglos de educación y cultura, que son las que verdaderamente hacen cambiar los comportamientos y empatías necesarios para la convivencia mutua.

Seamos motoristas y naturalistas y abramos así los múltiples y ricos contextos que nos rodean, las prioridades, las opciones y las decisiones para poder encontrar así nuestro verdadero poder: la capacidad de flexibilidad y adaptación sobre lo que nos une.

Con este pensamiento, dirigí mi mirada a la Canchera del Ajo, llena de buitres leonados. Subimos hasta allí y vemos de cerca los aviones comunes y zapadores, de paso hacia el estrecho, que vuelan con agilidad en torno al pico, rodeándolo y haciendo cabriolas en el aire, mientras van cogiendo todos los insectos que se encuentran. Juegan y comen. Ahí, en ese lugar, podíamos divisar toda la heterogeneidad del paisaje. Girabas a la derecha y era completamente diferente de si lo hacías hacia la izquierda o delante o detrás. Veíamos el campo amarillo con encinas diseminadas, los bosques bajos, las piedras grises que componen los riscos con sus afiladas puntas y su perfil fino (extrañamente fino, delgado, de hecho), la jara mano a mano con los madroños. Las nubes, con esa luz dura de la mañana, creaban sombras sobre los valles y, de repente, todo tenía un volumen especial. Los colores formaban capas múltiples y relieves que demarcaban los espacios, tan claramente que podían ser únicos. Era como si pudieras quitar trocito a trocito, recortando por los bordes bien definidos de cada color y llevarte en el bolsillo una calidad única e indivisible de toda esa belleza. Como si alguien hubiera puesto las cosas juntas pero muy ordenadas, sin mezclarse.

Y yo me pregunto:¿cómo es posible que se cumplan todas las necesidades que cada lugar requiere, si están en un mismo espacio? Y pienso que tenemos la diversidad diseminada en nuestra tierra, pero creo que, en el fondo, aunque lo entendamos, aunque tengamos respuestas científicas, nos cuesta abrazarlo. Parece que no deberíamos ni alejarnos ni contemplarnos como especie, fuera de lo que ocurre en la naturaleza y, muchísimo menos, como especie a extinguir. Formamos parte de esta ecuación y podemos, de hecho, ayudar a resolverla. ¿Estamos preparados para comprendernos dentro de ella?

Las Lucías

Si has decidido visitar el valle del Guadarranque, la comarca de las Villuercas o el geoparque del mismo nombre, puedes alojarte en Las Lucías. Pernoctar, comer y conocer a la familia que regenta este establecimiento -Cata, Gema, Pepa y Pepe- es una experiencia en sí misma.

Para explicar mejor lo que allí te vas a encontrar, podemos tomar como punto de partida el movimiento Slow food. El Slow food surgió a mediados de los 80 en Italia, como puesta en valor de la producción y recetario local -lo que obviamente tiene un significado y repercusión en lo económico- ensalzando el placer y el conocimiento como parte de la vida. ¿Cómo afecta esto a tu estancia en Las Lucías? En forma de experiencia gastronómica, ya que esta casa es también una granja y muchos de los productos que comerás habrán sido cultivados o criados por ellos. Una excelente huerta, gallinas, rebaños de cabra y cordero y unas cuantas vacas les surten de manjares de primera calidad. Y cuando esto no sea posible, tendrás la garantía de que la procedencia de los ingredientes o productos será principalmente de la comarca o la provincia. Por supuesto, recetario muy local. Y no hay carta: si en la cocina de mercado manda el tendero, en el Slow food las órdenes las imponen el calendario, la cosecha y la despensa.

Alojarse en Las Lucías es también tener una experiencia gastronómica disfrutando de los alimentos allí criados y cultivados.

Gracias a su forma de entender y conocer su tierra, Pepe y Gema harán sentirse muy bien al observador.

Estaremos pernoctando en una casa rural regentada por personas que conocen bien el monte, conservacionistas de los que hablan con conocimiento de causa y que sabrán indicarte bien para tus paseos. Claro está que para un observador la charla animada y extensa está garantizada.

Como guinda del pastel a una jornada de pateo o simplemente como vía para deshacerse de los restos de tensiones y estrés diario, podrás reservar un estupendo masaje. Gema te aliviará dolores y penas musculares o espirituales con sus sabias y fuertes manos.

Equipamiento

Electricidad proveniente de pantallas solares. Pequeña piscina para refrescarse los días de más calor. Habitaciones alejadas de las zonas comunes. El salón, la galería y el comedor reúnen todas las condiciones para la reunión o el trabajo de pequeños grupos en un ambiente y paisaje espectaculares.

Los propietarios han presentado ya la documentación para conseguir la autorización para la instalación de observatorios para aves y mamíferos dentro de la finca donde está situada la casa rural.

Importantísimo para los observadores de fauna: en Las Lucías han obtenido recientemente la autorización por parte del Gobierno de Extremadura para la instalación de cuatro hides. Está previsto que uno de ellos esté dedicado a aves necrófagas.

Qué puedes hacer desde Las Lucías

Observación de estrellas en óptimas condiciones y ausencia total de contaminación lumínica. Observación de mamíferos: ciervos y corzo muy abundantes, posibilidades de ver meloncillo, tejón, nutria y garduña, así como zorro -aunque ya sabemos que la nocturnidad de estas últimas especies y lo esquivo de su comportamiento hacen de su avistamiento una ocasión en la que se deben aliar la fortuna y la experiencia-. Poca presión cinegética y muy localizada.

La observación de aves se verá recompensada con especies como alimoche, buitre leonado y negro, águilas perdiceras y calzada o halcón peregrino, dentro de las rapaces.

Bosques bien poblados, cursos de agua y buenas paredes de roca aseguran una variedad de aves de pequeño porte: desde arrendajos y rabilargos hasta mirlos acuáticos, treparriscos y todo el abanico de aves de bosque y montaña. Sin salir de Las Lucías se puede disfrutar de la presencia de las tres carroñeras, oropéndolas, autillos, papamoscas cerrojillos y las aves ligadas a jardines, huertas y casas con corrales.

Anfibios y reptiles tienen una buenísima representación en las temporadas adecuadas.

Los aficionados a la entomología gozarán, además, en esta comarca, de un buen número de citas reseñables.

Por otra parte, existen en las Villuercas diferentes caminos para los coches, pero atención si ha llovido, puede haber barro, charcos e incluso arroyos.

Extensos bosques de roble y madroño, impresionantes formaciones geológicas…, de todo ello podréis obtener más información en el artículo sobre las Villuercas en nuestro apartado ‘Espacios’.